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Arctic Monkeys y la sofisticación del punk

Abandonan por completo el género y se lanzan a la experimentación en su reciente álbum, 'The Car'.

En la foto, de izquierda a derecha, Nick O’Malley, guitarrista; Jamie Cook, bajista; Matt Helders, baterista, y Alex Turner, cantante y pianista.

En la foto, de izquierda a derecha, Nick O’Malley, guitarrista; Jamie Cook, bajista; Matt Helders, baterista, y Alex Turner, cantante y pianista. Foto: CORTESÍA ZACKERY MICHAEL

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Alex Turner y Matt Helders entran a las 10:30 de la mañana al bar Covell, en Los Feliz, Los Ángeles (LA), un vecindario que se ha convertido en el nuevo paraíso hipster californiano en las últimas décadas.
Los Arctic Monkeys han vivido en LA durante un buen tiempo, pero la pandemia los obligó a algunos a regresar a Inglaterra. Alex Turner lleva gafas RayBan Wayfarers, una camisa verde, jeans y botas. Con esta “pinta” aparecerá en todas las entrevistas que irán saliendo en la semana previa al lanzamiento del nuevo álbum, The Car, y que irán circulando masivamente por redes sociales. Helders lleva una camisa negra con sus iniciales en el bolsillo izquierdo, jeans y zapatos de gamuza, como los que usaba Richard Ashcroft en la portada de Urban Hymns. Los dos son superestrellas.
Caminan y se comportan como tal. Saludan con elegancia y discreción británicas. Turner sonríe, sin quitarse las Wayfarers. No se las quitará hasta bien entrada la entrevista, pero aun al quitárselas no dejará de ser la estrella de rock que es: impenetrable, inquebrantable.
“Qué micrófonos tan pequeños”, dice, cuando se prepara para comenzar a hablar. “Así va la tecnología, ¿no? Qué impresionante". Revisa la mesa de la barra y encuentra una botella de agua mineral sumergida en una cubeta de hielo. La abre y se sirve un sorbo y se sienta al lado de Helders. Al mirarlos juntos y examinar su lenguaje corporal, será imposible no asemejarlos a las grandes duplas que han salido del Reino Unido y producido la mejor música del siglo veinte: Lennon/McCartney. Jagger/Richards. Page/Plant. Turner/Helders.
Durante 25 minutos no habrá un camino claro hacia el corazón de estos dos monumentos del rock del nuevo milenio. “¿Con qué los alimentan en Sheffield?” les pregunto, intentando romper el hielo. “¿Qué hay en el agua, dice usted?”, pregunta Helders alzando la ceja y mirando a su socio musical, a quien conoce desde la primaria. “Debe ser el encurtido”, dice Turner, con sarcasmo y acento. “No lo sé. Estamos muy orgullosos de venir de Sheffield”, reflexiona Helders.
(De Sheffield vienen cosas enormes del New Wave como The Human League, el Ska de los Specials, El rock de Def Leppard, el alternativo de Pulp). “Pero no creo que nuestro aporte sea mayor al de otros lugares de Inglaterra. En todo caso, creo que es preferible no saber”. Y tiene razón: de Manchester salió Joy Division; de Bristol, Massive Attack. Sin embargo, los Arctic Monkeys, de Sheffield, son la primera banda independiente en la historia en tener un número 1 en los listados británicos y vender 20 millones de discos en la era de MySpace y Napster.
En esta nueva grabación, los Arctic Monkeys han optado por una sofisticación del sonido que comenzó con el disco anterior, Tranquility Base Hotel & Casino. Cuando los Monkeys empiezan a girar el mundo luego de tres años de ausencia de tarimas, dan la impresión de que no quieren ya la fama que les ha traído el repertorio previo a AM. “La reacción de la gente ha sido buena, por lo menos desde allá arriba, desde la tarima”, comenta Alex sobre las nuevas canciones, y Helders agrega: “Son las primeras veces de estas canciones con nosotros. Vamos aprendiéndolas y en la medida en que el público las comparte, van aprendiéndolas también”.
The Car parece nostálgico, pero es difícil ubicarlo en algún lugar puntual de emoción, porque carece de espacios y tiempos definidos. Uno podría quitarle la fecha de lanzamiento a este álbum y volverlo a escuchar en 100 años, y probablemente sonará igual de desconectado de cualquier tendencia o era. Turner se ríe. “Sí, eso es muy cierto”, dice despacio el flemático inglés. “De hecho, esa es probablemente una de las razones por las que escogimos la portada del álbum: porque no se sabe cuándo fue tomada realmente”.
Helders se ha estado metiendo en la fotografía y la portada de este disco es de él. Fue la razón que inspiró el comienzo de la grabación del disco. “Hay un carro en la portada, y varias menciones de carros en las letras de este nuevo disco”, afirma Turner, “pero más allá de eso, no hay mucho más que decir”.

La metáfora del carro

La sola idea del carro, este objeto popularizado en el siglo veinte, esta cosa revolucionaria que parece alcanzar su obsolescencia con la llegada del carro eléctrico, de formas alternativas de energía y movilidad, no deja de ser una especie de metáfora de los Arctic Monkeys: los últimos punks notorios del rock and roll, un invento del siglo XX, abandonando a la intemperie por el mismo Turner, quien lo defendió en los premios Brit en 2014 con un poderoso discurso: “ese rock and roll, ¿eh? Simplemente no se quiere morir. Puede que se quede hibernando de vez en cuando”, dijo aquella noche, con el tono de voz grave y la mano izquierda en la cintura, “y se hunde de nuevo en el pantano. Creo que la naturaleza cíclica del universo en el que existe el rock le exige que adhiera a algunas de sus reglas.
Pero siempre está esperando ahí, a la vuelta de la esquina, listo para hacer su retorno del lodo, y romper el techo de cristal, luciendo mejor que nunca. Sí, ESE rock and roll, que parece estar desvaneciéndose a veces, pero que jamás morirá… y no hay nada que puedan hacer al respecto. Factúrenme el micrófono” MIC DROP. Probablemente un “mic drop” más famoso que el de Barack Obama.
Adelante la película a 2022: Nueve años después de AM, esa postura ha cambiado radicalmente. Uno piensa que Alex Turner estaría más tranquilo repitiendo la fórmula que los sacó de Sheffield hacia el estrellato global con el explosivo álbum Whatever People Say I Am, That’s What I’m Not de 2006, pero “estas cosas toman el camino que ellas quieren”, dice, sentado en un taburete al frente de la barra del bar Covell. “Uno quisiera volver a hacer ese rock and roll a veces, pero no es tan fácil como parece. En términos de intentar capturar lo que sea que eso es en un disco”, musita con lentitud, “no digo que no lo vamos a volver a hacer… o quizás sí esté diciendo eso”.
Uno quisiera volver a hacer ese rock and roll a veces, pero no es tan fácil como parece. En términos de intentar capturar lo que sea que eso es en un disco
La responsable de ese giro aparentemente inesperado es precisamente Do I Wanna Know?, de 2013: lenta, sensual, romántica y cadenciosa 'echada de perros' inolvidable, moderna y digital, acompañada de pasos de elefante y una guitarra asfixiante como una boa constrictor, cuya delicada y paquidérmica seducción constituyen el himno más poderoso del rock and roll millennial: “So Have You Got The Guts/Been Wonderin’ if your heart’s still open/and if so, what time it shuts? (“Así que ¿has tenido el coraje?”, canta Turner; “Estuve preguntando si tu corazón sigue abierto/Y si es así, quiero saber a qué hora cierra”).
“Antes de AM nos dedicábamos a grabar todo en “ensayaderos”; todo lo grabábamos en vivo. La última canción que hicimos así fue R U Mine, recuerda Turner. “Después de esto y de Do I Wanna Know?, hemos hecho todos los discos en estudio”.
Sin embargo, y aunque los Arctic Monkeys están abandonando el rock que los caracterizó al comienzo de sus carreras, el repertorio en vivo seguirá incluyendo esas canciones. “No creo que se vaya a ningún lado ese repertorio”, dice Turner. “Lo que sí se mantiene igual que al principio es que confiamos en nuestro instinto de expresarnos de cierta manera, así que siento que se siempre ha sido nuestro modo de acercarnos a lo que hacemos”.
¿Cómo sucedió eso? Entre más se pasa el tiempo analizando el negocio de la música pop, más se encuentran maravillosas estrategias de difusión y mercadeo que logran que el mundo entero sepa de un artista y se canten sus canciones. Pero también existe una teoría, resumida en una frase que los grandes ejecutivos de los discos de los últimos 50 años repiten, y que Helders reitera: “estábamos en el lugar correcto en el momento correcto. A mí me encantaría decir que nos inventamos algo para que la gente empezara a compartir nuestras canciones en internet, pero eso simplemente pasó. Nuestro acercamiento a la música fue bastante tradicional: tocar cuantas veces fuera necesario unas canciones y ver si la gente iba a esos toques”.
Para la generación millennial.
Y nuevamente está en lo cierto. Pero los Arctic Monkeys fueron la última gran epidemia del rock and roll en la era del hip hop –en Estados Unidos el número 1 era My Humps de los Black Eyed Peas cuando ellos alcanzaban el número 1 en Inglaterra en 2005–. Y esa epidemia está hecha de canciones, cuyas historias y problemáticas adolescentes transformaron a la generación millennial y le dieron su primera (y quizá última) revolución de guitarras.
Esa epidemia está hecha de canciones, cuyas historias y problemáticas adolescentes transformaron a la generación 'millennial' y le dieron su primera (y quizá última) revolución de guitarras
Pero los Monkeys ya no tienen dieciséis años, aunque sus públicos objetivos de entonces aún insistan en querer tenerlos. De manera que se necesita coraje –o un desinterés absolutamente punk por lo que piensen los demás– para virar hacia donde lo han hecho: una especie de continuación de un cósmico sueño de ficción y cine –el enigmático Tranquility Base Hotel And Casino de 2018–.
“Pero no es una continuación deliberada”, dice Turner, intentando sacudirse la timidez, que supura al mismo nivel de su sensualidad. El resultado es sorprendentemente distinto, e inspirado por el cine de Fellini y la ciencia ficción, aunque no se sabe exactamente de qué tipo. “Se me escapa la respuesta”, contesta Turner, al hacerle la pregunta. “Sigue habiendo una naturaleza cinematográfica en este disco, y seguramente tiene cosas del álbum previo, pero intenté evitar todas las historias de ficción que conté en Tranquility Base Hotel And Casino.
The Car es uno de los discos más íntimos de Turner. En There’d Better Be A Mirrorball se avecina una ruptura, distante de los anhelos de la adolescencia –aquella que lo retrataba queriendo entrar a un bar sin tener la mayoría de edad solo para ver a una chica bailar en la mitad de la pista de baile–.
Esa ruptura va marcada por el piano de Turner y la batería de Helders, acompañando la última caminata hacia un automóvil que espera la despedida final. La música sigue teniendo esa mirada cósmica y científica, como si Interestelar de Chris Nolan hubiera sido dedicada a un amor que se parte en dos. “Pero si me quieres acompañar hasta el carro, asegurémonos de que por lo menos haya una bola disco”, como si el desengaño se pudiera bailar por última vez.
“Lo que sí se mantiene igual que al principio es que confiamos en nuestro instinto de expresarnos de cierta manera, así que siento que se siempre ha sido nuestro modo de acercarnos a lo que hacemos”. 
El proceso del nuevo álbum fue, como todo lo que ha sucedido en el mundo en los últimos tres años, interrumpido por la pandemia. “Fue bastante largo el proceso entre empezar a escribir y empezar a grabar”, dice Matt Helders, mientras se sirve un vaso de agua. “Pero cuando llegamos al estudio, llegamos con lo que teníamos en mente para grabar. No había canciones sobrantes”.
El disc-jockey Zane Lowe dijo esta semana en su programa de radio de Apple Music que “si usted puede perdonarles a los Arctic Monkeys el hecho de que ya no van a repetir la fórmula de canciones como Brianstorm, y se quiere mejor sumergir en una nueva paleta de sonidos, entonces los Arctic Monkeys han construido para usted una nueva obra maestra”.

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ALEJANDRO MARÍN
PARA EL TIEMPO
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