Conocí a Óscar Naranjo por primera vez en septiembre de 2007, cuando recién llegué a Bogotá como embajador de Estados Unidos de América. Fue durante una visita a Colombia del presidente venezolano, Hugo Chávez. Vine directamente de mi último puesto en Caracas como embajador, donde tuve una relación esporádica con el señor Chávez. Ya que no quería complicar las relaciones de Colombia con Venezuela, decidí entrar casi clandestinamente por el aeropuerto El Dorado.
En mi primera reunión con el general Naranjo, saqué dos conclusiones: primera, que el general es quizás el jefe de policía más alto en todo el mundo. Siendo yo hombre de estatura más modesta, decidí en ese momento tratar de sentarme cuando de los medios de comunicación quisieran tomar fotos de los dos juntos. Segunda, él es tan inteligente como alto, y evidentemente uno de los oficiales más perceptivos e inteligentes del Gobierno Nacional.
Como general de un sol, en 2007 Naranjo fue el jefe de menor rango de los cuatro servicios armados. Él asumió el comando de la Policía Nacional unos pocos meses antes, en una decisión audaz del presidente Uribe y el ministro de Defensa, Juan Manuel Santos. Querían introducir una nueva dirección y enfoque a la Policía. Cuando nos reunimos, el general Naranjo estaba escogiendo sus nuevos comandantes y decidiendo las prioridades y cambios para la institución donde él y su padre, antes de él, habían dedicado 80 años de sus vidas.
Revisar personal y establecer nuevas prioridades fue exactamente lo que yo hice en mi embajada de 4.700 empleados y contratistas colombianos y norteamericanos. En 2007, la embajada en Bogotá era la tercera embajada norteamericana en el mundo; solo Irak y Afganistán eran más grandes. Antes de salir para Bogotá, el presidente George Bush me dio instrucciones. Me ordenó coordinar y colaborar con Colombia en las tres áreas de seguridad, narcotráfico, delincuencia organizada y crecimiento económico. En el momento de mi primera reunión con el general Naranjo, no había decidido cómo desarrollar mis instrucciones presidenciales. Pero sí había descubierto un grupo excepcional de líderes en mi embajada, que representaban más de 20 departamentos y agencias del Gobierno de los Estados Unidos. En ese momento, fueron el mejor equipo diplomático norteamericano en todo el mundo. Y en un punto todos coincidieron: la Policía Nacional fue esencial para realizar nuestras misiones presidenciales. En la primera reunión, el general Naranjo y yo decidimos aumentar aún más nuestra colaboración. Este libro describe los resultados.
Durante los gobiernos de Pastrana y Uribe y más tarde de Santos y Duque, las comunidades policiales de los dos países han compartido evidencia, equipamiento, tecnología, inteligencia y casos legales
Óscar Naranjo ha escrito una historia estupenda de grandes operaciones conducidas por la Policía Nacional durante sus años de comando. Cada capítulo es un pequeño libro en sí mismo. Es un manual de formación profesional que describe la colaboración entre las comunidades de inteligencia, investigaciones, Fiscalía, seguridad, y operaciones, y sus éxitos en compartir información y desarrollar casos legales. Es una novela de detectives que cuenta cómo investigadores profesionales siguen la evidencia, identifican a los criminales y construyen los casos para procesarlos.
Es una historia de espionaje donde oficiales de inteligencia interceptan y descifran comunicaciones, analizan inteligencia, reclutan fuentes humanas y preparan documentos detallados para las fuerzas operacionales. Y es un cuento de acción con hombres y mujeres increíblemente valientes asaltando capos criminales y a sus cómplices para llevarlos a la justicia.
Cada capítulo representa otro travesaño en la escalera de profesionalización, anticorrupción, y valentía construida por el comando de la Policía Nacional de los últimos 25 años. Y cada capítulo, directamente o indirectamente, es un testamento de la colaboración sofisticada entre Colombia y los Estados Unidos. Desde 2007, si un criminal internacional tenía interés para Colombia, también tenía interés para Estados Unidos. Existía una relación histórica y simbiótica entre las actividades criminales en Colombia y los Estados Unidos.
Durante los gobiernos de Pastrana y Uribe y más tarde de Santos y Duque, las comunidades policiales de los dos países han compartido evidencia, equipamiento, tecnología, inteligencia y casos legales. En algunas de las diez operaciones presentadas por el general Naranjo, el capo capturado fue procesado en Colombia; en otras, en Estados Unidos. Aprendimos una lección importante en el siglo XXI y es que en asuntos policiales cuando gana Colombia, gana Estados Unidos. Y viceversa. Cuando me fui de Bogotá en 2010, pude decir –y dije– que Colombia fue el socio más importante de los Estados Unidos en todo el mundo en asuntos policiales. Ambos países se beneficiaron enormemente de esa cooperación.
Pero este libro cuenta una historia más larga y profunda de Colombia y su Policía Nacional. Para explicarlo, debo volver unas décadas al pasado. No es una sorpresa para mis amigos que, con la excepción de mi propio país, diga que Colombia es mi favorito. Es una nación con una diversidad increíble. Se puede ir de un valle nevado a la selva tropical en una hora. En dos horas –depende del tráfico– se puede ir de picos majestuosos a llanos tan planos y secos como mi Estado nativo de Texas. Se puede desayunar en Bogotá con fruta tropical y bayas de clima norteño, todos entregados por camión en cuatro horas.
En una sola semana, participé en la cultura formal y reservada de los Andes, la cultura caribeña de la Costa Norte, la cultura tropical del sur y el Pacífico, y la cultura ganadera de los llanos. Cuando me fui en 2010, Colombia producía futbolistas y tenistas de calidad mundial, pilotos de carreras, campeones, peloteros de béisbol –un gran deporte– de las Ligas Mayores, y los mejores ciclistas de todo el mundo. Si me siento nostálgico por Colombia, en Washington puedo escuchar a Shakira o a Juanes, o mirar a Sofía Vergara en el programa Familia moderna por televisión. Para un país de tamaño medio, Colombia tiene un impacto tremendo en el mundo.
Pero no ha sido siempre así. Hoy un ciudadano colombiano menor de 25 años no tiene recuerdos, o solo recuerdos infantiles, de una Colombia muy distinta. En los últimos años del siglo pasado, y bajo el asalto continuo de la guerrilla armada, de fuerzas paramilitares viciosas y de carteles narcotraficantes enormes, la economía casi colapsó. Millones de colombianos huyeron del campo y se trasladaron a barrios de pobreza en las ciudades. La gente tenía miedo de viajar por las carreteras, o aun en las calles de sus propios pueblos y ciudades. Centenares de municipios eran tan peligrosos que sus alcaldes no podían vivir en sus propios pueblos.
El milagro de Colombia
fue obra de muchos santos.
La clave para cada éxito, resultado positivo y vida salvada fue la Policía Nacional.
Docenas de miles de ciudadanos inocentes murieron asesinados o por explosiones. Miles más fueron secuestrados. Era difícil para los colombianos viajar al exterior, dado que la comunidad internacional los sometió a un escrutinio intensivo por ser ciudadanos del principal productor de la droga ilícita en el mundo. No obstante, centenares de miles de colombianos se fueron, pero no por el rechazo de su país. Al contrario, los colombianos tienen un tremendo amor por su país y su pueblo. Huyeron porque no encontraron educación, empleo y seguridad en su propia nación. En 1999, cuando yo ejercía la posición de subsecretario de Estado adjunto, mi gobierno deliberaba cómo trabajar con Colombia para salir de su crisis económica, criminal y de seguridad. Analizamos en ese momento que sin apoyo internacional, Colombia podría dejar de existir como Estado funcional; las Farc podrían ganar; los narcotraficantes podrían tomar control del gobierno.
Pero la economía no se destruyó. Las Farc no ganaron. Y los narcos no asumieron el control del gobierno. En un esfuerzo sostenido de 15 años bajo tres presidentes distintos, Colombia se restableció en el mundo. La economía goza de 14 años de boom; aun durante la pandemia es una de las más fuertes en el hemisferio. Hay construcción masiva en todas las ciudades. Turistas internacionales inundaron Colombia antes de la pandemia, y volverán después. En diez años, el nivel del empleo crece, el PIB per cápita aumenta, y el nivel de pobreza baja. Cada alcalde municipal vive en su propio pueblo. El acuerdo de paz, tan tenue e imperfecto que sea, puso fin a mucha de la violencia guerrillera y paramilitar, y produjo más respeto para los derechos humanos fundamentales. Los temibles carteles de Medellín y Cali fueron desmantelados. Y mientras las organizaciones traficantes y criminales aún son fuente de violencia y delincuencia, como los capítulos de este libro describen, ya no representan amenaza a la soberanía del Estado. Finalmente, la gran diáspora colombiana ha votado con sus pies; miles y miles vuelven a Colombia.
El milagro de Colombia fue obra de muchos santos. Pero la clave para cada éxito, resultado positivo, paso adelante y vida salvada fue la Policía Nacional de Colombia. En un sentido mayor, este libro es para ellos y por ellos. Pagaron un precio horrible. Cuando Pablo Escobar dijo en los años 90 “mejor una tumba en Colombia que una celda en Estados Unidos”, puntualizó su declaración con una matanza masiva de policías. Miles murieron en Medellín, Cali, Bogotá y cada ciudad y municipio en Colombia. Miles más fueron heridos en ataques por traficantes, guerrilleros o paramilitares. Docenas fueron secuestrados por las Farc y retenidos en condiciones inhumanas por años y años.
Hoy, en miles de hogares en todas partes de Colombia, viven las familias de esos policías que murieron: madres y padres, hermanas y hermanos, esposas y esposos, huérfanos. Algunas de las casas son elegantes; la mayoría son modestas y humildes. He visitado algunas de esas familias. En cada hogar, en un lugar de honor, se encuentra la foto de un policía nacional uniformado. Son fotos de las mujeres y los hombres que sacrificaron sus vidas en servicio de su nación y su pueblo. Y mirando a sus rostros, casi se puede escuchar sus voces hablando desde la tumba. “Nos sacrificamos para hacer Colombia mejor para ustedes. ¡No nos olviden!”.
Óscar Naranjo no los olvidó. Este libro cuenta la historia de ellos, y el trabajo que hicieron.
Concluyo con una nota personal a los activos y retirados de la Policía Nacional, y las familias de los caídos. Como siempre y en cualquier país, hay algunos que cuestionan y critican el trabajo de la Policía Nacional, y sus sacrificios. Prefieren hablar de abusos y corrupción. En una democracia, cada voz tiene derecho de ser oída. Pero no pueden cambiar la realidad y la historia, o negar las diferencias de la Colombia de hace 25 años y la Colombia de hoy.
Los romanos ancianos lo dijeron mejor. “Res ipsa loquitur”. La cosa habla por sí misma.
Prologo de William Brownfield* para el libro 'Se creían intocables' de Óscar Naranjo.
*Exembajador de EE. UU. en Colombia (2007-2010)