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Análisis de Ricardo Ávila: la realidad de los retos de la transición energética
Mientras el petróleo sube de precio, Colombia se arriesga a una caída en la producción interna.
El pasado 5 de septiembre fue un día como cualquier otro en la mayoría del planeta. Sin embargo, para quienes les siguen la pista a los mercados de hidrocarburos esa jornada resultó especial por cuenta de que el petróleo superó la cota de los 90 dólares el barril, en el caso de la variedad Brent, por primera vez en 10 meses.
Dicho repunte es consecuencia directa del recorte en los suministros de dos grandes productores mundiales: Rusia y Arabia Saudita, anunciado unas semanas atrás. De manera coordinada, ambos países han reducido sus despachos en casi tres millones de barriles de crudo diarios, justo cuando la demanda global se ubica en un máximo histórico de 103 millones de barriles diarios.
Lo sucedido impacta a múltiples sectores, comenzando por los conductores de vehículos. Por ejemplo, en Estados Unidos el valor del galón de gasolina se acerca otra vez a los cuatro dólares por galón, un nivel que parecía poco factible hace no mucho.
Como consecuencia, la inflación en la economía más grande del mundo experimentó un salto en agosto, lo cual confirma que la lucha para contenerla seguirá. A menos que venga un alivio pronto, aumenta la probabilidad de otro reajuste en las tasas de interés internacionales con el fin de poner la carestía en cintura.
También aparecen las ramificaciones políticas y geoestratégicas. Joe Biden, cuya permanencia en la Casa Blanca a comienzos de 2025 depende de la calificación que le den los votantes que piensan con el bolsillo, no esconde su inquietud. En contraste, Valdimir Putin en Rusia sabe que aun vendiendo menos crudo, recibirá más ingresos que son fundamentales para sostener la guerra en Ucrania.
Reportes de otros segmentos muestran que, en general, el apetito por combustibles fósiles persiste. Tras haber subido 3,3 por ciento en 2022, el consumo de carbón alcanzará otro récord este año y podría alcanzar los 8.500 millones de toneladas.
Indonesia, que es uno de los grandes productores mundiales, exportó solo en el mes de marzo 50 millones de toneladas del mineral, una cifra cercana a lo que vende anualmente Colombia. Factores como el incremento en la generación de energía en India –que se apoya por ahora primordialmente en plantas térmicas– explican lo sucedido.
Tendencias en marcha
A la luz de semejantes picos resulta todavía más llamativa la afirmación que viene de hacer Fatih Birol, el director de la Agencia Internacional de Energía (AIE) con sede en París, quien en un texto publicado en el diario Financial Times sostuvo que antes de que termine la presente década, se llegará a un tope de consumo para los productos citados e igualmente para el gas natural. De acuerdo con los argumentos presentados, hay un “crecimiento espectacular de las tecnologías de energía limpia”.
En particular, el auge de los es solares y de los vehículos eléctricos se combinará con cambios estructurales en la economía china y el uso creciente de otras fuentes de generación no contaminantes en el resto del planeta. Dentro de estas últimas se incluyen los parques eólicos y las plantas nucleares, para no hablar de ramos promisorios como la geotermia o el llamado hidrógeno verde.
Ante lo dicho, se podría creer que lo que viene es un descenso ininterrumpido y rápido de los hidrocarburos. Pero esa visión, según la cual a la vuelta de unos pocos años se podrá completar la transición energética necesaria para que los gases de efecto invernadero dejen de ser la razón del calentamiento global, es equivocada.
Aun con inversiones que ya son billonarias, la velocidad alcanzada no garantiza que se podrán lograr las metas establecidas en el acuerdo de París de 2016. Todo apunta a que el dióxido de carbono que llega a la atmósfera seguirá acumulándose a mayor ritmo que el aconsejado por los científicos, con lo cual las temperaturas promedio en la Tierra subirían más allá del objetivo previsto de 1,5 grados en promedio, frente a los registros de hace siglo y medio.
Extracción petrolera. Imagen de referencia. Foto:Jaime Moreno. Archivo EL TIEMPO
De tal manera, la AIE hace un llamado para redoblar esfuerzos, así reconozca los progresos conseguidos hasta ahora. Puede sonar sorpresivo, pero la misma entidad expresa su preocupación de que si no se adelantan una serie de proyectos para remplazar tanto el gas como el petróleo que se extraen ahora, vendrían períodos de inseguridad energética aguda, junto con saltos súbitos en los precios.
Es claro que el llamado es a evitar trastornos de marca mayor, mientras se evoluciona del modelo basado en combustibles fósiles al de las tecnologías limpias. En términos prácticos, el reto es aplicar bien el conocido refrán de “sin prisa, pero sin pausa”, para no crear emergencias mayores ni en el frente del clima ni en el de la oferta de energía.
Por acá no escampa
Y el consejo aplica no solo en el agregado mundial, sino a nivel nacional. En este sentido, la propia Agencia Internacional de Energía acaba de entregarle a Colombia un reporte de 165 páginas que debería ser de lectura obligatoria tanto al interior del Gobierno como en los círculos académicos o de interesados en la materia.
Para comenzar, la revisión de las políticas energéticas del país permite contar con una visión de conjunto y con un examen individual de los temas clave. Todo el trabajo se apoya en datos y no existe sesgo ideológico evidente, más allá de la convicción de que hay que descarbonizarse y que la tarea es compleja y merece contar con una hoja de ruta adecuada.
Quizás por ello, la primera recomendación que se le hace al Ejecutivo es la de definir una visión general para una política de transición energética que todavía sigue pendiente. El ejercicio, sostiene la AIE, necesita especificar las acciones prácticas para reconciliar lo que es asequible con el propósito de reducir las emisiones de gases contaminantes.
Aparte de subrayar que hay que asegurar la consistencia de las diferentes normas y lo que hacen distintos actores gubernamentales, la entidad multilateral especifica que es indispensable identificar lo que se requiere para asegurar tanto el petróleo como el gas y la electricidad del futuro. En lo que atañe a los hidrocarburos aparece un reconocimiento expreso sobre la importancia que estos tienen en la marcha de la economía, ya sea en lo relacionado con las exportaciones y la disponibilidad de divisas, como en los ingresos fiscales o el pago de regalías.
Sin necesidad de entrar a discriminar cada observación, el trasfondo del completo estudio es que hay una mezcla de buenas intenciones con resultados que están por verse y una gran falta de coherencia legal y istrativa que requiere una enorme capacidad gerencial para que los diferentes entes involucrados hagan lo que les corresponde. Asuntos como la independencia de los entes reguladores y las señales de mercado adecuadas forman parte de lo que es aconsejable hacer.
Al mismo tiempo, no hay de otra que mirar lo que viene con los ojos abiertos. Más allá de que la realidad del negocio del carbón sea buena hoy en día, a la vuelta de unos pocos años el volumen de ventas se reducirá en forma drástica porque los grandes consumidores de Asia están comprometidos con la generación de energía basada en fuentes limpias.
Extracción de carbón, uno de los generadores de regalías. Foto:Archivo El Tiempo
Lamentablemente, no parece haber un plan para mitigar el impacto que dicho escenario tendrá en las ventas externas, ni mucho menos en los miles de empleos que existen en explotaciones de diversos tamaños. No está de más recordar que en los primeros siete meses de 2023 las exportaciones del mineral representaron una quinta parte del total nacional, es decir, un peso muy superior al de cualquier otro renglón con excepción del petróleo, el cual asciende al 30 por ciento.
La diferencia es que mientras la categoría de “hulla, coque y briquetas” aumentó su facturación en 56 por ciento en el periodo referido hasta sumar 5.771 millones de dólares, la del crudo mostró una caída del 12 por ciento. Debido al comportamiento de las cotizaciones es muy factible que el decrecimiento se corrija en lo que queda de este semestre, pero eso no puede ser visto como un parte de tranquilidad respecto a una industria sobre la cual se siguen acumulando los nubarrones.
¿Ni pan ni queso?
De acuerdo con las cifras de Campetrol, el número de taladros de perforación que operaron durante agosto pasado llegó a 39, una caída del 32 por ciento frente a lo visto en el mismo mes de 2022. Por su parte, los taladros de reacondicionamiento se ubicaron en 82, lo cual equivale a un retroceso del 13 por ciento. Más tarde que temprano acabará imponiéndose la norma según la cual a menor ritmo de búsqueda, menor disponibilidad de crudo.
Quienes saben del asunto sostienen que las cargas adicionales que trajo la reforma tributaria de diciembre –que incluyó una sobre tasa al impuesto de renta para ciertas actividades extractivas y la prohibición de deducir los pagos de regalías– explican en buena parte lo sucedido. A ello se suma, el deterioro en la seguridad y los bloqueos por parte de las comunidades, que afectan la marcha de los proyectos.
Cualquiera que sea la razón, el parte actual es preocupante. Justo cuando se anuncia que el consumo mundial de hidrocarburos seguirá creciendo hasta finales de esta década, la producción nacional amenaza con desplomarse en los años que vienen. Aparte de que la autosuficiencia está en riesgo, una eventual bonanza de precios no tendría el efecto de otros tiempos.
Por cuenta de esa circunstancia, los recursos necesarios para impulsar la transición energética se verán reducidos, precisamente cuando hay que hacer un mayor esfuerzo para impulsar las fuentes de generación menos contaminantes. Para completar el inquietante panorama, el marco institucional dista de ser el adecuado, sin que haya liderazgo ni menos una senda trazada respecto a lo que se quiere, pues la política anunciada nada que se expide.
Y la lista de preocupaciones no para ahí. Los cuellos de botella observados recientemente en el abastecimiento de gas son un campanazo de alerta respecto a la disponibilidad de un combustible que no solo aporta menos emisiones contaminantes, sino que es fundamental para sumar kilovatios para la industria y para la calidad de vida de más de diez millones de hogares que lo usan para cocinar o alimentar sus electrodomésticos.
Tampoco es alentador el parte del sector eléctrico que incuba un desbarajuste financiero de inmensas proporciones y está lleno de incertidumbres regulatorias y tarifarias, en circunstancias en que asoma el fenómeno climático de El Niño. Las voces de los expertos que hablan de un escenario de racionamiento si la hidrología se comporta muy mal en los meses que vienen han subido de volumen, sin que la istración haya logrado calmar a los diferentes eslabones de la cadena.
Por tal motivo, la distancia entre el discurso presidencial que plantea giros drásticos y lo que pasa en el terreno, parece ser cada día mayor. Sin duda la consolidación de un sector energético moderno que sería piedra angular de la “potencia mundial de la vida”, es un gran sueño, pero hacerlo verdad no será nada fácil.
En cambio, los colombianos se asoman a una verdadera pesadilla. De seguir las cosas como van, gana fuerza el escenario de mayores costos y oportunidades perdidas en Colombia, la cual se expone a convertirse en espectadora impotente de un planeta que no dejará del todo al petróleo, mientras se acostumbra a producir y a usar la electricidad de manera sostenible.