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Lo que dicen los chimpancés sobre nosotros

Jane Goodall muestra en un documental que los simios tienen personalidad y un lado oscuro.

El documental reconstruye material captado durante la investigación de la primatologista británica entre 1960 y 1970.

El documental reconstruye material captado durante la investigación de la primatologista británica entre 1960 y 1970. Foto: Cortesía Nat Geo

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El día siguiente al del estallido del escándalo sexual del productor Harvey Weinstein, el aire en Hollywood, California, se sentía pesado, pero un acontecimiento en la ciudad parecía exorcizar las malas energías: la premier del documental ‘Jane’, en el Hollywood Bowl.
Allí, al aire libre, sin tantos spots de luces ni desfiles de modas como en los acostumbrados estrenos rechinantes en los teatros, y en medio de un pícnic, llegaron decenas de celebridades. También, familias que compraron su boleta para compartir bajo las estrellas la experiencia de apreciar no solo la proyección del filme del director Brett Morgen, con música de Philip Glass: era la oportunidad de ver de cerca a Jane Goodall, la protagonista de esta historia única.
Esa noche, la primatologista y antropóloga británica de 83 años, de notable humildad, era la estrella.
‘Jane’, el documental que desarrolló el canal Nat Geo (y que este domingo, a las 9 p. m., se emite por primera vez para Latinoamérica), reconstruye no solo la investigación que ella llevó a cabo con chimpancés en Tanzania desde 1960, sino especialmente los momentos emocionales profundos de su interacción con estos animales. Así como su historia de amor con el fotógrafo Hugo van Lawick, la cual nació durante el trabajo de campo.
También, su esfuerzo en aquella época por hacer entender a la comunidad científica –reticente entonces a que le pusiera pautas una mujer que, además, no tenía un diploma en ese momento– de la importancia de su descubrimiento: los chimpancés tienen sentimientos, mente, matices claros de personalidad, similitudes contundentes con el ser humano.
Su historia (que ya ha sido contada en otros documentales, pero ninguno –según ella– con el material que consiguió recuperar Morgen) encuentra gran parecido con el de la investigadora Dian Fossey, cuyo estudio de los gorilas en Ruanda y la cruenta persecución de la que fue víctima hasta su muerte, en 1985, inspiraron la película ‘Gorilas en la niebla’, protagonizada por Sigourney Weaver.
Horas antes del estreno, Goodall atendió a los periodistas en una entrevista colectiva pero generosa.
En medio de su sencillez en todos los sentidos, la investigadora irradia un respeto profundo. Su mirada calma, su espíritu sin sobresaltos ni afanes... Es inevitable pensar que ella conoce tanto a los humanos como a los chimpancés:
“No necesitan estar nerviosos, yo no asusto”, advirtió con un suave tono de voz al notar el silencio nervioso en el cuarto. Tal vez con esa misma serenidad se acercó a los primates en la reserva forestal de Gombe (hoy, un parque nacional), en la región de Kigoma, en Tanzania, en el verano de 1960.
“No sabía nada de ciencia”, cuenta Goodall, cuyo proyecto comenzó de forma accidental: por puro interés en temas de primates, ella –quien en aquel momento trabajaba como secretaria en un proyecto agrícola en Kenia– llamó al paleontólogo Louis Leakey para hablar de su investigación, y este decidió contratarla para hacer trabajo de campo.
'No sabía nada de ciencia', cuenta Goodall, cuyo proyecto comenzó de forma accidental: por puro interés en temas de primates
“En esa época nadie sabía nada de los chimpancés, tampoco había métodos para estudios de campo; todo lo que hice fue ir afuera y aprender de ellos, pero cuando yo tenía 10 años soñaba que iba a vivir con animales salvajes y que iba a escribir sobre ellos (...). No estaba preparada para que huyeran de mí tanto como lo hicieron, pero aprendí a ser paciente”, recuerda Goodall.
En esa etapa inicial del proceso, en el que estuvo completamente sola con ellos por meses, su camino fue ganarse su confianza.
“No tenía sentido esconderme porque ellos me veían siempre –explica–. Y hubo momentos en los que me asusté cuando ellos perdieron el miedo inicial: se pusieron agresivos y me trataron como a un depredador, querían que me fuera. Así que, cuando tienes ocho chimpancés enfrente, cada uno diez veces más fuerte que tú, que al levantarse se veían enormes, se movían de un lado al otro y gritaban, por supuesto, temes a sus técnicas intimidatorias; pero me propuse estar entre ellos, cavaba huecos, pretendí que comía hojas como ellos, esperando que me aceptaran, y no me fui. Entonces, se dieron cuenta de que podían aceptarme”.

Retando a la academia

Esa investigación duró más de un año. Durante ese tiempo, Goodall descubrió no solo los sentimientos de la comunidad de primates a la que se unió –y a los que les puso nombres en sus anotaciones como David Grey-beard, por su barba gris, o Fifi, por una mascota–, sino también las jerarquías, los impulsos, los roles y trabajos que desempeñaban en el grupo. También, la ira y la agresividad. Eran, para la época, resultados reveladores. Por eso, Leakey envió a Goodall a Cambridge, a exponer sus observaciones. Y no fue nada fácil.
“Pienso que los chimpancés retaron a la ciencia en ese momento. La primera vez que fui a Cambridge –cuenta la primatologista– me sentía asustada de los científicos; yo estaba haciendo un Ph. D. ‘sin el Ph’... Y ellos me dijeron que ‘había hecho todo mal’, que debí ponerles números a los chimpancés y no nombres, que no podía hablar de personalidades o emociones porque esas son características exclusivas de nosotros”, recuerda.
“Yo, desde niña, ya había aprendido algo maravilloso de un gran maestro acerca de esas emociones de los animales, y que ese supuesto respeto estaba mal. Ese maestro fue mi perro”, cuenta Goodall.
La referencia puede sonar ingenua, pero la hoy científica explica: “Puedes compartir tu vida de una forma significativa con un perro, un gato, un conejo o un caballo, el animal que sea, y sabrás que tienen personalidades, sentimientos. Así que la acumulación de pruebas del material de Hugo (las filmaciones, a partir de 1963), que muestran a los chimpancés besándose, abrazándose, sosteniéndose las manos, preparando sus alimentos, mostrando también un lado oscuro de su naturaleza, pero además amor, compasión, claramente ilustran que ellos pueden estar tristes, bravos, estar en pena, y eso, con el conocimiento científico acumulado que han mostrado los chimpancés en cautiverio, nos revela biológicamente como similares; nuestro ADN se diferencia del de ellos solo por un 1 por ciento”.
“La similitud, la composición de la sangre, todo eso forzó a la ciencia a itir finalmente que no somos la única especie en el planeta que tiene sentimientos, mente y personalidad, que somos parte del reino animal y no estamos separados”, agrega.
Pero al entender la similitud también se destaca la diferencia: “Ok, somos diferentes. ¿Qué nos hace diferentes? El explosivo desarrollo del intelecto. ¿No es extraño que la criatura más intelectual que ha caminado sobre el planeta esté destruyendo su propia casa?”.
A través del material reconstruido de horas de grabación, el documental muestra las imágenes capturadas por el fotógrafo de vida salvaje Hugo van Lawick, un experto en el Serengueti que, además, era hijo de un barón danés y sobre quien Goodall sintió al principio la prevención de alguien a quien enviaban a acompañarla en su investigación. Luego, los sentimientos se convirtieron en amor, y la pareja se casó en 1964. Se separaron en 1974, dejando un hijo, quien acompañó a Goodall a la premier de la película. Hugo falleció en el 2002.
“Cuando supe que Nat Geo iba a hacer otro documental sobre ‘imágenes nunca vistas’, ya había oído esa historia antes, no pensaba que esto fuera a ser diferente de lo que ya había visto. Gran parte del material surge de la misma fuente de otros documentales, pero ninguno de los anteriores me había llevado realmente a ese momento, y eso se sintió muy fresco, mi vida personal no se había visto de esa manera. Fue muy emocionante cuando lo vi porque esos fueron los mejores días de mi vida”.
CARLOS SOLANO
Editor de Cultura
Hollywood - Los Angeles*
En Twitter: @laresonancia
* Por invitación de Nat Geo

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