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El regreso al mundo distópico de un genio alucinado: Lovecraft
Llega a librerías su antología de cuentos 'La llamada de Cthulhu y otros relatos extraños'.
Ciudades sumergidas y criaturas terroríficas, del mundo de Lovecraft, en la pluma del ilustrador Jonathan Vera Quintero. Foto: cortesía Panamericana Editorial
Heredero de la literatura de autores como Edgar Allan Poe, Lord Dunsany, Arthur Machen y Edward George Lytton, Howard Phillips Lovecraft, quien vivió entre 1890 y 1937 y quien de pequeño no salía nunca de la biblioteca de su abuelo, nos dejó una de las obras más potentes de un género híbrido que combina tendencias tales como lo fantástico, lo gótico, lo especulativo-científico, lo onírico y lo terrorífico; todo ello, pespunteado de cierto tenor metafísico (no exento de teosofía) y de memorables imágenes poéticas.
No sería aventurado señalar la plausible influencia de este genio norteamericano en el cine en filmes como La cosa, de John Carpenter y en la obra de Ridley Scott, películas como Alien y, más recientemente, Prometeo, no son nada ajenas a sus tramas y cometido estético. Los guionistas de televisión también tienen una deuda con Lovecraft en no pocos episodios de las antiguas series Viaje a las estrellas y Viaje al fondo del mar. Y, por supuesto, en la reciente y aclamada serie de HBO, Lovecraft Country.
Si lo que distingue a un gran autor es el hecho de que sepa recoger de la tradición y, así mismo, dejar semillas para la creación, el genio de Providence, Rhode Island, es inmejorable ejemplo. Baste con mirar cómo, por ejemplo, en su novela El resucitador, un médico recuerda y narra sus peripecias científicas al lado de un colega que, a guisa de Dr. Frankenstein, resucitaba cadáveres, siempre con resultados desastrosos. Influencias a la vista: Mary Shelley, Robert Louis Stevenson y W. W. Jacobs, para no citar más.
La nueva antología de Panamericana Editorial. Foto:Archivo particular
Desde su muerte, en medio de la pobreza y la enfermedad, a Lovecraft no le faltarán nunca emuladores en géneros como el cuento, la novela y, como ya se vio, el cine. La capacidad intertextual de su obra es tal que muchas escenas, personajes, episodios y signos, nos traen como en sordina el mundo de Tolkien. Ni qué decir tiene lo que significa para los ilustradores y adaptadores a novela gráfica, como es el caso de Jonathan Vera Quintero, cuyas magistrales ilustraciones aderezan la presente edición que presenta la editorial Panamericana de La llamada de Cthulhu y otros relatos extraños.
El libro, del que se han hecho cantidades de ediciones en múltiples idiomas, nos ofrece trece relatos con los que cualquier lector correrá el albur de no poder dormir durante mucho tiempo o de no poderse librar de unas cuantas pesadillas. Pero esa es la gracia.
En Dagon, con el cual se inicia el libro (y con el que Lovecraft debutó como escritor en 1919), desde su cama de hospital, un marino nos anuncia su inminente suicidio, pues no soporta más el recuerdo de su espantosa experiencia como náufrago. Que, si de verdad la vivió o es producto de la morfina, poco importa. Lo que cuenta es el valor fenomenológico del relato y el guiño que en él se hace de El paraíso perdido, de Milton.
En El terrible anciano, tres ladrones (Ricci, Czanek y Silva) se meten a la casa de un anciano para robarlo: “A su manera, ellos sintieron cierta compasión por el vejete solitario e impopular, a quien todos evitaban y a quien todos los perros ladraban de manera misteriosa. Pero los negocios son los negocios, y para un ladrón que le pone el alma a su profesión, un hombre muy viejo y muy débil, sin cuenta de ahorros en el banco y que paga los pocos víveres que necesita en la tienda del pueblo con oro y plata españoles acuñados hace dos siglos, plantea un desafío y una tentación”.
Se suponía, entonces, que robarle al taciturno anciano era más fácil que quitarle un dulce a un niño, pero el caso es que, como se dice, fueron por lana y salieron trasquilados (pero muchísimo. Nadie quisiera estar en el pellejo de los tres hampones).
En Los gatos de Ulthar, una pareja de aldeanos que odia a los gatos es víctima de la venganza de un niño al que le secuestraron su mascota. La moraleja es la frase final del cuento: “Nadie tiene derecho a matar a un gato”.
La declaración de Randolph Carter es un relato de reminiscencias góticas en el que el tiempo es tan subjetivo (a la manera de Bergson) que el narrador lo mide en eones, y en el que el terror es como una pura abstracción porque no parece estar encarnado en algo concreto.
Nyarlathotep es un monólogo en el que el personaje narra una pesadilla; la narración, de tenor poético-fantástico, es prácticamente un poema narrativo que como tal invita a ser leído en voz alta. Un botón para la muestra:
“Más allá de los mundos, difusos fantasmas de cosas monstruosas; bajo el espacio, apenas se divisan las columnas de templos malditos situados sobre rocas sin nombre y que llegan hasta los vertiginosos vacíos por encima de las esferas de luz y la oscuridad. Y atravesando este repugnante cementerio del universo, un sordo y enloquecedor batir de tambores, y un débil y monótono quejido de flautas blasfemas desde los inconcebibles y oscuros aposentos que existen más allá del tiempo; el detestable golpeteo y los insoportables chillidos al compás de los cuales danzan de manera lenta, torpe y absurda los gigantescos, los tenebrosos y supremos dioses, y las ciegas, mudas y descerebradas gárgolas en cuya alma reside Nyarlathotep”.
Para quienes conozcan la vida de Lovecraft, hay un relato (que el lector lo encuentre por su cuenta) que les puede inspirar profunda compasión, pues en él, este autor le da una salida literaria a su propia condición de marginado, desde que su madre (sí, señores, su misma madre, Sarah Susan Phillips) le destruyó la autoestima tildándolo de feo y repulsivo, condenándolo así a vivir en absoluto aislamiento, como si fuera un animal:
“... y no recuerdo haber oído el timbre de ninguna sola voz humana en todos esos años, ni siquiera de la mía, porque si bien yo había leído acerca de la facultad humana de hablar, jamás se me ocurrió decir algo en voz alta. De igual manera, nunca había pensado en mi aspecto, porque no había espejos en el castillo, y por instinto me limitaba a considerarme semejante a las figuras juveniles que veía dibujadas y pintadas en los libros”.
Cada lector podrá hacer su propia selección de relatos, pero todos tienen su misterio y su encanto. Prácticamente en ninguno faltan los imaginarios alienígenas ni los escenarios sobrecogedores; también hay cabida para lo macabro, lo esotérico, lo dantesco y lo que se conoce como horror cósmico, y todos son un regalo para la imaginación, en esta época en que ya no se puede imaginar nada. Pero, aun así, cabe recomendar Las ratas en las paredes, El forastero y el que le da el título al libro, pues tiene visos de novela corta.
Los mundos oscuros de Lovecraft en la pluma del ilustrador Foto:cortesía Panamericana Editorial
La llamada de Cthulhu, denso por su contenido y por la técnica para narrarlo (la historia se construye con base en documentos, cartas y testimonios), es quizá el punto más elevado de la imaginación de Lovecraft, porque inclusive se anticipa a los efectos de lo que hoy se conoce como las redes sociales y nos deja ver que, como quizá pudo haber advertido Borges, todos los humanos podríamos llegar a conectarnos por medio de nuestros sueños y ser víctimas de análogas pesadillas. El nombre mismo de Cthulhu es ya de por sí un misterio, pues, según Lovecraft, a pesar de ser una palabra de dos sílabas, no hay forma correcta, pero tampoco incorrecta de ser pronunciada, dado su origen extraterrestre. Cthulhu es un dios con cabeza de pulpo que permanece dormido en el fondo del mar y se comunica con sus adeptos a través de los sueños.
Evidentemente hay en ello (y cada lector deberá buscar la asociación creíble) metáfora, alegoría o las dos; pero, en todo caso, no se trata de fantasía gratuita. Este ser creado por Lovecraft bien pudo haber sido motivado por el Kraken de la mitología noruega, pero también pudo haber tenido su inspiración en La Odisea, pues, guiños aparte, ¿cómo no remitirnos a Escila y Caribdis leyendo el siguiente párrafo?
“Lentamente, en medio de los horrores deformes que poblaban aquel infierno indescriptible, el barco comenzó a agitar las letales aguas; entretanto, sobre las construcciones rocosas de esa costa sepulcral que no pertenecía a la Tierra, la titánica Cosa venida de las estrellas baboseaba y farfullaba cual Polifemo maldiciendo el barco fugitivo de Ulises. Luego, más osado que los cíclopes legendarios, el gran Cthulhu hundió su sebosa figura en el agua y comenzó a perseguirlos dando brazadas cuya cósmica potencia levantaba inmensas olas”.
Motivos recurrentes que le dan identidad a la obra de Lovecraft son, por ejemplo: monolitos gigantes, ciudades sumergidas, el descenso al Hades, construcciones ciclópeas, criaturas colosales, hombres de indefinible raza, geometría distorsionada y mundos alternativos o virtuales a los que solo tenemos soñando.
Así que, quién todavía no conozca el universo distópico de este genio al que el cáncer intestinal y la nefritis crónica segaron su vida solitaria, cuando apenas tenía 47 años, esta es la mejor oportunidad de entrar en él, advirtiendo, eso sí, que quien entra casi nunca sale sin ser afectado por lo que creó este autor alucinado.
JORGE IVÁN PARRA
Especial para EL TIEMPO
* Crítico literario, autor del blog ‘De libros y autores’ de EL TIEMPO y profesor de las maestrías de Literatura y de filosofía latinoamericana de la U. Santo Tomás