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Sandro Romero: ‘El video, los libros y la música, mis vacunas en pandemia’

El caleño dirige 'El pato salvaje', obra que se presenta en la Casa del Teatro Nacional.

Escritor, director de teatro, guionista. Sandro Romero Rey.

Escritor, director de teatro, guionista. Sandro Romero Rey. Foto: David Osorio. Archivo EL TIEMPO

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¿Dónde se encuentran la verdad y la mentira? Tal vez 'El pato salvaje' lo pueda decir. Esta obra teatral marcó la reapertura de la Casa del Teatro Nacional, en la adaptación contemporánea del director inglés Robert Icke.
Escrita por el dramaturgo noruego Henrik Ibsen, esta versión colombiana es dirigida por Sandro Romero Rey, con las actuaciones de Bernardo García, Giancarlo Mendoza, Fernando Pautt, Myra Patiño, Manuela Salazar, Carlos Alberto Pinzón, Luisa Guerrero y Andrés Caballero.
Romero Rey, reconocido escritor, director de teatro, realizador, guionista y productor de radio, cine y televisión, nacido en Cali en 1959, habló de este montaje en el que el reencuentro de dos viejos amigos que se ponen a recordar el pasado de forma aparentemente inocente termina en una bola de nieve de verdades que pueden llegar a desequilibrar sus vidas y las de sus familias. Sandro habló del alma, del teatro y de la vida.
En tiempos de fake news, ¿cómo prepararnos para ver esta obra en la que hay mentiras y secretos?
El pato salvaje es una obra que pone en cuestión la eficacia de las verdades absolutas. Los seres humanos casi nunca dicen toda la verdad. No mentimos. Pero callamos. Seleccionamos nuestros secretos. Y cuando estallan las evidencias de una verdad no revelada, el mundo se resquebraja.
Lo interesante (y, de repente, lo demoledor de esta obra) es que en ella no hay buenos ni malos, no hay culpables ni inocentes. Todos son responsables de sus propias furtividades.
'El pato salvaje' es una obra que pone en cuestión la eficacia de las verdades absolutas
En la obra original de Ibsen, del siglo XIX, el tema del honor tiene un lugar preponderante. En la versión contemporánea de Robert Icke (que es la que hemos puesto en escena en La Casa del Teatro Nacional), los actores no ‘viven’ las situaciones, sino que reflexionan sobre ellas. Esto no exime, en ningún momento, de la emoción ni la identificación de los espectadores con el drama.
Pero, en nuestro caso, nos interesa más crear un fresco donde la sensibilidad se confunda con la moral, antes que hacer una reproducción mecánica de un texto. El pato salvaje que hemos construido trata de crear una emocionalidad para nuestros tiempos. Y, al parecer, al menos por la entusiasta y masiva presencia del público, lo estamos consiguiendo.
¿Qué tan bueno es para mentir y para guardar secretos?
Los artistas mentimos para poner en dudas nuestras certezas. Tanto las del público como las de los intérpretes. En realidad, no se trata de ‘mentir’, en el sentido ético de la palabra, sino de aprender a construir ficciones.
Una novela, una ópera, una obra de teatro tienen su verdad, su verosimilitud interna. Y cuando se inventan universos hay que saber mentir y, al mismo tiempo, saber guardar secretos. En el momento menos esperado, los lanzamos hacia los espectadores. Y que tiemblen felices.
¿Por qué es tan importante esta obra en las carreras de Ibsen y Robert Icke?
Ibsen sigue siendo un autor de culto, aun en el siglo XXI, porque puso en tela de juicio los órdenes morales establecidos. Y les dio a las mujeres un estatus libertario que no tenían. Ibsen ‘se inventó’ el drama psicológico contemporáneo, donde las presiones sociales se combinan con las ambigüedades individuales de los seres humanos. La adaptación de Robert Icke es una puesta al día de uno de sus clásicos, donde vivimos el presente, sin perder del todo los códigos y los rigores del mundo escandinavo del siglo XIX.
¿Por qué le gusta? ¿Qué tanto le exige?
He sido un obsesivo, un apasionado, por el cine de Ingmar Berman. Y el cine de Bergman se ha nutrido de autores como Strindberg o Ibsen.
Bergman dirigió casi 60 películas, pero puso en escena el doble de obras de teatro, que prácticamente desaparecieron por la condición efímera del mundo de las tablas. “El teatro es mi esposa y el cine mi amante”, decía Bergman. He dirigido muchas obras de teatro, pero, por distintas circunstancias, nunca me había enfrentado, en su totalidad, al rigor de un autor como Ibsen. Era todo un desafío.
Lo hice feliz y con mucha confianza, gracias a que contaba con un equipo privilegiado de actores, creadores y productores con los que no estábamos buscando, sino encontrando soluciones. Los resultados saltan a la vista. Llevo más de 50 años haciendo teatro y ya era hora de tocar fondo.
Un pueblo pequeño es un mundo grande, y en el de la obra ese pueblo puede reventar. ¿Qué opina del aguante que hay en el mundo sobre lo que pasa?
A mi modo de ver, el mundo, desde la perspectiva de los seres humanos, es un completo fracaso. El proyecto de la existencia, si lo seguimos al pie de la letra, es un conjunto de fanatismos y sinsabores en el que todos, tarde o temprano, perdemos.
Pero, para personas como yo, para los amigos y colegas que me rodean, tenemos las herramientas del arte, de la creación y, por qué no decirlo, de la belleza, para salir adelante.
A mi modo de ver, el mundo, desde la perspectiva de los seres humanos, es un completo fracaso
El humor, una de las mejores estrategias inventadas por el Homo sapiens, tiende a desaparecer. Sin embargo, hay que insistir en las excepciones para poner a tambalear las reglas. Así fracasemos en el intento. Hacer teatro, cine, literatura, música ya son efímeros triunfos contra la muerte, que todo se lo lleva.
¿Volver a dirigir después de pandemia qué le movió, qué sentimientos y qué acciones como hombre de teatro le potencializó?
Yo no paré de dirigir durante la pandemia. Es más: creo que nunca había trabajado tanto como en este año y medio escalofriante. Coordiné durante seis años el Programa de Artes Escénicas de la Facultad de Artes-Asab y me siento orgulloso de reconocer que, con 340 estudiantes y 45 profesores, todos desde sus casas, mantuvimos la llama del teatro encendida.
Al mismo tiempo, colaboré con Sofía Monsalve y su Teatro de la Memoria para la gestación de El último suspiro, de Daniel Quebrada. Y con los jóvenes de La Mar Esqueleto (Lugo Bles y Myra Patiño) consolidamos experiencias de videoteatro que presentamos en diversos festivales, donde nos sentimos tan a gusto como en el llamado ‘convivio’.
Yo vengo también del mundo audiovisual y no me gustan los lamentos. Si no se puede crear de una forma, hay que inventarse la manera de pasar el barco por encima de la montaña. Si nos ponemos a esperar a que se den las condiciones ideales, el tiempo nos acaba. Dios es implacable.
¿Qué fue lo que más le hizo falta en esos días oscuros que aún no se han ido, pero que estamos capoteando?
Me hicieron falta, por supuesto, los teatros, las salas de cine, los viajes, los amigos. Pero uno sabe organizar sus trampas. A los teatros y a las salas de cine me colé cuando se pudo, vi cientos de experiencias extraordinarias en video, viajé mientras dormía, y los amigos siempre estamos allí cuando nos necesitamos. No hay pandemia que nos impida protegernos. El video, los libros y la música fueron las mejores vacunas.

¿Dónde y cuándo?

Jueves a sábado, 7:30 p. m. Casa del Teatro Nacional. Carrera 20 n.º 37-54, Bogotá. Informes: 350 5224069. Boletas: 35.000 pesos.
OLGA LUCÍA MARTÍNEZ ANTE
CULTURA
EL TIEMPO

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