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James Dean: ícono de la rebeldía en el cine que murió demasiado joven
Al actor le bastaron tres películas para ascender al olimpo de Hollywood. Hubiera cumplido 90 años.
James Dean con Natalie Wood, en 'Rebelde sin causa'. Foto: Warner Bros
La vida de James Dean fue de contradicciones. Dos semanas antes de morir había filmado un comercial televisivo en el que les advertía a otros jóvenes sobre la prudencia que debían tener al ponerse al volante. Parecía no escuchar su propia voz. El viernes 30 de septiembre de 1955 se dirigía a una competencia en Salinas, California, junto con su mecánico Rolf Wuetherich. Viajaban en el Porsche 550 Spyder, que Dean acababa de comprar, a 150 kilómetros por hora –hecho que confirmó una multa por exceso de velocidad impuesta minutos antes del impacto en una zona donde el límite era 90 km–.
El actor no solo era dueño de uno de los rostros más bellos y de un porte sexi y rebelde a sus veintitantos años, sino que derrochaba un talento tremendo en Hollywood. Era una de las estrellas más cotizadas del cine y la televisión de la década de 1950 y también corredor profesional de autos. Amaba la adrenalina. Días antes de la colisión que le costó la vida, su buen amigo, el actor Alec Guinness, le había advertido sobre el color plateado del automóvil que recién había comprado y que tenía unas tiras rojas sobre las ruedas traseras y el número 130 (con el que iba a competir en Salinas) impreso en el capó y los laterales. “Refleja mucho los rayos del sol. Serás invisible para otros conductores si lo andas de día”, le comentó Guinness –un episodio que él mismo confirmó e incluyó en su autobiografía–.
Era el Little Bastard (el pequeño bastardo) –como Dean bautizó al auto por su difícil conducción–. Todo resultó premonitorio: el spot, la multa por exceso de velocidad, el comentario de Guinness. James Dean murió en la intersección de la Ruta Estatal 466 con la Highway 41, a la altura de Cholame. El cabrillazo que intentó dar para evitar el choque fue insuficiente y el Porsche acabó embestido por un Ford sedán. Se rompió el cuello y sus brazos quedaron destrozados. Wuetherich sobrevivió, pero el juvenil intérprete dejó de respirar cuando acababan de subirlo a la ambulancia.
No se había estrenado Gigante (Giant), su tercer largometraje, el que iba a sellar su brillo, que empezó con dos títulos previos, Al este del edén (East of Eden) y la icónica Rebelde sin causa (Rebel Without a Cause). Tres películas le bastaron para convertirse en símbolo sexual e ícono de la rebeldía juvenil, y para acumular dos nominaciones a los Óscar, dos más a los Bafta y un Globo de Oro. Todos póstumos. James Dean solo tenía 24 años y hubiera cumplido 90 el lunes pasado.
James Dean Foto:Warner Bros.
Una vida trágica
Winston Dean, su padre, soñaba con que Jimmy (como lo llamaban cariñosamente) se convirtiera en abogado. Mientras participaba en un grupo de teatro en Los Ángeles, James Dean estudió leyes, carrera que abandonó.
Su infancia y adolescencia fueron duras, y estuvieron marcadas por la muerte de su madre cuando tenía 9 años. Su padre debió dejarlo con una tía en Fairmount, Indiana. Allí habría sido abusado sexualmente por un pastor de una iglesia –algo que Dean se llevó a la tumba, pero que reveló quien fuera su mejor amiga, la actriz Liz Taylor–.
James Byron Dean nació el 8 de febrero de 1931 en Marion, Indiana, en un momento convulsionado de tensiones raciales. La familia se mudó a Santa Mónica, California, donde empezó la universidad al tiempo que probaba suerte en pequeños papeles televisivos. Su amistad con el actor James Whitmore lo llevó a su primer papel en TV, en Hill Number One. Dean, no obstante, se mudó a Nueva York, donde ingresó al prestigioso Actors Studio y se empleó en oficios varios para poder costearse sus estudios de actuación. En ese lugar conoció a Elia Kazan –que al principio no tuvo mucha empatía con Dean–, que le dio su gran oportunidad en 1955 en la película East of Eden, una versión modernizada de Caín y Abel basada en la novela de John Steinbeck.
James Dean, el rebelde por excelencia de Hollywod. Foto:Warner Bros
Su imagen sexi y rebelde compite con la de Marlon Brando –con quien entabló una amistad de la que se especuló fue una relación sentimental– y se ha estampado en afiches, camisetas y pines. Posiblemente muchos que idolatran esa figura y su actitud de chico malo jamás hayan visto sus películas. Lo irónico es que detrás se escondía un muchachito tímido y dulce, según sus biógrafos, que fue violentado y abusado en muchas circunstancias en su vida.
El alma atormentada de Dean parecía encontrar alivio en su Porsche, a más de 100 kilómetros por hora, en los circuitos de carreras. Su vida fue tan vertiginosa como esas competencias. Ocho días después del fatal accidente, su cuerpo fue enterrado en Fairmount, ante unas 3.000 personas que lloraban a su ídolo. El 10 de octubre, Gigante debutaba en los cines: la historia de amor imposible de un ranchero en Texas sellaba su breve paso por la pantalla.
Idolatrado por hombres y mujeres, su muerte prematura lo convirtió en leyenda. James Dean consiguió lo que quiso: dinero, fama, autos, amores; pero en el fondo siempre fue un marginado. Su trascendencia va más allá del cine: el mito rebelde de la pantalla ocupa un lugar en el olimpo de Hollywood.