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León Cardona: semblanza de un artista fundamental de cuya partida poco se habló
Fue pionero del jazz, arreglista histórico y un revolucionario de la música andina colombiana.
Pionero del jazz y arreglista y revolucionario de la música andina colombiana, el guitarrista y compositor León Cardona murió a principios de diciembre. Semblanza de un artista fundamental. Foto: Cortesía El Colombiano
Cuando el antioqueño Leonel Cardona García desenfundaba su Gibson Les Paul y la conectaba al amplificador, un inevitable murmullo recorría las mesas del muy reputado Grill Europa. Corría la primera mitad de la década del 50 y Cardona era probablemente el único poseedor de una guitarra de ese estilo en Colombia. De seguro aquel familiar suyo que vivía en los Estados Unidos la compró recién salida al mercado, en 1952, para regalársela a aquel sobrino político que andaba probando suerte en Bogotá, a miles de kilómetros de distancia.
“En ese entonces, ver una guitarra eléctrica en Colombia era tanto como ver un marciano”, me dijo el maestro en 2010, cuando supe de su participación en un llamativo trabajo del clarinetista Luis Rovira, catalán radicado en Bogotá entre 1954 y 1964. Dicho disco, llamado Luis Rovira Sexteto (Philips, 1961), constituyó el primer intento deliberado por grabar jazz en nuestro país. El formato planteado por Rovira obedecía, de manera calcada, al sexteto del norteamericano Benny Goodman, de tal manera que el papel de León Cardona en la guitarra vendría siendo el de trasunto del legendario Charlie Christian. “Yo ese disco lo grabé de manera muy intuitiva y nunca supe quién era ese guitarrista. Mis influencias en ese momento venían más bien de la música del Brasil”, me dijo después, en otra más de las varias entrevistas que me concediera, esta vez de 2012.
La relación de León Cardona con la guitarra eléctrica y con cientos de desarrollos intuitivos en la ejecución del instrumento, sus mil batallas en el mundo del disco como director artístico de sellos y las decenas de proyectos discográficos que emprendió como líder por alrededor de 20 años, bajo su nombre y también amparado en diferentes seudónimos, ya serían méritos suficientes para comprender la pérdida, enorme e irreparable, que constituyó su fallecimiento el pasado domingo 3 de diciembre, a sus 96 años. Pero si a eso le sumamos su trabajo por cambiar las estructuras de la música de nuestra región Andina para hacer de ella un vehículo de revolución y vanguardia, más lo que constituyó ese interés en el nacimiento de una escena fresca y renovada alrededor de esas rítmicas, este lamento tendría que ser el de un país entero.
La partida de la gente a cierta edad se nos antoja natural. En este caso lo realmente incomprensible, lo que sigue inquietando de la muerte del maestro León Cardona, estriba en la escasa resonancia pública de su partida como no fuera en el ámbito interno de los festivales, la academia, una afición que no deja de ser reducida y los emprendimientos individuales de músicos desde géneros como el bambuco, el pasillo, el vals, la danza y demás. Es ahí, entre los colegas, los amigos, los iradores y los alumnos donde se sigue sintiendo de manera honda su reciente ausencia.
En su primera infancia, León Cardona vivió la soledad del primer hijo. El pequeño, nacido en Yolombó el 10 de agosto de 1927, había sido enviado donde unas tías en Medellín para empezar a recibir educación. De su niñez recordaba lo mucho que le gustaba la voz del cubano René Cabel, que escuchaba en radio de onda corta, y cómo había empezado a fabricar flauticas con pedazos de caña de la finca familiar, a manera de entretención. “Mis familiares interpretaron eso como que yo era un apasionado por el instrumento, y un día, de sorpresa, me encontré con que me tenían una flauta traversa profesional y una matrícula en Bellas Artes”, contaba.
Tan pronto terminó su bachillerato, sin mucho interés por tocar, llegó a trabajar en la oficina de estadísticas del Ferrocarril de Antioquia. Eso, hasta que la insistencia del músico José Pérez Pérez por vincularlo a su orquesta pudo más. Ahí se dio cuenta de que el trabajo de un solo fin de semana de conciertos le podía representar económicamente lo que todo un mes en el Ferrocarril.
Pero llegó la guitarra, y la flauta pasó al archivo. Fueron años de estudiar dirección, contrabajo y tiple con maestros como Pietro Mascheroni, José María Tena y los hermanos Hernández, aquellos afamados trotamundos de Aguadas. “Yo me aficioné y empecé a tocar. Y, mientras, me iba haciendo a un nombre primero en la casa, después en la cuadra, en el barrio, en Medellín y luego en Bogotá”, recordaba.
Justamente el llamado desde la capital del país se lo hizo el músico guatemalteco Bob Lafuente, que dirigía el grupo del Grill Europa, en la calle 15 con carrera 8. Precedido por su fama, pero con un patológico temor a no responder debidamente, la manera en que Cardona pretendió declinar la oferta fue pidiendo un pago muy superior al ofrecido. Para su sorpresa, acordaron pagarle lo pedido y hasta el proscenio del Europa llegó, como él mismo dijo, “muerto del susto”. Pero su talento estaba por encima de consideraciones de ese tipo y muy pronto llegó a ser requerido en otros establecimientos de alcurnia como el Grill Monserrate y el Grill Colombia, donde conoció a aquel Rovira con el que grabó el primer disco de jazz en Colombia.
De regreso a Medellín, a principios de la década del 60, León Cardona se vinculó al sello Sonolux, de propiedad de don Antonio Botero, en calidad de director artístico. Fueron años de realizar arreglos, de cazar talentos y de participar con su guitarra en muchísimas grabaciones. Junto con Luis Uribe Bueno, Edmundo Arias y Juancho Vargas tuvo el honor de ser uno de los arreglistas de la Orquesta Sonolux, combo bailable como pocos en su momento. Además, puso su guitarra eléctrica en grabaciones del dueto Ramírez y Arias, inspirado en lo hecho en México por Pedro Infante. El nivel de ventas que obtuvo el dueto con su versión de La nieve de los años le dio la razón al músico.
Pionero del jazz y arreglista y revolucionario de la música andina colombiana, el guitarrista y compositor León Cardona murió a principios de diciembre. Semblanza de un artista fundamental. Foto:Cortesía El Colombiano
El nombre de León Cardona empezó a aparecer en cientos de grabaciones como una suerte de imprescindible adlátere. Dirigió los coros Cantares de Colombia, integrados por toda la comunidad serenatera de Medellín, hizo arreglos para violín en discos del Trío Morales Pino (recordaba Cardona lo extrañamente largo que le resultaba el silencio entre la coda y la última nota en las ejecuciones del trío, y cómo había decidido llenar esos espacios con los violines), se aventuró en la ejecución de la guitarra hawaiana para competirle a Toño Fuentes, grabó tangos con el bandoneonista argentino Coco Potenza y realizó toda una serie de grabaciones de inusitada modernidad entre la salsa, el funk y el sonido tropical bajo seudónimos como Leonello y sus Nuevos Palos, Carleo y su conjunto o León y sus Leones.
Durante su estancia en Sonolux, en 1968 recibió una invitación de otra leyenda del disco, Hernán Restrepo Duque, para que musicalizara, a ritmo de bambuco y pasillo, unos poemas de su amigo, el periodista antioqueño Óscar Hernández Monsalve, fervoroso creyente de la posibilidad de escribir unas letras que no remitieran al estereotipo bucólico al que solía apelar lo andino colombiano. Así surgieron La mejora, El premio y No abandones tu tierra, las primeras de un puñado de colaboraciones que devinieron en un nuevo entendimiento estético de esos géneros. Esos temas fundacionales fueron estrenados en el disco por Leonor González Mina, y años después fueron asumidos por solistas y duetos de todos los pelambres, incluyendo al dueto femenino Las Mellis, impulsado por el propio Cardona. Hoy, esos temas, junto con otros de la dupla como Migas de silencio, Si no fuera por ti y La canción del amor hacen parte ya del acervo de la música vocal del interior más querida y recurrida.
A partir de ese momento, la línea estética trazada por León Cardona se mantendría por esos territorios, de acuerdo a lo que iba determinando su propia evolución artística. Siempre declaró a Aldemaro Romero, Astor Piazzolla y Tom Jobim como sus mayores influencias, y esas plumas, más la suya, están incorporadas en las más de 130 obras que dejó. Títulos instrumentales como Bambuquísimo, Gloria Beatriz (dedicado a su hija, amorosa testigo de todo ese trasegar), Melodía triste, Optimista, Ofrenda y Circunloquio obraron como muestra de cómo las enseñanzas del jazz, la bossanova, la onda nueva venezolana y el nuevo tango argentino podían aplicarse a los ritmos andinos colombianos.
Por años, León Cardona fue parte del comité técnico del Festival de Música Andina Colombiana Mono Núñez, evento que, parafraseando a Daniel Samper Pizano en su referencia al Festival de la Leyenda Vallenata, es “la Real Academia” del bambuco y el pasillo. La apertura de miras del músico permitió la llegada de nuevas expresiones hasta el ámbito festivalero, otrora enclave de la más furiosa ortodoxia. En el seno del Mono Núñez y de otros eventos, la influencia de León Cardona demostró que sólo la renovación y el mestizaje garantizan la vida de los géneros populares.
Pero más allá de los repertorios, León Cardona celebraba su responsabilidad en el relevo generacional de los ejecutantes. “A ningún joven le interesaba oír un bambuco, un pasillo, una danza, nada…”, me dijo en 2012. “Pero cuando conocieron lo primero que yo hice comenzaron a interesarse. Y hoy día hay decenas o centenares de jóvenes haciendo trabajos magníficos inspirados en eso. Y ese es uno de mis orgullos y de mis satisfacciones”.
León Cardona era el único sobreviviente de los tres depositarios de la Gran Orden Maestros del Patrimonio Cultural en Colombia, conferida de manera extraordinaria en 2010. Los otros dos fueron Jairo Varela y Pablo Flórez, “El Poeta del Sinú”. Aunque un temblor crónico en su mano lo hizo abandonar la ejecución de la guitarra entrado el nuevo siglo, el músico no paró de componer ni de recibir alumnos, iradores y amigos en su casa del barrio Calazanz, en Medellín. Allí siempre tenía para ellos una historia, un consejo o una nueva obra. Nadie salía siendo el mismo de ese lugar, doy fe de ello. Esa certeza de cuanto dejó para todos ayuda a paliar, en lo que cabe, el vacío que deja su partida.