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Rosa Montero vivió una pesadilla en la vida real, una mujer tomó su identidad. Esta es la historia.

Rosa Montero, periodista y escritora española.

Rosa Montero, periodista y escritora española. Foto: Cortesía Iván Giménez/ Editorial Seix Barral

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“Quizá lo más interesante de la vida es intentar saber esto: qué se siente al ser otro distinto a uno. Es uno de los motivos que incitan a escribir libros, otro es el de descubrir lo que significa ser uno mismo”. La escritora española Rosa Montero recoge esta frase de Emmanuel Carrère en ‘El peligro de estar cuerda’, su libro más reciente y uno de los imperdibles de las mesas de novedades. Es una nueva indagación literaria y personal sobre cómo funciona la creatividad en nuestros cerebros. Un tema que la apasiona y la obsesiona, y que ya había abordado en una primera oportunidad en otro magnífico libro: ‘La loca de la casa’.
Jalando la pita de la frase de Carrère, Montero analiza en su nuevo libro ideas que siempre han rondado el acto de escribir: “esa multitud que habita a los escritores” –como ella lo llama-, los impostores, las famosas “mentiras literarias”, la percepción de la realidad y la locura.
Anota Montero que cuando “Roberto Louis Stevenson publicó en 1886 su novela ‘El etraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde’, sacó a la luz algo que los humanos habíamos sabido muchos siglos antes, pero que habíamos olvidado. Algo que no podíamos reconocer porque no teníamos palabras para nombrarlo: que dentro de nosotros éramos muchos”.
Una idea tan fascinante que incluso ha sido fuente de inspiración para muchísimos escritores. Basta con recordar libros como ‘El adversario’ de Carrère, ‘El hombre duplicado’ de Saramago, ‘El impostor’, de Javier Cercas, el polémico caso de JT LeRoy, autor de ‘Sarah’, escrita en realidad por la atormentada escritora Laura Albert. Al que se suma un clásico reeditado por décadas: ‘Famosos impostores’, de Bram Stoker, el autor del inmortal ‘Drácula’.

Más allá de la ficción

'El peligro de estar cuerda', editado por Rosa Montero.

'El peligro de estar cuerda', editado por Rosa Montero. Foto:archivo particular

En este ejercicio delicioso sobre la manera en la que el cerebro codifica la percepción de la realidad y la verdad, Montero echa mano de un hecho anecdótico que la ha acompañado durante 40 años, como un fantasma: una impostora que se hizo pasar por ella, de la que la autora reveló algunos detalles en alguna de sus columnas del diario ‘El País’ y de manera novelada en ‘La hija del caníbal’, pero que solo hasta ahora cuenta en su totalidad. Parece una novela de suspenso, que acompaña al lector -a manera de pasajes sueltos- en buena parte del libro, también como una aparición, y que resulta entrañable e inolvidable.
Todo comenzó en 1979, cuando la joven Rosa Montero, de 28 años, periodista del diario ‘El País’, comenzaba a saborear las mieles de la fama, gracias al éxito de ‘Crónica de desamor’, su primer libro.
Entonces, aparecieron en el contestador de su apartamento de Madrid unos mensajes en los que solo se oía una respiración jadeante. Dos meses más tarde, “la cosa empeoró”, cuenta la autora. La voz de una mujer le decía: “puta”, “cabrona, mira que eres mala, eres lo peor”.
Era la época de transición de la dictadura a la democracia y Montero cuenta que se respiraba un ambiente de mucho temor.
Una noche, cuando llegaba a su hogar, la escritora alcanzó a oír que sonaba el teléfono y se activaba el contestador, grabando una voz que decía: “Hipócrita, que eres una hipócrita… que vas de santita y luego te dedicas a robar hombres… Qué vergüenza…”. Montero abrió la puerta, corrió al teléfono y contestó de inmediato. “¿Quién es”, preguntó.
“- Soy yo…
Esa voz tan joven, retadora y temblorosa al mismo tiempo.
- ¿Y quién eres tú?
- Soy… soy la mujer de Constantino -dijo, llenándose la boca con el nombre.
Qué Constantino, pensé yo. Siempre he tenido una memoria horrible y aún peor para los nombre propios.
- ¿Qué Constantino?
La escuché casi rugir al otro lado de la línea:
- ¡Pero qué… cobarde, pero qué… hipócrita, eres lo peor de lo peor, ahora intenta fingir que no le conoces, lo persigues, te acuestas con él y lo vuelves loco y ahora dices que no le conoces, ja!”.
Y así comenzaba una pesadilla que acompañaría a Montero las siguientes cuatro décadas de su vida.
En esa primera ocasión, Montero logró convencer a la mujer para que entre las dos encararan, una noche a la salida de un bar, al tal Constantino. “No podía imaginar que, por el contrario, aquello era el comienzo”, recuerda la escritora. Se encontró con ella y descubrió que efectivamente era preciosa; el tal Constantino –que Rosa sospechaba que podía ser un hombre que se había cambiado el nombre para acostarse con ella– había huído del bar. Corrieron tras él; lo alcanzaron y resultó ser un pelele que no estaba en su memoria. El asunto terminó así.
Lo cierto es que un año después, mientras departía en una comida, Montero conoció a un ilustre cardiólogo que, al saber su nombre, le comentó: “Hace tres semanas estuve comiendo con Rosa Montero y no eras tú”. Le contó que incluso le mandó su última novela con una dedicatoria.
El médico se la había descrito tan bella, que Montero alcanzó a desestabilizarse. Ese primer encuentro con la impostora había sido de noche y en condiciones tan estresantes que ya la había olvidado. En particular porque en esa oportunidad creyó que había sido un hecho meramente esporádico y anecdótico.
“Aunque por un lado me mortificó que fuera más atractiva que yo, porque por entonces aún arrastraba uno de esos absurdos complejos físicos que son tan comunes en las mujeres jóvenes, por otro me halagó: por lo menos esa fingida Rosa Montero era hermosa e iba dejando en buen lugar el pabellón de mi nombre”, anota la autora, que bautizó a la falsa Rosa Montero, como debía ser, como ‘La Otra’.
A lo largo de los años, la presencia fantasmal de esa mujer que deambulaba por el mundo se hacía presente con envíos de flores y pequeños detalles, que daban cuenta de lo mucho que “La Otra” conocía a su escritora idealizada. Un día llegaban tulipanes -su flor preferida-, otro, una salamandra tallada, de la que Montero guarda una gran colección, y así sucesivamente.
Llegó incluso a enviarle un singular regalo en los días en que la autora enviudó de Pablo, su esposo, por causa de una enfermedad. Por entonces, Montero recibió un pañuelo de satén negro con las puntas anudadas. Al abrirlo, apareció ante sus ojos media docena de lágrimas de cristal de roca.
“Con el tiempo, fui perdiéndole miedo a la desconocida, y a veces me parecía que ella y yo estábamos desarrollando una especie de extraña relación. Sin duda patológica, pero íntima. Y sucedió algo más: un día me di cuenta de que los dependientes de las tiendas habían dejado de describirla como una mujer hermosa. La Otra también envejecía”, relata con algo de humor negro.

Un cerebro tramposo y juguetón

La escritora Rosa Montero continúa en este libro esa exploración sobre la creatividad humana y el acto de escribir que había iniciado en 'La loca de la casa'.

La escritora Rosa Montero continúa en este libro esa exploración sobre la creatividad humana y el acto de escribir que había iniciado en 'La loca de la casa'. Foto:Cortesía Iván Giménez/ Editorial Seix Barral

En varios de los capítulos, Montero explica hasta el cansancio lo que ha encontrado en sus investigaciones sobre la manera como se da el acto de escribir y cómo el cerebro procesa la realidad. Aquello que guarda una íntima relación con otra de sus obsesiones: la locura.
Para ello, la escritora trae a colación una explicación científica de cómo funcionan los mecanismos internos del ojo humano, primer punto de o que tenemos con la realidad exterior.
“En el centro de tu ojo, de cada uno de tus ojos, hay un punto ciego; ahí donde el nervio óptico se inserta en la retina, el ojo no ve. Y no se tata de un puntito diminuto, sino de de una zona ciega que se extiende entre 2 y 4 grados del campo visual. La Luna ocupa medio grado. O sea que el agujero tiene su enjundia. Ahora bien, no lo advertimos porque nuestro cerebro completa imaginariamente lo que no ve”, explica Montero para concluir: “el mundo en el que vivimos es en buena medida una alucinación”.
Lo cierto es que un año antes, cuando ya andaba en la escritura de este libro, Montero recibió una carta que le había llegado a ‘El País’. El remitente era un profesor de neurociencia de una universidad de Virginia (EE. UU.), a la que la escritora había sido invitada como conferencista varias veces. El hombre decía ser el único hermano de Bárbara Jovellanos.
“Puede que de primeras no sepa de quién le hablo, pero caerá en la cuenta si le digo que fue una mujer desdichada y enferma que se obsesionó con usted hace muchos años y que ha ido apareciendo (quizá debiera decir que se le ha ido entrometiendo) en su vida de cuando en cuando, por ejemplo mandándole regalos. Bárbara ha muerto hace tres meses de cáncer”, le explicaba en la carta el profesor Juan Pablo Jovenallos.
Agregaba que su hermana le había dejado otra carta sellada que él no se había atrevido a abrir y que le gustaría hacerle llegar o entregarle, si ella estaba de acuerdo.
¿Qué tan real es esta historia de Bárbara? ¿Hay alguna venial “mentira literaria”? ¿Por qué Bárbara aparecía y desaparecía por largos períodos en la vida de Montero?
“Debo decir que la historia con Bárbara tiene partes reales y partes de ficción. No voy a aclarar cuáles son unas y otras, pero un notario podría dar fe de algunas. Los fragmentos de ficción, para mí, son los más verdaderos del libro, en el sentido de que la historia de Bárbara –esa entremezcla de ficción y verdad– demuestra la forma como veo la realidad. Y es que para mí la realidad es muy poco fiable. Nos pasa a todos, solo que algunos somos más conscientes de ello. La realidad es un espejismo. Lo mismo que la memoria: creemos que recordamos cosas, pero es un cuento”, le comentó la autora a este diario hace poco en charla con el suplemento ‘Lecturas’.
Sin embargo, la compañía de la atormentada Bárbara en estas últimas décadas resultó para Montero un faro que le permitió navegar en sus investigaciones hacia la búsqueda de alguna explicación de por qué los escritores se dedican a este oficio y a crear realidades paralelas.
“Creo que casi todos los novelistas tenemos la intuición, la sospecha o incluso la certidumbre de que, si no escribiéramos, nos volveríamos locos, o nos descoseríamos, nos desmoronaríamos, se haría ingobernable la multitud que nos habita”, dice la autora.
Verdad o realidad, la historia de la impostora de Montero tiene una final fascinante e inesperado. Pero le corresponde a usted, querido lector, dejarse estremecer por él, cuando llegue a la última página del libro.
CARLOS RESTREPO
REDACCIÓN CULTURA
@CulturaET

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