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La impresionante historia de un niño que dinamitó una montaña
Es el gran secreto de la exposición de Camilo Bojacá en la galería Espacio 74 en Bogotá.
Exposición de Camilo Bojacá en Estudio 74 en Bogotá Foto: Fernando Gómez Echeverri
Camilo Bojacá recuerda los taladros en la roca, el trabajo incesante de los obreros, recuerda la dinamita, el indugel, que incluso veía en la sala su casa. “Eran unos chorizos de explosivos”, dice. “Mi papá era ingeniero de minas y tenía que mantener un bajo perfil para evitar que la guerrilla lo amenazara para que les vendiera los explosivos y por eso –incluso– tenía que guardarlos en la casa”. Minas, explosivos, dinamita; el coctel perfecto para un niño, una vez, recuerda Camilo, cuando tenía 5 o 6 años, le dijeron que si quería bajar la palanca de la dinamita.
“Tenía una montaña al frente”, afirma. Agarró el detonador con las manos, subió los hombros y lo bajó como el Coyote en sus aventuras desmadradas para tratar de atrapar al Correcaminos, ¡Buuuuuum! “La montaña desapareció”. Primero sintió una sensación de poder embriagadora: él había derribado una montaña; era un titán, un dios, pero luego vino el bajón: "recuerdo los árboles, los pájaros, la destrucción".
Agarró el detonador con las manos, subió los hombros y lo bajó como el Coyote en sus aventuras desmadradas para tratar de atrapar al Correcaminos, ¡Buuuuuum! "La montaña desapareció"
Bojacá es uno de los artistas más destacados de su generación y su obra, justamente, gira en buena parte alrededor del paisaje y los efectos la minería en el medioambiente; este año ganó una Beca para artistas de trayectoría intermedia del Ministerio de Cultura y la aprovechó para visitar los lugares de su infancia; fue a las minas de cal y carbón en Nobsa, Tópaga y Mongua, habló con mineros y habitantes de la zona, recordó la miseria que veía de niño y constató que poco o nada había cambiado, pero también fue con los ojos de una persona que ha visto cómo la salud pública de una ciudad como Bogotá está deteriorada por las enfermedades respiratorias.
Exposición de Camilo Bojacá en Estudio 74 en Bogotá Foto:Fernando Gómez Echeverri
El resultado, con curaduría de Santiago Rueda en la galería Estudio 74 en el Barrio San Felipe (Calle 74 no. 20C-75), es la clase de muestra que no necesita muchas palabras. Bojacá –un dibujante absolutamente exquisito y virtuoso– presenta dos carboncillos monumentales en los que traza los efectos nocivos de la contaminación en el cuerpo. En el primer dibujo aparece una mujer acostada, con las manos en la espalda, que exhala humo con la potencia de una chimenea industrial. La magia de la obra –además de su factura– se esconde en un video beam que proyecta la humareda y convierte el cuadro en un espectáculo casi cinematográfico. El segundo dibujo –inspirado en El origen del mundo, de Courbet–, muestra a una mujer desnuda con las piernas abiertas, pero en lugar de exhalar erotismo o maternidad, ofrece un hueco terrible en el abdomen tomado de una imagen aérea de una mina de carbón.
La exposición se cierra con una instalación en la que una figura precolombina dorada, con el mismo agujero terrible, yace acostada en una cama de carbón; dos esculturas de manos, ejecutadas también en carbón, salen de las paredes como un reclamo. Y –como fondo– hay un conjunto de cuatro fotografías que contrastan los huecos en la tierra de las minas de cal con las manos oscuras de los mineros.