Adriana Tucci, a sus 46 años, desafió las convenciones y se embarcó en el viaje más transformador de su vida: la maternidad.
Su relato es el de una búsqueda que se extendió a lo largo de décadas, hasta que finalmente el deseo de ser madre tomó raíces profundas en su corazón.
Adriana Tucci decide comenzar a compartir un fragmento de su vida con un pasaje de su libro ‘¡SON TRES!’ Una narración sobre amor adoptivo que marcó un punto de inflexión en su existencia, dividiéndola en un antes y un después.
Este relato promete un futuro colmado de amor, alegría, felicidad y esperanza, elementos que quizás no vislumbraba en esos primeros momentos.
La decisión de adoptar fue un proceso meticuloso y reflexivo para Adriana. Considerando diversas opciones, desde la ovodonación hasta la subrogación de vientre, sintió una firme convicción de que la adopción era el camino más adecuado para ella.
Con el apoyo de su instructor de yoga y su psicóloga, Adriana se aventuró en el proceso con determinación y amor incondicional.
Un cambio de vida
Aunque mantenía una convicción firme respecto a su sueño durante el proceso, como suele suceder, surgieron algunas dudas. Se cuestionaba: “¿Estoy preparada para ser madre? ¿Sabré a qué jugar con un niño o niña? ¿Sabré qué hacer si le duele algo? ¿Haré y diré lo que corresponda en cada situación? ¿Estoy dispuesta a dejar de viajar por el mundo sin apuro por la fecha de regreso?”
El destino le tenía preparado un giro inesperado cuando, dos años después de iniciar su inscripción en el registro de adoptantes, recibió la noticia que cambiaría su vida para siempre: había sido seleccionada como candidata a la guarda pre-adoptiva de tres hermanitos: Brenda de 7 años, Agustina de 5 y Salvador de 3.
“¡Tres hermanitos! ¡Tres! ¿Tres? No escuché mucho más, el mundo se detuvo a mi alrededor, sólo percibía el latido frenético de mi corazón. Estaba en un restaurante y empecé a llorar, no podía detener mi llanto”, recuerda con lágrimas de felicidad.
Desde el primer o, cuando le revelaron los nombres y las edades de los tres pequeños, ella había sentido que eran sus hijos. El encuentro físico fue una confirmación de lo que su corazón ya le había revelado.
“Guardo en mi retina esa primera foto como uno de los recuerdos más valiosos de mi vida. Estaban los tres paraditos contra una de las paredes del patio. Sentí una puntada de amor en el centro del pecho, ganas de abrazarlos. Con esfuerzo, pude contener tanto esas ganas como las lágrimas que amenazaban con salir y armar charcos frente a sus pies. Respiré hondo, me acerqué, me agaché hacia ellos y los saludé. Si algo mágico ocurrió en mi vida, fue aquel encuentro. No se necesitaron palabras. Solo nos miramos desde el corazón y nos dijimos, sin decirlo, todo”, escribe la mujer.
Al día siguiente, salieron nuevamente a dar un paseo y Brenda, con una determinación poco común para su corta edad, planteó una pregunta similar: “¿Vos podés pedirle a la señora del Hogar que nos prepare ropa para llevar?”.
“Casi muero de amor frente a esa hermosura que me pedía que los llevara conmigo. Ese fuerte deseo de parte de ellos hizo que se acortara nuestro período de vinculación. Al quinto día tuvimos la audiencia con el Juez y me otorgó la guarda temporal, gracias a la cual pudimos viajar a Buenos Aires”, comentó Tucci.
La convivencia con sus tres hijos no ha estado exenta de desafíos, pero Adriana los ha enfrentado con paciencia, aceptación y empatía.
A lo largo de los años, han compartido momentos de risas, lágrimas y abrazos incondicionales, construyendo una familia unida y amorosa.
“Tuvimos que acostumbrarnos a una forma de vivir completamente diferente a la que hasta ese momento, tanto ellos como yo, teníamos. Por mi parte, pasé de vivir sola a compartir mi casa con tres personitas que requerían atención todo el tiempo. Y ellos hicieron un trabajo de absorción de nuevas reglas, nuevos conceptos, nuevas palabras irable. Todo era nuevo para ellos, todo les generaba curiosidad, iración”, añade.
Para Adriana, la maternidad ha sido una experiencia transformadora que ha cambiado por completo su vida. Dejar de ser la única protagonista para convertirse en madre ha sido un viaje de autodescubrimiento y amor incondicional.
“Dejé de ser la única protagonista de mi vida. A partir de ahí, todo cambió, desde vivir en un departamento en Buenos Aires a vivir en una casa en el Gran Buenos Aires. Desde viajar a donde surgiera varias veces por año, a planificar con tiempo vacaciones familiares. De disponer de todo mi tiempo para mí a agregar a mi agenda reuniones en la escuela, llevarlos a cumpleaños, pediatras, oftalmólogos, terapias o a comprar zapatillas porque las otras quedaron chicas, dejando lugar siempre para hablar sobre lo que necesiten, ya sea su cuestionamiento por algún límite que les pareció injusto o su angustia o tristeza por alguna situación vivida. Mi vida se dio vuelta”.
Su mensaje para aquellos que desean adoptar es claro: en Argentina hay miles de niños y adolescentes esperando ser adoptados, y todos merecen encontrar un hogar lleno de amor y cuidado. Su sueño es que todos los niños encuentren la luz en sus vidas y sean amados y protegidos por una familia que los acepte tal como son.
“Todos traen una historia que hay que abrazar. Todos están esperando ser hijos, todos merecen serlo”, comenta.
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*Este contenido fue reescrito con la asistencia de una inteligencia artificial, basado en información de La Nación, y contó con la revisión de la periodista y un editor.