En este portal utilizamos datos de navegación / cookies propias y de terceros para gestionar el portal, elaborar información estadística, optimizar la funcionalidad del sitio y mostrar publicidad relacionada con sus preferencias a través del análisis de la navegación. Si continúa navegando, usted estará aceptando esta utilización. Puede conocer cómo deshabilitarlas u obtener más información
aquí
Ya tienes una cuenta vinculada a EL TIEMPO, por favor inicia sesión con ella y no te pierdas de todos los beneficios que tenemos para tí. Iniciar sesión
¡Hola! Parece que has alcanzado tu límite diario de 3 búsquedas en nuestro chat bot como registrado.
¿Quieres seguir disfrutando de este y otros beneficios exclusivos?
Adquiere el plan de suscripción que se adapte a tus preferencias y accede a ¡contenido ilimitado! No te
pierdas la oportunidad de disfrutar todas las funcionalidades que ofrecemos. 🌟
¡Hola! Haz excedido el máximo de peticiones mensuales.
Para más información continua navegando en eltiempo.com
Error 505
Estamos resolviendo el problema, inténtalo nuevamente más tarde.
Procesando tu pregunta... ¡Un momento, por favor!
¿Sabías que registrándote en nuestro portal podrás acceder al chatbot de El Tiempo y obtener información
precisa en tus búsquedas?
Con el envío de tus consultas, aceptas los Términos y Condiciones del Chat disponibles en la parte superior. Recuerda que las respuestas generadas pueden presentar inexactitudes o bloqueos, de acuerdo con las políticas de filtros de contenido o el estado del modelo. Este Chat tiene finalidades únicamente informativas.
De acuerdo con las políticas de la IA que usa EL TIEMPO, no es posible responder a las preguntas relacionadas con los siguientes temas: odio, sexual, violencia y autolesiones
Mauricio Cárdenas, el arquitecto colombiano que conmovió a Italia con el bambú
El genio del bambú cuenta su historia en BOCAS
Su trabajo con este material lo ha llevado a China, a Australia e Italia. Foto: Jaime Londoño
Cuando el arquitecto bogotano Mauricio Cárdenas Laverde era niño solía visitar a sus abuelos en una finca en Pacho, Cundinamarca. Le gustaba dedicarse a ver cómo se hacía la a en un trapiche oscuro que estaba metido en una cubierta que, para sus ojos de entonces, era gigante.
La cofundadora de Tinder y la CEO y fundadora de Bumble, Whitney Wolfe, es la portada de la Revista BOCAS Foto:Revista BOCAS
Llevaba las cañas y los trabajadores las ponían en una olla inmensa, luego unos bueyes daban vueltas a una especie de prensa que espichaba cada vara para extraer de ella el jugo que luego caía de nuevo a una olla. Este extracto pasaba a unas formaletas, similares a las que se usan para hacer hielo en la nevera –pero mucho más grandes– y cuando la melaza se secaba, salían unos ladrillos de a que Mauricio llevaba a la casa y raspaba para endulzar las bebidas. Esa fue la primera vez que estuvo ante un círculo ecológico: una materia que se transforma en alimento y, luego, en otros elementos que finalmente se degradan y vuelven de nuevo a la tierra.
A veces, cuando no estaba en el trapiche, tomaba pedazos de guadua que encontraba por ahí y hacía una especie de tiendas, como pequeñas carpas para esconderse y pasar el rato. Construía refugios con lo que encontraba a la mano. Fue en esa finca que tuvo por primera vez o con ese material que más tarde se convirtió en el pilar de su obra como arquitecto y en una convicción: hacer arquitectura es pensar en el bienestar de los seres humanos, pero también de la tierra, y que los materiales naturales son una manera recia de construcción.
Pero esas premisas llegaron después de haber estudiado arquitectura en la Universidad de Los Andes en Bogotá, de una maestría en la Universidad de Syracuse en Florencia y un doctorado en Diseño de Arquitectura Sostenible en el Politecnico di Milano. Incluso después de trabajar para Renzo Piano, el famoso arquitecto italiano que fue ganador del Premio Pritzker y que ha buscado en su obra la ligereza, y de irar la obra de Simón Vélez, un arquitecto colombiano que hizo de la guadua su material principal en el diseño y construcción de estructuras de diversas escalas.
Estudió en Los Andes, una maestría en la Universidad de Syracuse en Florencia y un doctorado en Diseño de Arquitectura Sostenible en el Politecnico di Milano Foto:Jaime Londoño
El trabajo de Mauricio con el bambú lo ha llevado a China, a Australia, a Italia y de nuevo a Colombia. El Gobierno italiano lo premió con el Italia degli Innovatori, hizo parte del equipo de diseño del Pabellón Colombia en Expo Milán 2015 y fue curador científico del evento Under The Bamboo Tree en el 2019 y 2020 para Labirinto della Masone, también en Italia. Su firma, Studio Cardenas Conscious Design, recibió el Premio de BUILD Architecture de Inglaterra a la mejor firma de Arquitectura Sostenible Internacional – Premio a la Excelencia de Italia por el Diseño Consciente. Estos reconocimientos los ha recibido sobre todo por proyectos como Microclimatic Pavilion, BooTech EcoDome y ThinkGreen en Italia, la Energy Efficient Bamboo House y el INBAR Garden Pavilion.
Además de hacer arquitectura, Mauricio (52 años) ha sido docente de maestría en el Milán Politécnico, Tongji University Shanghai y LanTao Academy Beijing. Dice que en el futuro se ve haciendo proyectos en Colombia y empezó por participar en el XXXVIII Congreso Colombiano de Arquitectura y Urbanismo organizado por la Sociedad Colombiana de Arquitectos en Pereira.
Habló con BOCAS sobre sus tránsitos, el azar que lo ha llevado a ser el arquitecto que es hoy, las correspondencias con su historia, la academia y, por supuesto, del bambú.
Conoció la caña de bambú en la casa de sus abuelos paternos, ¿cómo fue ese encuentro?
Sí, en esa finca había café, plátano, caña de azúcar y guaduales. En esos guaduales me gustaba jugar porque eran increíbles y de chiquito uno ve todo más grande. Recuerdo que por la finca había un puente colgadizo de guadua para atravesar el río. Tengo esas memorias. Pero en esa época quién se iba a imaginar que iba a estudiar arquitectura y que iba a usar la guadua.
¿Cómo decidió que era arquitectura la carrera que quería seguir?
Fue rarísimo, en el colegio cuando le tocaba a uno decir qué iba a estudiar, yo no sabía. No hay arquitectos en mi familia, pero me interesaba el arte y, además, lo que me imaginaba de la arquitectura era poder tener una idea y luego plasmarla en algo físico y real. Entonces lo escogí así, pero hasta muy inconscientemente porque no tenía ninguna referencia. El primer semestre me fue muy mal realmente; yo me acuerdo que decían que había que comprar cartón paja y no sabía qué era esa vaina. Pero había otros que eran hijos de arquitectos y yo me les pegaba. Es más, recuerdo que me corté mucho al principio por no saber usar el cortador y mis primeras maquetas eran horrorosas, pero fueron mejorando. Me acuerdo que decían, por ejemplo, que había que hacer un proyecto con cinco espacios y yo no sabía qué querían decir con eso. Yo comencé así, bastante perdido, aprendiendo el lenguaje.
¿Cree que esa falta de referentes y de lenguaje iniciales lo llevaron a un ejercicio más espontáneo de la arquitectura?
Yo creo que sí, porque no tenía cómo decir que mi abuelo hizo esto o mi papá hizo esto otro, sino que estaba totalmente abierto a todo, a aprender. Con muchísima curiosidad.
Durante la carrera, a inicios de los años noventa, se fue a Nueva York y ese viaje tuvo un final inesperado, ¿cómo fue?, ¿qué lo llevó allá?
Surgió un intercambio en la Universidad para hacer un curso de verano en Nueva York y yo para el momento ya había aprendido a hacer las maquetas y ya había entrado en esa mentalidad de estudiante de arquitectura. Yo nunca había ido y me emocionaba mucho la idea y finalmente me fui. Allá hicimos un proyecto en la Isla de Roosevelt, frente a la Organización de las Naciones Unidas, que consistía en residencias con múltiples funciones para quienes visitaban la ONU. En el intercambio había estudiantes de todo el mundo, entre ellos japoneses. Era muy curioso hablar con ellos y conocerlos, pues era una época en la que no había internet ni celulares, nada. Salíamos con ellos todas las noches tanto a ver la arquitectura como de fiesta, y estos japoneses al otro día estaban muertos y nosotros en cambio no dormíamos, no queríamos perdernos ni un minuto. El profesor de esos estudiantes japoneses nos contó al final que él solía invitar estudiantes estadounidenses de universidades prestigiosas para ir a Japón a hacer un semestre, pero que había quedado muy curioso de nosotros y quería que fuéramos. Yo pensé que era un chiste.
¿Y se fueron?
Sí, con dos amigos empezamos a mirar opciones. Mi papá me dijo que no había plata para volver a Colombia, que solo podía ayudarme con el pasaje de Estados Unidos a Japón, y me fui. Fue lo máximo. Allá vi cosas que nunca había visto. Algo que me impactó mucho en Japón fue ver que el palacio del emperador estaba hecho de papel de arroz, madera, bambú y tatami. Ver cómo con materiales naturales se podía lograr algo tan elegante y especial fue una locura. Me preguntaba cómo en Colombia no hacíamos eso si teníamos todo. Seis meses fueron muy poco y le pedí trabajo al profesor que nos invitó. Me dijo que sí y trabajé seis meses en su oficina. Trabajaba como un japonés, que era 24 horas sobre 24 horas, pero le pedí un día libre para dar vueltas. Los fines de semana me iba en el tren bala a ver los palacios, los templos que tenían 600 años y estaban hechos en madera. Eso me impactó muchísimo. Cuando regresé a Colombia volví con otra visión, porque lo que nos enseñaron en la universidad era mirar Estados Unidos y Europa, pero yo estando allá veía que éramos más cercanos a Japón.
Su firma, Studio Cardenas Conscious Design, recibió el Premio de BUILD Architecture de Inglaterra a la mejor firma de Arquitectura Sostenible Internacional. Foto:Jaime Londoño
¿Y eso lo llevó a empezar a pensar en materiales naturales para su tesis de grado?
Sí, cuando estaba divagando sobre qué quería hacer de tesis, pensé mucho en la zona cafetera y me aron con un profesor de Pereira. Allí fue que vi de nuevo la guadua y usada de maneras excepcionales por no arquitectos. Vi barrios enteros de guadua. Vi cosas que no entendía cómo no se caían. Pero en ese entonces en Los Andes la guadua era vista como un material pobre, como algo no tan interesante, entonces en la tesis lo usé de manera muy tímida. El proyecto era un centro de acogida para los campesinos que van a Pereira un fin de semana al mes a vender sus productos.
¿Y desde ese momento buscó el uso extensivo de este material en su obra?
Todavía no; estaba enamorado del material y de los materiales en general, pero no le veía aplicación. En Japón tenía un profesor que daba Historia de la Arquitectura Contemporánea que había vivido en Estados Unidos y en Italia y comparaba la arquitectura europea y la japonesa durante la historia; entonces veías Versalles al lado de Katsura, la piedra al lado de la madera y el papel de arroz. Y hablaba mucho de Italia y yo nunca había ido a Europa entonces. Ya, con el apetito abierto, busqué oportunidades para irme a Italia y logré media beca para estudiar allá con Syracuse University. Llegué a Florencia y comencé a estudiar otras formas de la arquitectura, y el tema de la guadua lo guardé en un cajón.
Luego de sus estudios en Florencia, que iniciaron en 1993, se fue a Milán, ¿por qué esa decisión y qué hizo allá?
Me fui a Milán a buscar trabajo porque en Florencia no había trabajo para diseño, sino más como de restauración y temas así. En Milán tuve varios trabajos y vi la obra de Renzo Piano y pensaba que era como un tipo del Renacimiento pero hoy. Comencé a buscar la manera de entrar en su oficina; mandé la hoja de vida varias veces y a la tercera vez me respondieron y me hicieron una entrevista y a la semana siguiente me preguntaron si estaba disponible para irme a París. Y yo dije que sí y estuve cinco años trabajando en París con ellos.
¿Ya en esa oficina volvió a pensar más en el bambú?
Sí; en los viajes que hacía a Colombia desde Francia compraba libros sobre guadua y se los llevaba a la oficina de Renzo Piano y los regalaba a la biblioteca esperando que hubiera una oportunidad de hacer un proyecto con este material, pero nunca se dio, estaban en otro cuento realmente. El bambú no es para todos, no es tan fácil. Realmente lo comencé a usar cuando salí de Renzo Piano, cuando comencé mi oficina, Studio Cardenas Conscious Design.
Habla el artista que ve en la guadua mil posibilidades, principalmente para Colombia, su función social en la construcción. Foto:Jaime Londoño
¿Por qué decidió poner la palabra “consciente” en el nombre de su estudio? Sobre todo en un tiempo en que esa palabra no sonaba tanto como ahora.
Nació de mi insatisfacción con la palabra sostenibilidad o bio. Tú ves muchos proyectos de arquitectura que son lo mismo de antes; le pones sostenible o cualquier certificación, pero no cambia nada. En cambio, un diseño consciente tiene menos posibilidad de interpretación, más directo; es tomar decisiones sobre las cosas importantes y con honestidad.
Ese concepto lo adoptó durante el doctorado que hizo en el Politecnico di Milano a inicios de los años dos mil, ¿cómo fue?
Este concepto estaba en el nombre de mi tesis porque era el nombre del método que utilizamos en mi oficina. Bajo ese método pensamos qué oportunidades tenemos en términos del diseño. Tiene que ver con usar menos luz artificial, menos aire acondicionado, menos electricidad, con un aprovechamiento de la orientación y de la forma. Es, en resumen, el uso de materiales naturales tangibles como guadua y tierra, e intangibles como la luz natural, el viento.
¿Con qué proyecto empezó el estudio?
Me inventé ese primer proyecto, no tenía un cliente, porque esperar que un cliente te pida algo en bambú en Italia es dificilísimo y yo ya quería empezar a usar el material. Comencé a ar patrocinadores como Bambú de Colombia, que queda en Pereira, que me enviaron la guadua. El proyecto era un pabellón para la parte más experimental del Salone del Mobile Milano y conseguí la iluminación, los pisos, todo. De esa forma surgieron mis primeros dos o tres primeros proyectos.
Pabellón para la Exposición Mundial de Horticultura en Pekín, China, hecho en bambú. Foto:Cortesía. Mauricio Cárdenas
¿Cuál fue el mayor reto en ese momento para construir con bambú?
Me di cuenta de que no había mano de obra especializada, entonces diseñé un sistema para construir con guadua y esto se volvió noticia, algo que yo no me esperaba. Es un sistema con el que puede construir cualquier persona. Ese primer pabellón, por ejemplo, lo construí con los tres jóvenes que trabajaban en mi oficina en esa época. Tampoco se perfora la guadua y no se le echa cemento, esto hace que las piezas de guadua que se van dañando con el tiempo se puedan cambiar por nuevas, entonces le da una vida como la de esos templos en Japón que están en pie luego de 600 años porque les van cambiando las piezas. Por último, las uniones, que las hemos hecho de diversos materiales, son el tema clave, porque permiten que si quieres hacerte una casa en un lote, no necesites llamar a expertos sino que puedes hacerlo de manera sencilla.
Algunos de sus proyectos están pensados como una arquitectura simple que pueda ayudar a la mayor cantidad de personas, ¿por qué lo cree importante?
Los arquitectos salimos graduados de la universidad pensando que el arquitecto es una estrella y por eso nos llaman ‘arquistar’, como rockstar. Eso es completamente equivocado, la arquitectura es un trabajo social. La casa es algo esencial y el trabajo del arquitecto es ese, diseñar siempre con los pies tocando tierra y en o con las necesidades de la gente. Creo que por eso son importantes los materiales naturales, porque nos hacen entender que podemos hacer cosas sin dañar el ambiente, o dañarlo lo menos posible; que sea económico, con buen diseño y así servir a las personas.
Ha dado clase en pregrado y maestría, ¿qué suele transmitir a sus estudiantes, sobre todo ahora que cada vez se exige más a la arquitectura en términos de coherencia ambiental?
No les digo que usen bambú, pero sí que tengan en cuenta que para usar materiales naturales usados de forma directa tienes que saber un poco de agricultura, un poco de botánica, tienes que estar más pendiente del material y escogerlo. Los materiales naturales te hacen ir al bosque. El ejercicio de arquitectura debe cambiar hacia ese lugar más múltiple. Hoy construimos casi igual a como construíamos hace cien años, no ha cambiado la manera. Tú ves en Doha o en Bogotá o en Milán o en Nueva York los edificios y todos son concreto, vidrio y metal, y se vuelve solo un juego de forma. El arquitecto así, entonces, es como un escultor y se deja de lado ese carácter social tan importante. Social aquí también quiere decir ambiental. También creo que es importante transmitir que hay que saber de construcción; tenemos que diseñar pensando en cómo se va a construir nuestro edificio porque el daño mayor que se hace al ambiente es durante este proceso. Ya cuando el edificio está construido y comienza el ciclo de vida, el daño que hicimos fue enorme y no vamos a pagarlo durante todo ese ciclo.
¿Qué hace la Organización Internacional del Bambú y el Ratán de la cual usted hace parte?
Sí, se llama INBAR por sus siglas en inglés. Ahora son parte de la Organización de las Naciones Unidas porque el bambú es un material estratégico para la mitigación del cambio climático. Yo lo veo como material de construcción, pero en realidad es una planta y es la que más absorbe CO2 y la que más produce oxígeno durante su ciclo de vida; es una hierba. Entonces, dentro de INBAR hay un grupo de especialistas de construcción con bambú y yo hago parte de ese grupo. La mayor parte somos colombianos, somos los duros del bambú a nivel mundial. Con este grupo buscamos cómo hacer vivienda social, cómo usar tecnologías con el bambú y así.
Con INBAR hizo un pabellón en China, que es la estructura de bambú más grande del norte de ese país, ¿cómo fue construirla?
Es un edificio que me emocionó mucho hacer. Se usó el menos concreto posible, la cubierta es en tierra fértil y plantas, los arcos de bambú son de 32 metros. Fue una forma de demostrar que el bambú tiene menos límites de los que nos imaginamos. Hicimos las fachadas de vidrio, que fue importante porque en general la arquitectura en bambú está en zonas tropicales y no necesita fachadas porque hace calor o si entra un poco de viento entre un bambú y otro no importa; en cambio este pabellón, que se volvió un edificio permanente, tiene fachada y resiste el peso de la nieve. Es un ejemplo para decir que en la ciudad podemos hacer cosas muy modernas en bambú y es justo en la zona urbana donde se puede contribuir a minimizar el impacto de la construcción.
También hizo una casa experimental de eficiencia energética para LIB (Longquan International Bamboo Commune), ¿cómo logró esa eficiencia energética?
Esa casa hizo parte de una bienal de arquitectura en China, donde nos invitaron a diez arquitectos, entre ellos estaba Simón Vélez, y fue un orgullo para mí hacer un diseño en un lote cercano a Simón. Esta casa fue la oportunidad para usar ese sistema de construcción de bambú y probarlo en un volumen de tres pisos. Esto me lleva más cerca a competir con los edificios que hay en las ciudades, que es lo que busco. Esta casa es una casa prefabricada, con conexiones metálicas como las mejores fachadas que existen en el mundo, utiliza el agua subterránea para la refrigeración y para los baños, tiene proporciones de arquitectura contemporánea, es moderna.
¿Hay otro material que, como el bambú, le obsesione por su capacidad constructiva?
La tierra pisada y con plantas. Esta casa incluso tiene los muros de tierra pisada. La tierra es un material excepcional, perfecto desde el control acústico y el aislamiento térmico. Con el bambú funciona muy bien porque le da el peso para que no se mueva. Además, está en todos lados.
Hay quienes argumentan que la construcción con materiales naturales de esta manera tiene en contra que se va a biodegradar, otros lo ven como un beneficio, ¿cómo lo ve usted?
Yo creo que no hay que generalizar. Las pirámides de Egipto si no hubieran sido en piedra no las tendríamos, entonces siquiera las hicieron en piedra. Los monumentos, por ejemplo, ojalá se hagan en materiales que pasen a la historia. Pero la vivienda podría ser más móvil y dinámica y aprovechar este tipo de materiales. Pero sí, cada material tiene una función. El bambú no es para hacer monumentos, pero sí otras cosas.