La idea es tan tentadora como estresante. Regalarle un buen vino a alguien a quien apreciamos o queremos agasajar es algo inteligente en cualquier momento, pues un buen vino da placer, y eso siempre se agradece.
Pero apenas tomamos la decisión de hacerlo, surge la pregunta de cómo no equivocarnos en la elección de esa botella. Da miedo. Nos pasa a todos, créanme.
Ahora, no es una tarea imposible y aquí van algunas claves para que acierten.
Primero, no vayan al súper. Por dos razones: la primera es que no tendrán asesoría, comprarán a ciegas; y la segunda es que, si nuestro homenajeado ama el vino, seguramente habrá pasado por esas mismas estanterías una y otra vez, y habrá probado buena parte de lo que hay allí. Así que salvo que su bolsillo les permita llevarse una de esas botellas que rara vez podemos comprar, la cosa es que no habrá mayor brillo en nuestro regalo.
Tener una idea aunque sea mínima de qué es lo que le gusta a esa persona en materia de vinos es clave: nos permitirá optar por uno de estos dos caminos: 'ir a la fija' o 'sorprender'.
Entonces, el paso uno es ir a una tienda especializada donde los puedan asesorar bien. Y, por favor, no tengan pena alguna en decir cuál es su presupuesto, cuánto están dispuestos a gastar. Eso es algo que agradecerá mucho el sommelier que los atenderá, pues le permitirá ubicarse en una franja de precios. Y segundo, y muy importante: el tema principal no es el precio, nunca es el precio: el tema es de información y cómo usamos esa información.
Me explico. Si tenemos una idea aunque sea mínima de qué es lo que le gusta a esa persona en materia de vinos, podremos transmitírsela al sommelier que nos va a ayudar y luego optar por uno de estos dos caminos: ir a la fija o sorprender.
Pero, honestamente, me gusta más la idea de sorprender. Todos los amantes del vino son curiosos, y nada mejor que llevarlo a descubrir una variedad o una región que no estaba en su radar.
En el primero: si, por ejemplo, se trata de un fanático o fanática de los tintos de Rioja, pues nos vamos por un clásico o una bodega nueva de esa región. Es decir, apostamos a 'caballo ganador'. Pero, honestamente, me gusta más la idea de sorprender. Todos los amantes del vino son curiosos, y nada mejor que llevarlo a descubrir una variedad o una región que no estaba en su radar. Así no le guste del todo, será una experiencia interesante para esa persona (si la botella es de calidad, desde luego).
Otro tip que suele funcionar es considerar la edad. Aunque generalizar siempre es peligroso, una persona joven preferirá los vinos livianos, frutales y más fáciles de beber, y una mayor, los vinos de más cuerpo, taninos, largura y anchura en boca.
Y un truco que no falla es la singularidad: una región, una variedad o un país poco común, una añada famosa, una producción especial, una botella firmada o que se trajo de un viaje… Mostrará que se preocupó por dar algo especial.
No olvide el protocolo. Si la botella se deja en portería, un empaque que la ponga en valor y la proteja, una botella limpia y una etiqueta en perfecto estado, se agradecerán. Y si se lleva a una cena, se entiende que será potestad de los anfitriones el descorcharla o dejarla para otra ocasión, sin que de nuestra parte deba haber jamás la más mínima insinuación de que lo primero ocurra. Eso claro, salvo que haya quedado en llevar vino para la cena, en cuyo caso deberá averiguar con los dueños de casa cuál es el menú y en qué plato o platos tiene la responsabilidad de aportar el vino, para que así pueda acertar con el maridaje. ¡Salud!
Víctor Manuel Vargas Silva
Editor de la Edición Domingo de EL TIEMPO
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