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‘En Colombia hemos convivido con la violencia’: Clemencia Echeverri
La artista presenta una impactante instalación en la Galería Espacio Continuo.
Deserere ofrece proyecciones simultáneas en 13 pantallas sobre la masacre a los wayús. Foto: cortesía de la artista
El 2022 ha sido un año de grandes exposiciones. La retrospectiva de Miguel Ángel Rojas en Casas Riegner, la monumental Bruma de Beatriz González en el Espacio Fragmentos, los diferentes homenajes por los 100 años de Ramírez Villamizar, la obra de la chilena Cecilia Vicuña en el Banco de la República, la preciosa muestra de Luz Lizarazo en el Museo La Tertulia de Cali… ahora, de manera contundente y total, hay una más en esta lista de prodigios: Deserere, de Clemencia Echeverri, en la galería Espacio Continuo de Bogotá (calle 80 n.º 12-55).
Echeverri (Salamina, 1950) es uno de los mayores referentes del videoarte en Colombia. Su obra narra el país y sus problemas sociales y ambientales en una mezcla de sonidos e imágenes trascendentales, duras y poéticas que se quedan en la memoria con la fuerza de un clásico del cine. En su retrospectiva en el Museo Urrutia del Banco de la República, en 2019, su obra Río por asalto dejaba al descubierto los desastres ambientales de Hidroituango en el río Cauca. En el Espacio Fragmentos, en otra obra memorable, los espectadores quedaban aterrados y aterrorizados con el sonido de las tractomulas y las imágenes de la Escombrera en Medellín, el lugar donde quedaron ocultas para siempre, entre basura y restos de concreto, las víctimas de la tristemente célebre operación Orión.
En Espacio Continuo, Echeverri presenta una nueva y ambiciosa instalación con 13 pantallas que copan todas las paredes de la galería. La obra narra la masacre que cometió un grupo de paramilitares contra los wayús en 2004. En cada pantalla hay una imagen distinta y todo se mezcla con el ruido del viento, el paso de las ‘narcotoyotas’, las voces de las mujeres sobrevivientes, los vestidos rojos de las mujeres que han regresado a su territorio, sus tejidos… es una obra que deja sin aliento. Este es su ‘autorretrato’.
¿Cuál es la historia detrás de Deserere?, ¿cuándo fue la primera vez que oyó de la masacre?
Primero quisiera dar el significado de deserere; viene del latín desierto, desertar. En este país hemos convivido con la violencia y las atrocidades por tantos años que identificar el momento preciso de cada acontecimiento se vuelve un poco difícil. Pero sí puedo decir que sentí gran indignación cuando leí sobre este hecho y sus consecuencias en el Informe de Memoria Histórica 2010, ‘Mujeres wayuu en la mira’, sobre los acontecimientos que enfrentó la comunidad wayú al “sufrir la masacre de Bahía Portete el 18 de abril del 2004 a manos del frente Norte Paramilitar de las Auc, comandado por ‘Jorge 40’, por alias Pablo y Chema Bala, hombre wayú y comerciante de Bahía Portete”.
¿Por qué el viento y el sonido son tan importantes en esta obra?
Me desplacé a La Guajira después de un extenso trabajo de investigación. Como lo expreso en el catálogo de la muestra, “cada paso me reveló un tiempo saturado por la amenaza manifiesta de un pasado que podría repetirse”. Me guio una mujer wayú, Nazly Martínez Aapushana, por diversos lugares y seguida por Jepirachi, “el viento que no desaparece”, que según ellos lleva y trae orientaciones. El viento carga allí un sonido propio y envolvente que indica el espacio y conecta los lugares.
Echeverri (1950) estudió Comunicación Social y Artes Plásticas. También fue docente. Foto:cortesía de la artista
¿Cómo fue la relación con la gente en La Guajira?
Empezó dos años antes de viajar. Entendí que su universo tiene una complejidad amplia y cargada de mitos, símbolos y fuertes estructuras familiares y matrilineales que me exigió llegar paso a paso a proponer acercamientos y modos específicos de trabajar.
¿Cuánto tiempo estuvo rodando? ¿Trabajó sola o llevó todo un equipo de grabación?
El tiempo de rodaje no solo lo mido en días y horas; planear con tanta anticipación me exigió imaginar a dónde entraría la cámara y qué capturarían los micrófonos. No trabajo con guion, pero sí presentí los lugares y fui definiendo, a lo largo de aproximadamente 15 días, dónde llegarían el ojo y el oído a través de mi equipo de trabajo. Desde hace muchos años tengo un equipo que me permite concentrar la mirada. En cámara he trabajado con Camilo Echeverri y asistencia de cámara, con Daniel Cuervo; en sonido y diseño sonoro, con Juan Forero, Diego Bernal y diferentes asistentes; en producción de esta obra, en particular, con Paloma Valencia. En la edición de video con el artista Víctor Garcés y Mariana Emilia Vejarano. Y con Nazly Martínez Aapushana como productora con los wayús. Tuve un vínculo estrecho por dos semanas en diferentes rancherías.
¿Cuál fue la historia que le contaron que más la impactó?
Según el informe de Memoria Histórica, la forma como llegaron los paramilitares con lista en mano a Bahía Portete, guiados por un wayú, Chema Bala, que los traicionó, y la narración de los crudos actos contra las mujeres que tenían liderazgo.
En un momento decidí dejar de hacer lo que estaba haciendo e iniciar de nuevo. Movilicé la mirada y esto trajo consigo otros medios técnicos y otros recursos expresivos
¿Siente que la obra tiene una conexión espiritual con los wayús?
Yo no podría responder esa pregunta de manera directa, pero sí debo decir que su espiritualidad me acompañó, como su gran fortaleza para resistir a tantas interferencias y presiones que han tenido por siglos.
¿Por qué escogió el video como su principal medio de expresión?
Desde hace unos 20 años privilegié este medio como herramienta de trabajo porque tenía un interés de entrar de manera detallada a tantos hechos difíciles que nos han rodeado en este país, para entenderlos, traer el sonido y el movimiento e ir desarrollando una voz y un lenguaje desde el arte.
¿Cuál ha sido su peor crisis creativa?
En un momento decidí dejar de hacer lo que estaba haciendo e iniciar de nuevo. Movilicé la mirada y esto trajo consigo otros medios técnicos y otros recursos expresivos.
¿Cuál fue la primera obra de arte que vio en su vida?
Una copia de Las espigadoras, de Millet, que estaba en la casa de mis padres.
Yo creo que la palabra no es convertirse. Desde niña tuve un decidido interés por los materiales de la pintura, como casi todos los niños, pero yo permanecí en ese interés hasta volverlo motivo de estudio, tanto de pregrado en el país y maestría fuera de él, luego ejercí muchos años de docencia universitaria, salidas de campo y un insistente trabajo creativo en el taller.
¿Conserva sus dibujos de niña?
No, pero le conservo algunos a mi hijo arquitecto.
¿Cuántos años lleva de carrera?
La vida completa.
¿Cuál es la crítica que más le ha molestado?
La que más me molesta es mi autocrítica, aunque a veces es lo que permite continuar.
¿Cuál es la colección a la que pertenece que más la hace sentirse orgullosa?
Realmente son varias las adquisiciones que me llenan de orgullo: recientemente la adquisición de la obra Versión libre, por el Muac, de México. También por el Banco de la República, el Museo Les Abattoirs, en Francia, y la colección Daros, en Suiza.
¿Cuántas piezas cree que ha producido?
Si sumo los títulos, no son tantas, pero sí han sido muchos años.
¿Cuáles son sus materiales de trabajo favoritos?
Siempre guardo especial afecto por la pintura. Permanece en mi manera de pensar y trabajar cuando estoy frente al video y al sonido.
¿Qué tan ordenado es su taller?
El desorden llega cuando hay alguna explosión creativa. Todo sale de los cajones, se retoman ideas, saltan los cables, los equipos y los materiales. Se actualizan los computadores. Es un caos de requerimientos para luego volver a la calma y todo a su lugar.
¿Tiene horarios de trabajo?
Todo el tiempo es un horario de trabajo. Cuando leo, cuando descanso, cuando hago deporte, trabajo. Esto no parece tener fin ni horario.