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Un encanto de las cartas eran las estampillas

Quizás a muchos no les han contado cómo funcionaba el envío de cartas hasta hace unas décadas.

Billete de 50 pesos con la imagen del prócer de la independencia Antonio José de Sucre.

Billete de 50 pesos con la imagen del prócer de la independencia Antonio José de Sucre. Foto: EL TIEMPO

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El envío de cartas fue durante siglos una actividad tan corriente que a la luz de la tecnología actual resultaría difícil de comprender.
Tal vez no haya que advertir que las cartas no eran un medio de comunicación ideal, pues en ocasiones duraban varios días, incluso semanas, y con seguridad muchas veces sucedía que ni siquiera llegaban. Originalmente eran llevadas por estafetas que corrían de un lugar a otro, luego por jinetes, más tarde, en chalupas, vapores, trasatlánticos, trenes y después en flotas de pasajeros. Finalmente, en aviones, según la distancia. Solían ser llevadas en lonas de color azul o verde, de recio algodón, aseguradas en el tope con un cordel o una cadena y un candado, que parecían un tamal hecho con anhelos humanos.
Metidos en aquellos bultos iban los documentos, las historias familiares, los mensajes de amor al amado o a la mujer de los sueños, como parte de un cargamento simbólico de las cosas privadas de los habitantes de un pueblo o una ciudad, que se iban para otra. Un pedazo del alma remitido en un paquete.
Cada carta, tenía un sello o una estampilla que hacía constar que el remitente había pagado el envío. Eran comunes dos palabras que hoy quedaron solo para esas tarjeticas que aún se usan al dar regalos: “De” y “Para”.
Pero, antes de todo esto, el envío de cartas tenía un paso inicial que era escribirlas.
En los colegios se enseñaban incluso las formas de protocolo para los encabezados:
“Señorita... Fulana de tal. Apreciada Señorita”, dos puntos. Era norma que no se decía “Esta carta”, sino simplemente “Esta para informarle”, por ejemplo. Era un arte complejo. Letra con bellos arabescos. Una A era como una planta parada sobre una frondosa raíz. Qué decir de una H mayúscula, una suerte de cama sostenida por ruedas en los cuatro costados. Se utilizaban abreviaturas de expresiones como Afectísimo, Afmo., o En sus manos, que se decía E. S. M.
Hay poemas sobre las cartas, novelas enteras de género epistolar. Muchas piezas de la biblia son cartas. (Casi no dejo espacio para hablar de las estampillas). Bueno, las estampillas eran un hecho oficial puesto en el sobre, pero también una rosa prendida a un regalo.

Dos series de sellos

Con la entrega que estará mañana a la venta, además de dos billetes antiguos, vienen dos tesoros facsimilares: una serie de estampillas emitidas en junio de 1932 y otra del 15 de junio de 1973. La primera –de 1, 2, 10 y 20 centavos– está dedicada a exaltar riquezas naturales de nuestro país. En la segunda –de 60 centavos, 1 peso, 1,70 y 3,50 pesos– se aprecian bellas piezas claves de la cerámica precolombina.

Asegure su colección completa

Para compra en la calle
Cada salida tiene un costo de $ 14.900. El precio total de la colección al público es de $ 409.000.
Mañana, con el fascículo n.° 3, recibirá el billete de $ 50 de 1923, con la efigie de Antonio José de Sucre, y el de 100 pesos oro de 1928, con el retrato del general Francisco de Paula Santander. A la venta en librerías, almacenes de cadena y centros de venta EL TIEMPO, o con su vendedor de confianza.
Para nuestros suscriptores
Precio de la obra: $ 299.000. Llame al 426-6000 Opción 3, en Bogotá, o por la línea gratuita nacional 01 8000 110 990. Mayor información en: tienda.eltiempo.com/billetesyestampillas
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