El renacer del talento y la creatividad de Giusseppe Verdi

No era su primera ópera, pero sin ser la más exitosa representó el regreso de Giusseppe Verdi (1813-1901) al gran escenario de La Scala de Milán, al cabo de una temporada de duros acontecimientos en su vida, como el fallecimiento de su esposa y sus dos hijos, en el curso de menos de dos años. Verdi llegó a merecer por su extraordinario aporte al género el mote de ‘rey de la ópera’.

Pese a la depresión en que se sumió el gran creador, Bartolomeo Merelli lo convenció de regresar con esta composición, que se basa en el libreto del italiano Temistocle Solera. La pieza, en cuatro actos, coloca a Ismael en el centro de la tensión amorosa de dos mujeres, Abigaíl y Fenena. Nabucco condena a morir a todos los judíos, incluida su hija Fenena, quien acogió la fe hebrea. Esta ópera creó una nueva categoría de voz hoy llamada barítono verdiano, para voces agudas que sin embargo se caracterizan por su lirismo y suavidad.

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FRANCISCO CELIS ALBÁN

/ Editor de EL TIEMPO