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'Demostré que había un mercado para mujeres lectoras’: Isabel Allende
La autora habla de su nueva novela 'El viento conoce mi nombre', inspirada en la migración a EE. UU.
Allende (Lima, 1942) en su casa de Sausalito (California) donde se dedica solo a escribir. Foto: Lori Barra
‘El viento conoce mi nombre’, el título de la nueva novela de la ‘best seller’ mundial Isabela Allende tiene una profunda carga simbólica. Es casi un grito desesperado porque alguien lo oiga. Parece salido de lo más profundo del corazón de Anita Díaz, la niña de siete años que protagoniza la novela, en 2019, cuya voz se alterna con la del niño judío Samuel Adler, en 1938.
Anita ha sido separada de su madre, cuando cruzaron la frontera de Estados Unidos, a donde llegaron huyendo en un tren desde El Salvador. La implacable política migratoria estadounidense deja a los niños centroamericanos que huyen de sus países “huérfanos” (pues los separa de sus padres), sin nombre y sólo identificados por un número.
Esta imagen le recordó a Allende lo mismo que le ocurrió a los judíos durante la Segunda Guerra Mundial, cuando eran marcados con un número en sus brazos, lo que de paso le permitió crear a Samuel, como contrapunto de la novela. Él se salva de las garras del nazismo, gracias al famoso proyecto ‘Kindertransport’, la política inglesa que recibió 10.000 niños judíos a finales de la década de los años 30.
Por eso, cuando Anita Díaz es separada de los brazos de su madre en Arizona, un grito silencioso parece decir que no quiere ser identificada con un número: “¡El viento conoce mi nombre!”, parece gritar con sus ojos inocentes.
Cuando ya mira la vida desde la tranquilidad de los 80 años, con la sabiduría y experiencia de quien lo ha vivido todo, Allende habló con EL TIEMPO desde su estudio en Sausalito (California), su guarida secreta de vida y escritura. Está feliz porque se ha pensionado de todo lo que le molestaba. En especial, de las asfixiantes giras promocionales de sus libros.
Ahora solo habla con ciertos medios y para esta nueva novela separó los meses de junio y julio, porque además tenía que hacerse una operación de cataratas. “Me he jubilado de todo lo que no me gusta –anota–. Pero ¿para qué me voy a jubilar de lo que me gusta que es escribir?”. A eso es a lo único que piensa dedicar su tiempo, junto con sus ejercicios matutinos, al lado de su esposo y de sus adorados perros.
Allende aprovecha para hablar del drama migratorio que vive el mundo, pero en especial el de la frontera con EE. UU., que ella conoce de cerca gracias a la labor que desarrolla en ese campo su fundación. Fue allí donde conoció el caso que inspiró esta novela. Sin embargo, su aguda mirada sobre la geopolítica mundial y el maltrato femenino son temas que no pueden faltar en una charla con ella.
'El viento conoce mi nombre' es de editorial Plaza & Janés Foto:archivo particular
¿En qué momento el drama de la migración la inspiró para esta novela?
Yo tengo una fundación que trabaja tratando de ayudar a mujeres y a niños. Muchos de los programas que tenemos en los últimos cuatro o cinco años están en la frontera de México con EE. UU. Todo cambia cuando tú ves la cara de alguien, conoces el nombre, sabes su historia. Porque cuando te dicen ‘hay mil niños que están separados de los padres y no los han podido reunificar’; no significa nada hasta que no ves al niños.
¿Conoció algún caso?
En el año 2019 me enteré del caso de Juliana, una niñita ciega que entró a los EE. UU. con su hermanito Juan de 4 años y su madre. Y los separaron en la frontera y después separaron a los niños, además. Estuvieron ocho meses separados de la madre porque ella se perdió en la burocracia. Cuando pudieron finalmente unirse, gracias a la labor de trabajadores sociales, los reunieron. Se presentaron ante el juez y los deportaron a los tres. Y se perdieron en México y no hemos vuelto a saber de ellos.
¿Esa niña inspiró a Anita?
Me puse en el caso de esa niña ciega, separada de la madre, que no habla el idioma, que no sabe dónde está, imagínate el trauma espantoso. Y eso me recordó el caso de los 10.000 niños judíos que fueron aceptados en Inglaterra un poquito antes de la Segunda Guerra Mundial para salvarlos de los nazis. Y cuando supe eso hace muchos años, pensé: ‘¿Yo cómo madre pondría a un hijo mío en un tren con destino desconocido sin saber quién lo va a recoger en el otro lado y qué le va a pasar?’. Como madre no sé si lo haría, pero resulta que si se trata de salvarle la vida, las madres en Centroamérica lo están haciendo. Entonces se repite la historia trágica de tener que hacer esa elección.
Para lograr el tono de sus personajes, usted comenta que se inspira en alguien. ¿En el caso de Anita ocurrió lo mismo?
No. El tono surgió más del corazón porque ya conocía el caso. O sea que me pude poner en los zapatos de la niña.
Samuel surge luego de ver una entrevista de televisión a uno de los sobrevivientes del ‘Kindertransport’, ya muy viejito. Y entonces pensando en él pude crear el personaje, que para mí es el protagonista de la historia, porque empieza con la primera página y termina en la última página. En el fondo, él representa también el hoyo que deja en el corazón esa separación.
¿Cómo es Samuel?
Samuel es un hombre que trata de tener una vida segura sin correr riesgos. Leticia, su mujer, es una loca deliciosa, pero él no quiere saber lo que ella hace, porque le mueve el piso. Él se refugia en la música donde no tiene que hablar con nadie, entonces cumple 86 años y está encerrado en su casa por el covid con Leticia y empieza a pensar, entre otras cosas, en su pecado de la indiferencia. Se preocupa de haberse mantenido aislado del dolor del mundo, y del mundo en general, para no sufrir más. Entonces cuando se le presenta Anita, ella le recuerda todo lo que él vivió. Desde hacerse pipí en la cama para adelante. Y él, por primera vez a los 86 años, puede abrir su corazón, su casa, su vida y correr el riesgo de aceptar a Anita.
Desde su fundación, Isabel Allende está pendiente del trabajo social que se hace con los migrantes centroamericanos a EE. UU. Foto:Lori Barra
¿Qué fue el ‘Kindertransport’?
Fue un programa creado por los ingleses para recibir a diez mil niños refugiados judíos sin sus familias. La guerra ya se veía venir, pero nadie pensó que iban a ser cinco años con el Holocausto. Entonces era una solución temporal, de traer a los niños para preservarlos de cualquier cosa temporalmente. Y nadie imaginó que esos padres iban a desaparecer y que los niños nunca más se iban a poder juntar con sus familias. Entonces, fue un acto humanitario el de recibir a los niños y fue un tremendo dolor para las familias, que tuvieron la oportunidad al menos de salvar a sus hijos.
Opuesto a esa política migratoria de Trump tan fuerte. ¿No?
Sí. Esta otra política de Trump fue crueldad sistemática que viene del Gobierno para desalentar a la gente de cruzar la frontera. Porque si una familia sabe que les quitan a los hijos no lo hace. Entonces, mi primera pregunta es: ‘¿por qué lo hacen?’. Y la respuesta que yo tuve de esas familias es: ‘porque estamos escapando de algo muchísimo peor. Estamos escapando de la violencia extrema y de la violencia extrema’.
Precisamente, pareciera que el péndulo vuelve a ladearse hacia la derecha en la geopolítica mundial. ¿Qué reflexiones le suscita esto?
La curva de evolución de la humanidad es ascendente, aunque no sea una línea recta. Va en zigzag. Y en mis 80 años he visto de todo: he visto movimientos de izquierda que han fracasado, que se han convertido en dictaduras; movimiento de derecha fascistas, que han sido de una crueldad tremenda. Pero te digo que estamos mejor ahora que cuando yo nací. Yo nací en medio de una Segunda Guerra Mundial, en medio del Holocausto y de una bomba atómica. No existían las Naciones Unidas, el feminismo y la píldora.
A propósito, ¿cómo vislumbra esta segunda película que se avecina Trump-Biden? Parece como un déjà vu...
Yo estoy aterrada, porque otros cuatro años de Trump… Primero no van hacer cuatro, seguro se va a establecer quién sabe por cuánto tiempo. Pero además, viene con el propósito de vengarse, de la revancha. Es un tipo repugnante. Y lo que es más repugnante es que el 40 por ciento de la población lo apoya. Entonces uno se pregunta: ‘¿Qué pasa?’. Mira, se acaba de morir Berlusconi y semejante homenajes que le rindieron. Hasta la iglesia. Y uno pregunta: ‘¿Acaso se les olvidó lo que hizo Berlusconi?’.
¿A qué se deberá eso?
Las figuras autoritarias son muy atrayentes, carismáticas. Todavía hay gente que añora a Pinochet en Chile.
Justamente se cumplen 50 años del golpe militar a Salvador Allende. ¿Cómo debería conmemorarse esta fecha?
Yo creo que hay todo un programa al respecto. Estaba yo presente cuando se cumplieron los 30 años del golpe y esa fue una forma de conmemorar lo que había pasado. Treinta años más tarde, todavía andábamos pisando huevos en muchos aspectos y había muchas cosas que se mantenían medio calladas. Pero cuando se cumplieron los 30 años hubo exposiciones de fotografías, documentales, exhibiciones en los museos, salió en la prensa, se publicaron libros. No quedó nadie en Chile que no supiera lo que hubiera pasado. Yo espero que ahora, estos 50 años sirvan para informar a una generación o a dos que no existían durante el golpe ni durante la dictadura tampoco y no saben lo que fue.
¿Cómo ve lo que está ocurriendo en Chile con Boric?
Una cosa es estar en la oposición, que es mucho más fácil, que estar en el Gobierno. Para darte un ejemplo: cuando estás en la oposición, tu enemigo es la Policía, pero cuando estás en el Gobierno y tienes que controlar la seguridad del país, la Policía es tu aliado. Eso es nada más que un ejemplo, pero en muchos aspectos se da eso en la política. Boric y la gente que trajo consigo al gabinete eran todos muy jóvenes y pecaron de inexperiencia. Pero además cuentan con una oposición feroz, inteligente y experimentada. Ahora, la popularidad de Boric, desafortunadamente es muy baja.
¿A qué se deberá?
Yo creo que contribuyó también cuando hicieron el primer borrador de la primera Constitución. El Gobierno debió haberse separada mucho más de ese proyecto. Pero en la mente del país, la Constitución era del Gobierno, que no era real. El país eligió a las personas que iban a redactar la Constitución de diferentes partes. Había de todo. Y el resultado fue una cosa tan extrema, que se farrearon la oportunidad. Entonces viene el Plebiscito y rechazaron la Constitución. Y ahora van a redactar otra Constitución para diciembre. Y la extrema derecha son los que tienen mayoría. Mi esperanza es que son extrema derecha, pero no son idiotas. Y no se la van a farrear como se la farrearon los de la izquierda. Puede ser que lleguemos a un punto medio, pero lo dudo.
Usted es la cabeza visible de un apellido muy simbólico. ¿Ha pesado llevarlo?
Nunca lo he sentido como una carga, pero lo he sentido como una responsabilidad. En el sentido de que no puedo cometer un delito o una estupidez tan grande que pueda manchar el legado que dejó Allende. Me siento responsable respecto a eso y tal vez me sentiría de todas maneras aunque no fuera Allende. Yo supongo que al principio, con La casa de los espíritus, el apellido me ayudó, porque todavía el nombre de Allende y de Chile estaban en la consciencia de Europa por lo menos; y había toda una generación que recordaba lo que había pasado y sabía quién era Salvador Allende. Entonces, cuando se publicó mi novela, llamó la atención, primero que yo fuera chilena, el apellido y que fuera mujer. Porque en el Boom eran puros hombres. Y creo que esas tres cosas me ayudaron. Si esa novela se publicara hoy, no tendría seguramente el impacto que tuvo entonces.
"Me siento pionera solamente porque la industria de libro se dio cuenta de que existe un mercado de lectoras que quiere leer estos libros de las nuevas narradoras", dice al mirar atrás. Foto:Lori Barra
Usted aparece además en un momento en que las mujeres alzaron su voz y dijeron: ‘sí queremos leer libros escritos por otras mujeres’. ¿Al mirar en retrospectiva qué siente?
Creo que hoy hay más consciencia y hay información. Piensa que antes era pero el machismo y además institucionalizado. La mujer no tenía derecho al voto, no podía cobrar un sueldo, lo tenía que cobrar el marido o el padre. Entonces hoy tenemos muchos más derechos, más conciencia y hay campañas. Antes no había campaña ninguna. Antes, el padre tenía derecho de hacer lo que le diera la gana con la hija. Casarla o no, dejarla en la pobreza. El marido podía pegarle. Todas esas cosas que ha sufrido la mujer han ido cambiando.
Pero el machismo no parece ceder…
Hoy día tenemos los mismos horrores pero en menos escala y con información. El mundo está enterado de lo que pasa en Afganistán contra las mujeres. Antes sucedía y no teníamos ni idea.
¿Qué siente, al mirar atrás, de haberle abierto también un camino a las mujeres escritoras?
Me siento pionera solamente porque la industria de libro se dio cuenta de que existe un mercado de lectoras que quiere leer estos libros de las nuevas narradoras. Y empezaron incluso a buscar escritoras y a publicarlas, y hubo distribución y crítica. Es como cuando se inventó la píldora y las mujeres salieron a trabajar por primera vez. Y ahora hay más médicos y abogados mujeres que hombres. Entonces invadieron un mundo que les estaba vedado.
¿Cómo va el nuevo proyecto de serie de 'La casa de los espíritus'?
No estoy encima del detalle, pero las dos muchachas que están dirigiendo esto me llaman, nos juntamos por zoom y conversamos sobre los personajes. La idea es hacerla por supuesto en español, con autores latinos y filmada sobre todo en Chile.
¿Qué sentimientos tiene de la primera versión en la pantalla grande?
Hay que entender que esa producción salió al mercado en 1995. Se empezó hacer cuatro años antes. En ese momento, ninguna película podía tener éxito comercial si no era en inglés, con figuras reconocidas de Hollywood. Entonces, el hecho de que estuviera Meryl Streep, Jeremy Iron, Antonio Banderas, Winona Ryder era porque así lo exigía el mercado. Y la gente no estaba acostumbrada, sobre todo en EE. UU. a leer subtítulos. Entonces, tampoco se pasaban acá películas extranjeras; siempre era en cine clubs. Pero ahora, una película puede ser en Maya y la gente lee los subtítulos. Entonces ha cambiado el público en los últimos 25 años.
¿Cuál es su percepción de J.K. Rowling y el mundo que creó?
Que no se puede negar el valor de una persona que puso a leer a todos los niños del mundo, porque Harry Potter se tradujo a todos los idiomas. Y tú veías a unos niñitos de 8 años con unos volúmenes así de gordos leyendo. Era una cosa fantástica. Ya esos niños que empezaron leyendo Harry Potter son lectores para la vida. Haber ganado a ese público lector es una cosa maravillosa. ¿Quién decide que Mario Vargas Llosa es más valioso que la Rowling? Lo deciden los críticos. ¿Y quiénes son ellos? Unos señores que no escriben, para empezar. Ellos juzgan qué es lo que vale la pena y lo que no, sentados desde su apartamento en Nueva York, y que no ha escrito una línea en su vida.