Si alguna palabra define la obra suiza Per te es la pulcritud. La limpieza de las imágenes, el truco diáfano para crear ambientes. Una nube de mariposas rojas, una lluvia repentina y pertinaz, o la nieve vaporosa que cae sobre el escenario son aciertos visuales que deslumbran al espectador.
El motor de la obra, su punto más sublime, es un asunto de física: un viento nacido de la nada que eleva telas en fastuosos colores y mueve bolas en círculos perfectos y nos transporta a mundos fantásticos. La tecnología al servicio de la imagen y lo onírico.
Además, la excelente conjugación de elementos circenses como malabaristas, trapecistas, la música, el canto, exaltan la forma y el trabajo grupal que es milimétrico y armonioso. Un manejo espacial, digno de oficio y respeto.
El móvil es bien intencionado, el homenaje a Julie Hamelin, una integrante del grupo, quien falleció de una rara enfermedad. Un tributo a sus sueños, a su memoria. Pero cuyo contenido dramático al carecer de un hilo argumental se dispersa en el tiempo que transcurre implacable. Una razón: la cantidad de historias y los personajes que transcurren en ellas; un ángel hablando de que Dios se parece a los perros, porque andan con nosotros para todos lados, un coloquio afortunado sobre la poesía testimonial y contestataria, el origen de las palabras huérfano(a), viudo(a), el dolor, la guerra, el bienestar de los animales y la naturaleza, la idea de que navegamos en un ensayo de la obra misma, unos caballeros medievales que transitan extraviados, que son más una anécdota que un vínculo sólido con el todo.
Faltó síntesis, trabajo dramatúrgico, y esto fractura la obra en segmentos que flotan en el escenario y se diluyen en el vacío. La cantidad de parlamentos, abruman, y las hermosas imágenes, aclaran la mente. Nos movemos en esa cuerda floja. Esto provoca que forma y contenido sean ruedas sueltas que van por caminos distintos.
Hay un desequilibrio evidente al terminar la función, salimos llenos de imágenes, pero la historia no labró nuestra memoria. La belleza sola sin drama, es media belleza. En ese punto estamos.
ALFONSO CARVAJAL
Escritor