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El milagro que nos salvó de morir envenenados en nuestra casa

Cada respiración era como fallecer, pero un sonido los hizo sobrevivir. Crónicas de nuestro archivo.

Este era el lugar en donde vivíamos en Tyler, Texas.

Este era el lugar en donde vivíamos en Tyler, Texas. Foto: Cortesía Ricardo y Gladys Molina.

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¿Quién tocó a nuestra puerta en medio de esa horrible noche? Cada primero de diciembre recuerdo esa tenebrosa experiencia y doy gracias a Dios por el toque a la entrada de la casa. Quién lo creyera, pero un simple 'toc, toc' nos regaló más años de vida y la oportunidad de contar, a modo de anécdota, el que fue nuestro encuentro con un asesino silencioso del que nadie está del todo exento. Cualquiera podría ser su próxima víctima y por eso no se le puede ignorar.

Bienvenidos a Texas

*Septiembre de 1999
Texas, Estados Unidos
Dejamos Colombia para irnos a vivir a un pueblito de Texas llamado Tyler, en Septiembre de 1999, con el fin de recibir una capacitación. Aprendimos sobre el papel de la educación para transformar naciones en 'Teachers For the Nations School', una escuela del movimiento misionero 'Youth With a Mission'. Salimos del país junto con nuestras dos hijas Manuela y Valeria, quienes en ese tiempo tenían 7 y 8 años.
Aunque se trataba de algo temporal, al terminar nos invitaron a quedarnos a trabajar como parte del personal de esa comunidad. Yo empecé a laborar como maestra de español y traductora para los estudiantes y mi esposo ayudaba en el área istrativa.
Duramos en ese país varios años y vivimos todo tipo de experiencias, pero jamás imaginamos que en ese tiempo también nos haríamos sobrevivientes de la famosa 'muerte dulce'.

Un asesino silencioso

Este es el lugar en donde trabajábamos en Tyler, Texas: Christian Heritage School (Escuela Herencia Cristiana)

Este es el lugar en donde trabajábamos en Tyler, Texas: Christian Heritage School (Escuela Herencia Cristiana) Foto:Cortesía Ricardo y Gladys Molina.

*Diciembre 1 del 2009
11:00 p.m. - 1:00 a.m.
Ese martes estaba junto a mi esposo Ricardo arrunchada viendo la televisión, ya casi listos para irnos a la cama. Estábamos solos, pues nuestras hijas se encontraban haciendo trabajo misionero, una en Corea del Sur y otra en un pueblo cercano a nuestra residencia.
Dos horas antes habíamos prendido la calefacción porque estaba iniciando el invierno. Empezamos a sentirnos un poco enfermos, pero no le dimos importancia porque pensamos que era una reacción normal al cambio del clima.
Decidimos irnos a dormir esperanzados en que mientras descansábamos el malestar desaparecería. Poco a poco caímos en lo que parecía un profundo sueño.
Llegada la medianoche empezó mi lucha, la temperatura helaba y el dolor de cabeza era cada vez más intenso. Pensé en levantarme y tomar un abrigo para salir por algo que aliviara mi desesperación. No lo logré, simplemente no tenía fuerzas, el cuerpo no me respondía y me sentía tan confundida que lo único que tenía claro es que algo no estaba bien en mí.
Después de varios intentos me levanté un tanto adormecida. En medio del aturdimiento logré dar los pasos necesarios para llegar al cuarto donde estaban los sacos y tomé uno, pero me desplomé. Quedé inconsciente.
No sé cuánto tiempo duré allí, si fueron horas o minutos, cuando logré recobrar el sentido no entendía nada. Veía oscuridad a mí alrededor, no podía reaccionar del todo. Creo que me desmayé y me desperté varias veces.
Lo que no sabía es que mientras tanto mi esposo en el cuarto estaba teniendo la misma lucha, se levantaba y caía desplomado. Tenía su mente confundida y no sabía qué hacer. Dice que con su cuerpo adolorido se arrastraba por la casa tratando de buscarme, tuvo algunas alucinaciones. En su mente me veía casi muerta y a él recogiéndome para ponerme sobre el sofá. En medio de la confusión nuevamente se desmayaba.
Como si el sonido perforara mi inconsciencia, escuché el toque de la puerta de la casa y desperté nuevamente. Inmediatamente en mi cerebro supe que tenía que esforzarme e ir a abrir la puerta. No logré caminar, así que me arrastré hacia la salida, giré la manecilla y la abrí de par en par.
Creo que no había nadie allí, tuvo que ser algo mucho más poderoso. No sé si fue un extraño y mucho menos me imagino qué buscaría alguien en nuestra casa a esas horas de la noche. Lo que sí sé es que el sentir el viento que pegaba en mi rostro y el aire que entraba y calaba en todo mi sistema respiratorio me ayudó a pensar lucidamente, a entender que estábamos siendo envenenados por algo tóxico y muy maligno.

Buscando una salida

*Diciembre 2 de 2009
Horas de la madrugada
Logré tener el celular en mi mano y corrí hacia la calle lo más lejos que pude de ese escenario aterrador. Marqué el número de emergencias y en menos de cinco minutos llegó la policía, los bomberos y una ambulancia. Fuimos trasladados al East Texas Medical Center.
Nuestra hija aún vive ahí, nosotros actualmente enseñamos lo que aprendimos en una escuela en Bucaramanga.

Nuestra hija aún vive ahí, nosotros actualmente enseñamos lo que aprendimos en una escuela en Bucaramanga. Foto:Cortesía Ricardo y Gladys Molina.

Durante el suceso los vecinos se despertaron para saber qué había ocurrido, pues en una noche tan fría y un pueblo tan pequeño, donde no es común trasnochar, esto era una gran novedad. Tras una investigación la policía confirmó que había una fuga en los tubos de gas que accionaban el calentador y la calefacción que habíamos encendido esa noche.
Como no había ventilación, pues teníamos todas las puertas y ventanas cerradas, los gases se concentraron y convirtieron el ambiente de nuestro hogar en algo tóxico para nuestro organismo.

Sala de emergencias

Luego de ser examinados el diagnóstico médico fue envenenamiento con monóxido de carbono, por eso tuvimos que estar un tiempo en proceso de desintoxicación. Mi esposo salió al día siguiente, por su contextura fuerte se recuperó rápido. Yo, en cambio, tuve que afrontar una recuperación lenta.
Según los médicos, el gas me afectó el cerebro por varios meses y por eso tuve que seguir una rutina de exámenes y tratamientos con medicina natural. Actualmente puedo decir que estoy bien, que con la ayuda de Dios me recuperé totalmente, este proceso me hizo entender que esos momentos son menos traumáticos con el amor, la comprensión y las oraciones de los amigos y la familia.
El doctor antes de darnos la salida nos dijo que era un milagro que estuviésemos vivos, pues un porcentaje alto de gente que se va a dormir en esa situación nunca más despierta. Al monóxido de carbono le llaman el asesino silencioso, el que lo aspira no se da cuenta que se está muriendo lentamente y menos si está dormido.
En la comunidad donde vivíamos pusieron alarmas en todas las casas para detectar monóxido de carbono, ya que cada año muchas personas visitan la sala de emergencias de los hospitales debido a la exposición a este gas.
Cuando ya los dos estábamos recuperados unos vecinos nos visitaron. Ninguno reportó haber tocado a la puerta y por eso todos estuvieron de acuerdo en que fue algo sobrenatural. Para mí ciertamente tuvo que ser un ángel que Dios envió para sacarnos de ese estupor y adormecimiento mortal en el que nos encontrábamos.
¿Qué pasó durante las horas que pasamos inconscientes? No lo sé, tengo recuerdos fraccionados al mejor estilo de un rompecabezas que intenté dar forma en este artículo. De lo que sí estoy convencida es de que la fe de mi esposo y la mía tienen mucho que ver, que hay una mano superior e invisible que siempre nos protege. Que como dice en los salmos:
.

. Foto:EL TIEMPO

RICARDO Y GLADYS MOLINA
Directores del Ministerio Maestros Para Las Naciones (Mpn) de Bucaramanga
de la entidad Juventud Con Una Misión Colombia.
*Este texto contó con la edición y escritura periodística de DIANA MILENA RAVELO MÉNDEZ, periodista de ELTIEMPO.COM. 
*Esta crónica fue publicada originalmente el 30 de julio de 2019. 

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