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Selva Almada: una escritora argentina que vale la pena descubrir
Con la novela 'No es un río', recién publicada, la autora cierra su 'Trilogía de los varones'.
Almada (Villa Alisa, Argentina, 1973) es también una reconocida feminista. Foto: cortesía Alejandra López
No es un río, de la escritora argentina Selva Almada, es una novela que huele a humedad. A lo largo de sus páginas se sienten el sopor de un calor pesado y las picaduras de los mosquitos. Es una sutil letanía de la vida bajo la penumbra de un verde oscuro y el olor a tierra mojada.
Es, además, el libro que cierra de manera magistral la que ella misma ha llamado su trilogía de los varones, que inauguró con El viento que arrasa (2012) y continuó con Ladrilleros (2013). La novela transcurre en el delta del río Paraná, en la provincia de Entre Ríos, en límites con Uruguay, y se desarrolla en varios tiempos con los que entrelaza historias que desembocan y nos remiten a la amistad de Enero, el Negro y Eusebio. Almada teje una narración de suspenso oscuro sobre la lentitud de una vida desventurada donde, a pesar de que la ausencia de uno de los personajes es el bastión de la trama, la aparición de Tilo, el hijo del muerto, le da un sentido violento a este triángulo amistoso.
El río como corriente narrativa va llevando al lector por los fantasmas del pasado en un caserío que recuerda el ambiente de las latitudes tropicales. Los sueños de un ahogado, las mujeres en un horizonte que no les es prometedor, una raya agujereada, la pesca como escapatoria y esperanza de salvación en una vida en la que no pasa mucho, los silencios y las palabras dosificadas se convierten en los islotes de esta narración.
Selva Almada edifica una literatura sensible que se va sugiriendo en cada párrafo y da pie para que quien lee construya su propia versión: “... y en esta novela es el lector el que tiene que inventar la pausa porque no está dada en el relato”. La escritora nos cautiva con el realismo estrepitoso de una Latinoamérica llena de historias de periferia que esperan a ser contadas y fluir, como río caudaloso que quiere desembocar en la memoria de los lectores.
Resultan llamativos los diálogos breves, que no se marcan con guion; ¿cómo condensó todo el universo que es una persona en un habla tan concreta?
En esta novela quería lograr la síntesis de la poesía. Una trama despojada, pero que no perdiera intensidad ni complejidad de lenguaje. Los diálogos son breves y secos como los personajes que los enuncian. Se me ocurrió que si los pensaba como un sonido eran casi para adentro y entonces podían prescindir de la marca gráfica del guion... como si fueran parte de la voz del narrador o, en realidad, la voz de la novela. Que el lector tuviera que volver, por lo menos hasta acostumbrarse a esa leve variación del sonido, sobre su propia lectura para interpretar esas voces: como si levantara la vista del papel y dijera: ‘Ah, claro. No hay guion y hay una acotación de diálogo que se repite’: dijo tal o dice tal (según sea el presente del relato o un flash-back), aunque esa acotación más que como acotación funciona como declaración: habla tal, como darle entidad a esa voz.
¿Cómo logra trasladar a los diálogos el alma de los personajes con tanta fuerza?
No lo sé... no me resulta difícil escribir diálogos. Creo que un buen ejercicio es leer los diálogos en voz alta, mientras estamos escribiendo. Que sean naturales, que no quiere decir ‘realistas’. Mis personajes que son seres rústicos, a veces analfabetos, pueden tener parlamentos profundos, líricos, que funcionan por su naturalidad.
'No es un río' es publicado por Literatura Random House. Foto:Archivo particular
¿Qué significa el río para usted y para su literatura?
Nací y crecí en un lugar que se llama Entre Ríos, así que es casi una marca de nacimiento. Sin embargo, conocí el río de grande, a los 17 años, cuando me mudé a una ciudad sobre el río Paraná, que es el segundo más largo de Sudamérica y uno de los más hermosos. El impacto que me provocó puedo sentirlo todavía, aunque pasaron treinta años. En mis otras dos novelas, el Paraná aparece como una evocación, un paraíso a donde los personajes sueñan con regresar... en esta todo está en función del río, como si fuera un personaje omnipresente.
Tiene “un par de poemas largos”, ha probado con el cuento y la novela, y también con la no ficción. ¿Qué le ha aportado cada género?
No me interesa pensar en los géneros como compartimentos estancos... me gusta más pensar la escritura como un híbrido y trabajar en ese sentido.
¿Por qué son necesarios en la literatura los textos con “finales que se diluyen”, como usted los llama?
Más que ‘necesarios’, puedo decir que es el tipo de relato que a mí me interesa, que me gusta leer y me gusta escribir, donde nada está clausurado, donde el lector tiene también libertad para completar con su propia mirada, experiencia, imaginación... de todos modos hay cuentos en el sentido más tradicional, con final cerrado, como los de Horacio Quiroga, que me encantan.
En su caso, ¿el cuento ha sido siempre el punto de partida para escribir sus novelas?
Lo fue en el caso de la primera, El viento que arrasa, que fue un cuento que derivó en novela. Yo no pensaba que podía escribir una novela; nunca lo había planeado y simplemente sucedió. Las dos siguientes ya fueron concebidas como novelas. Sí es verdad que Ladrilleros y No es un río tienen como disparador anécdotas que me contaron. Las escenas iniciales de cada una y la idea de escribirlas salieron de anécdotas puntuales.
¿Qué es lo más rico de la ‘literatura provinciana’?
Argentina es un país muy grande y cada región tiene su particularidad, sus modos de decir, su lenguaje... Así que la literatura que se escribe en las provincias es muy rica y variada. A mí no me atraen demasiado los personajes urbanos ni el paisaje urbano en general, así que me gusta encontrar la irrupción de otros paisajes, más rurales, más periféricos. Hace poco abrí una librería online dedicada exclusivamente a la literatura escrita y editada en las provincias; creo que los lectores se merecen descubrir esos autores y creo en una literatura federal.
¿Por qué en algún momento vio la novela como imposible para usted?
Siempre había escrito cuentos. La novela me parecía un proyecto de largo aliento. Yo soy muy lenta para escribir; ¡esta novela me llevó siete años! Así que el relato era un formato que me parecía más abarcable. Pero después las mismas historias, la misma escritura van buscando su forma; a veces, esa forma es la novela.
Dice que escribe a la deriva y sus novelas van creciendo hacia otros lados... ¿Alguna vez ha sentido que un relato se desborda?
Sí, casi todo el tiempo y eso es lo atractivo de escribir: ir descubriendo la escritura a medida que la misma escritura avanza. Puedo tener un boceto inicial, pero después dejo que el relato encuentre su propio recorrido.
¿En qué paisaje físico o afectivo quisiera ambientar su próxima novela?
No lo sé, ni siquiera sé si habrá una próxima novela. Me parece importante hacer silencio un tiempo.
¿Qué es hoy la provincia para usted?
Es el lugar donde me crie y al que sigo perteneciendo. Creo que hay una manera de ser provinciana, una mirada más que geográfica, política, un pensar desde los márgenes que me gusta.
¿Por qué escogió contar historias donde los hombres son protagonistas?
En realidad no es que lo haya meditado mucho. En la primera novela, El viento que arrasa, en un comienzo la protagonista iba a ser Lenny, la hija del pastor. Pero luego los personajes del pastor y del mecánico fueron creciendo, y terminó siendo una novela sobre la paternidad, sobre Dios como el gran padre occidental. En la segunda, Ladrilleros, sí hubo una intención de trabajar con personajes masculinos, me interesaba ver qué pasaba con las relaciones de afecto entre varones en zonas marginales, cómo se reacciona, por ejemplo, al amor erótico entre varones que en las ciudades está muy aceptado, pero sigue siendo resistido en la Argentina profunda... Y en No es un río ya fue una decisión: pensando en las dos anteriores, me pareció que había vasos comunicantes entre ellas y que esta tercera venía a completar la serie. Muchas veces escribo a partir de preguntas que me hago; una podría ser: ¿por qué los hombres actúan como actúan?, ¿por qué se agrupan para violentar?
Al escribir la trilogía, ¿qué cosas nuevas encontró en su indagación del universo masculino?
Siempre aparecen cosas nuevas que son del orden de la imaginación... Mi indagación no es sociológica ni histórica; es una indagación poética, y por suerte la literatura siempre abre puertas a muchas posibilidades.