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Noticia

El legado eterno de Rogelio Salmona

María Elvira Madriñán recrea y pedalea sin descanso proyectos para mantener y expandir su memoria.

El maestro Salmona junto a su esposa, María Elvira Madriñán, arquitecta y directora de la Fundación Rogelio Salmona.

El maestro Salmona junto a su esposa, María Elvira Madriñán, arquitecta y directora de la Fundación Rogelio Salmona. Foto: Archivo EL TIEMPO

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En pocos días se cierran las inscripciones para la cuarta edición del Premio Latinoamericano de Arquitectura Rogelio Salmona: “Espacios abiertos / Espacios colectivos”, que lleva el mismo nombre de la retrospectiva que se realizó un año antes de su muerte en el Museo de Arte Moderno de Bogotá.

Este premio busca, mediante una convocatoria amplia, reconocer obras construidas o intervenidas entre los años 2000 y 2018, con un único requisito: que las edificaciones que se inscriban muestren los cambios sociales y urbanos que han generado en sus entornos, en ciudades de países de América del Sur, Central y del Caribe. 

Los jurados en esta oportunidad son: Carlos Campuzano, de Colombia; Mauricio Rocha, de México; Sol Camacho, de Brasil y México; Nicolás Campodónico, de Argentina, y Carlos Jiménez, colombiano residenciado en España. Además de un primer premio y de menciones, si así lo consideran los jurados, habrá un premio especial para los trabajos realizados en Colombia, que de seguro aumentará el número de participantes, porque en este siglo XXI la cosecha de construcciones urbanas incluyentes ha sido considerable. 
Tras dos años
de la muerte de
Rogelio
constituimos la
Fundación. Definimos
que su enfoque
principal sería
mantener viva
su memoria
El concurso lleva el sello personal, la denominación de origen del arquitecto bogotano, nacido en París pero residenciado en la capital hasta la mitad de sus estudios en la Universidad Nacional, cuando se marchó a su ciudad natal, por las revueltas populares del 9 de abril. En París, Salmona fue alumno del Taller de Le Corbusier, trabajó en algunas de las obras realizadas por el Maestro hasta 1957 y enrutó sus estudios de arquitectura por la sofisticada senda del arte y de la sociología, bajo las enseñanzas de Pierre Francastel, que entre otros profesores hicieron parte de esa nómina de lujo que lo dirigió y lo convirtió en practicante aventajado de la arquitectura hermosa con sentido social. “La ciudad era el sueño del hombre para crear su lugar para vivir, el lugar por excelencia, en donde la utopía es posible” fue una de sus frases que hizo consigna.

El nombre de Rogelio Salmona está unido con el de Bogotá y con el de Colombia por esas obras inmensas, bellas, fetiches para sus colegas y para iradores de la estética, la ética y seguidores de una arquitectura que, además de proporcionar el “bien vivir”, contribuya a la inclusión social y disfrute del espacio público, premisas fundamentales en democracias auténticas de todas las épocas.

La Fundación Rogelio Salmona se creó dos años después de su muerte. Quince años difíciles porque los apoyos gubernamentales, sociales e institucionales no han sido permanentes y porque cada idea antes de materializarse debe pasar por muchas manos hasta obtener financiación que, casi siempre, es limitada a la ejecución de los proyectos, sin contemplar los gastos istrativos que estos conllevan y que son indispensables para sobrevivir.

La persona que ha liderado la fundación desde 2009 hasta hoy es su viuda, la también arquitecta María Elvira Madriñán, quien ha estado a punto de liquidarla varias veces, pero se detiene, convencida de que el legado de Salmona no puede dejar de comunicarse ni de extenderse a las nuevas generaciones y entre esos cientos de seguidores de una arquitectura que irrumpió dándoles puesto de honor, entre otras características, al ladrillo a la vista, a las formas geométricas novedosas y a su interacción con el espacio y el medio ambiente.

Fragilidad sin debilidad

María Elvira es una persona discreta y suave. Así ha sido toda la vida.Tanto que su esposo, en el 2006, con motivo de la exposición que reunió parte de su trabajo, le agradeció en su discurso de inauguración por “de manera casi secreta, recoger y guardar croquis, diseños, planos, que por lo general olvido, y por ser la sombra que resolvía todas las inquietudes de los curadores de esa muestra”.Sin protagonismo ni marco teórico familiar que le diera el derecho a ser el alter ego de su marido, es unas de las arquitectas que conocen los interiores y exteriores del conjunto de su obra.

Tal vez ahora, por la posición que ocupa y por haberse impuesto la tarea de sacar adelante la Fundación, se hace notar un poco más. No ha perdido, eso sí, la sonrisa que la ha caracterizado y que es uno de sus mejores recursos a la hora de negociar esas iniciativas que, en compañía de colegas y amistades de toda la vida, diseñan y exponen para ejecutar sin dilación. Con sus ojos muy abiertos que se iluminan cada vez que celebra sus ocurrencias o las de su interlocutor, convence, sin vencer todas las ocasiones, pero sin dar un paso atrás.

La Fundación

 Para María Elvira y el grupo de personas que se reunió a su alrededor fue clave recordar a uno de los gurús de Salmona, a quien evocaba cada vez que podía, Leon Battista Alberti, que en el siglo XV definió la arquitectura como “un arte que permite sostener las instituciones y transmitirlas a las nuevas generaciones”. Y a eso se comprometieron.

La Fundación tiene su sede en el piso 20, el último, del edificio Sociedad Colombiana de Arquitectos en Bogotá, el mismo espacio donde trabajó durante años Salmona con su equipo. Oficina inmensa, con ventanales enormes que la hacen ver más grande, con vistas al oriente del centro de Bogotá, en donde Las Torres del Parque, una de sus obras más reconocidas, se erigen orgullosas por su estilo, formas y por el fondo que las acompaña: los imponentes cerros de Monserrate y de Guadalupe, que se aprecian desde ahí en todo su esplendor.

“Dos años después de la muerte de Rogelio constituimos la Fundación. Definimos que su enfoque principal sería mantener viva su memoria”, dice María Elvira, y agrega con pasión y más ilusión: “Aprovechar todo ese legado para ponerlo al alcance de la mayor cantidad de gente y de las nuevas generaciones y aprender de sus enseñanzas, a través de su obra, de sus escritos. Se definieron tres áreas estratégicas: la primera, conservar y preservar los planos, croquis, anteproyectos y el archivo disperso por varios sitios. Segundo, establecer un quehacer para poner al alcance de estudiantes, investigadores y personas interesadas en la ciudad sus reflexiones y sus obras; y en tercer lugar, incidir en la agenda pública de la arquitectura a través de un premio que no fuera solo colombiano sino latinoamericano”.

El nombre y la obra de Rogelio Salmona trascendieron el ámbito local. Su presencia se siente por casi toda América Latina, así sus comienzos coincidan con esa etapa de un continente que no se conocía entre sí. Los referentes arquitectónicos de esta región fueron, durante muchos años, los edificios de Estados Unidos, los de Europa y hasta algunos de Asia. Los de por acá, muy poco. No había tampoco una revista de la región ni intercambios significativos.
Aprovechar todo ese legado para ponerlo al alcance de la mayor cantidad de gente y de las nuevas generaciones y aprender de sus enseñanzas, a través de su obra, de sus escritos.
Rogelio junto con un grupo de arquitectos de la zona crearon un movimiento que se denominó Seminarios de Arquitectura Latinoamericana. Este año tienen un encuentro en la isla de Chiloé, en Chile. Una de sus primeras realizaciones fue conocer la región a través de construcciones magníficas que identificaron ciudades ocultas entre sí. Otra actividad fue la de reconocer las particularidades que las hacen singulares para comunicarlas, destacarlas, enfatizarlas.

De ahí que el Premio de Arquitectura sea latinoamericano y que no se premien obras nuevas, limpias, impecables, que no se hayan usado. Concursan construcciones que al menos lleven cinco años de inauguradas y con espacios que posibiliten el encuentro ciudadano. Edificaciones que hayan hecho posible crear ciudadanía, una de las obsesiones de Rogelio”, explica María Elvira.

Todos a una

 La Fundación tiene en la actualidad un proyecto que abandera con devoción y que le fue presentado al ministro de la Cultura, Juan David Correa, con muy buenas perspectivas. Se trata de la postulación de siete obras de Salmona para que sean integradas por la Unesco, en una de sus categorías excelsas que, de tesoro local, después de un examen riguroso, las convierte en joya mundial. “Logramos ya la inclusión de estas edificaciones en su lista indicativa.

Ahora vamos por su Declaratoria como Sitios de Interés Cultural Mundial”, informa María Elvira. Esas obras son: Las Torres del Parque, la Casa de Huéspedes Ilustres de Cartagena, el Archivo General Nacional, el edificio de Posgrados Virginia Gutiérrez de Pineda de la Universidad Nacional, la Biblioteca Virgilio Barco, la casa en Cartagena de Gabriel García Márquez y, por último, la casa familiar de Tabio.

Se debe preparar un documento técnico que sustente su importancia, acompañado de material fotográfico y fílmico. La Fundación estaría de manera transversal, como la cabeza de ese proceso que es lento, dispendioso y que necesita recursos económicos importantes para los honorarios de expertos y artistas que participarían en la preparación de la sustentación. La mecánica es que una vez se completen esos requisitos, el Ministerio de Cultura pasa el dosier al de Relaciones Exteriores, que es la entidad que lo “patina”, para decirlo de manera coloquial, y lo entrega a la Unesco.

Este acontecimiento debería ser causa nacional. Que siete de las obras más emblemáticas de Rogelio Salmona ocupen un lugar dentro de las edificaciones culturales más interesantes del planeta no les compete solo a su Fundación ni a su viuda, sino que tendría que ser propósito de la Nación. Entre tanto, y para no liquidar la Fundación, María Elvira enumera otras iniciativas que han impulsado y siguen pedaleando, como la ejecución de videos, fotografías, calendarios, libretas, recorridos virtuales, presenciales, charlas que les han generado más trabajo que recursos, pero a los que se ha recurrido para seguir vivos.

María Elvira Madriñán, en solitario algunas veces y otras con quienes se entusiasman, persiste en salvarla de la extinción del mismo modo que Rogelio, quien con coraje y más genialidad trabajó en plasmar sus ideas de una arquitectura del “bien vivir”, en comunidad y estrenando formas espectaculares impensables en nuestro medio que se integran en un solo cuerpo con el paisaje urbano y rural que amó, respetó y enalteció. Proyectos que le valieron infinidad de premios y aplausos unánimes e ininterrumpidos.

​MYRIAM BAUTISTA - PARA EL TIEMPO

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