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El arte de cambiar espacios y realidades a través del grafiti

Uno de los grafiteros más importantes del país habla de los proyectos de cambio social que lidera.

Perrograff durante el lanzamiento de murales en supermercados Éxito en Bogotá.

Perrograff durante el lanzamiento de murales en supermercados Éxito en Bogotá. Foto: Cortesía Grupo Éxito

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PERIODISTA DE REPORTAJES MULTIMEDIAActualizado:

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El significado de un espacio es tan relativo como cada quien que transita por él. Puede tener tantas interpretaciones que tratar de determinar una sola palabra o frase que englobe lo que representa es complejo. Un encuentro, un beso, un saludo, una lágrima, un golpe, un abrazo, una sonrisa, cualquier acción que se haga en aquel lugar siempre va a estar enmarcada.
Lo cierto también es que esos significados cambian con el tiempo. La misma esquina que frecuentaban unos abuelos no era la misma cuando sus hijos la recorrían ni mucho menos como sus nietos la conocen ahora. Y eso, justamente, fue lo que pasó en la comuna 13 de Medellín. Durante generaciones, esa ciudad y el país han sido testigos de la transformación del espacio. El lugar, no solo en términos físicos sino sociales, que antes era conocido por la violencia y los muertos diarios, ahora sobresale a nivel mundial por el turismo comunitario que ofrece.
La iniciativa partió de la idea de cambiar el imaginario que catalogaba al sector como uno de los más peligrosos. Con la ayuda de los vecinos del lugar y organizaciones se ha logrado cambiar la perspectiva y en la actualidad miles de turistas recorren a diario sus calles. Uno de los componentes claves de la estrategia han sido los grafitis y murales de artistas urbanos que exponen en el Graffitour, una experiencia que les permite a las personas acercarse a las creaciones artísticas que han registrado la realidad en letras, caras y paisajes.
La idea fue de Daniel Quiceno (1989), conocido como Perrograff, y de Jeihco, músico de hip-hop y gestor cultural. Hace algo más de una década decidieron apostarle a hacer recorridos con historias de lo que ha ocurrido en ese lugar. “La idea es demostrar que acá hay artistas, músicos y mucho amor”, se lee en una de las convocatorias para atraer turistas.
El hecho le dio la vuelta al mundo y se convirtió en referente. Perrograff, uno de los grafiteros de vieja guardia de la capital antioqueña, ha sido invitado para asesorar estrategias similares en Quibdó, Chocó, y El Salvador.
Hoy es el coordinador artístico de Pigmentos Urbanos, una feria nacional de grafiti que surgió en alianza con el Grupo Éxito y la agencia Básica. El evento habilita 22 muros de los supermercados en 11 ciudades del país para que artistas urbanos hagan creaciones que plasmen la identidad de cada territorio.

¿Qué tanto se ha transformado la escena del grafiti en el país?

El grafiti dio un salto grande. Ha sido una evolución muy bonita. Ha sido una forma de impactar más de forma positiva a las personas. Varios artistas nos hemos esforzado por dejar de hacer el grafiti tradicional y espontáneo para hacer otro tipo de arte urbano, sobre todo para contar realidades. Creo que esto ha servido mucho para que la gente tenga otra visión sobre el territorio y, por supuesto, sobre el arte urbano y el grafiti en específico. Cada vez hay más gente a la que le gusta este proceso. Es un largo camino de trabajo de muchos artistas a nivel nacional.

Uno de los procesos conocidos fue el de la comuna 13, ¿cómo ha cambiado la vida allí?

Ha cambiado bastante y ha funcionado. Han mejorado la infraestructura y el tema de la seguridad. Esa época arcaica en la que no había oportunidades para la gente cambió y, con el grafiti y arte urbano, se ayudó a mejorar la calidad de vida. El grafiti se convirtió en un héroe en la comuna 13. Es la forma de contarle al mundo nuestra historia. El grafiti es memoria y cumple un rol importante: la personalización y vocería de lo que sucede. Logró poner en el ojo de todo el mundo ese lugar.

¿Cómo se inició en esto?

Cuando era joven, me sentía atraído por el tema y por la red de hiphop de la época. Una tarde en el colegio me pidieron hacer algo para no perder la materia de ‘artística’. Entonces fui a ver a un amigo que era grafitero, que conocí en esa comunidad, y empecé a hacer grafitis. Ahí me gustó y comencé a hacerlo. Los primeros trazos eran más de impresión y muchas letras. Era el concepto que se trabajaba en ese momento. Les preguntaba a los que lo hacían y fui construyendo mi camino. Primero conocí el rap y luego, el grafiti. Yo escuchaba música de todas partes. En el barrio había mucho que escuchar: había letras de conciencia y crítica social.

¿Cuándo fue ese giro para cambiar del grafiti al arte urbano?

El grafiti es memoria y cumple un rol importante: la personalización y vocería de lo que sucede
Hubo un momento en que nos reunimos con La Élite —red de artistas de hiphop y grafiti— a conversar con la gente y nos dimos cuenta de que para los procesos sociales de la comuna no era tan importante poner el nombre en la pared solamente, sino comenzar a contar historias que estaban escondidas. Debíamos poner otras cosas que pudieran servirle a la comunidad, y ahí fue cuando empezó el cambio.

¿Se acuerda de uno de los murales con mayor impacto en ese momento?

El de Operación Orión, nunca más. Era una crítica. Se mostró lo que la gente quería decir, y eso captó la atención de muchos. Ahí nos dimos cuenta del poder del arte en las paredes.

Y entonces surgió Casa Kolacho y el Graffitour o Grafiti tour...

Con Casa Kolacho se cambiaron vidas. El rap, el grafiti y el break dance les dijeron a las nuevas generaciones que había algo más que violencia y drogadicción. Así empezamos a contar otras historias, y a la gente le interesó. Después nació el proyecto insignia, Graffitour, con el que queríamos que se conociera el barrio a través de nuestros grafitis. Se cambiaron los espacios y su significado. Los visitantes encontraban algo diferente, con relatos inéditos a través del arte. Entonces les comenzamos a decir a amigos de amigos. Y eso fue una bola de nieve. La gente comenzó a llegar y luego, a pagarnos por hacer recorridos.
El grafitour es una de las atracciones de esta zona.

El Graffiti Tour para extranjeros en la comuna 13 de Medellín Foto:EL TIEMPO

¿Cuál era el objetivo?

Queríamos rescatar lo que se estaba perdiendo: la esencia. Había que decirles a las personas que dejaran a un lado la estigmatización del barrio y se contara una historia diferente a la que contaban los medios en la época, donde solo aparecían violencia y muertes. Solo se hablaba de cosas tristes, entonces decidimos reportar las cosas positivas a través del arte. Al principio la gente no creía, le daba pereza salir y hacer los recorridos. Pero nosotros le metimos la moral que se necesitaba para sacarlo adelante. En el barrio comenzaron a ver que a los de afuera les gustaba, que había interés en este tipo de turismo, y vieron que sí era posible generar procesos sociales diferentes a través del arte urbano.

Pero, como en todo, el turismo trae efectos secundarios, ¿cuáles han sido en este caso?

El turismo trae varias consecuencias. El desplazamiento de personas, porque varios cambiaron sus hábitos y decidieron buscar otros lugares; el turismo sexual, porque varios extranjeros o de otras ciudades del país buscan una excusa para sus placeres sexuales, y la contaminación, por la cantidad de personas que van a diario. Eso pasa con el turismo masivo y es lo más complejo de controlar.

¿Qué opina de quienes dicen que el grafiti no debería monetizarse?

Yo respeto las decisiones de todos. Hay unos que publican en redes sociales por tener una vida social y un estatus, y otros lo hacen por monetizar. Es una decisión final del artista. Cada uno es como quiere ser y bajo su responsabilidad. Lo que es innegable es que esto se ha convertido en una forma de vivir.

Pero para vivir de esto son claves las alianzas, ¿no?

La identidad de cada territorio es el carácter con el que su gente puede soñar y salir adelante
Claro. Con el turismo comunitario, por ejemplo, logramos una economía creativa. Es decir, se pudo generar dinero contando nuestra historia sin mucho gasto de inversión. Gracias a alianzas que nos permitieron promocionar lo que hacíamos y las redes sociales, muchas familias pudieron tener ingresos que antes no tenían. Alcaldías, gobiernos, organizaciones y empresas nos comenzaron a buscar para tener este tipo de iniciativas en sus territorios.

Algunas de estas asesorías fueron en Chocó y en El Salvador, ¿cuál fue su aporte?

En El Salvador, al grafiti lo comenzaron a tener en cuenta para políticas de Estado, con el fin de transformar varias ideas que se tenían del país. En un territorio donde también hay violencia desmedida y tráfico de todo tipo, buscaron cambiar la concepción sobre varias de sus ciudades. Nos llamaron para asesorar al director de Reconstrucción del Tejido Social y logramos hacer un grafiti tour que ya está funcionando. Habían visto lo que se hizo en Medellín y les gustó. En Quibdó, el año pasado lanzamos el Quibdófest Grafitour, y le fue bien; este año hicimos la segunda edición. También nos han ado desde Lima, Río de Janeiro y Ciudad de México.

¿Y con las organizaciones o empresas, como lo que ha pasado con Pigmentos Urbanos, cómo ha sido?

Pigmentos Urbanos es un festival que busca juntar a la comunidad y aportar a los jóvenes que están interesados en el arte urbano. A través de talleres, se les dan las herramientas para aprender sobre gestión. Eso se logra desde la experiencia de los artistas invitados. Pero también hay un enfoque hacia la comunidad. Cuando se hacen los murales en los almacenes que lo permitieron, se busca reflejar cada lugar. Se hacen actividades de gestión cultural para entender lo que piensan las personas de los sectores. Es algo que puede permitir hacer cambios profundos e impactar y es una forma de decirle a la empresa cuáles son los procesos que ocurren alrededor. Pero todo es un camino. Si no hay proceso, no hay nada. Son los procesos los que dan lo adicional para tener el impacto necesario.
TheDeen, Wapz y JotaDos fueron los artistas elegidos para pintar las fachadas de tres supermercados en Bogotá.

TheDeen, Wapz y JotaDos fueron los artistas elegidos para pintar las fachadas de tres supermercados en Bogotá. Foto:Cortesía Grupo Éxito

Entonces, usted fue el puente entre la comunidad y el grafiti...

Reconocí a los grafiteros que en cada sector se estaban destacando por su trabajo y que habían trabajado con sus comunidades desde hace tiempo. Fue una tarea difícil pero valiosa encontrar a esas personas que estaban dando todo de sí mismas para aportar un granito de arena. Son líderes de sus territorios, porque no solo van y rayan una pared, sino que piensan en sus comunidades.

¿Cómo cree que el grafiti y el arte urbano ayudan a ese cambio social?

Los problemas de fondo no se cambian con solo algo en una pared si no hay un proceso detrás. Cuando hay un proceso, cambia todo. Los procesos de cartografía social y aquellos con componentes pedagógicos causan impactos sociales a largo plazo. Y eso es lo que permiten el grafiti y el arte urbano: acercarse a la comunidad y entender sus problemas y realidades. Lo que se plasma es un reflejo, un espejo, es algo que puede cambiar el significado de lo que muchos otros pensaban sobre ese lugar.
DAVID ALEJANDRO LÓPEZ BERMÚDEZ
Periodista de Reportajes Multimedia
En redes: @lopez03david

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