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Los cincuenta años de ‘The Dark Side of the Moon’
La visionaria obra marcó el ingreso de Pink Floyd al mundo de los espectáculos de rock de estadio.
La formación de Pink Floyd en 1973 (de izq. a der.): Rick Wright, Dave Gilmour, Nick Mason y Roger Waters. Foto: FOTO: Getty Images
Cuenta John Harris en la reciente edición de la revista Mojo que cuando el cantante y fundador de Pink Floyd, Syd Barrett, se enfermó de esquizofrenia en 1968, su amigo Roger Waters lo llevó al psiquiatra. Pero no era cualquier psiquiatra: era el doctor R. D. Laing, y había sido bautizado por la “contracultura” como el pionero de la “anti-psiquiatría”.
En su libro La política de la experiencia (1967), Laing aseguraba que la locura no era algo más que una respuesta a la presión de vivir en una sociedad en la que la guerra y el dinero eran los principales responsables de que la existencia humana no fuera realmente cuerda.
Barrett –cuya enfermedad había sido desatada por su abuso de LSD a comienzos de 1968– no se bajó del carro. Pero Waters se quedó con las enseñanzas del libro de Laing, en particular de un capítulo titulado Us & Them. Ese título se convirtió en la penúltima canción del álbum The Dark Side of the Moon, que está cumpliendo 50 años de existencia. La obra, una magistral, visionaria y contundente realización discográfica de 40 minutos, se concibió y se pulió durante las experiencias en vivo de la gira de Meddle.
“Las primeras giras nos habían dado unas 100 horas de práctica del repertorio”, reflexionaba el baterista de Pink Floyd Nick Mason hace un par de semanas en una entrevista con la discjockey Colleen ‘Cosmo’ Murphy. “Para cuando llegamos a grabar The Dark Side, teníamos más de mil horas en tarima, y Roger tenía ideas con las que todos estábamos de acuerdo”, contó.
Esas ideas y emociones eran la obsesión de Waters frente a la salida de Barrett de Pink Floyd, pero también lo eran una serie de temas que, según Mason, “no eran la preocupación habitual de músicos veinteañeros”. A estas inquietudes se sumaban la locura, el tiempo y el dinero como ejes centrales de la historia del disco. Conectadas de cerca a la precisión y el enfoque con que Pink Floyd llegó a grabar su octavo álbum a los estudios de Abbey Road junto al ingeniero Alan Parsons, dieron un sorprendente resultado para un grupo de jóvenes que bien podían estar hablando de amor en sus canciones.
El proceso de grabar The Dark Side of the Moon tomó un año, que comenzó el 31 de mayo de 1972 y culminó el 9 de febrero de 1973, “pero si se hubieran juntado las sesiones de grabación, habría tomado realmente 60 días”, le explicó a Mojo Parsons en una reciente entrevista.
“The Dark Side of the Moon marcó la diferencia entre la etapa temprana y psicodélica de Floyd y su ingreso al mundo de los espectáculos de rock de estadio, que estaban a punto de nacer con la llegada de Led Zeppelin a Estados Unidos unos años después.
La impactante colección de canciones logró darle al rock progresivo audiencias más grandes, a pesar de su inquietante naturaleza psicológica y reflexiva, y perfeccionó la idea de hacer de un disco entero una sola historia con hilos conductores sónicos que, unidos a un relato intimista y existencial, resonó con millones de personas en todo el mundo, y lo han mantenido en el radar de generaciones venideras con el asombro constante de su repertorio, de su sonido, de su portada y de su ejecución.
Un legado que perdura
Ese es el más sorprendente legado de The Dark Side of the Moon: su capacidad de encantar a un público que venía de la etapa del hippismo y estaba cansado de lo conceptual, lo político y lo ideológico. El verano del amor, las revoluciones y los estallidos sociales, las protestas contra la guerra de Vietnam, la lucha por los derechos civiles, la apertura de los sentidos y la llegada de nuevas sexualidades –todas sonorizadas con impecable furia por los músicos de finales de los años sesenta– parecían claudicar.
Y aunque nuevas rebeldías del rock se manifestaron de diversas formas –como el despertar sexual del glam con rock and roll básico y las andróginas pintas de Marc Bolan y la llegada del metal con Black Sabbath–, parecía imposible volver a tener discos que alcanzaran y tocaran a la gente con la profundidad con que lo habían hecho en los años sesenta. The Dark Side fue una anomalía nacida en las inspiraciones de aquellos movimientos que perecían ante la inminente transformación del rock and roll en una industria.
Paralelo a esa mercantilización del rock, crecía de forma inminente una mirada intelectual de este, que intentaba desprenderse de aquellas escuelas de la psicodelia de San Francisco e incursionaba en otras orillas musicales, incluyendo la clásica.
Aunque bandas como Yes gozaban de un público interesado y en Alemania el Krautrock plantaba las semillas de lo que más adelante sería la electrónica, gran parte de los repertorios nacidos en lo progresivo sonaban intelectuales y aburridos para muchos de los adolescentes de la época. Incluso los discos previos de Floyd sufrían de aquel tufo intelectualoide del rock, y por esta razón, las ventas del grupo también sufrían.
El rock and roll tenía que ser divertido, y por algún tiempo, luego de que se acabaron Los Beatles y los Stones se fueron para Francia huyendo del fisco británico, pareció dejar de serlo.
Mirada hacia adentro
The Dark Side of the Moon no predicaba cambios de ningún tipo ni invitaba a nadie a unirse a un culto. De hecho, hacía todo lo contrario: miraba hacia adentro, con aterradora precisión, hacia los rincones más atemorizantes de la psiquis y la existencia humana. ¿Qué hacemos aquí? ¿Por qué tenemos que trabajar en lo que no nos gusta? ¿Por qué somos tan vagos? ¿Por qué nos gusta tanto la plata? ¿Por qué estamos tan divididos por los discursos políticos? ¿Qué tan locos estamos? ¿Qué tan normales hay que ser para vivir? ¿Qué significa eso de “ser normal”? ¿Y qué importa serlo si, al final, todos nos morimos?
El prisma en el diseño original del álbum The Dark Side of the Moon lo realizó el colectivo británico Hipgnosis, fundado en 1968. Foto:Abbey Road / EMI
Las preguntas y las preocupaciones de Roger Waters luego de la salida de Syd del grupo no fueron las primeras manifestaciones musicales conscientes de un proceso acelerado de deshumanización a través de la tecnología y el desarrollo industrial: artistas como Sam Cooke y Bob Dylan habían hecho grandes preguntas a través de la música sobre el propósito del hombre sobre la tierra y los peligros que enfrentamos como sociedad –la desigualdad, la guerra, el racismo–, y habían sido escuchadas y tarareadas por una generación entera.
Pero la locura no era una “causa”: era una enfermedad. No era un tema “cool”: eran aparentes casos excepcionales. La depresión, la ansiedad y los malestares circundantes al movimiento hippie eran temas para esconder, no para cantar. Al no gozar del beneplácito y la aceptación del público en general, The Dark Side no tenía ese olor a canción social. La salud mental no era una agenda que preocupara a nadie. Sin embargo, explorar su deterioro fue el propósito.
Y ese propósito se entiende desde el comienzo. Desde que empezaron a coquetearle al “sonido cuadrafónico” –precursor de lo que más adelante llamaríamos “sonido envolvente” o sonido surround”–, The Dark Side of the Moon brincó unos cuantos peldaños en la escala evolutiva del rock y lo empujó decisivamente hacia la electrónica.
Artistas como Kraftwerk aseguran que una canción como On The Run, que viaja a una velocidad de 165 beats por minuto y se convierte así en una pieza prehistórica de música techno, es tan contundente que los pioneros exponentes de la música electrónica le atribuyen gran parte de la inspiración de Autobahn, de 1974. Fue a través de la exploración de Floyd con teclados nuevos, conectados a equipos análogos, como se construyó la estilización de la tecnología: un pilar esencial para convertir a las máquinas en instrumentos capaces de hacer música utilizando la emoción humana.
El uso de sintetizadores, la creación de efectos como el sonido de papeles rasgados, monedas y cajas registradoras y la inquietud psicológica del disco, reflejada en los alaridos, las risas, las escabrosas respuestas de porteros del estudio y asistentes del grupo a preguntas capciosas y excéntricas le dieron a The Dark Side of the Moon una vida que el grupo nunca pensó que tendría. Incluso hoy, sometidos al inescapable consumo de música digital, cuando escuchamos The Dark Side en formatos digitales comprimidos, es tan ambicioso el ejercicio de Floyd a una temprana etapa de la creación del sonido envolvente que incluso en servicios de streaming el álbum suena como un pozo profundo de sinestesia.
Atmósferas creíbles
La premisa del grupo de construir atmósferas creíbles alrededor de las temáticas le sigue brindando al álbum un alcance emocional sin precedentes. Los discos previos habían puesto a Pink Floyd en un lugar importante del movimiento psicodélico. Sin embargo, las largas improvisaciones también servían como buen “relleno”, como lo confesó Mason a Murphy al hablar sobre Ummagumma. La salida de Barrett y la búsqueda de un material que se vendiera mejor ayudaron a que el grupo trabajara en sus conciertos una serie de “secuencias” inspiradas en las ideas emocionales de Waters.
Una de ellas, conocida como la secuencia introductoria, era una sección rítmica en la que el bajo de Waters y la batería de Mason reconstruyen con sorprendente similitud el latido de un corazón cuando se escucha a través de un estetoscopio. La improvisación, acompañada del deseo de “llenar” los oídos con esos latidos del corazón, se unió rápida y eficazmente en el estudio a las letras de Waters y eternizaron esos sentimientos.
Que el álbum se llame El lado oscuro de la Luna y que su principal fuente de inspiración sea un hombre que va perdiendo la razón y se convierte en un “lunático” es algo que muchos fans jóvenes hemos empezado a entender décadas después.
Que una canción introductoria como Speak To Me/Breathe (In The Air) logre navegarse con amniótica placidez luego de los primeros y caóticos segundos que encapsulan toda la obra hacia su gestación e inminente eclipse no le quita que David Gilmour, el cantante del grupo, nos advierta lo que va a ser el álbum.
La premonición de David Gilmour parece querer salvarnos con propósitos idealistas, casi hippies. La guitarra de Breathe (In The Air), a pesar de su espaciosa y confortable iluminación, es en realidad simbólica de la sofocación y el ahogamiento en la vida diaria, en el trabajo, en la soledad, en el malestar que conduce a la locura.
“Corre, conejo, corre”, susurra Gilmour, “cava ese hueco, olvídate del sol”; mientras nos cobija con calidez de blues, que es casi soul y que se siente country; “Y cuando termines de trabajar, no te sientes. Hay que cavar otro. Porque vivirás largo y volarás alto, pero solo si manejas la marea, balanceado en la ola más grande, corriendo rápidamente hacia tu tumba”.
The Dark Side of The Moon sigue definiendo con lujo de detalles el mundo en el que vivimos, sobre todo hoy más que nunca. Nacer, gritar, trabajar, conseguir plata, evitar enloquecer y morir. El destino cruel del ser humano, hecho un disco, que parece una canción, hecha de vida y muerte tan parecida a ayer. Cincuenta años que parecen un solo latido. Es preciso dejar ahora al lector escucharlo y sentirlo por sí mismo.
ALEJANDRO MARÍN
PARA EL TIEMPO
En Twitter: @themusiimp
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