La muerte en todas las culturas es cuando nace el relato, nos volvemos historias y celebramos la vida hecha de memorias.
Esta semana murieron dos gordos queridos que constituyeron la televisión en Colombia. El gordo Benjumea, al que todos vimos en televisión, y el gordo Joaco Sánchez, quien buscó que este medio fuera público.
Joaco Sánchez. Cura, jesuita, decano, torero, cocinero, cantante, mamador de gallo, amigo. Decano por 20 años de la facultad de comunicación de la Javeriana, de donde salió mucho de la pantalla. Creador de ese programa pionero para pensar que lo más importante en la sociedad era lo educativo, era malo (tal vez porque yo trabajé en él), pero icónico de los fines de semana durante muchos años: Educadores de hombres nuevos.
Mejor fue lo que hizo en ese experimento singular de la mejor televisión de sentido social hecha en Colombia: Cenpro TV, hablamos de Décimo grado, Tiempos difíciles y muchas obras de culto.
Y todo esto podría ser suficiente para recordarlo como héroe de la pantalla colombiche, pero hay algo mejor y más: cuando la televisión era parroquial, no había Mintics para politiquear, tampoco CNTV o ANTV o CRC para vegetar y ganar buenas pensiones, existía el Consejo Nacional de Televisión, donde se nombraban a sus por saber, honor y dignidad, que no cobraban y lo hacían por dignidad. Joaco estuvo ahí por muchos años.
Y de ahí salió la televisión más diversa, bella y poderosa de Colombia. Una que se diseñaba y pensaba en relato de nación.
El maestro Germán Rey nos recuerda como el que contribuyó “a generar un ambiente abierto y plural de pensamiento en el continente sobre los problemas de la comunicación y la cultura, que diferenciará a esta región del mundo de otros contextos”.
Yo lo recuerdo como amigo. Gracias, amigo.
Carlos Benjumea. El taxista millonario, El inmigrante latino, Don Camilo y mucho más. Amigo de Pacheco. La televisión de antes era de personajes, actores con aura, ídolos que se parecen mucho al colombiano de a pie, con humor y sabiduría popular.
El Gordo es de la estirpe de Pepe Sánchez, Bernardo Romero, María Eugenia Dávila, Judy Henríquez y todos los que hicieron de la pequeña pantalla la GRAN imagen nacional. Era otra televisión: esa que se hacía con cariño y gozo, una manera juguetona de habitar la vida, pura bacanería.
Carlos Benjumea no pasaría un casting de los de ahora, esos donde carita y cuerpo matan talento. Pero era grande porque fue estilo, marca y amaba la pantalla.
Don Carlos no se va porque hace parte de nuestra memoria nacional. Sonrisa eterna al recordarlo y iración total por su obra. Un personaje maravilloso.
Un saludo irativo a sus hijos, Ernesto y Marcela, que siguen su estirpe.
Estos dos gordos son marca de la televisión que nos constituyó como nación. Gracias por existir. Y su muerte es una celebración de cuando en este país la dignidad era el mandato de todo: hasta la televisión. Otras épocas.
ÓMAR RINCÓN
Crítico de televisión
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