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Noticia
El escritor chileno Simón López Trujillo y la vastedad terrorífica de los hongos
Estará el 29 y 30 de abril en la Filbo, para charlar sobre su novela 'El vasto territorio'.
Simón López Trujillo obtuvo el Premio Roberto Bolaño, categoría novela, en 2018. Foto: Cortesía Filbo
El mundo: esa cosa frágil en la que se calcula habitan ya casi ocho mil millones de habitantes. Ocho mil millones de seres humanos, frágiles también, que comparten sus cotidianidades con otros mamíferos y con las aves, con los reptiles, con los anfibios, con las plantas, los peces, los moluscos, los insectos y que a su vez en sus interioridades (como en un juego de muñecas rusas) cargan virus, bacterias, células, moléculas, toda una legión de formas de entender la vida y la muerte. Pero, los hongos incomodan. Hay algo en su materialidad siniestra, en su consciencia colectiva, en la manera en que a veces parecen más animales que vegetales (sin ser ni una ni otra cosa) y que escapa al entendimiento inmediato y general de las personas y que fascina y repugna, que atrae y repele.
En los últimos años ha habido un creciente interés por estas formas biológicas. El reino fungi ha sido protagonista de éxitos de la cultura pop como The last of us (videojuego y serie) o de documentales netflixeros como Hongos fantásticos. Pero, antes de esta explosión en alta definición en las pantallas, Simón López Trujillo tuvo una rara fiebre por contenidos relacionados con lo fúngico. Veía documentales piratas en YouTube sobre estas criaturas y se topó con una epidemia (antes de que las epidemias fueran un miedo latente) en la que el protagonista era un hongo.
Se fascinó por lo visto, no tanto por lo que era en sí mismo (fantástico claro, cómo no maravillarse ante algo que es cuerpo y cerebro a la vez, que es uno y que es todos, que es individuo y territorio, pensaba Simón sobre los hongos), sino por lo que podía ser: una epidemia en su natal Chile, donde los monocultivos de eucaliptos cubren la cordillera. Una epidemia que empezaría por los más pobres y que se cebaría con los cuerpos precarizados. Un hongo cuyas primeras víctimas serían los parias del capitalismo extractivista: hombres que malganan sus jornales aserrando, desmembrando, cortando árboles siniestramente verdes grisáceos. Eucaliptos: paisaje y penumbra, pensaba Simón. Un hongo en los eucaliptos, la idea tomaba forma en su mente. Un hongo capaz de pasar de la corteza, de la raíz y de las ramas a los frágiles órganos humanos para carcomerlos, para colonizarlos y hacerlos explotar de adentro hacia afuera con furia orgánica y desmedida, para devorarlos hasta el hueso del hueso.
Portada de la premiada novela 'El vasto territorio'. Foto:Cortesía Filbo
Y esa fiebre por entender a los hongos pasó a convertirse en una fiebre por escribir, por contar la historia de unos personajes: de Pedro, un precarizado trabajador forestal, de Patricio y Catalina, sus empobrecidos hijos, y de Giovanna, una privilegiada investigadora micológica. Todo esto con el trasfondo de la ruralidad chilena y que, como todo el campo latinoaméricano, ha sido escenario de violencias e injusticias. El resultado fue El vasto territorio, una novela en la que el narrador es una consciencia colectiva, fúngica, siniestra. En el que el narrador ha sido infectado por otras voces o que, por el contrario, ha sido tomado por conciencias ajenas y externas que de manera promiscua cuentan y descuentan el relato.
Por esta novela, Simón López Trujillo recibió en 2022 el Premio Municipal de Literatura de Santiago. Además, participará en la Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBo), en su franja ‘Lee la naturaleza’, en la que hablará sobre literatura y terror fúngico.
¿Cómo surgió la idea de escribir 'El vasto territorio'?
En 2017 estaba viendo un documental sobre hongos y hablaron de un brote fúngico de Cryptococcus gattii, a finales de los noventa en Vancouver, Canadá. Esto produjo una especie de epidemia, con varias afecciones cardiopulmonares en trabajadores forestales y animales mamíferos de la zona. Lo curioso de este hongo es que es endémico del eucalipto. Así que me dije “espérate, ¿y si esto pasara en Chile donde tenemos más de tres millones de hectáreas de monocultivo forestal?” Ese fue el detonante para un proceso bastante largo de lectura e investigación sobre el reino fungi, los conflictos forestales y la problemática del monocultivo de eucaliptos en territorio chileno. La novela fue un poco infectarme de esa misma idea y darle cuerpo desde allí.
El narrador de la novela es extraño, terrorífico. Es una especie de consciencia colectiva, una carne monstruosa hecha de muchos trozos. No me refiero a la omnisciencia, sino a algo ubicuo: un cerebro que está en todas partes. ¿Cómo fue crear ese tipo de narrador?
Para mí esta novela es una profunda indagación sobre las limitaciones del narrador omnisciente. Una visión irónica sobre las capacidades que tiene la conciencia humana para comprender las cosas que suceden a su alrededor. Este es un narrador omnisciente ambicioso, que se mete en la mente de los personajes, pero que a pesar de su aparente poder es corregido por unas notas al pie que lo ridiculizan y lo reducen. Yo siempre me había preguntado por el narrador omnisciente y su habilidad para entrar en los otros, pero, si unas notas al pie lo corrigen (como sucede en mi novela), ¿son estas correcciones más omniscientes que el mismo narrador omnisciente? Si empezamos a pensar que hay escalas de omnisciencia, eso reduce al absurdo una de las convenciones de la literatura.
Sobre los pies de página, ¿en qué momento de la escritura supo que este recurso era necesario para la narración de 'El vasto territorio'?
Al inicio fueron un recurso que yo usaba para, como decimos en Chile, “agarrarme pal webeo”. Eran una manera de reírme de mí mismo, de corregirme y de banalizar todas las ambiciones que tenía con este narrador. Esto está muy inspirado en los procedimientos generativos de la escritura, algo que tomé de gente como el escritor francés George Perec o la poeta estadounidense Rosemary Waldrop. Y estos procedimientos consisten en que a medida en que uno va escribiendo el texto, van apareciendo las reglas que te dirigen hacia otra dirección. La escritura trata un poco de esto: de empezar, encontrar estas reglas, desviarse, tomarlas y abandonarlas luego.
Las charlas de Simón López Trujillo en la Filbo 2024. Foto:Filbo
Usualmente las historias sobre cataclismos, desastres o distopías se narran en dos momentos distintos: o en el momento exacto de la tragedia o cuando la humanidad ha tenido que aprender a vivir con las consecuencias. En este caso, usted narra los momentos previos, ¿por qué?
Fue una decisión que tuve que tomar a la hora de terminar la primera parte de la novela. Me dije a mí mismo: “bueno, ¿ahora qué? ¿Narro lo que sucede con los afectos que se desmoronan en esta familia y las consecuencias emocionales? ¿O mejor me decanto por una narrativa del desastre y del cataclismo?” Y luego viene una pandemia en el mundo. Algo tan fuerte para nuestro entendimiento de las cosas, que supe que si yo trataba de narrar en la clave de lo que pasaba se me iba a explotar el libro. Así encontré algo mucho más interesante, al menos para mí, que la devastación a gran escala (territorio, país, continente, mundo): la erosión de los afectos. Esta es una novela que habla de los vínculos, de las familias no tradicionales, de los amores fraternos, de la ternura y de la hostilidad de las convenciones sociales.
Se suele asociar el terror a lo oscuro o a lo árido, pero en esta novela lo siniestro y lo ominoso es verde, exuberante, frondoso. ¿Cómo fue construir una novela en que el horror es verde?
Me interesaba mucho explorar una idea: cómo el paisaje puede camuflar la historia. Quería preguntarme por las implicaciones de un paisaje cómplice, porque cuando tú viajas hacia el sur de Chile ves hileras e hileras, kilómetros y kilómetros uniformes de algo que parece un bosque, pero que es todo lo contrario. Un monocultivo de eucaliptos es algo uniforme y monótono, es muchas cosas pero no un bosque. Detrás de ese paisaje se esconden infinidades de historias: la de la dictadura chilena, la del despojo de los mapuches, la de la violencia rural. Este año se cumplen 90 años de un suceso del que casi nadie habla: la Matanza de Ránquil, en la que alrededor de 400 trabajadores mapuches y chilenos fueron asesinados por la policía cuando intentaban recuperar unas tierras.
Simón López Trujillo nació en Santiago de Chile, en 1994. Foto:Cortesía Filbo
Si algo nos une a Latinoamérica y al sur global es el monocultivo. Acá en Colombia está la Masacre de las Bananeras, en la Amazonía sucedió la fiebre del caucho, en China se dieron en su momento las guerras del opio. Las consecuencias de los monocultivos están muy presentes en tu novela…
Sí, es cierto. Tuve la oportunidad de estar en Honduras y fue muy interesante, porque pude ver las conexiones que existen entre la violencia de ese país y su historia agraria. Y ver cómo esto hace parte de una suerte de realismo en el que las artes hondureñas narran estos sucesos. Sin embargo, algo muy curioso pasa en el caso chileno: en algún momento estos temas dejaron de estar tan presentes. No es que nos hayamos olvidado por completo de ellos, pero hay un vuelco a la autoficción o a unas reflexiones más interiores sobre quién escribe y qué es la voz que está allí en el texto. Esto dejó mucho de lado una tradición que existía en territorios como Honduras, El Salvador o Colombia: una escritura social profundamente vanguardista.
A lo largo de las últimas décadas la literatura ha ido alimentado ese mito: por un lado va el compromiso social y por el otro las ambiciones estéticas, ¿por qué cree que se da esa falsa disyuntiva?
Yo me pregunto mucho sobre qué la origina: si es el mercado editorial, si es una ilusión de lo contemporáneo, si es por miedo a no tener prestigio. Quizá en el caso chileno tiene que ver con la manera en que la dictadura arrasó con el lenguaje de lo común. A lo largo del siglo XX, en Chile el compromiso social y la vanguardia siempre habían convivido. Creo que esto que sucede actualmente responde a un modelo de la cultura muy parcelado, que necesita acotar las posibilidades literarias para poder vender. Un montón de etiquetas como hacen los gringos: “novela social”, “novela feminista”, “novela del yo”, “novela gay”. Para las estanterías con esos rótulos y a vender.