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Adiós a Fiori, el ‘echador de cuentos’ enamorado de la vida
El escritor revivió el mito literario del bar La Cueva y dejó una huella imborrable en los medios.
Fiorillo (Barranquilla, 1951) frente al bar La Cueva, que él ‘revivió’ luego. Foto: Archivo EL TIEMPO
Un soñador, un visionario y un enamorado de la vida. Así podría definirse al fallecido periodista barranquillero Heriberto Fiorillo, cuyo legado refleja esa alma inquieta del hombre al que la vida le alcanzó para hacer realidad todos sus sueños.
Fiori, como lo recuerdan sus amigos y familiares, se fue el lunes pasado en la noche con la misión cumplida del periodista ‘purasangre’: contar buenas historias sin importar el formato o el escenario. Así lo hizo desde la prensa, el cine, la televisión, los libros, la gestión cultural y sobre todo en las reuniones con amigos, donde afloraba también su faceta inconfundible de mamagallista. De allí que él haya sido uno de los primeros periodistas “multimedia” del país, como le dijo a EL TIEMPO su amigo el periodista Umberto Valverde.
De seguro que esa cualidad nata para narrar le llegó en sus años de juventud, en su natal Barranquilla, en donde había nacido hace 72 años –que celebró en marzo pasado–, en esas tardes de vida callejera, ideales para ‘echar cuentos’ con los amigos, tan características de las ciudades calurosas. Y esa faceta la perfeccionaría luego en su formación como comunicador social y periodista en la Universidad Javeriana de Bogotá.
Y aunque contó grandes historias en decenas de reportajes o en películas y libros, uno de los orgullos mayores de Fiori fue, sin duda, haber revivido ese ‘mito literario’ de mediados del siglo pasado que fueron el bar La Cueva y el famoso Grupo de Barranquilla. Y para eso no necesitó volverse un novelista. Solo tuvo que echar mano del ‘realismo mágico’ costeño, del que Gabo solo fue su cronista mayor.
En su libro 'La Cueva. Crónica del Grupo de Barranquilla', Fiorillo cuenta que el lugar había nacido en la calle 59 con Líbano, a dos cuadras de donde funcionaba el famoso bar de cazadores y aficionados a la pesca al que luego confluyeron escritores y artistas. “Cuando pasaba con mi padre por allí –le dijo alguna vez a este diario–, me decía que nunca fuera a entrar, porque ahí se la pasaba una gente bebiendo trago y haciendo experimentos”.
Siempre le llamó la atención aquella curiosa casa esquinera, cuando su papá lo llevaba al cinema San Jorge, en el mismo barrio Boston de la Arenosa. Allí donde también quedó sembrada en su corazón la semilla de su amor y pasión por el séptimo arte.
“Así que grupo sí hubo. Grupo de ron, de conversación, de arte, de periodismo y de literatura. Y sobre todo grupo para el que la amistad, esa entrega cómplice que posibilita todo lo anterior, fue siempre una prioridad de su existencia. Eran tan grupo que no hubo necesidad de legitimarlo con un sello y varias firmas. Era además un grupo al que, de verdad, no le gustaban los grupos. Así que grupo, lo hubo”, cuenta Fiorillo, casi en clave literaria.
Vale recordad que el denominado Grupo de Barranquilla no era más que la reunión bohemia de amigos que luego dejarían una honda huella en las artes y las letras de este país. Entre ellos, se daban cita Gabriel García Márquez, Álvaro Cepeda Samudio, Alejandro Obregón, Alfonso Fuenmayor, Germán Vargas, Bernardo Restrepo Maya o Nereo.
Fiorillo cuando publicó su libro de gran formato 'La Cueva. Crónica del Grupo de Barranquilla'. Foto:Archivo EL TIEMPO
Pues bien, en 2002, cuando creó la Fundación La Cueva, Fiorillo logró revivir aquel bar ahora como un restaurante y centro cultural barranquillero; que luego daría paso a la creación, en 2006, del Carnaval Internacional de las Artes de Barranquilla.
El novelista y crítico musical Juan Carlos Garay destaca, precisamente, el aporte original que tuvo este encuentro cultural, cuyo formato se erigió en una propuesta novedosa, para este tipo de festivales.
Para Garay, Fiorillo logró convertir la “reflexión como espectáculo” en este encuentro, que combinaba la alegría, el color y la fiesta propias del tradicional Carnaval de Barranquilla, con la reflexión intelectual seria alrededor de la literatura, la música, el arte y el cine.
“Lo que él hacía, que fue una cosa que me pareció muy ingeniosa, era decir: ‘La boleta vale tanto, pero si vienes disfrazado entras gratis’. ¿Qué sucedía con eso? Que le daba un colorido al teatro, le bajaba los humos y lo volvía algo más informal. Y por ahí estaba él inyectándole toda una información cultural y enriqueciendo la vida de la ciudad”, comenta Garay.
Por este evento, que ya es otro sello indeleble de la cultura barranquillera, y que será sin duda uno de los mayores legados del Fiorillo, han pasado imitadores, magos, cuentistas, caricaturistas, fotógrafos, escritores, músicos y diseñadores de modas. “A veces pienso que estoy especializándome en traer locos”, le dijo Fiorillo bromeando a este diario. Sabía que detrás estaba el alma de esa misma locura que corre por las venas del Carnaval de Barranquilla.
Luego de estudiar periodismo, Fiorillo también se especializó en artes audiovisuales en Nueva York, ciudad donde vivió desde 1988 hasta 1995. Tuvo un recorrido envidiable. Trabajó en el Noticiero de las 7, Noticias Uno, Noticiero del Mediodía y RCN. Dirigió las series de televisión Talentos y Paréntesis y fue jefe de redacción y subdirector de Cromos.
También se desempeñó como asesor editorial del Diario del Caribe, director del suplemento literario Intermedio y editor general de El Heraldo.
Precisamente, su amigo el periodista Roberto Pombo recordó en sus memorias cuando él y Fiorillo desembarcaron en el Diario del Caribe, en los años en que lo adquirió el grupo empresarial Santo Domingo. Entonces, el periodista Juan B. Fernández, al frente de la dirección de El Heraldo, publicó un editorial sobre la renovación periodística que se daba en el diario de su competencia, dándoles la bienvenida a los cambios que se anunciaban con “Pombos y Fiorillos”.
Con la cantante cubana Omara Portuondo, a quien entrevistó en el Carnaval Internacional de las Artes, que él también creó. Foto:Archivo EL TIEMPO
Cineasta de corazón
Y con el periodismo, la otra gran pasión de Fiorillo fue el cine, donde deja las producciones como 'Ay Carnaval', 'Aroma de muerte' y 'Amores Ilícitos'.
“Siendo yo muy adolescente vi su cortometraje Aroma de muerte y me impactó mucho ver a alguien que yo había visto haciendo reportería en los noticieros de televisión, que también tenía esa inquietud de cineasta. Entendí cómo desde el ejercicio del periodismo también se podían buscar otras maneras de narrar, que fue un poco lo que él hizo con el cine”, recuerda Garay.
De esa faceta, su amigo Umberto Valverde también guarda gratos recuerdos, cuando conformaron un gran cuarteto de amigos inseparables junto con Fiorillo, el escritor Roberto Burgos Cantor y el periodista Eligio García Márquez.
“Yo recuerdo que lo conocí a través de Eligio, quien por allá en la década de los años 70 me dijo que pasáramos por Cromos. Iba a presentarme a Fiorillo”, anota Valverde.
Fiori, quien se había inaugurado muy joven como cronista de El Heraldo y El Espectador, logró llegar, con apenas 25, a la jefatura de redacción y luego a la subdirección de Cromos.
La amistad de esos cuatro amigos inseparables duró décadas, en especial por la cercanía que ellos tuvieron con el Festival Internacional de Cine de Cartagena, cita obligada cada año.
“Nosotros fundamos el ‘jurado de la crítica’. El primero que oficialmente aceptó don Víctor (Víctor Nieto, fundador del festival), pues él no aceptaba nada. Después gozamos mucho cuando Gabo fue asistente del festival por varios años”, recuerda Valverde. Destaca, por ejemplo, los desayunos interminables con Fiori, Gabo, Burgos y Eligio.
“Fue una amistad muy grande. También salíamos a correr a la playa con Gabo todas las mañanas. Yo después tuve que viajar mucho a Nueva York, donde también lo visité a Heriberto y a su esposa Claudia Muñoz”, comenta Valverde.
Con Claudia Muñoz, su inseparable compañera, cómplice de sueños y aventuras. Foto:Archivo EL TIEMPO
De esos años, el periodista musical caleño recuerda un día en el que se dieron cita en el hotel donde se estaba quedando La sonora matancera, y Fiorillo y Claudia lo habían invitado, por su cercanía con el cantante barranquillero Nelson Pinedo.
“Después me llevó al Carnaval de las Artes para que yo hablara con Senén Suárez, uno de los primeros compositores cubanos de Celia Cruz. Fue un conversatorio hermoso. Y así estuve otras veces en este evento de él. Él fue un periodista excepcional. Le tocaron épocas complejas cuando dirigió los noticieros de televisión”, recuerda Valverde.
El periodista caleño no deja de resaltar que de ese cuarteto de amigos inseparables ya no queda sino él. Y precisamente, uno de los momentos que Valverde tiene más presentes, fue cuando enfermó Eligio Gracía Márquez.
“Yo llamo a Fiorillo y él me dice: ‘vente para Bogotá’. Eligio acababa de llegar de esa clínica de Los Ángeles a donde lo había llevado Gabo. Entonces yo cogí un avión y estuvimos reunidos con Roberto, su esposa Dorita y Miriam, la esposa de Eligio”, anota Valverde.
Con dos de sus hijos, Emilio y Mariángela. Foto:Archivo EL TIEMPO
Pero tal vez su huella en la televisión más notable haya sido el programa Talentos, que a mediados de los noventa narró la vida y las poderosas historias de personajes colombianos que vivían fuera del país, entre ellos Ruven Afanador, Rodolfo Llinás, la tenista Fabiola Zuluaga o el diseñador Juan Montoya. Su compañero de aventuras en ese programa, que tuvo un rating sensacional, fue un joven Daniel Coronell que siempre consideró al periodista barranquillero su maestro.
Cuando se supo la muerte de Fiorillo, Coronell publicó de nuevo una conmovedora columna en la que recordaba, entre otras cosas, sus años como aprendiz de 19 años en el Noticiero de las Siete: “Llevo décadas haciendo televisión y he tenido la oportunidad de trabajar con algunos de los mejores productores del mundo, ninguno como Heriberto. Su devoción por los detalles logra programas únicos. Varios noticieros producidos por él son verdaderas obras de arte que –tristemente– solo algunos recordamos”.
Para el periodista Jaime Andrés Monsalve, otro de sus amigos, “es imposible olvidar el regalo del culto enorme a la amistad que siempre profesó”.
“Su partida –dice Monsalve– nos deja tan profunda oquedad en el corazón. La obra persistirá, mientras que al amigo habrá que seguirlo buscando en los recovecos de la memoria, con la incierta esperanza de que algún día la herida llegue a cicatrizar. Haber hecho parte de esa logia de afortunados es el obsequio invaluable que Fiori me deja en vida”.
De esta manera, Heriberto Fiorillo deja un legado periodístico de orgullo con sus trabajos en cine y televisión, ampliamente galardonados. También deja, de su pluma, libros como 'Nada es mentira', 'Arde Raúl', 'Cantar mi pena', 'La mejor vida que tuve', 'El hombre que murió en el bar' y 'Entre líneas'. Cuentan sus amigos cercanos que andaba muy entusiasmado escribiendo sus memorias para una editorial importante. Y claro, deja a Claudia, esa esposa inseparable –cómplice de sueños y aventuras–, y a sus hijos Leonardo, Mariángela y Emilio, que muy seguramente se encargarán de mantener prendida la llama incansable de su padre.