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A mostrar el cobre

Existen fuertes indicios de que Colombia posee grandes reservas del metal.

Es indispensable que la actividad exploratoria se logre reiniciar, para que el país sepa a ciencia cierta si cuenta o no con depósitos importantes de cobre y minerales.

Es indispensable que la actividad exploratoria se logre reiniciar, para que el país sepa a ciencia cierta si cuenta o no con depósitos importantes de cobre y minerales. Foto: iStock

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Muchas cosas parecen haberse detenido en estos tiempos de pandemia, pero en diferentes campos las innovaciones incluso se han acelerado. Así pasa con las llamadas energías limpias –a partir del viento o del sol–, cuyo surgimiento es más una realidad que una promesa y que tienen el propósito de sustituir los combustibles fósiles por fuentes que no aceleren el cambio climático.
Tales esfuerzos forman parte de una transformación fundamental que demandará cuantiosas inversiones, además de más insumos salidos del subsuelo. Semejante afirmación puede ser sorpresiva para algunos, pero es verdad. De manera incremental, el planeta consumirá mayores cantidades de aluminio, grafito, níquel, cobalto, cobre o litio, llegando a necesitar hasta cinco veces más que la cantidad actual para 2050, en algunos segmentos.
Un documento del Banco Mundial aparecido en mayo de 2020 lo precisa. La nueva realidad “tendrá implicaciones significativas para una gran variedad de industrias y para los países en desarrollo que son ricos en minerales”, señaló en el informe mencionado el experto Riccardo Puliti.
A primera vista parecería que Colombia verá los toros desde la barrera. Con reservas importantes de carbón, cuyo apetito viene en descenso, con una cantidad relativamente modesta de hidrocarburos el país da la impresión de ser una víctima probable de la revolución energética. Si no es posible reactivar las ventas o encontrar nuevos campos petroleros, estarían en riesgo los dos principales renglones de las exportaciones.
Sin embargo, habría como compensar el descenso. Al menos así piensan quienes creen que en el territorio nacional existen depósitos importantes de minerales que merecen ser cuantificados, para lo cual se requiere una actividad exploratoria intensa. Aunque en el pasado se han adelantado algunas labores, queda mucho por hacer.

¿Fuera de la foto?

Las apuestas se concentran sobre todo en el cobre, que cuenta con propiedades inigualables en materia de conductividad, ductilidad, maleabilidad, resistencia a la corrosión o falta de magnetismo. Usado desde tiempos ancestrales por la humanidad, el elemento químico que tiene un número atómico de 29 en la tabla periódica es clave en incontables aplicaciones, ya sea en forma pura o en aleaciones como el bronce.
Desde la industria de la construcción hasta la electrónica, pasando por la fabricación de monedas o los insumos médicos, muchos artículos dependen de un metal que tiene una gran presencia en América Latina y especialmente en la cordillera de Los Andes. Eso para no hablar de es solares, turbinas de viento o vehículos eléctricos.
Chile es el primer productor mundial –pues aporta más de la cuarta parte de un consumo cercano a 20 millones de toneladas anuales– y Perú, el segundo. Más recientemente, en la lista también han aparecido Ecuador, a través del proyecto Mirador, y Cobre Panamá, cerca del istmo, con un par de iniciativas que demandaron inversiones por 2.000 y 6.000 millones de dólares, respectivamente, y que ya comenzaron a exportar.
Pensar que algo similar puede ocurrir aquí no es descabellado. Basta mirar un mapa de las reservas identificadas en las naciones andinas para darse cuenta de que en el caso colombiano hay una ausencia inexplicable de hallazgos importantes. “Es un mineral estratégico respecto al cual tenemos un potencial geológico increíble”, señala Juan Miguel Durán, presidente de la Agencia Nacional de Minería.
Que hay indicios de una gran riqueza cuprífera es innegable. Las pesquisas realizadas hasta ahora sugieren que en la parte norte de la cordillera Occidental está localizado un cinturón de pórfidos de cobre, que es el término con el que se conocen las áreas en dónde hay una gran concentración de reservas.
Los especialistas hablan de una especie de triángulo que comprende parte de los departamentos de Córdoba, Antioquia y Chocó. En este último, de hecho, se encuentra la única explotación activa hoy en día, a cargo de una compañía canadiense ubicada en El Carmen de Atrato. A su vez, en jurisdicción de Jericó (Ant.), se ubicaría el proyecto Quebradona, cuyos permisos están en trámite.
Otros prospectos aparecen en diversos puntos de la geografía. Cerca de la frontera con Venezuela, en las estribaciones de la serranía del Perijá, también se han identificado zonas con muy buen potencial. En el Cauca, igualmente, aparecen varias opciones interesantes.
No obstante, es en el noroccidente del territorio nacional en donde se concentran las grandes apuestas. Lo que se ha encontrado hasta ahora muestra una concentración de mineral que supera al menos en un 50 por ciento el promedio mundial.

Pros y contras

Y ese es un punto clave. Tal como ocurre en operaciones de este tipo, de lo que se trata es de extraer el cobre y otros metales asociados como oro o plata, cuya presencia en un tajo o un corte es cercana al uno por ciento, lo que implica extraer miles de metros cúbicos de piedra y tierra para llegar a una tonelada. En la medida en que el tenor sea más alto, la productividad aumenta, al igual que la rentabilidad del proyecto.
Por ese motivo existen aquellos que sostienen que el santo grial del cobre se encuentra en Colombia, algo trascendental en un planeta en el cual no se hacen hallazgos importantes del elemento desde 2017. A la luz de esa percepción, no resulta exagerado el planteamiento de llegar a ser los terceros exportadores más importantes del metal en la región para 2030.
Lo que eso significaría a la vuelta de unos años no es de orden menor. Desde el punto de vista global, el país podría ser un engranaje clave de la transformación energética al convertirse en un importante proveedor de un mineral indispensable. Además, si logra jugar bien sus cartas, existe la posibilidad de avanzar en la cadena de valor, pasando no solo a ser un vendedor de materias primas sino de bienes procesados o manufacturados.
Basta recordar que una turbina de viento de tres megavatios requiere aproximadamente 4,7 toneladas de cobre, o que un vehículo eléctrico utiliza cuatro veces más este metal que uno movido por combustibles líquidos. Estar ausente de ese mercado, teniendo las posibilidades de hacerlo, carecería de toda lógica.
Tampoco sería despreciable el impacto económico y social, en caso de poner en marcha proyectos de envergadura similar a los presentes en países vecinos. Fuera de miles de plazas de trabajo, vendría un ingreso de divisas que se tasaría en miles de millones de dólares anuales, sumado a ingresos y contribuciones.
Frente a esa posibilidad, se escuchan las voces de quienes advierten sobre la maldición de los recursos naturales y la necesidad de diversificar la base productiva para no depender tanto de los bienes primarios. Al respecto, María Angélica Arbeláez, investigadora de Fedesarrollo y coautora de un estudio sobre el tema, opina que “las industrias extractivas, entre ellas la minería, pueden hacer transformaciones profundas y positivas en los países si se manejan adecuadamente los retos, incluyendo istración de los recursos y el medioambiente”.

Viene la polémica

El asunto no es fácil. Para comenzar, la minería es motivo de amplia polémica en Colombia. El camino de los nuevos proyectos es tortuoso, por decir lo menos, e incluso algunos de los establecidos hace décadas enfrentan presión para que sean cerrados, como ocurre con Cerrejón en el sur de La Guajira.
Desorden institucional, inestabilidad jurídica, exigencias de la comunidad, consultas previas o un complejo proceso de licencias hacen todo más difícil. A lo anterior se suman los debates en las redes sociales, en donde aparecen las verdades a medias y los argumentos emocionales relegan a un segundo plano las voces técnicas.
A pesar de ello, es indispensable que la actividad exploratoria se logre reiniciar, para que el país sepa a ciencia cierta si cuenta o no con depósitos importantes de cobre y otros minerales. Ello exige poner en marcha los mecanismos de sustitución y compensación establecidos, con el fin de mitigar las eventuales afectaciones que tenga el uso de taladros en puntos que pueden estar dentro de una zona de reserva forestal.
Las pesquisas toman años y valen dinero. Un cálculo del Ministerio de Minas habla de 2.200 millones de dólares que estarían pendientes de ejecutarse, solamente para dimensionar lo que hay y sin sacar un gramo de metal con propósitos comerciales.
Lamentablemente, en este caso las reglas de juego no son claras o confiables. Quienes saben del tema hablan de solicitudes que entran en un limbo que puede durar meses o años, sin que se sepa por qué. Como consecuencia hay firmas que pierden la paciencia y deciden concentrarse en otras latitudes.
El daño que esa falta de diligencia le hace al país es inmenso. Cuantificar la riqueza mineral que hay en el subsuelo es un requisito indispensable para contar con buenos elementos de juicio, en el momento de dar el siguiente paso. Este puede consistir en no tocar ciertas zonas por motivos de conveniencia o la voluntad de conservarlas en su estado natural.
Pero para llegar a ese estadio falta disponer de la información adecuada. En ese sentido, vale la pena resaltar que el Gobierno desea llenar el vacío. “Impulsar la exploración es una prioridad en un país que puede ser parte de la solución en el objetivo de acelerar la transformación energética en el mundo”, señala la viceministra de Minas, Sandra Sandoval.
La velocidad de ese cambio apunta a ser mayor ahora. El miércoles pasado, a las pocas horas de haber jurado como el presidente número 46 de Estados Unidos y minutos después de llegar a la Casa Blanca, Joe Biden comenzó a firmar órdenes ejecutivas que equivalen a una vuelta en U frente a las políticas de su predecesor.
Dentro de las decisiones que le merecieron más aplausos por parte de la opinión internacional sobresalió la de retornar al Acuerdo de París sobre el cambio climático, que implica adoptar acciones concretas para reducir las emisiones de carbono y adoptar una matriz de generación energética más limpia. La trascendencia de lo hecho es enorme.
Aunque la transición tomará décadas, el camino ya está trazado. En los cinco continentes hay proyectos en desarrollo que eventualmente servirán para mitigar la amenaza del calentamiento global. Si bien muchos expertos quisieran una mayor velocidad que la vista hasta ahora, el proceso avanza de manera irreversible.
Incluso aquí se han dado pasos importantes. El viernes, sin ir más lejos, Iván Duque entregó la segunda etapa de Bosques de los Llanos, una finca de es solares en jurisdicción de Puerto Gaitán, Meta. Las nuevas instalaciones cuentan con una capacidad de 20 megavatios adicionales, suficientes para abastecer el consumo de electricidad de 23.800 familias, y forman parte del propósito de multiplicar por más de siete veces el inventario de energías renovables el próximo año.
Todo lo anterior demuestra que la opción del cobre merece ser encarada con seriedad y rigor en Colombia, algo que incluye prepararse y aprender de los éxitos, al igual que de los errores cometidos, tanto en Latinoamérica como en otros continentes. Ello no impide, además, la adopción de estándares muy exigentes para poner en práctica sistemas de minería ‘verdes’, como los que promueve el Banco Mundial.
Por ahora, a decir verdad, vale la pena comenzar por el principio. Una cosa es creer que Colombia puede llegar a ser una potencia cuprífera y otra, tenerlo claro. Para llegar a ese punto no hay opción distinta a la de ponerle manos a la obra y abrirle las puertas a la exploración minera, porque como bien dice el conocido refrán ‘el que no sabe es como el que no ve
RICARDO ÁVILA
Especial para EL TIEMPO

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