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Federico Ríos, el fotógrafo que humanizó a las Farc

Desde niño se obsesionó por saber más de la vida de los guerrilleros y logró entrar a su intimidad.

Vanesa de solo 20 años carga a su hija Manuela nacida en un campamento de las FARC. Es su tercer hija.

Vanesa de solo 20 años carga a su hija Manuela nacida en un campamento de las FARC. Es su tercer hija. Foto: Cortesía: Federico Ríos

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Nació en Manizales, ha recorrido el país con su cámara al hombro y ha conocido Colombia desde sus entrañas. Desde muy joven supo que quería dedicarse a conocer el mundo a través de su lente, pero sobretodo a contar historias que nadie más contaba.
Sus fotos han llegado a la portada del The New York Times así como a los periódicos más importantes del país, sin dejar de lado las exposiciones en museos nacionales e internacionales.
Por su trabajo ha estado en peligro muchas veces. Además lo han catalogado como 'el fotógrafo de las Farc', título que le ha causado un sinnúmero de amenazas.

¿Por qué decidió dedicarse de lleno a la fotografía?

Empecé en la fotografía cuando era un niño y me di cuenta, desde muy temprano, que las fotos servían para que cuando la gente no podía ir a ciertos lugares, por medio de la imagen sentían que estaban en esos sitios.
Me di cuenta que la fotografía te enfrenta con sujetos, que es un ejercicio metafísico. Una foto permite sentir, vibrar, generar emociones. No es un asunto netamente visual.

¿Qué piensa antes de tomar una fotografía?

En unos términos éticos y políticos muy importantes. Ya no se hace una fotografía intuitiva y desde la mirada inocente, sino una fotografía consciente, que tiene un papel político y con principios. Se trata de un ejercicio en el que uno se puede dar muchas libertades pero no se puede alterar la realidad. Hay un compromiso con la historia.

¿Qué cree que hace que una fotografía pase a la historia?

Wow… hay diferentes niveles de distintas fotos que podrían pasar a la historia. Creo que pueden pasar a la historia cuando se convierten en registros únicos de momentos históricos, como las fotos del desastre de las Torres Gemelas o de la caída del Muro de Berlín. Pero también hay otras fotos históricas que se pueden convertir en icónicas de acuerdo a la perspectiva. Una foto se puede volver histórica por el peso visual, por la contundencia del instante, por los personajes o por muchas otras cosas.

¿Cuál cree que es su enfoque como fotógrafo durante el conflicto?

Hay que empezar que desde mi perspectiva seguimos en conflicto, quisiéramos pero no, está vivo y es una tristeza. A donde yo voy encuentro conflicto.
Me enfoqué en narrar la actualidad desde diferentes perspectivas. Mi trabajo más extenso fue el de seguir a las Farc, desde 2010, e incluso ahora a los exguerrilleros que decidieron dejar las armas o a quienes, por su cuenta, volvieron al monte.
Durante un recorrido de rutina los hombres del frente 34 son rodeados por aviones y helicópteros presintiendo un posible bombardeo.

Durante un recorrido de rutina los hombres del frente 34 son rodeados por aviones y helicópteros presintiendo un posible bombardeo. Foto:Cortesía: Federico Ríos

¿Cuál es la foto más representativa del conflicto reciente en el país?

(Suspira). Estamos en un momento diferente al de la individualización tanto de los sujetos como de las imágenes, creo que no hay una sola foto representativa del conflicto. Yo no me atrevería a tanto. Lo veo como una construcción colectiva, como una figura de reloj de arena, en la que la parte más ancha somos muchos fotógrafos que registramos el conflicto desde puntos diferentes, y la parte más delgada son las fotos más reconocidas.
A eso hay que sumarle la vertiente política de los fotógrafos: militares, de las Farc o extranjeros que vinieron al país sin saber nada de lo que estaba pasando.
Hay un montón de fotos dialogando, construyendo realidades entre ellas. La fotografía no es tajante. Los fotógrafos y las fotos se unen para crear diálogos. Hay un ejercicio de diversidad, de un montón de miradas.
Hay fotógrafos que por cuenta propia decidimos cubrir el conflicto. Hay otros que no, que otros decidieron por ellos y los enviaron al monte o a conferencias, ellos también tomaron fotos importantes de la guerra.
Tenemos un país que no ha sido contado, un país del que no nos hemos enterado. En Colombia todo el país no ha sido fotografiado.

¿Por qué fotografiar a las Farc?

Porque para mí eran un enigma. Yo me encontraba a las Farc cuando iba con mi familia a pescar. Salía de camping con mis amigos y también los veía. Pero cuando yo los veía eran distintos a lo que mostraban en los noticieros, eso era muy confuso para mí. Obvio, negar que hubo atrocidades en el conflicto es torpe, es pretender tapar el sol con un dedo.
La primera vez que yo vi a unos guerrilleros de las Farc fue en una carretera de los llanos. Dejaron los fusiles a un lado de la vía y se acercaron a donde nosotros estábamos. Nos dijeron que estaban en problemas y sin gasolina. Nos pidieron colaboración y, mientras mi papá se petrificó, yo lo único que pensé fue: “esta gente dejó las armas abajo, están pidiendo ayuda, sin hacerle daño a nadie”. No digo que sean las hermanitas de la caridad ni mucho menos pero siempre me asaltó la duda, el fantasma de pensar, ¿en dónde vive esta gente?
Me hacía muchas preguntas sobre quiénes eran. Para los colombianos había dos imaginarios si se encontraban con las Farc: o los matan o los secuestran. No había otras alternativas.
Entonces yo sentí esa necesidad de conocer esos territorios y a esas personas, saber cómo vivían y cómo eran.
Esteban y Orejas del frente 57  patrullan en botes armados los rios del chocó cerca de la costa Pacifica.

Esteban y Orejas del frente 57 patrullan en botes armados los rios del chocó cerca de la costa Pacifica. Foto:Cortesía: Federico Ríos

¿Cómo fue el proceso para entrar a esos campamentos?

Yo sabía que no era un guerrillero sino un periodista, lo cual me permitía guardar secretos, pero no podía, en ningún momento, volverme cómplice, ni en un idiota útil para ellos. Tenía claro qué era lo que debía hacer.
Se trató de una negociación. Quería ir pero a mí no me podían pedir la cámara ni decirme qué podía fotografiar y qué no. Fueron varios meses en los que hablé con ellos hasta que llegó un día en el que me dijeron: “esté pendiente de su celular este mes”.
Un día me llamaron: “coja un bus para tal parte”. Esa era la única información que tenía. Entonces, muerto del susto, me fui a un pueblo que no conocía. Me recogieron y me llevaron a la casa de la mamá de un soldado. Allí me alojaron.
Todo el tiempo pensaba que los paramilitares me tenían chuzado, que me iban a matar, que me iban a hacer algo.
Días después, me recogieron a las 4:30 a.m. en una moto fue una ruta muy larga. Cuando llegamos al sitio el motociclista solo sabía que me tenía que llevar hasta cierto punto pero no tenía idea de yo para donde iba, llamó a alguien y en ese momento llegó otra persona a preguntarme: “¿Usted para dónde va?, ¿para dónde las Farc?, ¿para dónde el ELN?”
En ese momento quedé frío… muerto del susto. Yo no sabía en manos de quién estaba. Eso fue lo más arriesgado que he hecho en mi vida. Posiblemente se pudo tratar de un grupo paramilitar que me desapareciera y ya.
Yo respondí: “Para donde las Farc”. Esa persona me dio comida y luego un guerrillero de las Farc vino a recogerme.
Todo era susto, tras susto, tras susto.
De ahí me llevó, a caballo, a un campamento de las Farc.
Cuando llegamos, lo primero que me encontré fue a un oficial del ejército, hijo de la dueña de la casa donde me refugiaron. Resulta que él había sido del ejército y se convirtió en guerrillero. Lo reconocí porque había visto sus fotos con el camuflado del ejército.
De ahí en adelante cada uno de los viajes que hice fueron así: llenos de incertidumbre, muchas horas de espera, zozobra.

¿Su vida estuvo en peligro con ellos?

La perspectiva del heroísmo del fotógrafo o del periodista, es una mirada torpe.
Mi vida corrió peligro muchísimas veces, incluso todavía. Hay que revisar los casos en los que asesinaron a periodistas por hacer su oficio.
La fotografía te obliga a estar tan cerca como puedas de donde están sucediendo las cosas y estar encima implica unos riesgos complejos.
Saco dos o tres cámaras pero al lado de ellas un torniquete para minas antipersonales, un kit de emergencias para sangrados profundos de disparos y ese tipo de cosas. Cada que llego a mi casa, los desempaco y siento un profundo alivio pero el riesgo es inminente.
Vanesa se quita su uniforme camuflado por última vez para ponerse un uniforme de fútbol e ir a jugar un partido femenino en las orillas del rio Arquía.

Vanesa se quita su uniforme camuflado por última vez para ponerse un uniforme de fútbol e ir a jugar un partido femenino en las orillas del rio Arquía. Foto:Cortesía: Federico Ríos

Documentar un conflicto implica una dosis de peligro inevitable

¿A Colombia le hace falta memoria fotográfica?

A Colombia le hace falta conocer la historia en general, los sujetos, el gran abanico de realidades. Las fotos sirven en alguna medida para eso.

Es decir, ¿las fotografías hacen parte de la construcción de la memoria histórica?

Sí, hacen parte. El Centro Nacional de Memoria Histórica ha hecho un trabajo en el que por medio de una transversalidad de relatos cuentan la historia.
Las personas me preguntan: “¿usted cómo hace para que no lo maten?” Y solo pienso en que nos vendieron la idea de que la guerrilla solo mata y secuestra, yo no vendo la idea de que ellos no hacen eso, eso está comprobado, pero también vengo a vender la idea de que no matan y secuestran a todo el que se encuentran.
Yo vi a la guerrilla construir escuelas, atender poblaciones enteras, haciendo brigadas de salud oral, colaborando con las comunidades, acciones que el mismo Estado no hacía. Y por haber sido testigo de eso me han tildado de guerrillero.
Me intereso por registrar su transformación como seres humanos, no su ejercicio de guerra como victimarios.
Vale la pena ver más las fotos, aunque la historia es mucho más compleja que un paquete de fotos mías o de cualquier otro fotógrafo.
ANA GONZÁLEZ COMBARIZA
ELTIEMPO.COM
Twitter: @Combariiza

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