El hombre del río, al final de cuentas, el personaje principal de la nueva novela de Óscar Godoy Barbosa, 'Los aparecidos' (Alfaguara, 2023), está basado —en parte— en un mito popular de la región de Tolima y Huila: el Mohán, que según la leyenda rondaba en cuevas cercanas a quebradas y cascadas para robarse a las mujeres que lavaban ropa en la orilla.
Aunque a los lectores oriundos del norte de Colombia seguramente les va a recordar más al Hombre Caimán, su equivalente caribe, aquel ser híbrido, mitad hombre y mitad reptil, que vivía cerca de la población ribereña de Plato y se acercaba a la orilla a espiar a las mujeres que se bañaban en las aguas del Magdalena. Ese mismo hombre del río aparece cada carnaval en Barranquilla junto con otras bestias (el coyongo, el burro corcoveón, la marimonda, el torito ribereño) para mostrarnos que no solo es posible sino inevitable el retorno del ser humano a su esfera animal.
Pero no solo la cultura popular nos enseña el tipo de bestias que pueden anidar en un ser humano. Al igual que en tantas otras regiones del país, lo hemos vivido en carne propia y a la brava a través de la guerra salvaje y su ecosistema: la feroz corrupción, la criminalidad vestida de ley de la selva, la afluencia de hombres armados hasta los colmillos, hambrientos de territorio y poder desmedido. De eso habla Óscar Godoy en su libro: de la bestia que aparece y desaparece en la superficie del ser humano y en la historia del país. 'Los aparecidos' es una historia atravesada de realidad y fábula, de tragedia y épica, de urbanidad y monte, porque nos habla de un país igual de inestable y movedizo, de una tierra sembrada de ríos de agua cristalina y de sangre turbia que viven permeándose entre sí.
La novela nos cuenta la historia del joven inspector Daniel Valencia, a quien le toca hacer sus primeros pinos laborales en un pequeño pueblo acechado por la violencia paramilitar, que en la mente de los más viejos se confunde con las huellas de una misteriosa leyenda. Se trata de una obra igual de dual que este país en que nos tocó nacer y criar a nuestros hijos, que se debate a todo momento entre apariciones y desapariciones, y entre lo que construyen unos colombianos y destruyen otros en un ciclo infinito que se parece mucho a esa fabricación de pescaditos de oro del coronel Aureliano Buendía para volverlos a fundir.
'Cien años de soledad', 'Don Quijote de la Mancha', 'Madame Bovary', 'Anna Karenina', todas esas grandes novelas parecen decirnos que la ficción es la única respuesta a la realidad inmediata.
¿Cómo resolver una novela sobre una patria que se crea y se deshace a cada momento entre los intersticios de su tiempo circular? ¿Cómo abordar la historia de una Colombia fantasmagórica cuya historia no avanza, sino que se muerde la cola para alimentarse de su propia destrucción? ¿Nos tendremos que decantar por la esperanza o por la resignación? ¿Es la esperanza la salvación de la historia o solo una forma de seguir engañándonos? 'Cien años de soledad', 'Don Quijote de la Mancha', 'Madame Bovary', 'Anna Karenina', todas esas grandes novelas parecen decirnos que la ficción es la única respuesta a la realidad inmediata y que paradójicamente la mentira de la literatura puede ayudarnos a encontrar verdades, como señalaba Milan Kundera. Pero también nos dicen esas mismas novelas que la realidad es, al final de esas mismas historias, la única respuesta posible a la ficción, su única pista de aterrizaje. Lo vemos, por ejemplo, en 'Cien años de soledad', donde luego de todos los prodigios que contemplamos hipnotizados, nos despiertan las balas de los fusiles en medio de una huelga o nos estrellamos contra la derrota de la revolución liderada por el coronel Aureliano Buendía o asistimos al final del mismo Macondo que acaba sucumbiendo a las fuerzas invencibles de la naturaleza y de la propia decadencia humana. En 'Don Quijote de la Mancha', por su parte, el mismo hidalgo delirante y temerario que se debate contra gigantes de varios brazos vuelve al final a los cauces de la cordura y la limitada realidad, y es un sensato Sancho Panza quien acaba añorando los fantásticos delirios y las viejas temeridades de su patrón.
Las grandes novelas se elevan tratando de estirar nuestra visión de la realidad hasta romper sus marcos trillados y convenientes, acomodados a nuestros prejuicios y miopías. Pero, después de estirarse, la realidad se enriquece y se acostumbra a las nuevas dimensiones que ha conseguido en la ficción. Las grandes novelas nos dicen que la realidad, tocada por el cielo de la imaginación, ya no vuelve a ser la misma: sus puertas se tornan más anchas, sus techos más altos, los pisos más firmes, como en las casas de ese pueblo de ficción a donde llegó una vez el ahogado más hermoso del mundo. El filtro de la imaginación nos da un mejor marco de referencia, nos ayuda a encontrar las potencias interiores y las posibilidades escondidas del mundo real. La ficción, nos dicen las grandes novelas, es la piedra de toque de la realidad, pero la realidad termina siendo el estoque de la ficción.
En la novela de Godoy hay otra vuelta de tuerca a ese mecanismo novelesco que hemos heredado de los grandes fabuladores. O por lo menos subraya otra verdad que se nos puede escapar por efecto del realismo aplastante con que terminan esas grandes novelas. La realidad repotenciada por la ficción no debería volver a la realidad para quedarse descansando tranquilamente en ella, nos recuerda la novela de Godoy, porque una vez se juntan son indisolubles. Si la realidad necesita de la ficción y la ficción de la realidad, entonces la espiral entre el ser humano y el animal que llevamos dentro es la conversión de esa bestia a un nuevo ser humano que discurra por el río de su propia transformación inacabable. La respuesta de la novela de Godoy, su apuesta más allá de la tradición o más acá del fondo mismo de la literatura, no es el retorno inevitable e irreversible a la realidad, sino el eterno e incansable retorno a la imaginación, la única fuerza que nos mantiene vivos y humanos, reconciliados con nuestra propia naturaleza.
PAUL BRITO*
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
*Escritor y editor barranquillero.