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Marcela Valencia: ‘Como actor, uno empieza a perder cuando cree que se las sabe todas’
En El cine y yo contó secretos de sus papeles como actriz y como cofundadora del Teatro Petra.
El humor ácido que la actriz Marcela Valencia imprime a sus personajes en las obras del Teatro Petra puede originarse en su manera de ver el mundo.
En obras tan duras como 'Labio de liebre' o 'Historia de una oveja', que reflejan la crudeza de la realidad colombiana, ella termina exprimiendo lágrimas y risas a los espectadores. “Para mí no es válido subirme a un escenario y hacer una comedia solo para hacer reír a la gente –afirmó en su charla El cine y yo–. A mí me gusta algo que me conmueva, que me diga algo. Que me vaya para la casa pensando en cosas. Me gustan las obras que mueven a la gente”.
Valencia, quien fundó hace 38 años el Teatro Petra, junto a su entonces pareja Fabio Rubiano, también despertó sonrisas en la Cinemateca de Bogotá al evocar episodios de su infancia y su juventud, cargados de un extraño histrionismo:
“Yo estudié en un colegio que quedaba en la calle 19 con carrera cuarta, que se llamaba Colegio del Niño Jesús de las señoritas Vanegas Calvo para niñas y niños escogidos. No teníamos horarios de clases por hora, sino que una semana estudiábamos historia, por ejemplo, y la semana siguiente, geografía. Los exámenes eran como el concurso Cabeza y Cola. Era un colegio muy raro. Había un pupitre más alto que los otros y si en el mes uno era la mejor, ocupaba ese pupitre y veía a los compañeros desde arriba. Además, tenían dos perras cocker y cuando alguien se portaba mal lo encerraban en la despensa con ellas. Yo les tenía terror”.
¿Por qué estudió teatro?
No lo sé, no puedo decir que desde niña quisiera ser actriz. De hecho, en mi época, el teatro no existía en el colegio. Yo salí muy joven y muy desubicada. Lo único que yo le decía a mi mamá es que quería hacer cosas al aire libre. No sé por qué me matriculé en la escuela de teatro. A mí no me gusta pensar que el destino existe porque uno se vuelve un poco mediocre: si eso va a pasar, aquí me quedo. Pero a veces uno sí termina pensando que hay cosas que lo van llevando, sin que uno sepa que eso era lo que quería. Yo pasé en la Escuela Distrital de Teatro, en una época en la que solo había dos escuelas. Y en el primer semestre me encontré a Fabio Rubiano.
¿Es cierto que conoció a Fabio Rubiano en una buseta?
Sí, ese día me senté en una buseta a su lado, pero más que mirarlo a él, vi que estaba leyendo 'El otoño del patriarca'. Y entre las cosas que teníamos que presentar en la escuela de teatro estaba un fragmento de esa novela. Me pareció mucha coincidencia. Recuerdo que Fabio tenía el pelo crespo, cola de caballo y ya después supe que trabajaba reparando máquinas de escribir. Cuando lo volví a ver en la universidad, lo reconocí: ‘Este es el tipo de la buseta’.
No. Un día, el maestro de historia del arte, Paco Barrera, nos puso un trabajo escrito por parejas. Yo estaba sentada, lo vi de frente y le dije: ‘¿Hacemos el trabajo los dos?’ Así comenzamos una relación de estudio, de trabajo y después una relación amorosa. Pero en la escuela era muy difícil lograr montajes. Yo estaba montando un personaje de García Lorca y todos los días llegábamos a ensayar, pero nunca hicimos una sola función. Con un pastuso llamado Álvaro Arcos y con Nestor Oliveros (quien luego dirigió 'Los puros criollos'), empezamos a estudiar dramaturgia latinoamericana. Todas las tardes nos íbamos a mi casa y leíamos textos, hasta que nos encarretamos con el texto 'La quema de Judas', de un venezolano llamado Román Chalbaud. Fabio dijo que podía hacer una adaptación y el montaje se llamó 'El negro perfecto'.
¿Cómo nació el Teatro Petra?
Luego de esa obra, hicimos otra y otra, hasta que empezamos a votar para ponerle nombre a nuestro grupo. Era muy famoso el Piccolo Teatro de Milán y había varios grupos muy importantes que usaban ese nombre de pequeño teatro. Nosotros llegamos hasta Pequeño Teatro Abierto. Pero nos empezaron a llamar Petra y el nombre se quedó así.
Además de teatro, Marcela Valencia ha trabajado mucho en cine y televisión. Foto:
Marcela Valencia no solo hace teatro. También ha trabajado en televisión (series como 'Kdabra', 'Las muñecas de la mafia', 'Las Vegas' o 'La nocturna', entre otras) y en cine ('Satanás', 'Una madre', 'Los niños invisibles', 'Te amo Ana Elisa').
Y cuando hace teatro, no solo actúa: en los comienzos del Petra tuvo que hacer producción, buscar recursos, gestionar afiches, ar medios y festivales. Sin embargo, en las tablas es donde su espíritu se siente más a gusto:
"“El teatro es algo que tienes que ensayar mucho. No ite improvisaciones. Tienes varios meses para hacer ensayo y error. El cine tiene una bondad y es que te reúnes antes con el director y los actores para hablar. Ahí uno puede proponer, ensayar. En cambio, la televisión es la que más trabajo me cuesta. La primera vez que me llamaron a actuar en televisión, yo estudiaba mucho y ensayaba tal como decía el libreto. Pero al llegar a grabar, sin ensayo, el director pedía que no estuviéramos sentados sino que camináramos. Y yo me pegaba unas conflictuadas...”
También suele ser muy detallista con su vestuario.
Eso siempre me ha gustado. Yo no sé coser a máquina, pero me gustaba intervenir cojines, pantalones. Como a los 11 años, un día le dije a mi mamá: ‘Yo quiero un pantalón de felpa plateado con un corazón rojo atrás’. Y mi mamá se fue al Parque de los Hippies y lo mandó a hacer. Pero nunca pensé en hacer vestuario para una obra, porque eso es de profesionales. Cuando me convertí en actriz, tenía la necesidad de proponer cómo se vestía mi personaje. A veces, he creado personajes a partir de la apariencia física.
¿Por qué decidió no tener hijos?
A los 9 años, yo le dije a mi mamá que no quería tenerlos. Me parece muy complicado. Siento que es un poco egoísta, pero no quiero tener nada que me ate en la vida eternamente. Creo que no nací para eso.
¿Y qué le dijo su mamá?
Usted está loca.
Supongo que ese fue un insumo para su monólogo 'Yo no estoy loca'...
Un día le dije a Fabio que estaba mamada de que me dijeran: ‘Usted está loca’. Porque prefiero ayudar a los animales, porque nunca quise tener hijos, porque nunca me quise casar, soy peleona, me da rabia que me insulten por ser mujer cuando manejo en la calle, porque alego con las EPS... y por todo eso me decían que estaba loca. Pero yo nunca he visto que a un hombre por lo mismo le digan que está loco. Y resultó siendo un monólogo muy divertido, que a mí también me exorcizó cosas. Por ejemplo, es un personaje que tiene ataques de pánico como me dan a mí. Terminé riéndome de mí misma.
¿Cuándo empezó su actividad ambientalista?
Estaba mamada de que me dijeran: ‘Usted está loca’ (...) Pero yo nunca he visto que a un hombre por lo mismo le digan que está loco.
Desde que tengo uso de razón. Yo empecé a trabajar en una fundación llamada MIA, cuya dueña se llamaba María Inés Acosta. Empecé a ayudarle en sus campañas de esterilización y fueron 35 años, diez de ellos como jefe de adopciones. Trabajé también con el Distrito, por 35 años fui a los sitios más vulnerables a rescatar animales, los esterilizábamos. Teníamos un evento muy grande, un asado vegetariano, en el cual yo era la que más vendía boletas. Y con lo que recogíamos, nos íbamos a barrios humildes y con cinco veterinarios esterilizábamos 500 animales.
¿Y le queda tiempo para ser animalista y actriz?
En el 2015, por unas muertes y otras cosas decidí retirarme de la fundación. Y hace poco pasé la vocería de la Mesa Distrital de Esterilizaciones de Bogotá, porque los animales me generan emociones muy fuertes. Igual, sigo ayudando: he hecho funciones gratuitas de mi monólogo, con las cuales han recogido como 10 millones de pesos. Hice otra para un hogar de gatos y una para gente invidente, para comprar cachorros y amaestrarlos como lazarillos.
¿Por qué decidieron endeudarse para tener una sede propia?
Eso se llama amor, creer, propósitos… de otra manera no lo haríamos. Como grupo, somos uno de los de más trayectoria y apenas logramos tener sede propia hace cinco años. Era un sueño: yo pensaba cómo será vivir en Londres y trabajar para la Royal Shakespeare Company, estar seis meses en temporada con una obra. Gracias a la casa eso se dio. Además, tenemos escuela, grupos invitados, colegas nacionales y ahora se abren obras internacionales. Todos los días tenemos que estar trabajando para pagar la casa.
Y justo cuando se metieron en la deuda, llegó la pandemia.
Fue muy duro porque llegábamos de giras en Buenos Aires, Alemania y México. Con muy buenos comentarios de crítica y además abrimos con 'Labio de liebre', que llena la sala. Teníamos la temporada toda vendida... y llegó la pandemia. Uno veía las noticias de Wuhan y pensaba que eso solo pasaba allá. Pero cuando nos cerraron, literalmente fue un llanto, como si fuéramos niños. Creímos que sería uno o dos meses, pero fueron seis. No solo se resintió la cabeza, sino la economía, el préstamo mensual, el mercado diario. Y emocionalmente, muy duro.
¿Qué hicieron?
Empezamos a hacer cosas que no nos representaban plata, como un podcast de Fabio que resultó muy bien. Pero no monetizaba. Después, con Idartes me gané una beca individual, luego Octavio Arbeláez nos planteó una obra virtual para un festival y lo que hicimos fue coger celulares y hacer una obra para cámaras. Y vino una cosa muy importante: nos ganamos una convocatoria con RTVC Play, que fue 'El Cubo'. Nos encerramos dos meses a trabajar 40 personas en el Teatro Petra, cuando todavía estábamos en pandemia. Desayunábamos, almorzábamos y comíamos ahí. Fueron dos meses maravillosos y terminó ganando premios como el India Catalina, otro en EE. UU., varias nominaciones. Eso nos salvó la casa.
Además de otros proyectos actorales, Marcela Valencia prepara un musical, en el Teatro Petra. Foto:Edwin Romero. EL TIEMPO
¿Por qué le gusta trabajar con actores jóvenes?
Fabio y yo siempre hemos tenido esa idea porque los años pasan: cuando hay un grupo de actores que siempre han trabajado juntos, que se conocen las mañas, los aciertos, las debilidades, uno termina en una zona de confort. En cambio, cuando uno invita gente de escuela, en primer lugar transmiten qué están aprendiendo allá. Y también lo refrescan a uno. Como actor, uno siempre está aprendiendo. Uno empieza a perder cuando cree que se las sabe todas.
¿Qué significan para usted obras emblemáticas como 'Historia de una oveja' y 'Labio de liebre'?
Son dos obras que yo adoro. Siento que nosotros no podemos ir por la vida, en un país como Colombia, sin ver lo que pasa. Y menos si uno hace teatro o cine o artes plásticas. El arte hace memoria, congrega, sobrepasa. Todos los días en los noticieros vemos muertes de líderes sociales, personas desaparecidas. Pero cuando uno va a ver obras como la exposición 'El testigo', de Jesús Abad Colorado, sale con el corazón arrugado. Cuando se logra que el público salga así, yo como actriz siento una satisfacción profunda.