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El arte de coleccionar

Eduardo Serrano comenta la colección de arte de Bancolombia, alojada en el edificio Atrio de Bogotá.

Las obras están hermosamente distribuidas en el moderno edificio Atrio de Bogotá.

Las obras están hermosamente distribuidas en el moderno edificio Atrio de Bogotá. Foto: Fernando Gómez/ EL TIEMPO

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Atrio es el nombre del edificio que se levanta en el centro de Bogotá y que ha cambiado no solo el perfil de la ciudad sino el carácter del sector donde se encuentra. El edificio se halla en vía de ejemplificar, para todo el país, las relaciones de la arquitectura de avanzada con la comunidad, y no solo en relación con el público que utiliza sus cuarenta y cuatro pisos el cual goza de unos espacios generosos y adaptables así como de unas vistas espléndidas 360 grados a la redonda, sino también para el transeúnte al cual ofrece –además de las imponentes fachadas en cristal reflectivo azulado salpicadas por los anclajes naranja de su estructura– un amplio portal cubierto y coronado por una espléndida escultura del maestro venezolano Jesús Rafael Soto.
La construcción refleja fielmente el interés estético y social que guio al famoso Richard Rogers, arquitecto también del Museo Pompidou, en la concepción y construcción de Atrio.
El edificio es una gran obra de arte contemporáneo en la modalidad de arquitectura, puesto que se trata de una construcción que, aparte de cumplir con los propósitos de diversas áreas multifuncionales, no se limita a proveer techo y espacio para las actividades humanas. Atrio ha enriquecido sensiblemente el centro de la ciudad puesto que proporciona placer visual y ha provisto al sector con zonas amigables y estimulantes.
Pero aparte de lo que Atrio significa como expresión artística, es también una especie de arca que no sólo expone temporalmente interesantes ejemplos de la plástica contemporánea, sino que conserva valiosas obras de arte de diversos períodos que recompensan al visitante con una deleitable experiencia.
En Atrio se aloja la espléndida colección de Bancolombia, la cual ilustra la creatividad plástica colombiana entre los años sesenta y noventa del siglo pasado. No es una colección pública y por lo tanto no debe esperarse que sea cronológicamente completa. Es una colección privada que muestra el talento y sensibilidad de artistas colombianos del período, sus objetivos, sus valores, sus conceptos y definiciones. Todos están representados con obras significativas en su trayectoria; con obras que revelan, además de sus logros, el buen ojo del coleccionista.
Este majestuoso Obregón es una de las obras maestras de la colección.

Este majestuoso Obregón es una de las obras maestras de la colección. Foto:Fernando Gómez/ EL TIEMPO

Jaime Michelsen, principal gestor de esta colección, adquirió arte con visión y con propósitos claros: entendió que la empresa privada tiene una responsabilidad con la cultura de un país, y con plena conciencia de este compromiso compiló obras de primer orden, no solo de su época, sino también de diferentes capítulos de la historia nacional como corresponde a una persona que ira el arte por sus atributos y por sus testimonios y no sólo con fines de valorizarlo para desprenderse de él más adelante.
La muestra cuenta, por ejemplo, con valiosos ejemplos de las pinturas de Vázquez Ceballos y de Baltasar Vargas de Figueroa, así como algunas piezas anónimas del siglo XVIII las cuales permiten apreciar la recursividad de los artistas con los cuales se inicia la historia del arte colombiano a la manera occidental. Un retrato de Bolívar de José María Espinosa basado en la miniatura en marfil para la cual posó el Libertador, marca en la colección el cambio hacia un arte más secular.
(Lectura sugerida: 30 años sin Alejandro Obregón).
También hay obras de finales del siglo XIX como un sobrio retrato de Garay, y dos pinturas de Santa María entre ellas una que ya muestra su interés en la materia y su relaciones con los movimientos fauve y expresionista y por ende su conciencia de la modernidad. Obras de algunos de sus más destacados alumnos como Zamora, Borrero, Páramo y Gómez Campuzano, figuras descollantes de la Escuela de la Sabana, permiten comprobar los frutos de pintar al aire libre, de la pincelada ‘divisionista’, del trasfondo geométrico y en general de la nueva libertad artística que se dio en el país gracias a su influjo.
El retrato ‘Bolívar’, de Espinosa, es uno de los pocos para los que posó el Libertador.

El retrato ‘Bolívar’, de Espinosa, es uno de los pocos para los que posó el Libertador. Foto:Fernando Gómez/ EL TIEMPO

También hay paisajes exquisitos de Ariza en los cuales aflora su respetuoso enamoramiento de la naturaleza, y pinturas de Cano, padre del arte antioqueño, experto interprete de escenas familiares y religiosas quien trabajó en Bogotá junto con los pintores sabaneros. Es de resaltar la fuerte presencia en la colección de los artistas antioqueños en una época en la que todavía se deba por hecho que el arte colombiano era el de Bogotá.
Sobresale en esta serie de analogías la contraposición del óleo y la acuarela de Pedro Nel Gómez, puesto que incita a comprobar la singularidad en su manera de aplicación de esta última y a comprender su amplia influencia en el grupo de acuarelistas de Medellín. En la colección se puede apreciar la destreza poética en las obras de algunos de ellos como Eladio Vélez, Humberto Chaves y Rafael Sáenz, cada cual con su particular manera de mirar la naturaleza y de plasmar sus sensaciones. En cuanto al arte antioqueño, puede apreciarse inclusive la maqueta del Monumento a la Raza, la dramática escultura de Arenas Betancur ubicada en el Centro istrativo de la ciudad.
Pero el fuerte de la colección se encuentra sin duda en las obras correspondientes a la modernidad vanguardista que floreció en el país a mediados de siglo pasado y que ponen de relieve la actitud alerta del coleccionista con respecto a la creatividad de su tiempo. Las obras fueron adecuadas para su exposición por un ejército de veinte restauradores, y se hallan debidamente protegidas por amables profesionales en su conservación, exhibición y direccionamiento.
La curaduría de la parte de la colección que se halla expuesta es elocuente acerca de las fuentes e intenciones de las obras, así como de su recorrido gracias a las marcas de su respaldo a la vista, y gira alrededor de los cuatro elementos de la naturaleza a los cuales se refieren también algunos textos literarios y unos videos de Bárbara Santos cuyas imágenes en movimiento reiteran al observador que se halla en el siglo XXI.
En este punto del recorrido habría que comenzar por mencionar las pinturas y boceto de mural de Gómez Jaramillo que revelan su ánimo provocador e innovador y las razones de su prolífica influencia en el arte moderno del país. A su imagen y semejanza se iniciaría buen número de los artistas emergentes de la época.
Entre las obras expuestas permanecen especialmente en la retina los trabajos de Alejandro Obregón, de varias períodos y temas, pero entre las cuales se incluye una de las obras maestras en la historia del arte nacional; Amanecer en los Andes, un sobrecogedor cóndor de 1959, interpretado básicamente en una gama de grises el cual ilustra su paso de la geometría cubista a la gestualidad expresionista mientras creaba símbolos de identidad. Inolvidable también la Anunciación en atrevidos verdes, lo mismo que el mural que recibe al visitante; Una sombra larga y Música de alas, testimonia el libertario paso del pintor del óleo al acrítico y a una paleta más osada y diversa.
El curador colombiano de arte Eduardo Serrano.

El curador colombiano de arte Eduardo Serrano. Foto:Fernando Gómez/ EL TIEMPO

También, por supuesto, de Botero se incluyen varias obras en la colección desde sus primeros intentos de conseguir un lenguaje particular, hasta pinturas de cuando ya se estaba convirtiendo en el artista latinoamericano más reconocido internacionalmente. Especial atención amerita su Bodegón con mandolina de 1963, puesto que materializa un momento clave en las definiciones del artista que en ese entonces recibían toda la influencia del expresionismo abstracto, movimiento que se llevaba todos los honores, pero en las que finalmente triunfaría su inherente vocación figurativa y volumétrica. También se muestran dos naturalezas muertas, una alegre y colorida, y otra, Los girasoles, donde las flores parecen abdómenes que ponen de presente su sutil sentido del humor.
De Grau hay varias señoras graciosamente ensombreradas a través de las cuales el artista denuncia socarronamente la superficialidad de esa parte de la sociedad que piensa en cintas y mariposas, o en sedas y terciopelos, materiales que representó con gran acierto. De Manzur hay una obra que se destaca de manera particular, una pieza del período en el que después de trabajar con Naum Gabo, estrella del constructivismo, el artista vira hacia un talante racional y produce obras geométricas cuya estructura asoma entre hilos extendidos atravesados por la luz.
Roda aparece en la colección con pinturas que transmiten sus amplios conocimientos sobre los argumentos y objetivos tanto de la abstracción como de la figuración; Villegas se encuentra representado con uno de sus barrocos guerreros incas; Caballero con una de sus composiciones “sexo-sentimentales”; y Noé León con uno de sus graciosos y coloridos buques primitivistas. Una pintura abstracta simultáneamente plana y profunda de Álvaro Herrán reivindica su buen nombre como un artista de aguda sensibilidad.
Una de los puntos más interesantes de la colección es que se puede ver el revés de las obras.

Una de los puntos más interesantes de la colección es que se puede ver el revés de las obras. Foto:Fernando Gómez/ EL TIEMPO

En cuanto a la abstracción pictórica se refiere, se puede apreciar un sobresaliente Wiedemann, es decir, un trabajo del segundo período del pintor en Colombia cuando su creatividad lo llevó por los senderos de la geometría y el collage; un lienzo de intención óptica de Rayo, testimonio de su sorprendente agudeza para el cambio sutil y las variaciones infinitas; una pintura de Hernández con signos flotando en una atmósfera de lírica serenidad, y una pintura de Ramírez Villamizar que sirve de puente con la escultura abstracta de la cual hay también un poderoso ejemplo de su producción. Obras tridimensionales de formas extrañas y sugerentes de Nieves Tafur y Nijole Sivickas anuncian el advenimiento del poder artístico femenino, y una Escalera de Negret, que compendia toda su argumentación conceptual y su actitud pionera en relación con la escultura moderna, eleva el espíritu como corresponde con su ubicación junto a obras de contenido religioso.
Las flores del mal elaboradas en metal por Salcedo conforman una pequeña instalación; algunas estilizadas esculturas líricas de Zapata, y un par de grandes tondos metálicos y esotéricos de Azout, acercan la colección a la contemporaneidad, cuyos alcances y propósitos se reflejan ya plenamente con un Colombia-Coca-Cola de Caro
Y hay mucho más en la colección, pero no sería una mala idea complementar el período moderno con obras de algunos artistas que se echan de menos en el provocador recorrido, así como continuarla hasta el presente.
Al salir de visitar la colección de Bancolombia e internarse en la ciudad es perentorio volver a mirar el edificio desde distintas distancias para cerciorarse de que no solo está alojada en una construcción de estructuras visibles cuya franqueza resulta placentera, sino que, además, su exterior complementa estéticamente sus alcances. Atrio y la colección de Bancolombia son dos ejemplos de lo que se puede lograr teniendo como meta la excelencia.
EDUARDO SERRANO*
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
* Critico de arte.

¿Cómo se puede visitar?

La entrada no tiene ningún costo; solo hay que enviar un correo con nombre y número de cédula a [email protected]. Martes a viernes: 11 a. m. a 12 m; 12:30 p. m. a 1:30 p. m.; 3:30 p. m. a 4:30 p. m. y 4:30 pm a 5:30 p. m. para visitas guiadas. Para visitas sin guía de 11 a. m. a 5 p. m. Sábados: 10:30 a. m. a 11:30 a. m., y 12 m. a 1 p. m. para visitas guiadas. Para visitas sin guía, de 11 a. m. a 1 p. m.

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