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La historia de amor que nació en la casa de ‘Betty, la fea’
Una peruana encontró a su media naranja en la misma vivienda donde Betty sufrió por don Armando.
ulia Gutiérrez y Miguel Antonio Andrade visitan con frecuencia la casa de Betty, donde se conocieron y en la que vivieron tres años. Aquí posan en la entrada junto con su hijo, Miguel Ángel. Foto: Alexander Velásquez
Tan pronto supo que viajaría a Colombia desde su natal Lima, como pasante de geología, Julia Gutiérrez Arias buscó en Google ‘casa de Betty, la fea’. En la pantalla de su computador apareció el inmueble y su ubicación: carrera 18 con calle 42A. Tal era su obsesión por conocerla que al llegar a Bogotá, en 2013, cambió el hotel del norte donde se hospedaba por uno en Teusaquillo, a pocas cuadras del barrio Santa Teresita, donde se encuentra aquella casa esquinera y azul, en la que tantas veces Betty Pinzón Solano le confesó a su diario el amor prohibido por don Armando.
La casa que sirvió como locación de Yo soy Betty, la fea fue comprada en el 2009 (diez años después del estreno de la exitosa telenovela) por Rosalba Benítez y su hija Ana Feliza Andrade. La encontraron en pésimas condiciones y podrida por la humedad, así que tuvieron que someterla a un intenso trabajo de adecuación. Hoy, la famosa fachada se conserva intacta, salvo que fue enrejada.
La premonición
Miguel Antonio Andrade, hijo de doña Rosalba, vivía en ‘la casa de Betty’, como siguen llamándola los viejos y nuevos vecinos. Hoy, él recuerda un sueño muy especial. Ese en el que Dios le dijo que la mujer que lo acompañaría por el resto de su vida iba a llegar a la puerta de su casa.
No eran buenos momentos para Miguel. Se sentía solo, las dificultades familiares lo agobiaban y tenía que trabajar duro, en un turno doble en una fábrica de bolsas. El 11 de mayo de 2013, de regreso a su casa, a eso de la una de la tarde y “muerto por la trasnochada”, encontró en la puerta a Julia, como mandada del cielo, con unas obleas en la mano para agradecer que la dejaran tomar fotos del lugar. Era la tercera vez que visitaba la casa (por fuera); feliz posteaba las fotos en Facebook y hasta tuvo tiempo de ir a misa a la iglesia de Santa Teresita, la misma donde se casaron Betty y don Armando.
“Apenas la vi se me espantó el cansancio”, dice él. Así empezó ese sábado una conversación que aún no termina. Almorzaron hamburguesa, fueron a conocer el centro histórico y también a bailar. Como Julia ya tenía pasajes de avión para regresar a Lima (su pasantía había terminado) se siguieron hablando por Skype.
¿Se trató de amor a primera vista o del encuentro entre dos almas gemelas? “Nunca lo hubiese visto de ese modo –asegura Julia–. Lo que yo pienso es que Dios nos guarda una persona especial y luego la pone en nuestro camino”.
“Cuando la vi sentí una profunda tranquilidad –agrega Miguel–, como si la promesa de Dios hubiera llegado por fin hasta mí. Me enamoré de su forma de ser, de su inteligencia. Sentí que llegaba a mi vida no para cargar mis problemas, sino para ayudarme a salir de ellos”.
Julia ite que conocerlo significó un tremendo contraste con otros hombres, “en su mayoría machistas, ‘sacavuelteros’ (infieles), maltratadores; en fin, unas joyitas.
Siempre tuve claro que no perdería el tiempo con personas así. Prefería ser la tía solterona que cuida gatos”. Pero Miguel le dio la vuelta a ese libreto: “Él cambió mis esquemas respecto a los hombres. Cuando lo conocí recordé la caballerosidad que caracterizaba a mi papá. Y eso me impactó, además del acento colombiano, que es muy bonito (risas). Confié en él desde el primer momento”.
Me enamoré de su forma de ser, de su inteligencia. Sentí que llegaba a mi vida no para cargar mis problemas
El reencuentro
De regreso en Perú, Julia comenzó a trabajar en su tesis y en una consultoría. “Trabajaba 20 días del mes en campamento y tenía 10 días libres, de los cuales usaba cinco para estudiar la maestría y los otros cinco para repetirme la telenovela por YouTube. No salía de mi cama. Todo lo tenía a mano, incluso la comida. Estaba obsesionada”. Mientras tanto, el idilio se alimentaba a diario por videollamadas.
En julio de 2013, Julia regresó a Colombia con la excusa de recabar información para su investigación, sobre gestión de proyectos de minería. Miguel la ayudó y el enamoramiento se consolidó. A fines de ese año, él viajó a Perú a conocer a la familia de su amada. Recibieron juntos el año nuevo y fue presentado ante hermanos, sobrinos y cuñados. Vino el consabido interrogatorio y, según cuenta Miguel, salió bien librado.
Fueron 25 días disfrutando de Lima y su gastronomía. De regreso a Colombia, otra vez por carretera, ella lo acompañó, dispuesta a conocer a la mamá, a los tres hermanos de Miguel y a don Salvador, su papá.
Pronto hubo campanas de boda. “Los colombianos son personas muy amables y fue esa la razón para casarnos en Bogotá”, explica Julia. La ceremonia se realizó el 28 de junio de 2014, en la iglesia de Santa Teresita. Sí, la misma donde se casaron Betty y don Armando. Ese era otro sueño de Julia, quien eligió un vestido color ivory (marfil). “De blanco no, porque con tanto detalle rojo habría quedado como la bandera de Perú”, dice entre risas.
Se radicaron en Bogotá y vivieron tres años en ‘la casa de Betty, la fea’. ¿Qué más podría pedir una fan de la telenovela? Julia dice estar ya adaptada a los climas cambiantes de la capital, a la comida colombiana (la bandeja paisa y el ajiaco santafereño son sus favoritos) y a los trancones eternos, “pero no a los mendigos ni a ver gente que te saca cuchillo en la calle”.
Miguel Antonio Andrade, hijo de doña Rosalba, vivía en ‘la casa de Betty’, como siguen llamándola los viejos y nuevos vecinos. Foto:Alexander Velásquez
Llega Miguel Ángel
En los planes de la pareja figuraban los hijos, aunque no de inmediato. Eso sí, tenían claro que el primero se llamaría Miguel Ángel o Catalina; esta última por Catalina Ángel, el hada madrina de Betty Pinzón.
Hace cuatro años nació Miguel Ángel. Fue un parto complicado: Julia sufrió peritonitis, estuvo a punto de morir y por un error médico casi le hacen una histerectomía total. “Tú sabes que te casaste con la persona correcta solo cuando aparecen los problemas. Ahí te das cuenta de que tienes a tu lado a alguien que te ama de verdad. Miguel me salvó la vida”, recuerda Julia.
Hoy, él ite que incluso tuvo que amenazar a los médicos para que la operaran. “Les dije cosas fuertes y desagradables. En ese momento pensé que ella moriría –explica–. El médico que hizo la cirugía se regresó del parqueadero porque ya había terminado el turno”. Durante seis horas y media en el quirófano reconstruyeron el vientre de Julia.
Ya van por el sexto año de matrimonio y se declaran felices. “La clave para que el amor perdure es que la pareja se conozca –aconseja Miguel–. No por el dinero, por WhatsApp o a punta de emojis, que es lo de ahora. Eso no vale. En el amor valen los hechos. El amor verdadero se conoce en el momento de las pruebas. Hay quienes no aguantan y salen corriendo a la primera. Todos los días, en un matrimonio, hay pruebas. Todos los días no son color rosa, en la convivencia ese cuento de hadas se acaba. Uno debe ser realista, comprender y aceptar a la persona como es, no como uno quiere que sea, porque eso no va a pasar nunca”.
Él también recibió una muestra grande de ese amor cuando Julia dejó familia, hermanos, amigos y su trabajo como consultora en Perú. Estaba en un punto alto de su carrera, ya era jefa y tenía una maestría. Por amor lo abandonó todo y empezó de cero en nuestro país.
Y ese nuevo arranque ha sido muy difícil. Con todos sus papeles en regla (visa, cédula de extranjería, título convalidado, tarjeta profesional y afiliación a una EPS), hoy está desempleada. Tiene buenas referencias por sus seis meses de trabajo como investigadora en la Universidad Nacional y por otros trabajos menores en geotecnia, y es ingeniera geóloga de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en Lima, con un MBA de la ESAN.
La suerte de Miguel no ha sido mejor. Siendo tecnólogo en informática, con manejo de hardware y software, hoy se dedica al remate de mercancías. Si el panorama no les cambia, el plan B es probar suerte en Perú.
Tú sabes que te casaste con la persona correcta solo cuando aparecen los problemas
Influenciada por Betty
Las telenovelas de Fernando Gaitán cambiaron la visión que Julia tenía de Colombia. “Cuando tú las ves, te das cuenta de que aquí hay muchísima gente trabajadora y que solo la minoría se dedica al narcotráfico o la prostitución”, destaca.
De tal tamaño es su obsesión con Betty que también ha visto y repetido otras versiones, especialmente la mexicana y la estadounidense, pero confiesa que ninguna le gustó, pues “la muestran como una mujer torpe y tonta, y además con bromas fuera de lugar”. También asistió con su esposo a las dos temporadas de la versión teatral y en redes sociales sigue todas las páginas de fans de los protagonistas, Ana María Orozco y Jorge Enrique Abello.
Julia podría contar con detalles precisos cada una de las escenas que le son inolvidables: cuando Betty le entrega el plan de negocios a don Armando, cuando él ite que está enamorado de ella, cuando la despiden de Ecomoda y, la mejor, cuando Betty triunfa en la pasarela con su colección.
“Con Miguel tampoco nos hemos perdido las dos últimas repeticiones, y seguimos discutiendo las razones por las cuales la novela es mucho más que entretenida; una de ellas es que le permite al espectador analizar la conducta de cada uno de los personajes, incluso logrando que uno llegue a sentir empatía por Marcela, quien se supone es la villana”.
Betty, la fea ha sido inspiración pura. “Ella logró demostrar que una mujer sí es capaz de comerse el mundo con su inteligencia y sus capacidades; nos convenció de que podemos alcanzar una presidencia. Yo quiero ser la gerente de una empresa algún día; por eso me preparé como lo hizo Betty”, subraya Julia.
–A veces pienso que si me hubiera quedado en Perú ya sería esa presidenta...
–Pero no me tendrías a mí, ni al bebé –interrumpe Miguel.
–Costo y oportunidades, así se llama eso en términos de economía –remata Julia y suelta una carcajada.