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Entrevista
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Entrevista con la escritora peruana Katya Adaui, autora de 'Un nombre para tu isla'
Su más reciente libro reúne siete cuentos que abordan diferentes nexos personales más allá del núcleo familiar.
La escritora peruana Katya Adaui. Foto: Richard Hirano
Después de desentrañar los vínculos humanos más viscerales en 'Geografía de la oscuridad' –libro que le mereció el Premio Nacional de Literatura 2023 de Perú– , Katya Adaui sintió la necesidad de llevar a su prosa fuera del nido. Fue así como, tras siete meses de escritura y un año y cuatro meses (o, inclusive, pudieron ser cinco) de reescritura, la autora peruana soltó el lazo anudado por la genética y exploró las relaciones, si bien cercanas, menos nucleares que los paternos y maternos.
Con los hermanos, amigos, compañeros de trabajo y por supuesto, con la pareja, son los nuevos nexos explorados por Katya en 'Un nombre para tu isla' (editado por Páginas de Espuma), un compendio de siete cuentos en los que la autora aborda, con una mezcla de piedad y humor, diferentes situaciones y personajes que se van anexando en el transcurrir del ser humano como ser social.
De este modo, hay relatos sobre amantes que no existieron, amigos casi hermanos, matrimonios disfuncionalmente ‘necesarios’ y otros vínculos que flotan, como islas, sobre aguas saladas o endulzadas a través de engaños, triquiñuelas o inclusive, gracia.
¿Por qué decidió salir de los vínculos más íntimos del ser humano?
Si bien hacia el medio de este libro hay un cuento sobre un padre que no es padre y sobre una madre que quiere sus minutos de fama ante el hijo perdido, creo que los abordé de una manera diferente, tal vez, con más humor pues resultan no ser tan dramáticos o menos oscuros que mis cuentos anteriores.
Katya Adaui nació en Lima, el 14 de febrero de 1977. Foto:Isabel Wagemann
No sugiere un final para cada relato, sino que lo deja abierto. ¿Por qué?
Quizás, porque es un libro más de personajes. Hay mucha gente en este libro y mucha gente hablando. Antes, yo tenía personajes más citados y silenciosos y ahora me salió un deseo muy intenso por hacerlos entender sus circunstancias o resistirse a ellas mediante el lenguaje. Entonces está muy hablado y, a la vez, algo más gracioso en términos de que está dotado de la gracia de la escucha y de la gracia de la curiosidad y la exploración.
¿Y ese sabor a mentira en cada cuento?
Me interesan mucho los falsos narradores y el tema de la mentira, es decir, que los propios narradores te estén llevando a un lado, pero a la vez, a otro. En el primer cuento hay mentira; en el segundo, también –inclusive, el marido le dice a la mujer: ‘Te gusta la mentira; ¿ves por qué no hay que mentir?’–. Y luego, hacia el final del libro, están los amigos que también mienten sobre su identidad. No me gustan los lectores pasivos, que estén tan confiados, sino que prefiero crear una sorpresa dentro de la sorpresa, como una caja china; que el lector vaya descubriendo cosas a medida que avanza y, al mismo tiempo, ponerle trampas para sacarlo de lo que estaba esperando, de su expectativa.
¿Alguna ‘cábala’ o predilección por el número siete, al ser este el número de cuentos que integran a este libro?
Salieron siete por casualidad y es un número que no figura dentro del texto, pero muchos de los viajes allí narrados sí duran una semana, es decir, siete días. Entonces hay un juego con los días de la semana, pero ha sido una casualidad, no una búsqueda. Pongo los cuentos que hay que poner, pero sí quería que se percibiera esta idea de viaje: despegue, turbulencia y aterrizaje (arriba, arriba, arriba y abajo, abajo, abajo).
¿Tiene algún carácter autobiográfico este lanzamiento?
Te diría que es mi libro menos autobiográfico en el sentido estricto del término, pero al final incluye mi forma de ver el mundo, mi mirada; está atravesado por un yo, por mi paisaje marítimo y de río. No voy a ser desapegada hasta el punto de decir que no está un yo implicado ahí. ¡Claro que lo está!, y se parece a mí en el modo de reír, pero ya no, necesariamente, tiene que ver con mi vida sino con las vidas de los otros. Por fin he podido incluir a muchos otros que no tienen nada que ver conmigo, pero que son parte de la gente a quienes observo, quiero y con la que converso en el cotidiano.
¿Qué novedades, en cuanto a forma, probó en estos cuentos?
En cuanto a técnicas narrativas nuevas está el falso narrador (no lo usé antes). El trabajo sobre la mentira es diferente, los diálogos son diferentes, el humor es diferente, hay más piedad y menos oscuridad. Ha sido un libro, técnicamente, muy muy retador; pero quizás es con el cual me he divertido más, pues sentí placer pensando la triquiñuela y viendo cómo la gente iba respondiéndose una a otra. Muchas veces, la trama terminaba contraria a lo que yo deseaba para ese cuento.
La escritora ganó el Premio Nacional de Literatura Perú 2023. Foto:Isabel Wagemann
¿Desde el comienzo de la escritura sabe o, al menos, intuye el final?
Yo nunca tengo los finales, pues estos se me van dando, como que bajan del cielo, siendo una especie de alivio que me ocurre después de haber escrito muchísimo todo el reguero del medio. De hecho, para mí implica una inmensa alegría escribir el final que no premedité (no me gusta premeditar, controlar todo, ni tener una estructura previa). Ese avance es una sorpresa para mí y me da un deleite enorme descubrir pensamientos que me son totalmente ajenos. Pensar vidas de otros y que parezcan posibles y reales, cuando todo es ficción, es un montón de trabajo; pero me alegra ir pensando estas vidas que son absolutamente nuevas para mí.
¿Tiene algún tiempo o plazo máximo de escritura o este también lo dicta cada libro?
Cuando empiezo a escribir un libro y voy sintiendo que puede ser publicado, empieza a correr un tiempo interno para mí, que es el tiempo de la obsesión; entonces estoy dedicada a ese tiempo. Te hablo una obsesión interrumpida por el trabajo (por editar otros textos, dictar talleres y enseñar en universidades). Entonces, cuando tengo un tiempo para mí, todo ese tiempo luminoso es de escritura y el doble de este, es de reescritura. Para mí, esa es la medida del rigor: reescribir mucho más que escribir.
¿De este libro, cuál fue el cuento que le requirió más reescritura?
Todos. A todos les dedico el mismo tiempo, el mismo amor. Yo no arreglo un texto hasta que no reviso el anterior y vuelvo al anterior. Si abro un documento y veo cuántos ajustes le hice, serían infinitos. Y no exagero. Le dedico muchísimo a la reescritura.
¿Y cuándo decir ‘ya basta’?
Cuando lo dejo descansando y lo abro mucho después y siento que aún funciona espiritualmente (es decir, las emociones están vívidas, los problemas están ahí, los personajes tienen vida propia y piensan independientemente de mi propio pensar, hay promesa de futuro y una impronta de un inicio). Yo, como editora, siempre voy notando que el libro va quedando más amalgamado. Y, antes de entregarlo, lo vuelvo a revisar y vuelvo a revisarlo. De verdad que lo reviso muchísimo.
¿Qué comentarios o sugerencias (quizá inesperadas) recibió de su editor, Juan Casamayor, al entregarle el manuscrito de Un nombre para tu isla?
La verdad, yo entrego los textos bastante listos. Me da ilusión que a un editor le parezca que yo edité mi propio material. Mi editor no me cambió el título del libro ni los de cada cuento; tampoco su orden, pues le pareció que lo pensé bien –y no es que yo sea celosa del material, sino que soy muy rigurosa y quiero que él sienta lo que yo sentí; no digo que le agrade, sino que lo conmueva–. Hubo algunas sugerencias mínimas de edición, respecto de algunas palabras, pero eran, sobre todo, para cambiarlas al español de España, ¡y eso sí que no!
¿Cuál es su clave a la hora de escribir cuentos? ¿Prefiere manejar cronologías cortas, largas o esto la tiene sin cuidado?
Eso no me preocupa, no lo pienso nunca. No sé hacia dónde voy y escribo hasta donde el cuento me pide su propia duración y no interfiero si es una tarde, una semana, un día, un año o seis meses, porque es otro tiempo el que transcurre. Si bien no estoy pendiente de lo cronológico exactamente, sí lo estoy del paso del pasado al presente y del presente al futuro, o sea, más me importan los movimientos temporales que el largo mismo cronológico de un cuento. No me pongo un límite y alargo el cuento hasta que siento que se debe callar; ni busco que dure menos, ni estiro el chicle y voy aprendiendo yo también a jerarquizar, a distribuir mejor el tiempo interno y el fluir del material. De este modo, tengo que controlar y ceder el control en un ejercicio de vaivén, de ida y vuelta.
El año anterior, este libro fue uno de los cinco finalistas del Premio Ribera del Duero de Narrativa Breve. ¿Cómo fue esta experiencia?
Participé, quedé finalista y estuvo muy bien. Ganó Magalí Etchebarne, con su libro La vida por delante, que es precioso. Poder sacar un segundo libro con Páginas de Espuma (el primero fue Geografía de la oscuridad) es precioso para mí, porque es la gran editorial del cuento en español, la única editorial que quiere cuento en Hispanoamérica. A mí, lo que más me gusta es que Juan Casamayor me diga: ‘No me interesa tu novela, me interesan tus cuentos’; normalmente es todo lo contrario: ‘Me interesa tu novela y no me des tus cuentos’.
Precisamente, con el libro ganador del Ribera del Duero 2024 (La vida por delante, de Magalí Etchebarne), su libro guarda ciertas similitudes en el abordaje de los vínculos.
Magalí es un poco menor que yo, pero ambas hemos atravesado la experiencia de perder a nuestros padres seguidos (uno tras el otro); eso, de todas maneras, influye en el campo magnético de nuestra escritura.
También hay lugar para la sororidad en este libro.
Hay un cuento que comienza con una de las chicas recordando cómo se habían conocido todas las amigas (entonces estuvieron los presos diciéndoles barbaridades); luego, su amiga recuerda que su papá se masturbaba en la cama mientras dormía con ella y más adelante está ese hombre que quiere subir a limpiar la casa antes de tiempo. Entonces es un cuento donde sutilmente se dice: ‘Nosotras nos tenemos; nosotras somos nuestra seguridad’.
Katya Adaui finalista del Premio Ribera del Duero 2024. Foto:Isabel Wagemann
¿Cuál es su consejo para los noveles escritores de narrativa breve?
Para escribir cuento hay que leer cuento; hay que leer a los clásicos y a los contemporáneos. No hay un truco ni una receta. Hay que ir probando y tener el deleite de la espera y la buena disposición, pues todo en la vida se trata de saber esperar, de tener paciencia, de acompañar al texto, de no desesperar –la desesperación, el ego y la vanidad atentan siempre contra el transcurrir de un texto–. Entonces, tener la confianza para avanzar a ciegas, corrigiendo, probando, actuando las voces de los personajes, tratando de pasarla bien. Asociar la escritura a la alegría y no al desasosiego, a la iluminación y no al asco y al temblor, no a la certeza.
¿Por qué el título 'Un nombre para tu isla'?
Primero, quería que fuese un cuento invitatorio, quise incluir a otro, a un tú, desde el saque. Llamarle al otro: ‘Participa conmigo; nombra tú, esto’. ¿Cómo nombramos estas islas que somos?, ¿cómo uno mi isla a la tuya?, partiendo de la acepción de la isla como territorio muy poroso, que vive todo el tiempo sufriendo cambios geológicos importantes, pero también, cambios de nomenclatura y es muy inquietante eso: que una isla ahora se llame así, se anexe a otro lado, pierda parte de su espacio o que los países las disputen. Me parece una gran metáfora del ser humano y eso me inquietaba, me parecía interesante.
¿Qué nombre imaginaba para la sirena y para la lancha, pues fue tachado de esta?
Es una buena pregunta; yo nombro en mi cabeza, pero estos detalles también cambian, entonces, no estoy segura y mejor lo dejo así tachado. Pero tienes razón, sí, le pensé un nombre, claro que sí; también iba probando la tachadura: revisaba si la prefería más larga o más corta.
¿Podría ser ‘Natasha’?
No, no tan ruso; es más local.
Ahora entiendo, por qué encontré a una tocaya mía en uno de los cuentos.
Claro. Es Pilar por una reportera de televisión que en Perú se llamaba así.
Pilar Bolívar
Para EL TIEMPO
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