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¿Cómo combatir esa bendita manía de dejarlo todo para después?
El motivador espiritual mexicano Daniel Habif entrega consejos en su nuevo libro 'Inquebrantables'.
En su reciente gira por el país, Habif reunió a más de 35.000 personas. Se ha convertido en un fenómeno en las redes sociales. Foto: cortesía del autor
Una de las razones por las cuales nos cuesta tanto abordar el tren de las oportunidades es porque tenemos asuntos pendientes. Hay personas extraordinariamente brillantes que no logran avanzar en sus objetivos. Ante la pregunta de cómo puede suceder tal cosa, nos encontramos con una serie de elementos, entre los cuales resaltan problemas de actitud, baja autoestima, falta de propósito o ausencia de voluntad. Estas dolencias tienen un síntoma en común: dejar todo para después.
Procrastinar tiene mucho que ver con la falta de voluntad y el uso inadecuado del miedo, que, como veremos pronto, puede ser un gran potenciador cuando lo sabemos manejar.
Comenzar lo que tenemos pendiente es una de las tareas indispensables si queremos llegar a ser inquebrantables. Evadir las distracciones tiene un efecto determinante en nuestros resultados. Son incontables las personas que se sientan a trabajar y a los pocos minutos están con el teléfono en la mano, para ver cuerpos en Instagram o leer una receta que encontraron en una revista vieja. Estas pequeñas distracciones son letales.
¿Cuántas veces has dicho: “El lunes lo hago”, “cuando termine la película, me siento…”, “juego otra partida y me pongo…”? Y no lo haces ni ese lunes ni el otro, y ves esa película y otra más –que ya habías visto– y adelantas la hora en la tableta para jugar más. Procrastinar emana de la comodidad, porque hacer las cosas genera resultados, y ellos te sacan de allí.
¿Cuántas veces has dicho: “El lunes lo hago”, “cuando termine la película, me siento…”, “juego otra partida y me pongo…”? Y no lo haces ni ese lunes ni el otro.
En el fondo, te engañas al creer que te escudas bajo una coraza que te protege de la incertidumbre y del curso de las acciones. Pero no es así, debes sacar de esa zona primitiva de tu cerebro la idea de que no hacer nada te protege, porque la inacción es una bomba que detona incertidumbres. No es lo mismo poner el control de tu vida en tus acciones que ponerlo en tus abandonos. Salir de la cueva a recoger las bayas implica el riesgo de enfrentarte a los depredadores, pero es un riesgo que ya conoces, y lo haces porque sabes a lo que vas. Pero te tengo una mala noticia, carnal: igual tendrás que salir o te morirás de hambre. Y entonces, cuando salgas no será en las condiciones que tú decidas, sino en las que impongan los granos de arena que no dejan de caer.
Estoy cansado de ver ideas brillantes que por ser dejadas para última hora se convierten en la burda imitación de lo que debían ser. Cuando pospones los pasos fundamentales para la consolidación de tus proyectos no crees que has tomado la decisión de cómo vivirás los próximos años, pero te equivocas: ya lo has hecho. No actuar es el acto más contundente del ser humano, porque el tiempo jamás se detiene.
Los deseos y las intenciones son inservibles sin el poder de la acción. Es muy distinto estar interesado que estar comprometido. Hay que dosificar los verbos querer, soñar y desear, y conjugar con mayor frecuencia todas las formas de hacer, luchar y emprender. Es necesario poner los verbos en orden: enlazar el pretérito de anhelar con el presente de actuar para obtener el futuro de triunfar.
No actuar es el acto más contundente del ser humano, porque el tiempo jamás se detiene.
En su gira por Colombia, Habif reunió a más de 35.000 personas en sus charlas. Foto:cortesía del autor
Hoy, usa tu tiempo para sudar; tus talentos y tus dones, para servir; tu dinero, para invertirlo en ti y en tu crecimiento. ¿Cuándo has visto que de la apatía surja algo bueno; de la pasividad algo grande, o que del rencor nazcan el amor y la paz?, ¿cuándo has visto que de la pereza crezca la abundancia?
Hay cosas que para hacerlas se necesita cero dinero: ser apasionado, tener ética, ser puntual y comenzar a hacer. Emplea eso a tu favor y todo lo demás nacerá por añadidura. Por más pequeños y escasos que consideres tus talentos y dones, bastarán para conseguir el éxito si los concentras en el objetivo.
Los sueños no están hechos de pereza, indiferencia, apatía, procrastinaciones “no puedo”, “mañana lo hago”, “es que si pudiera…”. ¡Nada de eso! Deja de ser tolerante con tu indolencia mental y extirpa los pretextos y las dilaciones. Necesitas un deseo tan profundo que por más que recibas golpes y humillaciones te levantes de nuevo. Necesitas firmeza, pero sobre todo constancia.
Procrastinar es un hábito nefasto, un vicio que no solo te aleja de tu meta, sino que te cuesta mucho dinero, mucho –ya lo verás–. De pocos vicios se puede salir sin ayuda. Apóyate en otras personas y préstate a ayudar a quienes necesiten comenzar a poner los acentos en las vocales correctas.
Perder un mal hábito es una ganancia, pero a veces vemos el cambio de comportamientos como una forma de perder y a nadie le gusta perder. En realidad, quienes más han perdido son aquellos que más se resisten al cambio.
Es una lamentable paradoja que aplazar las responsabilidades sea algo tan común en mentes brillantes y personas sumamente creativas, que no logran canalizar el poder de su genialidad.
Existe otro tipo de procrastinación que tiene rostro de perfeccionismo y aplican aquellos que, escudados en esta actitud, acaban por no hacer nada. Procrastinar no es solo ir dejando las cosas para después, sino también todas las acciones evasivas que tomamos de modo inconsciente para no hacer lo que es realmente importante. Esto incluye la dilación, el perfeccionismo, el exceso de análisis, la indecisión; esta última muchas veces llega a nosotros como una forma de postergar el momento de enfrentarnos al papel en blanco o de hacer esa llamada tan importante.
Hay cosas que para hacerlas se necesita cero dinero: ser apasionado, tener ética, ser puntual y comenzar a hacer. Emplea eso a tu favor y todo lo demás nacerá por añadidura.
No hablamos de dejar para después tareas tediosas como barrer o sacar la basura –las cuales, aunque las detestemos, hasta las preferimos si con ellas evadimos lo que tenemos que hacer–, sino de aquellas que tienen un impacto radical en nuestra vida.
Hay quehaceres sencillísimos que nos lleva semanas comenzar o que simplemente nunca arrancamos. Labores tan fundamentales como actualizar un resumen curricular o trazar un proyecto personal quedan enterradas bajo el peso inconmensurable de las series de televisión, los videojuegos, los grupos de WhatsApp o los inacabables memes.
Con esto no te quiero decir que trabajes sin descanso. Entretenerse es esencial para lograr los planes que has trazado. Sin embargo, debes estar consciente de la posición que otorgas a la recreación en tu lista de prioridades. Si lo haces de una forma inteligente, disfrutarás mucho más esas pausas, porque sabrás que tienes el control de tu vida.
Otro de los elementos que nos lleva a posponer nuestras acciones fundamentales es el mal establecimiento de las prioridades. Sé que ya has escuchado muchas veces aquello de que hay cuestiones importantes y otras urgentes, y que nuestro foco debe estar en las primeras, pero esto es algo que nunca debes olvidar. Además, es preciso recordar que este será siempre un criterio arbitrario, viciado con nuestros sesgos y prejuicios, y que, aunque tengamos colgada en la pared una hermosa matriz de lo importante y lo urgente, serán nuestros actos los que hablarán al final.
Otro de los elementos que nos lleva a posponer nuestras acciones fundamentales es el mal establecimiento de las prioridades.
Haz un ejercicio, y hazlo bien, porque volveremos a él unos capítulos más adelante. Quiero que realices una lista de las cinco cosas más importantes para ti en este momento, cosas que tú debas concluir, como trazar presupuestos o sentarte a estudiar un tema que necesites aprender. Al lado colocarás una fecha razonable de cumplimiento.
Luego, durante unos días, lleva una lista de lo que haces; registra con gran precisión el tiempo dedicado a la redes sociales –salvo que estas sean parte de tu proyecto personal–, a ver televisión o escribir mensajes de texto, así como otros elementos que te distraigan a la hora de trabajar. Si lo deseas, excluye de esta lista el tiempo que separas con total uso de razón para reponer tu cuerpo y refrescar tu mente.
Adicionalmente, es importante que lleves registro de las distracciones en que caes a la hora de emprender una tarea. ¿Cuántas veces interrumpes el trabajo para hacer algo intrascendente?, ¿cuántas veces revisas el teléfono o abandonas tu labor sin avanzar?
Esta revisión te dará una idea de cuáles son las rutas de escape. No te confundas, algunas veces las tareas domésticas son la excusa perfecta para levantarnos de la silla, debes identificar cuándo cortar unas cebollas es hambre o distracción. Es posible que también nos refugiemos en tareas que creemos productivas sin serlo, como responder estériles correos electrónicos o asistir a juntas interminables. Este ejercicio te ayudará, adicionalmente, a definir un lugar óptimo para trabajar, si no lo tienes.
Toda ocupación requiere un lugar a prueba de distracciones en la medida de lo posible, pero nuestro sitio de trabajo no hará nada por sí mismo si no tenemos disciplina. En el mundo actual los teléfonos inteligentes son la mayor de todas las distracciones. Apágalo, amordaza a ese charlatán empedernido. Si no puedes hacerlo por algún motivo, limita su poder de distraerte: apaga las notificaciones, ponlo lejos de tu alcance, pide a las personas más importantes que eviten enviarte mensajes innecesarios.
Una vez que sabes cuáles son los distractores que interrumpen la faena, tenlos a mano. No te pongas a trabajar sin contar con el material necesario y no lo utilices para otra cosa. Cuando sientas que hayas avanzado en este sentido, podrás ir más allá. Practicar la serenidad refuerza el dominio propio, especialmente si eres una persona que viaja o que no cuenta con un lugar sobre el que tengas demasiado control, puedes desarrollar tu capacidad de enfoque al introducir circunstancias incómodas que rompan con tu paciencia o concentración.
El libro es de Harper Collins México y Urano Ediciones. Foto:Archivo particular
En mis entrenamientos, cada dos días utilizo esta técnica para ejercitar la concentración: coloco un audio de goteo constante por 10 minutos o algún sonido estridente que me haga sentir incómodo e interfiera con mi paz interior; así busco concentrarme a tal grado que no oiga ninguno de estos sonidos. En ocasiones, he logrado silenciar todo el ruido y la interferencia externa, como si poseyera un ecualizador dentro de mí, y esto me permite decidir qué quiero escuchar del mundo exterior cuando necesito abstraerme. Con este ejercicio aprenderás a subir el volumen a lo que hay en ti e ignorar los distractores que te lanza la mente. Entrena para estar en sintonía y descubrir qué debes sacar y extirpar de tu corazón.
La oración (o la meditación, si no eres creyente) es de gran ayuda, porque en ella encuentras un espacio para conocerte más, y cuanto más te conoces, menos miedo te tienes.
El medio más efectivo para ser protegido de las tentaciones es estar ocupado con el bien. Cuando la corriente de nuestros pensamientos fluye invariablemente hacia arriba, estos se hacen profundos y estables, se mantienen sin desvíos ni lagunas; entonces, la imaginación y los sentimientos que brotan de lo profundo del alma se direccionan de modo natural hacia adelante. Este es el camino indiscutible hacia la excelencia. Si quieres una existencia mejor, tú debes ser mejor, así de simple. Nada mejora si tú no lo haces primero.
Son pocos los que se toman la molestia de anotar sus metas y sueños con afinada claridad. Debes trazar un mapa y una estrategia, aplicarla y olvidarte del famoso plan B: llegas o llegas.
Usa tu tiempo con sabiduría, deja aquello que te distrae y aprende a decir que no: “No voy”, “no quiero”, “no puedo”. No dediques tus minutos en nada que no te acerque a tu propósito de vida, que también elevará a otros. No antepongas tus comodidades a tus necesidades.
Pon en tu agenda horas de trabajo y cúmplelas; si programaste tres horas frente a la pantalla, conclúyelas. Al principio sentirás que pierdes el tiempo, pero luego verás que son esos los momentos de mayor productividad. Y si no sabes por dónde comenzar, inicia por el final, o por el medio, pero comienza. Ya verás cómo pegar los pedazos, y cuando lo hagas, sentirás que has sido tú quien se ha completado.