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Enciclopedia ilustrada del conflicto, de la A de angustia a la Z de paz
Jesús Abad Colorado lanzó 'El testigo', colección de 4 libros con fotos y textos conmovedores.
La blancura del papel contrasta con el gesto apagado de Matilde Sánchez. En la foto, su piel de ébano brilla surcada por las lágrimas y el sudor, pero el duelo oscurece su mirada, la imagen viva de la impotencia que se apoderó de ella y otros vecinos de Machuca, en Segovia, el 19 de octubre de 1998.
La víspera de esa madrugada de muerte, un ataque del Eln hizo explotar el oleoducto y el derrame de petróleo llegó hasta el río Pocuné, los gases se fueron acumulando y horas después una chispa hizo saltar todo en pedazos: el cauce se convirtió en un río de fuego, 84 personas murieron, otras 30 resultaron quemadas.
El primer periodista en llegar hasta ese corregimiento del oriente antioqueño fue Jesús Abad Colorado, quien impresionado por los cuerpos humeantes y el olor a tragedia intentó levantar su cámara, pero la comunidad le pidió no obturarla. Finalmente, pudo más su vocación y los convenció con un argumento para la historia: “Piensen en las imágenes de Vietnam o en los campos de concentración nazis... Sin esos testimonios no se conocerían esos hechos y alguien los negaría”.
Así logró el retrato de Matilde Sánchez, cuya tristeza cierra el primero de cuatro tomos de la colección ‘El testigo’, que esta semana se presentó en Washington D. C., en la sede del Instituto de Paz de Estados Unidos, con participación de oficinas del Gobierno estadounidense y reporteros de los principales medios de ese país.
Los cuatro tomos de la colección 'El testigo' incluyen más de 700 fotografías, en su mayoría de víctimas del conflicto colombiano. Foto:César Melgarejo. EL TIEMPO
“Los cuatro libros son la exposición con alas –dice Colorado, aludiendo a la muestra fotográfica homónima que sigue abierta en Bogotá–, pero además con la narrativa y las crónicas del conflicto colombiano. No solo son imágenes del dolor, sino que hablan de la dignidad, de la humanidad de nuestra gente y de esa esperanza que nunca hemos perdido en Colombia (...) nuestros campesinos, nuestros pueblos afro e indígenas: nuestro pueblo mestizo”.
Son 1.372 páginas que reúnen más de 700 fotografías en cuatro volúmenes, ordenados por temas. Pero además, hay gráficos estadísticos que cuantifican la dimensión de la violencia que se ha cobrado miles de vidas en las últimas tres décadas. Todo recubierto por un lienzo que remite de inmediato a los sudarios que envuelven los cadáveres. O mejor: como un paquete amarrado con cuerda de fique, a la manera del avío de recuerdos que carga un campesino desplazado.
“Son 30 años de Jesús Abad caminando con los desposeídos –agrega desde Washington la editora de la colección y curadora de la muestra, María Belén Sáez de Ibarra–. Con el periodismo de a pie, recorriendo el país. Y hemos hecho un esfuerzo por acogerlo, desde la Universidad Nacional, con la exposición que está abierta en el Claustro de San Agustín”.
Solo el proyecto editorial tardó cerca de tres años en su montaje y al menos otro año de producción física para editar los libros. En aras de aportar mayor contexto, la colección incluye testimonios que no están en la muestra, como el del periodista Jorge Enrique Botero y su hallazgo de soldados colombianos secuestrados en alambradas cual si fueran campos de concentración; la crónica de José Navia sobre el legado ancestral de los indígenas; la reflexión del hoy ministro de Defensa, Iván Velásquez, sobre la lucha de la justicia y más textos adicionales.
En nombre propio
El primer plano de un espejo roto llama la atención al hojear esta enciclopedia de vida y muerte. En la base militar de Juradó, Chocó, 23 infantes de marina cayeron en combate con las Farc en diciembre de 1999. Al llegar horas después al cerro del pueblo, Colorado encontró el espejo de bolsillo de un soldado, quebrado en astillas y al lado de las vainillas de las balas. “Es imposible enmendar y soldar los pedazos de ese espejo, aunque es imprescindible que nos miremos en él”, propone el libro.
En otro aparte están los dibujos de los niños de La Gabarra, Norte de Santander, quienes plasman en un papel sus sueños y sus temores. “Estas fotografías retratan una realidad escalofriante; son una constancia de la barbarie que hemos vivido y no podemos olvidar, para que, poniéndonos frente a la evidencia de esta tragedia, nos comprometamos a que no se repita jamás”, escribe el periodista y catedrático Mauricio Builes.
La colección se presenta envuelta en un lienzo que remite a los sudarios que envuelven a los muertos. Foto:César Melgarejo. EL TIEMPO
Los títulos de cada libro ya son poesía en sí mismos. Corresponden al nombre con el cual bautizaron las cuatro salas de la exposición. El primero, 'Tierra callada', es un verso de Miguel Hernández, quien evocó a los campesinos andaluces de Jaén y sus olivares florecidos: “No los levantó la nada / ni el dinero, ni el señor / sino la tierra callada / el trabajo y el sudor”.
El segundo se titula 'No hay tinieblas que la luz no venza', palabras de la filósofa alemana Hannah Arendt en un poema que exclama: “No hay tinieblas que la luz no venza, ni silencio que los sonidos no entonen. Pero esa calma que reposa en lo incierto oscurece en silencio la mostración postrema”.
El tercero lleva por nombre 'Y aun así me levantaré', todo un homenaje a la escritora y activista estadounidense Maya Angelou, por el título de uno de sus poemas: “Tú puedes escribirme en la historia / con tus amargas, torcidas mentiras, / puedes aventarme al fango / y aun así, como el polvo... me levanto”.
Y el más extenso de los cuatro volúmenes es el cuarto, titulado Pongo mis manos en las tuyas. La explicación de la editora Sáez de Ibarra es elocuente: “Nuevamente, Hanna Arendt. ‘Pongo mis manos en las tuyas’ es un verso que ella escribe en un poema desde el exilio. Ella dice: ‘Nosotros, los exiliados, seremos el sujeto político del futuro’ ”.
Matilde Sánchez, víctima de la tragedia de Machuca. Su familia murió en la tragedia que causó el Eln. Foto:Jesús Abad Colorado
A su vez, las cuatro contracubiertas tienen rostro de mujer. La primera es Matilde Sánchez, la mencionada víctima de la tragedia en Machuca. Ella perdió parte de su familia tras el atentado al oleoducto, en 1998.
La segunda corresponde al rostro de Rubilda Rubiano, la esposa del líder indígena Aquileo Mecheche. Ella y su pueblo Jagual-Chintadó, a seis horas de Riosucio, Chocó, fueron víctimas de las mal llamadas Autodefensas Gaitanistas de Colombia (dice Colorado). En 2019, los paramilitares asesinaron a este maestro de colegio y símbolo de la comunidad emberá dobidá. Rubilda posa con el rostro pintado del fruto de jagua y la foto de Aquileo en su mano, para preservar su memoria.
La tercera es otra mujer afro que se llamaba Mercedes Saucedo. Su familia fue víctima de la guerrilla de las Farc, por los hechos de Bojayá en 2002, cuando lanzaron cilindros bomba y causaron numerosas muertes.
Juana Epinayú y su tribu wayú fueron desplazados por los paramilitares. Foto:Jesús Abad Colorado
La cuarta es una mujer wayú, Juana Epinayú, desplazada de Bahía Portete junto a su tribu, luego de la masacre del frente paramilitar Contrainsurgencia, de la mano del Batallón Cartagena del Ejército colombiano, según autoridades judiciales.
“Que salgan con su nombre, darles identidad, es una forma de honrar sus vidas y las de quienes resisten y han sido doblegadas por la violencia”, explica Colorado.
El lanzamiento de la colección se produjo con una serie de eventos académicos en Washington D. C., Nueva York y Boston. Inicialmente, el anuncio internacional se dio en el Instituto de Paz del Congreso de Estados Unidos y el Departamento de Estado. La agenda posterior incluyó a las universidades de Columbia, Hofstra y Boston, con participación de la Universidad de Harvard, la Comisión para la Protección de Periodistas, Usaid y otras instituciones de EE. UU.
Alcance internacional
En las conversaciones participó también María Belén Sáez de Ibarra, quien, además de haber producido los cuatro libros y haber escrito las introducciones de cada uno, es la directora del Museo de Arte de la Universidad Nacional, el Auditorio León de Greiff y el Claustro de San Agustín. “Este testimonio de 30 años de trabajo, que recoge todos estos rostros y estas historias entrelazadas entre tiempos y lugares, nos debe conectar con el imperioso llamado ético a comparecer y hacer justicia sin armas”, dice ella.
No en vano, otros dos testimonios interpelan al poder judicial: la declaración de Íngrid Betancourt ante la JEP en torno a su secuestro y el relato de Martha Lucía González, exjueza colombiana, quien tuvo que marchar al exilio por el impacto de sus investigaciones sobre operaciones militares.
Los libros de 'El testigo' se podrán comprar en el sitio web de la colección (eltestigocoleccion.com) y luego llegarán por correo. Su precio está subsidiado, por debajo del costo que demandaría esta edición de lujo, apoyada por el Grupo Sura, la Embajada de Noruega en Colombia, la Fundación Carlos Arcesio Paz y el Instituto Goethe.
Son 5.000 colecciones, que estarán a disposición del público a partir del 20 de octubre. También habrá un lanzamiento local, en Bogotá, en el marco del Festival Gabo de periodismo.
Al final del cuarto libro, la última foto no puede ser más conmovedora: los padres de Jesús Abad Colorado muestran orgullosos los aguacates, el cacao y otros frutos de su finca, a la vez que recuerdan que el abuelo del fotógrafo, José María Colorado, fue asesinado en 1960 por su pensamiento liberal en un pueblo conservador. Toda su familia resultó desplazada, pero a la hora de la cena nunca se habló con odio.
“La memoria que he desarrollado como periodista no es para revolcarnos en el dolor –concluye Colorado–. La memoria se hace en clave de futuro, porque a las siguientes generaciones no les podemos heredar los odios y las violencias, sino la esperanza”.