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Opinión

Migración y cocina / El Condimentario

La gastronomía nos enseña a valorar la diversidad y a construir una sociedad más rica.

Margarita Bernal / El condimentario

Margarita Bernal. Foto: Cortesía

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La historia de la humanidad está marcada por los sabores que traen las migraciones. Cada desplazamiento lleva consigo una cultura gastronómica que transforma y enriquece el paisaje alimentario del lugar. Una vez que la cocina migrante se asienta, es imposible erradicarla, se convierten en símbolo identitario. Como dice Brillat-Savarin en La fisiología del gusto: "De la manera como las naciones se alimentan depende su destino". La comida es, de hecho, el ancla cultural más fuerte de una comunidad, con la que construimos nuestra vida en sociedad.
La diáspora no es solo el desplazamiento de pueblos o los exilios forzados; es también un cruce de historias que atraviesan fronteras físicas y temporales. Este continuo movimiento ha dejado una marca profunda en la gastronomía mundial, pues los migrantes llevan consigo mucho más que lenguas y tradiciones: traen sus recetas, ingredientes y una forma única de ver el mundo a través de la comida.
La migración nos recuerda que la cocina no es un asunto exclusivo de los territorios ni de los nacionalismos. La verdadera riqueza está en la capacidad de adaptación integrando lo ajeno como propio. La chifa peruana, el asado argentino, los tacos al pastor, el sancocho y la bandeja paisa son algunos ejemplos. En Estados Unidos, la cocina no es un monolito; es un mosaico de sabores que no solo refleja la diversidad de su población, sino también los relatos de aquellos que, en busca de mejores oportunidades, cruzaron fronteras y llevaron consigo algo mucho más valioso que recetas: su identidad.
Para la gastronomía de ese país la migración es clave gracias al esfuerzo diario de quienes han llegado buscando sueños. Su trabajo refleja lucha, esperanza y talento. Con su oficio en los restaurantes, han transformado la cocina, conectando culturas y enriqueciendo y dando valor y calidad humana al sector.
En el contexto actual, marcado por guerras, economías frágiles y decisiones políticas opresivas, el desplazamiento de personas en busca de mejores oportunidades crece sin parar. La comida se ha convertido en un terreno de encuentro y resistencia, no solo alimentando cuerpos, sino preservando identidades, lenguas y costumbres. La cocina de los viajeros crea puentes entre lo perdido y lo ganado, actuando como un acto de memoria. Un ejemplo de esto es cómo la gastronomía venezolana ha cautivado en Colombia.
En un mundo interconectado, la migración y la gastronomía nos enseñan que nuestras raíces pueden crecer y transformarse en cualquier lugar. A pesar de las dificultades que afrontan durante su travesía, la comida es un acto de resistencia y esperanza. Cada plato que cruza fronteras refleja resiliencia y nos recuerda que, aunque las circunstancias cambien, las culturas y sus sabores perduran. La gastronomía nos enseña a valorar la diversidad y a construir una sociedad más rica. La cocina es un lenguaje universal que, respetando el pasado y abriendo puertas al futuro, nos permite reinventarnos y conectarnos como sociedad. Buen provecho.
MARGARITA BERNAL
Para EL TIEMPO
X: @MargaritaBernal

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