En 1951, a sus 46 años, Hannah Arendt publica la obra que la llevó a la fama: Los orígenes del totalitarismo. Ahí sostuvo algo que resuena en nuestro tiempo: es imposible que venza una única verdad absoluta frente a millones de verdades individuales conectadas entre sí mediante el hilo de la libertad y el pluralismo.
La transmisión genética de los totalitarismos a los populismos de derecha o izquierda es impresionante. Pero creo que el ADN populista tiene más contenido nazifascista que estalinista o comunista. Leí la primera edición en español de Taurus, que es de 1974. Arendt comprendió que cada uno de los temas gigantescos que había tratado merecía un libro aparte, y que englobarlos todos bajo el título de Los orígenes del totalitarismo se prestaba a confusión. Los temas, como recuerdas, son: antisemitismo, imperialismo, totalitarismo (nazi y soviético). La conexión que plantea entre ellos es al menos imprecisa. De cualquier modo, por los hechos que revela y su gigantesca labor de investigación en bibliotecas y archivos (sobre todo en el caso del nazismo, que le llevó cinco años), es una obra pionera.
Toquemos un poco la primera parte: el antisemitismo.
Es muy valioso su recuento de los hechos, su recreación del caso Dreyfus, por ejemplo. Es útil también su análisis sociológico sobre cómo los judíos quedaron presos en las contradicciones entre la aristocracia y la burguesía en el siglo XIX, y cómo esa condición avivó el odio general y se transfirió a las masas. Pero no comparto la idea de que hubo un antisemitismo antiguo y uno moderno. Creo que Arendt exagera (siguiendo a Marx) el papel de los ricos parvenus en la desgracia del pueblo judío, y demerita la importancia de las ideas, las creencias, las ‘superestructuras’ mentales en la historia. Contra lo que ella piensa, existe un ‘antisemitismo eterno’, que fue anterior a Cristo.
Hasta Adorno y Horkheimer –dos teóricos marxistas– itían que el nazismo se arraigaba sobre todo en ideas, ideologías, prejuicios irracionales y antiguos. En fin, creo que ninguna explicación da cuenta de por qué ocurrió lo que ocurrió, pero la interpretación economicista, social o política del odio a los judíos llevado al extremo del exterminio es parcial. La segunda parte, dedicada al imperialismo, es igualmente sustancial.
Tampoco me convence la explicación sobre las masas desheredadas que dejó la Primera Guerra o la inhumanidad del imperialismo británico como antecedente del totalitarismo. Esto, obviamente, no quiere decir que el imperialismo no fuera inhumano en África, Asia y América Latina. Pero la liga causal es tan discutible como el argumento de que los sistemas parlamentarios estaban quebrados. En crisis, sí, pero no quebrados, tanto así que salieron fortalecidos y victoriosos de la guerra, y aun convirtieron a los enemigos en democracias parlamentarias.
Gershom Scholem –a quien Arendt respetaba casi sobre cualquier otro intelectual– objetaba este entronque que hacía Arendt entre imperialismo y totalitarismo. ¿Dónde quedaba el entronque con el socialismo? Varios pensadores en el siglo XIX habían previsto la deriva totalitaria del socialismo. Arendt aceptó su crítica. Le escribió que el título de su libro debió ser ‘Los elementos del totalitarismo’. Había dejado afuera la genealogía marxista porque no quería hacer el juego a los anticomunistas. Pero el tema sugerido por Scholem le parecía muy importante: era necesario hacer una verdadera crítica ideológica del marxismo y trazar el desarrollo concreto que va del marxismo a Lenin y de Lenin a Stalin.
La tercera parte está dedicada a ese tema específico: el movimiento totalitario, el Estado totalitario, el totalitarismo.
Mi impresión general es que Arendt subraya de buena fe y con razones de peso el paralelo de los dos totalitarismos, pero que ese énfasis o esa búsqueda de equilibrio confunde un poco el análisis para responder a aquellas tres preguntas: ¿qué ha sucedido? ¿Por qué sucedió? ¿Cómo ha podido suceder? Lo sucedido en la URSS y en la Alemania nazi fue el totalitarismo, pero resulta problemático englobarlos.
Dice Arendt: “El totalitarismo en el poder utiliza la istración del Estado para su fin de conquista mundial a largo plazo y para la dirección de las sucursales del movimiento; establece a la Policía Secreta como ejecutora y guardiana de su experimento doméstico de constante transformación de la realidad en ficción, y, finalmente, erige los campos de concentración como laboratorios especiales para realizar su experiencia de dominación total”.
En lo único que se parecen los nazis y los estalinistas es en la primera línea, pero el establecimiento de sucursales, la función que atribuye a la policía secreta y la descripción de los campos de concentración corresponde más a los soviéticos que a los nazis.
Hay semejanzas en las estrategias propagandísticas, como puede constatar cualquiera que conozca la iconografía de la época, los desfiles, las concentraciones masivas, el cine, los discursos…
También las ideologías se parecen: ambas se basan en una fe ciega, alentada con fórmulas cientificistas y proyectadas a la historia con el propósito de predominio mundial como un libreto al mismo tiempo necesario e infalible. En ambos, aisladas del mundo real, se rinden ante la rígida consistencia de una ideología falsa, ficticia. Hubo en ambos casos adoctrinamiento masivo, reeducación masiva. Pero aun así hay diferencias. Goebbels llevó al dominio público, de mil formas, las ideas de Hitler en Mein Kampf. No hubo un Goebbels en los treinta en Moscú, porque no lo necesitaron: contaban con la Policía y el terror.
Otra similitud ligada a la propaganda es la invención de un enemigo histórico
Quizá exageró el paralelo. Hitler enfilaba su propaganda solo o fundamentalmente al enemigo histórico, racial, al judío. Hitler se sabía de memoria Los protocolos de los sabios de Sion y los aplicó al pie de la letra. El mito de la conspiración judía para la dominación mundial alcanzó proporciones masivas, nunca vistas. También en la URSS había enemigos históricos (los kulaks, los desviacionistas, los traidores, los trotskistas), pero eran de una índole distinta. Arendt misma menciona que durante las purgas algunos inculpados iban a la muerte convencidos de su imaginaria culpabilidad. Nunca fue el caso de las víctimas de Hitler.
El totalitarismo en el poder
utiliza la istración del Estado para su
fin de conquista mundial a largo plazo
Stalin estaba obsesionado con identificar a todo posible enemigo del partido y llevarlo a juicio o a la muerte. Hitler estaba obsesionado con aniquilar a todos los judíos. Arendt ve la diferencia, pero la relativiza:
“De la misma manera que la ‘solución final’ de Hitler significaba para la élite nazi la obligatoriedad de cumplir el mandamiento ‘Tú matarás’, la declaración de Stalin prescribía: ‘Tú levantarás falso testimonio’, como norma directriz de la conducta de todos los del partido bolchevique.
Hay diferencias entre ambos mandamientos.
Sí, porque en el caso ruso se abría una rendija a la vida.
¿Y el papel del líder?
En este tema el libro es riquísimo, sobre todo en las notas al pie de página y los datos macabros que Arendt rastreó en los archivos. Más que un Estado estructurado, el nazismo era un movimiento. Una marea de los simpatizantes con las élites, de las élites con las élites más altas, y de estas con el jefe. Pero las élites no tienen autonomía. Ni aun las más encumbradas. Obediencia total. Nadie toma decisiones, solo el jefe: ‘No me pregunte, pregúntele al jefe’. Por ejemplo:
“El Führer siempre tiene razón y siempre la tendrá.
“La lealtad mutua del jefe y el pueblo es el fundamento del Tercer Reich” Hans Frank.
“¿Qué valores podemos colocar en las escalas de la Historia? El valor de nuestro pueblo (…) El segundo, y yo diría que aún más grande valor, es la persona única de nuestro Führer Adolf Hitler (…) que, por vez primera al cabo de dos mil años (…), fue enviado a la raza germánica como un gran jefe. (Heinrich Himmler)
“Como factor último, yo debo, con toda modestia, declarar irreemplazable a mi propia persona (…) el destino del Reich depende solamente de mí”. (Adolf Hitler)
Hay que aclarar que la personificación del poder no corresponde de alguna forma al liderazgo carismático weberiano. Arendt misma lo advierte. Y para mí es claro por el tema de la relación entre ética y política. Cuando en 1919 Weber hablaba de convicción, se refería a los jóvenes socialistas de la revolución amorosa, los idealistas de buena fe. Weber no imaginó los extremos a los que Hitler llevaría el carisma, no por el ideal de salvar a la humanidad, sino de imponer a la humanidad, mediante una guerra de exterminio, el yugo milenario de la raza aria.
No cabe hablar de conflictos de ética en el caso del nazismo por que no apelaba a una ética de valores absolutos. “El Estado total no debe conocer diferencia alguna entre la ley y la ética”, decía Hitler, y la ley –como es obvio– la dictaba él. Ni el cristianismo ni el ‘Sermón de la montaña’: la ética nihilista del superhombre. Me viene a la mente la mejor definición del nazismo que conozco. Es de Borges: “Ser nazi (…) es, a la larga, una imposibilidad mental y moral. El nazismo (…) es inhabitable; los hombres solo pueden morir por él, mentir por él, matar y ensangrentar por él”.
Esa imposibilidad es también económica.
Sí, por lo que apunta Borges. Arendt no cesa de sorprenderse de lo que llama el carácter ‘antiutilitario’ del totalitarismo nazi. Nada menos que Hans Frank y Alfred Rosenberg –lugarteniente e ideólogo– no podían creer la irracionalidad económica de muchas medidas de Hitler. Sencillamente no tenían sentido. Pero Hitler sí les veía el sentido, porque en su diseño metahistórico no importaba la derrota, si se lograba el fin: la destrucción de los judíos. Hitler no medía el éxito en años o en marcos: lo medía en siglos y muer
Llegamos al fondo. Las víctimas. Y el famoso concepto del ‘mal radical’. Arendt alude al utilitarismo como la raíz de ese mal.
Ese concepto es fundamental. Un adjetivo perfecto. Leamos sin embargo un párrafo crucial, que incurre, pienso, en esa mezcla confusa de totalitarismos:
“(…) podemos decir que el mal radical ha emergido en relación con un sistema en el que todos los hombres se han tornado igualmente superfluos. Los manipuladores de este sistema creen en su propia superfluidad tanto como en la de los demás, y los asesinos totalitarios son los más peligrosos de todos porque no se preocupan de que ellos mismos resulten quedar vivos o muertos, si incluso vivieron o nunca nacieron. El peligro de las fábricas de cadáveres y los pozos del olvido es que hoy, con el aumento de la población y de los desarraigados, constantemente se tornan superfluas masas de personas si seguimos pensando en nuestro mundo en términos utilitarios”.
¿Tus objeciones?
Todos los muertos cuentan igual. Uno o millones. Los dos totalitarismos fueron criminales a un grado desconocido en la historia. Pero no todos los hombres eran igualmente superfluos en el nazismo y el comunismo. Para los nazis, solo los judíos y algunas razas o grupos inferiores. Y no solo los hombres, sino las mujeres, los niños, los ancianos, que no mostraran limpieza de sangre que se remontara a los abuelos.
Por otra parte, no creo que los manipuladores y asesinos totalitarios creyeran en su propia superfluidad. Tampoco creo que sea justo ni preciso equiparar las ‘fábricas de cadáveres’ nazis –concepto que según creo acuñó Arendt– con los “pozos del olvido” soviéticos.
No me refiero al número de muertos, sino a la construcción de un sistema industrial altamente sofisticado y eficaz (ese sí macabramente productivo), para convertir a toda una población, millones de personas, en cenizas. Las purgas de los treinta y la posguerra y el gulag resultaron en millones de muertos (hombres, mujeres, niños, ancianos), pero no hubo un Auschwitz en Rusia. Solo apunto que hubiera podido abundar en el tema del exterminio. Responder al ¿qué sucedió? y al ¿cómo sucedió? desde la perspectiva de las víctimas, de aquellos sin esperanza y sin voz, como había escrito su amigo Benjamin.
¿Percibes una reticencia en su defensa de los judíos?
No tengo duda de su defensa de los judíos. Sus escritos y llamados combativos durante la guerra la honran. Su libro es excelente en la descripción del antisemitismo y magnífico en el análisis del nazismo como movimiento hacia el poder y en el poder. Su carácter de pionera es indudable
* Fragmento del libro ‘Spinoza en el Parque México’. Tusquets, © 2022, Enrique Krauze. Cortesía otorgada
bajo el permiso de Tusquets Editores.