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Gustavo Rodríguez: 'Soy intuitivo como García Márquez'

El escritor peruano Gustavo Rodríguez ganó el Premio Alfaguara de Novela 2023. Entrevista de BOCAS

El escritor peruano recibió el galardón por su novela 'Cien cuyes'

El escritor peruano recibió el galardón por su novela 'Cien cuyes' Foto: Revista BOCAS

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“Al escribir, soy intuitivo como García Márquez, pero tengo la disciplina de Vargas Llosa”, dice Gustavo Rodríguez, el reciente ganador del Premio Alfaguara de novela, quien dejó a un lado su muy exitosa carrera como publicista para dedicarse a la literatura.
La poeta Maruja Vieira es la portada de la edición #126 de la Revista BOCAS

La poeta Maruja Vieira es la portada de la edición #126 de la Revista BOCAS Foto:Revista BOCAS

“Gustavo es como Sheldon Cooper”, explica Fernando Saettone, publicista peruano y uno de los mejores amigos de Gustavo. Rodríguez y Saettone tienen razón. Como Sheldon, Rodríguez es tímido, obsesivo, estructurado, disciplinado y metódico. Como Vargas Llosa, Gustavo lo tiene todo planificado: se levanta, va al gimnasio, toma desayuno, se encierra en su estudio, escribe entre cuatro y seis horas, luego almuerza, hace una siesta, lee, ve una serie, va al cine o al teatro y, más tarde, se da tiempo para los amigos.
“Además, es buena persona”, nos dice Dante Trujillo, también escritor y socio de Gustavo en Jugo de Caigua, un portal ciudadano abierto al debate de ideas donde escriben algunos de los más respetados historiadores y científicos sociales del Perú.
¿De dónde le viene este culto al trabajo duro? “De mi padre”, aclara. “Tenía una farmacia y me ponía de cajero. La gente se sorprendía, pero yo lo agradezco hasta hoy. Él me inculcó una ética del trabajo cuasiluterana, que conservo y valoro”.
Cien cuyes es una novela que, con humor, aborda el tema de la dignidad, la vejez y la muerte en medio de un país como el Perú, sumergido en el racismo y en una violencia estructural.

Cien cuyes es una novela que, con humor, aborda el tema de la dignidad, la vejez y la muerte en medio de un país como el Perú, sumergido en el racismo y en una violencia estructural. Foto:Alfaguara

Gracias a su talento, a su esfuerzo y a esta ética del trabajo, en el mundo de la publicidad, Rodríguez lo obtuvo todo: fama, respeto profesional, dinero. Sin embargo, otra de las características de su personalidad es el inconformismo. Cansado de la publicidad tradicional, aquella dedicada solo a vender, fundó, junto con el sociólogo Sandro Venturo, Toronja Comunicaciones, una agencia dedicada a la “publicidad social”, a la “publicidad con propósito”.
“Para mí, era el típico publicista divo”, nos dice Venturo. “Tenía muchos prejuicios contra él”, agrega Hugo Martínez, primer gerente de Toronja, “pero luego descubrí a una persona con mucha magia y talento”, agrega.
Sí, Toronja fue diferente, pues, para empezar, no contrataron a ningún publicista, todo su equipo venía de otras áreas como las ciencias sociales, la filosofía, el arte, la música y más. Y durante varios años sentaron cátedra en la publicidad peruana.
Mientras tanto, Gustavo Rodríguez poco a poco fue absorbido por la literatura. Sí, en Toronja hacía una publicidad distinta, pero seguía siendo publicidad. Eso sí, gracias a su trabajo allí y su o con las ciencias sociales fue expandiendo su mente, abriendo sus horizontes, haciéndose preguntas sobre el Perú y su compleja realidad.
Ganador de todos los premios destinados a su oficio, que incluyen una final en Cannes, el festival de publicidad más importante del mundo, no estaba satisfecho. “La felicidad no la da un Audi ni dinero en el banco; yo buscaba el prestigio”, subraya.
El prestigio que buscaba era literario. Y empezó a escribir, mejor dicho, trasladó la disciplina que aplicaba en la publicidad a su nueva pasión, la literatura. Se trazó el objetivo de escribir un cuento todos los fines de semana. Mal no lo hizo y, producto de esta tarea autoimpuesta, publicó su primer libro de relatos, uno llamado precisamente Cuentos de fin de semana.
Rodríguez es considerado uno de los grandes publicistas de su país (ganador del premio de Creatividad Cannes Lions)

Rodríguez es considerado uno de los grandes publicistas de su país (ganador del premio de Creatividad Cannes Lions) Foto:Raúl García

Luego, con una fuerte dosis autobiográfica, publicó La furia de Aquiles, su primera novela, donde se atrevió a contar, liberado de algunos prejuicios, escenas de sus vicisitudes económicas, como el hecho de haber llegado a vivir a Lima sobre la tolva de un camión. La novela fue recibida con cariño por la crítica y el público, quienes destacaban, sobre todo, su vena humorística.
Más tarde siguieron La risa de tu madre (finalista del Premio Herralde), La semana tiene siete mujeres (finalista del Planeta-Casamérica), otro libro de relatos y siete novelas más, incluyendo la premiada Cien cuyes.
“Es un autor irregular”, nos dice Dante Trujillo. “Yo sacaría algunos títulos de su bibliografía, pero, sin duda, es un escritor que ha ido aprendiendo el oficio y cada día escribe mejor. “Su última novela siempre ha sido mejor que la anterior. Sus lectores estamos convencidos de que la siguiente volverá a superar a la que la antecedió”, agrega.
De alguna manera, Rodríguez acepta este juicio. “Tengo varios libros disparejos, pero mis últimas cuatro novelas –Te escribí mañana, Madrugada, Treinta kilómetros a la medianoche y Cien cuyes– son bien sólidas. Esto no es casualidad. Dejé de publicar por un tiempo, y durante ese silencio editorial me dediqué a intentar explicarme la sociedad peruana”.
Otro ejemplo de su inmensa capacidad de trabajo está en el hecho de que, además de ser el autor de nueve novelas, dos libros de relatos, algunos textos de literatura juvenil, un libro de artículos y ensayos, y de los volúmenes Ampay Perú y Ampay mujer, se dio tiempo para producir, en el 2022, el podcast ‘Machista con hijas’, donde narra su vida como padre de tres mujeres. Como era previsible, el podcast dio origen a un libro homónimo.
Está divorciado, tiene novia y vive con dos de sus tres hijas. “Nos llevamos tan bien y nos tenemos tanta confianza que yo digo que más que padre e hija somos roommates”, nos dice Maira, la segunda de ellas.
Estos días no tiene tiempo para escribir por los compromisos que trae consigo el Alfaguara, pero si mira hacia atrás, a la etapa donde trasladó sus ímpetus comunicativos de la publicidad hacia la literatura, puede decir “misión cumplida, mal no me ha ido”.
En un momento de mi vida decidí que no quería ser millonario, que ese no era mi objetivo. 

Su primer concurso literario lo ganó a los 15 años…

Versaba sobre cultura general británica. Lo organizó la Embajada del Reino Unido en el Perú. En realidad, quedé en segundo puesto, me ganó alguien del Markham, un exclusivo colegio inglés. Era previsible, ellos bebían de la cultura británica, mientras yo era un estudiante de un colegio provinciano. Ahora que lo pienso, esa fue mi primera advertencia literaria, una que me decía que debía dedicarme a las letras, pero yo venía de una familia de comerciantes, muy pragmática, donde no se hablaba ni de arte ni de literatura ni se tenían tertulias. Cuando ya trabajaba en una agencia de publicidad conocí a César de María, un genio, uno de los mejores dramaturgos peruanos, quien tenía a la publicidad como oficio alimenticio. Él se convirtió en mi mentor, me introdujo en el mundo de la literatura, del teatro, del cine y, entonces, mi mente explotó.

Con sus historias míticas y amazónicas, su abuela materna también fue importante para su primer imaginario literario…

Ella me contaba épicas historias sobre la Amazonía y sobre su marido, un prohombre que hizo mucho dinero en la “época del caucho”. Tanto dinero hizo que sus hijos estudiaron en Europa; claro, no mi madre, pues ella era hija ilegítima.

Las mujeres fueron la fuente de inspiración de algunos de sus primeros escritos…

Era muy tímido y, por eso, me resultaba imposible acercármeles. Entonces, cuando me enteraba de que en alguna reunión iba a haber alguna chica que me gustase inventaba hipotéticos diálogos para estar listo en caso me tocase conversar con ella. Siento que soy un buen escritor de diálogos, y que esa destreza me viene de aquellos días, de mi timidez con las chicas. Además, el recurso ideal que encontré para conquistarlas era el de escribirles cartas. Y funcionó [ríe]. Es probable que mi literatura más visceral y encendida se la haya escrito a la madre de mis hijas, unas cartas encendidas donde le pedía que volviese de Estados Unidos, donde vivía.

Entonces, su literatura tiene un fin práctico.

Siempre he tenido unas ganas inmensas de comunicarme con el mundo, y siempre lo he hecho mejor por escrito que de manera oral. Cuando era niño y tenía que pedirle disculpas a mi abuela por alguna malacrianza, le dejaba una carta. Cuando me enamoraba y tenía que encarar a alguna chica, no le hablaba cara a cara, le dejaba una carta bajo su puerta. Cuando mi exesposa estaba embarazada de mi primera hija ocurrió una cosa curiosa: un día me levanté y decidí escribirle una carta a esta niña por nacer, para que un día supiese quién había sido su padre cuando la tuve. Por entonces, yo tenía 26 años. El texto me salió larguísimo, lo titulé ‘Hemorragia’, y desde entonces no he parado de escribir. El siguiente fin de semana, como hacía de niño en la Remington de mi padre, me senté a escribir un cuento, y el siguiente fin de semana otro, y el siguiente, otro. Así nació mi primer libro, Cuentos de fin de semana. Entonces, mi literatura, al menos la inicial, quiso contar quién era yo, qué me conmovía, qué pensaba del mundo. En la publicidad lo hacía de manera soterrada.
Ha sido finalista de los premios Herralde y Planeta-Casamérica

Ha sido finalista de los premios Herralde y Planeta-Casamérica Foto:Raúl García

En los 80, cuando estudió Publicidad, esta no era una carrera que prestigiase.

Los amigos de mi padre se sorprendieron, decían que era una carrera ligera y que yo “daba para más, que podía ser un gran médico, un buen abogado”. Pero mi padre me apoyó y yo les hice caso a mis tripas. Además, aunque no era del todo consciente, intuía que la economía familiar se estaba yendo al garete y que debía independizarme lo antes posible. Así lo hice. A los 18 ya trabajaba y terminé pagándome la carrera y casándome muy joven: tenía 22 años; mi novia, 19.

Usted creció en Trujillo, una ciudad del norte del Perú, y a los 16 años vino a estudiar a Lima. A pesar de las vicisitudes económicas de sus padres, su vida se desarrolló en barrios mesocráticos.

Cuando me miraba al espejo veía a un trujillano, pero no me sentía discriminado, hasta me sentía afortunado. La primera vez que sentí el racismo fue cuando tenía 15 años. Me impactó, pues era un chico promedio, menos blanco que algunos, más occidental que otros. Me gustaba una rubiecita trujillana, hija de la oligarquía local. Nos hicimos buenos amigos y empezó a correr el rumor de que éramos enamorados. Me preguntaron si era verdad y yo respondí que no, pero me sentí halagado. Sin embargo, uno de los muchachos de mi entorno dijo que cómo era posible que esa chica tan guapa estuviese con un cholo. Luego, ya en Lima, viví en una Lima que aspiraba a ser blanca. Ese paisaje lo recogía la publicidad de aquellos días: uno veía la pauta publicitaria y concluía que el Perú era un país escandinavo.

¿Se cuestionaba esta situación?

No, en absoluto, eso era lo dado y así había sido siempre. No era consciente de que yo mismo era parte de una maquinaria que le decía a la gente “blanquéate para ser mejor considerado”. Por entonces, aún no había leído textos de ciencias sociales. Por eso, yo digo que me salvó la escritura, el abrirle la puerta a la literatura. Aunque era joven, por mis lecturas juveniles y mi práctica constante escribía bien. Por eso, una agencia de publicidad me contrató como redactor creativo. Además, era muy responsable.

Su amigo, el publicista Fernando Saettone, sostiene que por eso le pusieron el apodo de “Pluto”.

 Dicen que cuando llegaban las órdenes de trabajo, los jefes preguntaban: “¿quién quiere hacer estos encargos?”. Entonces, yo saltaba de alegría, corría tras ellas y las tomaba con la boca [ríe]. Era muy afanoso, quería ser alguien y demostrarlo. Le metía mucha pasión a lo que hacía, como si en ello se me fuese la vida. A la distancia lo veo hasta como algo ingenuo: queríamos hacer algo inolvidable, trascendente, a través de un anuncio publicitario.
Durante la FILBo, presentará Cien cuyes en Colombia.

Durante la FILBo, presentará Cien cuyes en Colombia. Foto:Raúl García

Tuvo un abuelo millonario, uno que hizo fortuna con la fiebre del caucho.

Soy nieto de un magnate de la selva, que educó a su familia en Europa, que tuvo a mi madre con su amante. Con ese origen, mi madre devino en una persona de clase media no desbarrancada que vivía en Matute, un populoso barrio limeño. Desde chico oí contar las historias de este abuelo mítico que era un capitalista con socios alemanes, que conocía Europa, que se construyó un palacio en Iquitos, que es patrimonio y que sale en las monedas de un sol.
Una de sus virtudes es “saber estar”, el no resultar ajeno en ámbitos disímiles, contrapuestos.
Yo no me siento blanco, soy un cholo, pero he sido blanqueado. Por mi oficio de publicista pude conocer, e incluso integrarme, al mundo corporativo y a los círculos de poder limeños, y en esos encuentros con presidentes, primeros ministros y CEOs, devorarlos con desparpajo. Por ejemplo, por la mañana me reunía con el presidente Toledo; más tarde con Gisela Valcárcel, la reina del mediodía de la TV peruana; horas después con Alonso Cueto, un amigo escritor a quien le había dado a leer el borrador de uno de mis libros.

Maneja un Audi. Hay una anécdota divertida al respecto. Una vez, su socio en Toronja quiso ir a una reunión con unos potenciales clientes en su Nissan. Usted le dijo “no, vamos en mi Audi para cobrarles más”.

Esos códigos los tenía internalizados, porque me movía en esos ambientes. Yo sabía dónde usar el auto. Si iba a la Confiep [el gremio empresarial peruano] o a algún cliente millonario, no solo llegaba en mi Audi, sino que trataba de que me viesen estacionar para que, solo por esa situación, estuviesen dispuestos a pagar más. Sin embargo, cuando voy a reuniones con escritores no voy en mi auto, me da pudor. Tengo una clara conciencia de audiencia, pero también de que aquellas relaciones que nacen del poder adquisitivo son fatuas, artificiales. Repito, siento que, al contrario de lo que pasa con algunos amigos, me he vuelto de izquierda.

¿De verdad se siente de izquierda?

[Piensa]. No lo sé. Soy un socialdemócrata. En un momento de mi vida decidí que no quería ser millonario, que ese no era mi objetivo. Con las conexiones que tengo, que construí, pude haber hecho mucho dinero. Si yo les hubiese puesto a mis negocios el mismo ímpetu que les he puesto a mis libros viviría en otras esferas. Sin embargo, no pude, pues la pasión por contar mis historias fue más grande que hacer dinero. Además, me preparé para esta situación. Durante los últimos diez años de mi vida alisté el terreno para que, poco a poco, dejase de vivir de las consultorías, de las comunicaciones, de la publicidad. Trabajé para que el “prime time” de mis días estuviese dedicado a la literatura. No soy un genio como Vargas Llosa, a quien su agente, Carmen Balcells, le dijo “deja la docencia y dedícate solo a escribir, yo me encargo de pagar tus cuentas”.

Quizás esta decisión de dedicarse por entero a la literatura la tomó cuando dejó de pagar la universidad de sus hijas…

Así fue. Entonces, me dije, “bueno, me ajustaré, trabajaré más, viajaré menos, comeré en sitios más baratos”.

¿Le interesa más el prestigio que el dinero?

Totalmente.

Pero en una sociedad como la peruana, el dinero prestigia. Para demostrarlo tenemos la anécdota de su Audi.

 El dinero blanquea y sí, es verdad, también prestigia. Sin embargo, cada uno establece cuál es su armonía, qué nos da felicidad. A mí me basta con no tener deudas, tener mi casa bonita y viajar una vez al año. Yo era un publicista prestigioso, con premios locales e internacionales, pero no me era suficiente. Me aburrí de lo mismo. Además, existen razones válidas para desconfiar de la publicidad por su banalidad y frivolidad.
Ha sido columnista en la página de Opinión del diario El Comercio,8​ colaborador de la revista Etiqueta Negra9​ y cofundador —junto con el escritor Javier Arévalo— del Proyecto Recreo, una organización con la misión de llevar la lectura a las escuelas del Perú.

Ha sido columnista en la página de Opinión del diario El Comercio,8​ colaborador de la revista Etiqueta Negra9​ y cofundador —junto con el escritor Javier Arévalo— del Proyecto Recreo, una organización con la misión de llevar la lectura a las escuelas del Perú. Foto:Raúl García

¿Por qué escribe?

Para tener un velorio en vida. Es decir, que los lectores se me acerquen agradecidos y me digan “me has conmovido”, “me has cambiado la vida”, “me has iluminado”, “me has hecho pensar”. Me explico, la frase popular dice que “no hay muerto malo”, que todos resultan buenos al morir. Bueno, yo escribo para recibir en vida aquellos halagos que son previsibles en un velorio.

¿En la literatura encontró personajes más interesantes que en la publicidad?

Sí. Estuve décadas en el mundo publicitario, en el mundo corporativo, y he comprobado que puede ser un erial intelectual; mientras que la literatura y el arte te muestran personalidades más complejas, más curiosas; una fauna más vibrante. Cuando me junto con escritores evito hablar de literatura (ríe). Además, antes que nada, mis amigos escritores son buenas personas.

Es usted metódico, ordenado, disciplinado. ¿Cuánto de su éxito se sustenta en estas cualidades?

La disciplina me ordena el día a día, pero más peso le doy a la tenacidad. Soy muy intuitivo y si atisbo un camino que me lleve hacia la plenitud, no lo suelto y persisto. Cuando algo ya no me reta, como la publicidad, lo dejo.

Escribió Cien cuyes en solo tres meses, con un horario estricto de escritura de seis horas por día…

En realidad, la escribí en dos meses. Pero tengo otros libros que me tomaron años. Más que con disciplina, Cien cuyes se escribió con urgencia. En el 2022 me pasaron cosas muy fuertes como la muerte de Jack, mi suegro, suceso que, además, me permitió revisar la muerte de mi padre. Mi suegro tuvo una muerte sosegada y rodeada de amor; la de mi padre, en cambio, fue rápida y marcada por los achaques de su alcoholismo. Por su alcoholismo, yo nunca pude sentarme con mi padre a conversar y a tomar un trago, pero me hubiese encantado hacerlo. Me faltó conversar mucho más con él, pero sí pude decirle que lo quería.

¿Quién ha marcado más su vida: su padre o su madre?

Mi padre, para bien y para mal, por las cosas hermosas que me enseñó y las otras que me dejó.

Su literatura es bastante autobiográfica.

Sí, pero varía de libro a libro, y está supeditada a lo que quiero contar. Mi segunda novela, La risa de tu madre, no tiene un ápice de autobiográfica. Cien cuyes, salvo el personaje inspirado en Jack, mi suegro, tampoco habla de mí. Me gusta fabular, pero he de aceptar que mi vida es el principal insumo de mi literatura.
El escritor peruano Gustavo Rodríguez recibió la noticia del premio desde Lima.

El escritor peruano Gustavo Rodríguez recibió la noticia del premio desde Lima. Foto:EFE

Su hermano Ronny dice que él no lee nada, pero al saber que era un personaje de Madrugada, una de sus últimas novelas, decidió hacerlo, y que le gustó mucho verse retratado allí.

Yo trato con mucho respeto a mis personajes. Los quiero, y si se basan en personas de mi entorno, pues los construyo desde el afecto. Es decir, aviso, preparo, hago control de daños. Una vez Fuguet me dijo que cuando él sentía que aquello que contaba en una novela le podía traer problemas significaba que el libro estaba bien, valía la pena, tenía potencial.

Maira, su hija, se reconoce en su novela Treinta kilómetros a la medianoche, y por eso siente que debió ser informada de que sus vivencias se iban a transformar en ficción.

Es verdad, me dejé llevar. Con ella es con quien menor control de daños hice. Pude manejar mejor esa situación, pero lo contado es algo que solo sabemos ella y yo, entonces, no tendría por qué preocuparse. Ahora, cuando uno crea un alter ego literario corre el riesgo de ser identificado con él, y que todo lo que vive el personaje lo ha vivido el autor. Eso, felizmente, no es así. Yo no tengo esos pudores, pero puedo entender que mi hija los tenga.

Le pregunté si después de esas infidencias literarias se cuidaba de usted.

¿Qué respondió? (Ríe). Imagino que no. Secretamente, incluso cuando hay ambivalencias, ambigüedades y hasta cierto rechazo, la gente preferirá que se escriba de ella antes que ser ignorada. Al final, todos estamos en busca de un autor, porque todos queremos un granito más de trascendencia de la que cargamos.

Como escritor, ha pasado de lo personal a lo social, de la autoficción a lo colectivo.

Sí. Ha sido un ejercicio ligeramente consciente. En España se me llama “el novelista de Lima”. Vuelvo a lo dicho antes, desde que salí de la publicidad tuve más o con gente de las ciencias sociales, de otras disciplinas, lo que me permitió ser más consciente de las pulsiones y contradicciones de la sociedad limeña. En Toronja hicimos Ampay Perú, Ampay mujer, desarrollamos muchas campañas sociales, me hice columnista de opinión y dejé la ficción por un momento, pero al volver a ella mi escritura dejó de centrarse en el yo y pasó a mirar a Lima. Desde entonces, Lima es el telón de fondo de todas mis historias.

¿Escribe para ayudarse a entender la sociedad limeña?

Conscientemente, no. Sin embargo, es verdad que desde la literatura uno se hace muchísimas preguntas, interrogantes particularísimas que no surgen desde otro ámbito del conocimiento o de las artes. Por ejemplo, el crear un personaje y hacerlo hablar implica un complejo proceso de pensamiento, conceptualización y arquitectura: cuál debe ser su tono, qué palabras debe usar, en qué escenario debe moverse, cómo debe actuar y reaccionar, etcétera. Y todo para que resulte verosímil, funcional a la ficción. Todo esto implica, más que una mirada, un análisis de la realidad.

Quizás lo mejor de su literatura sea la construcción de sus personajes: todos resultan reales, todos resultan verosímiles, capacidad en la que cojea incluso el propio Vargas Llosa.

Gracias, es un gran elogio. Quizás esto se deba a que me he relacionado con muchos estamentos de nuestra ciudad, ricos y pobres, blancos y mestizos, herederos y empresarios emergentes. También soy consciente de mis límites: escribo sobre aquello que conozco, y creo que, a la Lima contemporánea, urbana y de impronta costeña la conozco bien.

La crítica sostiene que, libro a libro, ha ido mejorando como escritor.

En mis primeros años como novelista debí ecualizar mejor el equipo de sonido [ríe]. Tengo varios libros irregulares, pero mis últimas cuatro novelas –Te escribí mañana, Madrugada, Treinta kilómetros a la medianoche y Cien cuyes– son bien sólidas.

Es autodidacta.

Lo he sido en todo terreno de mi vida. Nunca he llevado un curso o un taller literario. Laura Riesco afirma que ella no es una escritora sino una mujer que escribe. Yo digo que “soy un animal que escribe”, porque soy muy intuitivo: capto, proceso, aprendo.

Más que un lector obsesivo, es un escritor obsesivo.

Soy un lector relajado y muy desordenado, nada sistemático. Mi manejo de técnicas y recursos narrativos es intuitivo. Yo me definiría como un escritor intuitivo al estilo García Márquez, pero con la disciplina de Vargas Llosa. Jamás me llamaría “intelectual”, pero sí soy un buen traductor de ideas originales, complejas.

Como publicista ganó varios premios importantes; como escritor, el Alfaguara.

No se pueden comparar. Yo no he escuchado a nadie decir “este comercial me cambió la vida”, pero sí he escuchado decir “este libro me cambió la vida”. Con la publicidad, uno trata de instalar una verdad simple que puede ser replicable, pero con la literatura uno instala preguntas, dudas. Por eso, sin quitarle méritos al publicista que fui, me siento más orgulloso de haber ganado el Alfaguara que un Grand Prix. A los peruanos nos pasa una cosa curiosa, y es el tema del compromiso. Si un autor español hubiese ganado el premio no estaría obligado, de forma tácita, a ser embajador de su cultura y de su país. En sociedades como la peruana obtener un premio como este conlleva una inmensa responsabilidad.
La edición 126 está en circulación desde el domingo 26 de marzo de 2023.

La edición 126 está en circulación desde el domingo 26 de marzo de 2023. Foto:Revista BOCAS

Entrevista realizada por Gonzalo Pajares
Fotos Raúl García
Edición #126 
Revista BOCAS

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