La muerte de
Marvin Hagler, el pasado sábado 13 de marzo, representa la desaparición de uno de los últimos monumentos vivientes que enorgullecían a la comunidad del
boxeo mundial. Válido, en comparaciones históricas con campeones de tres siglos atrás y referente de las décadas del 70 y 80, cuando este deporte escribió páginas colosales. Hizo las mejores peleas y enfrentó a todas las estrellas de ese momento.
Fue un duro en el ring y un astuto sobreviviente fuera de él. Dueño de una imagen imponente alimentada por su calva lustrosa que lo convertía en un hombre poderoso e imponente hasta para estrecharle la mano. Portador de una sonrisa sonora y afinada, pero irritable ante cuestionamientos o repreguntas sobre su vida. Los actos trascendentes para él se resolvían en una instancia, en una charla, en una gestión. Era sí o no.
Se llevó consigo distintos secretos a la tumba. Uno de ellos concitó un juego de detectives con los historiadores y estuvo dado en el año de su nacimiento: ¿1952 o 1954? Variante que lo rejuveneció cuando se acercó al título mundial y que ignoró cada vez que fue consultado.
Llevó el apellido de su madre, Ilda, y la mayoría de sus seis hermanos tomaron la identidad del padre: Sims. Nació en los barrios pobres de Newark (Nueva Jersey); de niño vivió todos conflictos raciales y asimiló, sin proponérselo, una instrucción elemental de cultura y religión judía.
La familia se dividió, y Marvin, junto con su mamá, se trasladó a Brockton (Massachusetts) –pago natal del gran Rocky Marciano– y allí empezó su carrera de boxeador creíble de la mano de dos hermanos italianos: Pat y Goody Petronelli.
Dejó gran parte de su resentimiento personal y empezó a ascender en todo.
Armó una buena familia constituida con Bertha, su esposa de muchos años, e hijos comunes y del corazón. Empezó a ganar desde su debut, en 1973. Era zurdo, fuerte, talentoso, sabía boxear, pelear y noquear. Sin embargo, el equilibrio técnico y anímico de Monzón hubiese prevalecido y proyectado una potencial victoria por puntos en 15 rounds ¡Fantasía nomás!
Protagonizó la pelea más excitante de todos los tiempos ante Thomas Hearns, en 1985, con un KO épico en el tercer round tras el primer asalto más escalofriante de cualquier época.
Hasta
Silvester Stallone debió volver a filmar las acciones de su criatura cinematográfica, Rocky Balboa, en su desafío contra Clubber Lang, como consecuencia de esta batalla.
Protagonizó 15 rounds apoteóticos con el panameño Roberto ‘Mano de Piedra’ Durán, en 1983, a quien batió por su condición de notable atleta en los tres capítulos finales. Y fue parte del último gran concierto del cuadrilátero cuando perdió su corona con ‘Sugar’ Ray Leonard en 1987. Algo que resistió hasta el último día de su existencia. Para muchos ganó y para otros –como quién escribe estas líneas– perdió.
Era hábil para pegar y cortar al oponente. Para herirlo y sacarlo de los combates. Así ganó el mundial mediano contra el inglés Alan Minter, en 1980, y de ese modo se desquitó del italiano Vito Antuofermo. Sería empalagoso acompañar esta descripción con una planilla estadística de su carrera de 67 combates entre 1973 y 1987.
Tenía un criterio para los reportajes. Solía afirmar que cuando una nota salía buena no debería repetirse. Y al reiterarle tal solicitud con el transcurrir del tiempo, siempre ratificaba tal moción. Le costaba convivir con sus errores deportivos. Rescato estas reflexiones de trabajos realizados con él:
– “El boxeo de Filadelfia era el gran desafío de mi juventud. Pelear con los medianos que provenían de allí como Bobby Watts, Willie Monroe y Bennie Briscoe era un honor. Era lo máximo...”.
– “¡Por favor! El empate que me dieron con Vito Antuofermo fue una ofensa a mi carrera y las pagó en la revancha”.
– “Cuando escuché el fallo que me declaró perdedor contra ‘Sugar’ Leonard decidí no pelear más”.
– “Amaba Las Vegas, pero esto despertó en mí desilusión y rechazo Tras esto no pelee nunca más”.
– “Un boxeador para ser el número uno debe cobrar como tal. Más que todos y mejor que nadie. Yo cobré más que Hearns, que Durán y que Leonard, cuando protagonizamos los clásicos”.
– “Estoy contento en Italia, un cambio de vida con mi nueva pareja, Key Guerrera. Vivo tranquilo sin hablar casi italiano”.
Fue un campeón con derecho para ingresar en lo más alto del pedestal de los medianos en donde Ray ‘Sugar’ Robinson fue el mejor de todos los tiempos. Todo lo hizo bien. Tuvo los socios ideales en el ring –Martillo Roldán, Roberto Durán, Tommy Hearns, John Mugabi y ‘Sugar’ Ray Leonard– para potenciar sus faenas. Eso lo transformó en único e inimitable. Sabía cómo ganar y nunca esquivó el riesgo ni a los mejores retadores. Opción que solo escogieron los indiscutidos como él.
OSWALDO PRINCIPI
LA NACIÓN. ARGENTINA.
GDA