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Gabriela Bucher: 'Cada 30 horas hay un multimillonario nuevo'

Una profunda conversación sobre injusticia social con la colombiana al frente de Oxfam Internacional

La colombiana al frente de Oxfam Internacional, Gabriela Bucher, conversa en profundidad con BOCAS sobre la injusticia social en Colombia y el mundo.

La colombiana al frente de Oxfam Internacional, Gabriela Bucher, conversa en profundidad con BOCAS sobre la injusticia social en Colombia y el mundo. Foto: Andy Aitchinson/ Oxfam

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Cuando a finales de mayo pasado tuvo lugar la reunión del Foro Económico Mundial, los habitantes de Davos, en Suiza, volvieron a perder la tranquilidad una vez más. De nuevo –tras dos años y medio de respiro–, las calles de la pequeña población alpina se vieron invadidas por los autos de lujo que conducían a las cabezas de las compañías multinacionales más conocidas, aparte de las caravanas de medio centenar de presidentes y primeros ministros.
La edición 118 está en circulación desde el domingo 26 de junio de 2022.

La edición 118 está en circulación desde el domingo 26 de junio de 2022. Foto:Revista BOCAS

La llamada cumbre de la élite global también convocó a personas que no necesariamente fueron a endulzarles los oídos a los poderosos. Una de ellas fue Gabriela Bucher, caleña y actualmente directora ejecutiva de Oxfam Internacional, una organización no gubernamental (ONG), con sede en Londres, que combate la desigualdad y opera en 90 países.
Aparte de sus numerosos programas orientados a luchar contra la pobreza, la marginalidad y el cambio climático, la entidad produce reportes que ponen de presente la creciente inequidad. Un par de días antes de Davos apareció el informe ‘Beneficiándose del dolor’, el cual señala cómo, durante la pandemia, la riqueza de los billonarios aumentó en forma exponencial. En contraste, 263 millones de personas adicionales podrían engrosar las filas de la miseria este año.
El documento subraya que actualmente hay 2.668 individuos con un patrimonio neto superior a mil millones de dólares, 573 más que en el 2020. La riqueza conjunta de ese grupo equivale a casi el 14 por ciento del Producto Interno Bruto anual del planeta, una proporción que al comenzar el siglo era del 4,4 por ciento. De hecho, los diez hombres que encabezan la lista tienen más bienes que el 40 por ciento de la humanidad de menores recursos.
Por tal razón, Oxfam insiste en que es urgente que los gobiernos adopten esquemas de impuestos progresivos, que sirvan para financiar un modelo de protección social universal. Además de un tributo de renta mínimo para las empresas, la propuesta comprende impuestos al patrimonio personal de los más ricos. “Más igualdad es la salida de esta crisis”, concluye el escrito que respalda el planteamiento.
Da mucha satisfacción ayudar a transformar vidas, pero a la vez es agotador estar haciéndolo uno a uno. Por eso es fundamental llegar a transformaciones más estructurales del sistema
Para Gabriela Bucher, resulta urgente actuar con rapidez. Graduada con honores en filosofía y letras en la Universidad de los Andes, desde muy pequeña tuvo presente la realidad de un país con uno de los peores niveles de desigualdad en el mundo. Su mamá, Cecilia Balcázar, una respetada poeta, activista y exfuncionaria de la alcaldía, la llevaba con frecuencia al barrio caleño de Aguablanca, en donde trabajaba con la comunidad.
Ese ejemplo la llevó a servir como voluntaria en varias ONG durante un paso por Londres y después a vincularse formalmente a una, a comienzos del siglo, tras concluir un posgrado en Francia. Entre 2006 y 2017 fue la presidenta ejecutiva de la Fundación Plan en Colombia, la cual fortaleció y expandió. De allí acabó siendo reclutada como presidenta adjunta de Plan Internacional (una organización humanitaria que promueve los derechos de la niñez y hace labores en 75 países), en la capital británica, para ser designada posteriormente en Oxfam, en noviembre del 2020.
Reconoce que, aunque ahora entiende mejor los desafíos globales a la hora de construir un mundo más justo, extraña estar en el terreno. Los ojos le brillan cuando cuenta de sus experiencias en Tumaco, el norte del Cauca o Quibdó, sobre todo con las comunidades afrocolombianas.
Habla con voz suave, pero la firmeza de sus argumentos no deja duda respecto a sus convicciones. Insiste en que mantener todo como está no es viable, ni desde el punto de vista de la armonía social, de la justicia o de la sostenibilidad ambiental, ni mucho menos desde un enfoque ético. Esta entrevista, realizada en Barcelona, muestra cómo piensa una mujer que sabe llamar las cosas por su nombre.
Fue voluntaria en varias ONG desde joven, hasta que llegó a ser la presidenta ejecutiva de la Fundación Plan en Colombia.

Fue voluntaria en varias ONG desde joven, hasta que llegó a ser la presidenta ejecutiva de la Fundación Plan en Colombia. Foto:Andy Aitchinson/ Oxfam

¿Cómo fue el proceso que la llevó a emprender su carrera profesional?
El interés viene desde cuando decidí estudiar filosofía y letras a los 17 años, porque me llamaba la atención una disciplina que abarcara conocimientos para lograr la transformación social. Siempre me atrajo encontrar una forma de tener impacto en los problemas grandes que veía creciendo en Cali. Después, cuando me fui a hacer una maestría y empecé a trabajar como voluntaria en Inglaterra, seguí explorando cómo podía ser esa trayectoria.
¿A qué se refiere con los problemas que veía?
Vivía en una especie de burbuja al asistir a un colegio bilingüe en Cali y ser de una familia acomodada. Pero, por otro lado, tuve desde chiquita la experiencia de ir con mucha frecuencia a Aguablanca, acompañando a mi mamá, y encontrar otra realidad muy distinta que me mostró la desigualdad que nos caracteriza. Recuerdo estar con mi hermano, jugando con otros niños, y ser muy consciente de la diferencia entre la vida de ellos y la mía.
Cuando estuvo en la Fundación Plan pudo trabajar en el cierre de brechas, sobre todo a temprana edad…
Sí, y también en diferencias de género, que son otra forma de desigualdad. Nos concentramos en poblaciones afrodescendientes en Chocó, Nariño, norte del Cauca y también en la costa Atlántica. Desarrollamos programas sociales de desarrollo comunitario, centrados en la niñez y el liderazgo de jóvenes para transformación social. Conocí mucha gente increíble y siempre me impactó el enorme talento y capacidad en medio de tanta dificultad y tanta falta de oportunidades. Eso lo lleva a uno a preguntarse cómo sería esto si no hubiera tantas barreras.
¿Es válido decir que hacer ese trabajo genera muchas satisfacciones por los resultados, pero también frustraciones?
Así es. De un lado, porque uno confirma la indolencia propia de muchos colombianos, que es una forma aprendida de tomar distancia y no considerar que los problemas de los demás nos atañen. Del otro, porque uno encuentra violencias de todo tipo, como la sexual, y eso golpea mucho. Da mucha satisfacción ayudar a transformar vidas, pero a la vez es agotador estar haciéndolo uno a uno. Por eso es fundamental llegar a transformaciones más estructurales del sistema. Las dos cosas se necesitan.
¿Hay motivos para esperar que eso suceda en Colombia?
El nuestro es un país que tiene recursos, gente sobresaliente y muchos liderazgos múltiples. Contamos con posibilidades, pero hay unas enormes divisiones que se nos ha hecho muy difícil sobrepasar. Creo que ha habido momentos de más esperanza que el actual, aunque de todas maneras este no es un proceso lineal que consiste en ir de la ‘A’ a la ‘B’. Cuando se mira en perspectiva, es verdad que hay avances que no se habrían podido ver hace veinte años. Por un lado, el liderazgo proveniente de sectores que antes no tenían voz. Y por otro, la conciencia de que las cosas tienen que cambiar cuenta con más aceptación.
¿Nos falta empatía?
Así lo creo. Pero en las comunidades, estando en Tumaco, Quibdó u otros sitios, lo que yo sentí fue una enorme generosidad siempre, junto a empatía y facilidad de relaciones. Hay muchísima solidaridad donde normalmente uno podría pensar que sería más difícil.
¿Les falta corazón a los ricos?
Lo que se ha hecho es pensar que todo se reduce a problemas de seguridad, por lo cual lo que hay que hacer es tener más distancia, muros, rejas, separación. Y entre más aislamiento existe, hay menos comprensión del otro y poco entendimiento de la violencia que eso implica: tomar un espacio, excluir tradicionalmente a tantísimas personas. Falta corazón, pero también creo que sería más sostenible una sociedad donde haya mayor igualdad y a servicios de calidad. En Colombia no se cuestiona que haya una educación de un nivel para unos y de otro nivel para otros. En Europa y otros lugares es lo contrario. Lo normal es saber que en cualquier parte vamos a esperar un nivel de educación muy similar y que podemos conocernos en los colegios unos y otros. Ahí se crean las cercanías, las amistades y los lazos. Uno de los problemas de las distancias es realmente no tener la oportunidad de conocer a la otra persona. Y eso no se consigue por cuenta de contratar gente para el servicio doméstico.
¿Le sorprendieron las protestas de Cali del año pasado?
No. Ese nivel de diferencia y de injusticia había estado ahí siempre. De hecho, lo sorprendente es que no hubiera estallado de esa forma antes. Pero también lo que me sorprendió es cómo hay narrativas tan distintas sobre lo que pasó dependiendo de las perspectivas: un convencimiento total de tener la verdad de un lado o del otro.
Gabriela Bucher se graduó con honores en filosofía y letras en la Universidad de los Andes.

Gabriela Bucher se graduó con honores en filosofía y letras en la Universidad de los Andes. Foto:Andy Aitchinson/ Oxfam

Es como el peligro de una sola historia…
Así es. Y esto pasa no solo en Colombia, sino en el mundo entero. Permanecemos en ciertas burbujas, reforzamos una visión y la nuestra se vuelve una verdad absolutamente indiscutible, con lo cual es muy difícil cuestionar las posiciones tomadas.
¿Cómo se compara Colombia con otros países en dificultades que ha conocido?
Obviamente, hay muchos países que están peor, pero en el tema de la violencia sí tenemos una cultura que parece reproducirse. Puede compararse un poco con lo que pasa en Suráfrica, que también es un país muy desigual.
¿A qué se refiere?
A la violencia estructural de la exclusión, que en ocasiones es invisible para muchos. Por ejemplo, encontrar que la expectativa de vida es totalmente diferente por cuenta de unas pocas cuadras de distancia, según el hogar donde se nazca o el que se tenga. Es muy difícil cuando se cuenta con privilegios verlos, porque se vuelve como algo natural o merecido. De ahí vienen esas narrativas de decir que la otra persona es pobre porque le falta trabajar más, por pereza, y no hay ninguna noción de todos los elementos que permiten llegar siempre a mantener posiciones de poder o tener mucho dinero. Por eso resulta tan importante cambiar las narrativas y entender las barreras que enfrentan tantas personas. Me acuerdo de hablar así con grupos de muchos jóvenes en Tumaco, talentosos, llenos de ideas, mientras pensaba que realmente en la zona no había oportunidades para ellos. Al tiempo sabía que estaban todos los actores armados detrás, buscando liderazgos jóvenes.
Oxfam hace labores en muchos frentes, pero uno que le da gran visibilidad es el hablar de desigualdad. ¿Cuál es el diagnóstico que hacen?
Que hay una situación de acumulación del capital en el mundo, que está creciendo a una velocidad cada vez mayor. En los 24 meses desde que empezó la pandemia ha habido un milmillonario nuevo cada treinta horas. Entonces es una tasa de acumulación mayor que contrasta con que, más o menos cada 33 horas en este 2022, un millón de personas adicionales en el planeta caigan en la pobreza extrema. Entonces la realidad es cada vez más divergente, algo que pone en duda la posibilidad de alcanzar las metas que se habían hecho sobre desarrollo sostenible para finales de esta década.
En Colombia no se cuestiona que haya una educación de un nivel para unos y de otro nivel para otros
No parece que la situación vaya a cambiar, por cuenta de la guerra en Ucrania o la aceleración de la inflación…
Las diferencias se ampliarán. Incluso los programas de estímulos a las economías, por la forma tan desigual en que están diseñados, también terminan beneficiando a los más ricos. Ayudan en ciertos momentos puntuales a los más vulnerables, pero el sistema lleva a que haya más recursos que de forma más acelerada se acumulan.
¿Qué opciones hay?
En la discusión en Davos pudimos hablar del impuesto global corporativo, que era la oportunidad para diseñar algo más redistributivo, pero que no se logró. Lo que se consiguió es, de pronto, reducir la posibilidad de pérdidas de recursos en los paraísos fiscales, que es una forma de corrupción a escala global. Aun así, seguiremos insistiendo en una tasa general del 25 por ciento, que daría recursos suficientes para hacer las inversiones que se necesitan en tantos frentes. Y eso debería estar complementado con un impuesto al patrimonio como el que en ocasiones ha estado vigente en Colombia, algo que serviría para reducir la desigualdad y redistribuir la riqueza.
Pero incluso el impuesto mínimo corporativo tampoco quedará vigente este año…
Sí, porque desafortunadamente se siguen protegiendo por parte de gobiernos los intereses de las grandes compañías. Existe la visión de que hay que seguir haciéndolo porque así se generan empleos. Es cierto, pero a la vez también lo que hay que mirar es cómo son los dividendos que se están entregando, algo que ha crecido significativamente. Parte de todo ese dinero que se extrae podría, por ejemplo, ir a mejores salarios, salarios dignos, que no siempre son el caso.
La propia forma en que se distribuyeron las vacunas en lo más álgido de la pandemia fue otra muestra de desigualdad. ¿Está de acuerdo?
Desde mayo del 2020, Oxfam y otras organizaciones lanzaron la vacuna de la gente, justamente anticipando que habría problemas. Ya lo habíamos visto con la crisis del VIH/Sida y la falta de tratamientos adecuados de bajo costo. Hubo que esperar nueve años, doce millones de muertos en África, mientras se podían comprar los antirretrovirales que ya existían en el mundo desarrollado, pero no en donde había enormes tasas de mortalidad. Por eso, finalmente hay una aceptación de que se pone de primero el tener compañías farmacéuticas con utilidades enormes, en vez de pensar que primero había que asegurar que no mueran las personas. Con la vacuna del covid pasó lo mismo, pues una altísima proporción de las personas que viven en las naciones más pobres todavía no se han vacunado.
Hizo una Maestría en Historia en Francia. Se especializó en Alta Gerencia de Organizaciones No Gubernamentales en Inglaterra.

Hizo una Maestría en Historia en Francia. Se especializó en Alta Gerencia de Organizaciones No Gubernamentales en Inglaterra. Foto:Andy Aitchinson/ Oxfam

En Davos tuvo a su lado al presidente de Moderna…
Esa es una compañía que se benefició de una inversión enorme del gobierno estadounidense para desarrollar aceleradamente la vacuna. No hay duda de que ellos venían trabajando en desarrollos tecnológicos y científicos irables y que el apoyo era necesario, pero luego el resultado se volvió un beneficio solo para ellos. Por eso le insistí al presidente de Moderna que comparta la tecnología que permita fabricar la vacuna en Suráfrica. Allá se está teniendo que rehacer la ingeniería de la vacuna con la Organización Mundial de la Salud, para poder tener una red de países que puedan producir sus propias vacunas, la misma que existía hace unas décadas, pero se ha ido desmontando a medida en que se ha priorizado ese modelo de las grandes farmacéuticas que tienen controles monopolísticos. La de ahora es una forma muy flagrante de beneficiarse del sufrimiento, del dolor, como lo mencionamos en nuestro informe más reciente.
¿No los han tildado de revolucionarios?
Lo llamamos revolucionario, pero sería de sentido común para todos hacer las cosas de forma que la humanidad tenga lo suficiente. Porque dinero suficiente hay, alimentos suficientes hay, vacunas suficientes hay. Todo existe, solo que no está bien distribuido. Hablamos de 2.700 milmillonarios en el mundo, que cabrían en una sala grande donde podríamos hablarles a todos. El monto de recursos que ellos tienen no lo pueden disfrutar. Los más ricos tendrían que vivir miles de vidas para hacerlo. Hablamos de cantidades que a la mayoría no nos caben en la cabeza, pero que solucionan problemas globales. Y eso es lo que está mal. Esa concentración de poder en pocas personas que pueden decidir si sí o si no actúan. Acepto que hay algunos filántropos que dan montos que son grandes, pero que siguen siendo muy pequeños frente a la fortuna que tienen. Por eso, si cada cual paga lo suyo, tenemos la oportunidad de hacer algo significativo con esos recursos.
Hay quienes critican la filantropía. ¿Qué opina al respecto?
La filantropía obviamente es algo a celebrar y agradecer. Sin embargo, el mismo Bill Gates ha dicho que eso no reemplaza el pagar impuestos. Y lo que hoy paga efectivamente una persona adinerada es muy poco. Pero con los porcentajes que decimos en nuestro informe, del dos por ciento, llegando al cinco por ciento para los milmillonarios, solucionaríamos problemas de la pobreza global. Entonces la dificultad con la filantropía es que es opcional, según la buena voluntad de la persona que la otorga. De tal manera, es la decisión de una persona frente a la decisión colectiva de cómo hacer el gasto público. Entonces la acumulación de dinero también es acumulación de poder.
¿Para dónde vamos como raza humana?
Estamos tocando fondo en muchos temas. Aun así, soy optimista, pues frente a esto hay unas fórmulas que se sabe que funcionan y creo que tenemos que poder comunicarlas mejor, porque son buenas para los más ricos y para la sociedad entera. Aparte de tener un sentido de humanidad, también son racionales y lógicas para construir sociedades en las que puede haber mayor armonía, felicidad, menos rejas y menos distancias. Sabemos que si seguimos en esta lógica actual vamos a acabar con el planeta, porque el calentamiento global sigue su marcha y así la vida como la conocemos no es posible. Entonces, hay que meterles corazón y cabeza a las soluciones que necesitamos.
Gracias por leernos. 
Entrevista por Ricardo Ávila Pinto
Fotos Andy Aitchinson /Oxfam
Edición #118 Junio-Julio 2022

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