El programa advertía que el almuerzo de despedida comenzaría a la una de la tarde del jueves 26. Sin embargo, desafiando la puntualidad suiza, desde las 12 los invitados comenzaron a llegar al Schatzalp, el hotel que domina el paisaje de Davos en lo alto de una montaña y al que es necesario arribar en teleférico.
“Todos tenemos urgencia de desestresarnos un poco”, comentó un ejecutivo noruego que vive en Zúrich, mientras esperaba que se abrieran las puertas del lugar, algo que acabó sucediendo una veintena de minutos antes de lo previsto. Para bien de los asistentes, el sol que había estado ausente toda la semana brilló con fuerza y la brisa fresca de la primavera le dio el carácter de celebración al final de un evento cuyo tono fue mayoritariamente sombrío.
Y es que a lo largo de la semana los 2.500 asistentes al Foro Económico Mundial escucharon hablar de riesgos al alza, acrecentados por la guerra en Ucrania. El temperamento festivo asociado al reencuentro de viejos conocidos y nuevos os, tras dos años y medio de pausa impuesta por la pandemia, terminaría enfriándose debido a las circunstancias.
Pero más allá del estado de ánimo en ese punto de los Alpes, vale la pena repasar los principales mensajes salidos del encuentro de una parte importante de la élite global. Estos son los que trascienden, una vez que el viernes se desmontaron las barricadas que protegían la seguridad de medio centenar de jefes de Estado y de Gobierno, al igual que de los líderes de las empresas multinacionales, ya de regreso a sus respectivas sedes.
1. El mundo es y será distinto
Suena como una frase de cajón, pero esta vez es verdad. Si bien las tensiones internacionales siempre han estado presentes, la orden que dio Vladimir Putin de invadir el territorio ucraniano el pasado 24 de febrero cambia el rumbo que traía el planeta, pues sus efectos se sentirán durante décadas.
Aunque todavía es demasiado temprano para aventurar conclusiones pues la dura confrontación militar continúa, todo apunta a un profundo distanciamiento entre Moscú y las capitales de Occidente. Como consecuencia, la nación más extensa del planeta verá limitado su a divisas, tecnología e intercambios comerciales, entre otros.
Obviamente Rusia y China estrecharán más sus lazos. Dadas las tensiones que ya existían entre Washington y Pekín todo apunta a la conformación de dos bloques antagónicos, que a más de uno le recordarán la época de la Guerra Fría. No obstante, ahora pesarán menos las diferencias ideológicas y más la geoestrategia para sumar adeptos a un campo u otro.
La primera víctima de esa nueva realidad es la globalización que surgió tras la caída del muro de Berlín, la misma que sirvió para llegar a los más diversos mercados y construir cadenas globales de valor basadas en la eficiencia. Si bien el comercio seguirá registrando buenas cifras, con el tiempo numerosas fábricas con sus proveedores se ubicarán cerca de los principales centros de consumo, pues pesará más el criterio de la certeza en el despacho que el costo.
Claro, en materia de comunicaciones o entretenimiento, el mundo seguirá casi tan globalizado como siempre. Pero en otros campos, como el industrial, la regionalización será más notoria.
Al mismo tiempo, la preocupación por la seguridad viene al alza. En Europa ya comenzó una verdadera carrera militar entre los integrantes de la Alianza del Atlántico Norte, orientada a disuadir a Rusia de cualquier otra aventura armada, mientras que Estados Unidos hace lo propio.
Pasará mucha agua bajo los puentes antes de que se pueda reconstruir la confianza. Si bien no hay mal que dure cien años, este en el mejor de los casos se tomará unas cuantas décadas, con lo cual las divisiones globales serán más notorias y los conflictos con participaciones de unos y otros posiblemente más usuales.
Desde el colapso de la Unión Soviética 30 años atrás, el sector privado había tomado el liderazgo en la marcha del planeta. ‘Haga el dinero y no la guerra’ se había convertido en el lema informal de quienes asistían al Foro Económico. Ahora que la guerra está de vuelta, el poder regresa a los políticos y los generales, mientras la incertidumbre vuelve a ser la norma.
2. La economía está en problemas
Cuando el lunes pasado, en el salón plenario del centro de convenciones de Davos, el moderador de una charla le preguntó a Kristalina Georgieva si el mundo estaba cerca de una recesión, la respuesta de la directora gerente del Fondo Monetario Internacional fue un contundente “no”. La economista búlgara recordó que, si bien el crecimiento en 2022 será un punto porcentual más bajo de lo que pensaba la entidad a su cargo en enero, la expansión del producto interno bruto global todavía estará alrededor del 3,6 por ciento.
Sin embargo, en el transcurso de la conversación las señales de alerta quedaron en evidencia. Para comenzar, 143 de los 190 países que componen el FMI han aminorado su ritmo y algunos enfrentan desafíos muy serios que harían inevitable una contracción.
La combinación de altos precios de los bienes primarios, inflación elevada y tasas de interés en pleno ascenso configura un coctel que para decenas de naciones puede ser imposible de digerir. Cualquiera que deba importar hidrocarburos o alimentos y se haya endeudado más para mitigar el impacto de la pandemia enfrenta un pronóstico reservado.
Siempre existe la posibilidad de que la adecuada combinación de políticas lleve a aquello que los especialistas conocen como un aterrizaje suave. En ese escenario, el aumento en el costo del dinero moderaría la demanda, con lo cual las cosas dejarían de subir tan rápido y todo regresaría paulatinamente a la normalidad.
Lamentablemente, en la realidad las cosas no son tan sencillas. Aunque es probable que tras reaccionar con lentitud inicialmente el Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos y los europeos logren poner la carestía bajo control, el coletazo puede ser devastador para los lugares del hemisferio sur que no sean exportadores netos de productos básicos.
Y esa perspectiva no solo puede alimentar un círculo vicioso en materia de bajo crecimiento, sino que ocasionaría enormes turbulencias sociales y políticas, además de nuevas presiones migratorias. Para colmo, un mayor deterioro ocasionado por la guerra en Ucrania o un eventual encontrón con China empeoraría el balance. Por eso, si bien no se puede hablar de recesión mundial, la probabilidad de que se asome viene al alza.
3. Dos emergencias: pandemia y hambre
Para recibir la acreditación que permitía entrar a ciertos hoteles estrictamente vigilados y a la zona del congreso, cada persona inscrita debía presentar con anterioridad una prueba PCR o de antígenos, con resultado negativo respecto al covid-19. Acto seguido, con la credencial en la mano era indispensable un segundo test que, de resultar positivo, invalidaba el .
Las estrictas medidas adoptadas eran un recordatorio de que la pandemia sigue rondando. Y eso fue lo que subrayaron las cabezas de compañías como Pfizer y Moderna cuando afirmaron que las mutaciones del virus continúan y con estas la eventual aparición de una cepa resistente a las vacunas que dispare otra vez las cifras de contagios y fallecimientos.
En consecuencia, no queda de otra que corregir el desequilibrio que persiste. Mientras en Europa o América Latina, la cobertura de las inoculaciones es alta, en África o partes de Asia es todavía muy baja, con lugares en donde todavía no alcanza el 20 por ciento de la respectiva población.
De ahí que los compromisos en el sentido de ceder patentes a cero costo y desarrollar facilidades de producción hayan merecido aplausos. Pero del dicho al hecho hay mucho trecho.
No menos urgente es la crisis del hambre. De acuerdo con las Naciones Unidas, a finales de 2021 ya había 273 millones de personas en riesgo serio de inanición y la guerra en Ucrania –que limita la oferta de cereales– incrementa ese número en al menos 50 millones más, de acuerdo con David Beasley, director del Programa Mundial de Alimentos.
Como si eso fuera poco, la escasez de fertilizantes afectará el rendimiento de las cosechas. De tal manera, lo que hoy es un problema de a la comida, determinado por el aumento en las cotizaciones, puede convertirse en un problema de disponibilidad, que consiste en que no habría suficiente para nutrir a todos los habitantes del planeta.
Por tal motivo, las alarmas están en su punto máximo. Hay expertos que pronostican que esta circunstancia causará más muertos que los dejados por la guerra en Ucrania. Las bombas rusas matan a muchos inocentes, pero el hambre es todavía más letal.
4. El cambio tecnológico sigue su marcha
La invitación estaba abierta para quien se quisiera poner el dispositivo de realidad virtual en la cabeza. Una vez colocado, el podía asistir a un Davos ficticio en el metaverso, con un paisaje alpino incluido. De tal manera, en pocos años quien quiera quedarse en su casa, pero participar en el Foro Económico, podría hacerse presente estando físicamente ausente.
Esa experiencia es apenas un ejemplo de que el avance de la tecnología sigue su marcha, de la mano de la computación en la nube, el internet de las cosas, los algoritmos, la robotización, la impresión en tercera dimensión o el análisis de datos. La llamada cuarta revolución industrial no se detiene, más allá de que haya desatado males como el cibercrimen, que tampoco deja de crecer.
Aun cuando sus implicaciones son amplias y tocan casi todos los aspectos de la vida diaria, los debates en Davos giraron sobre todo en torno al mercado del trabajo, comenzando por las profesiones y oficios que entrarán de manera incremental en desuso. Al contrario de lo que se puede creer, el saldo neto en el empleo debería ser positivo, pero eso requiere entrenar a una enorme proporción de la fuerza laboral para que llene las vacantes que se abrirán.
Por esa razón se habla de capacitar a mil millones de personas, una cifra enorme que exige el diseño de programas adecuados en todos los países. Para los más jóvenes el desafío es grande, pero para los individuos de mediana o mayor edad es enorme, porque en más de un caso demandará comenzar de cero.
5. Y el calentamiento global, ahí
A mediados de mayo un nuevo reporte señaló que los últimos siete años han sido el periodo de mayores temperaturas en el planeta, desde cuando existen estadísticas. El llamado de alerta confirma que el cambio climático sigue su marcha, convirtiéndose en la gran amenaza para miles de millones de personas, ya sea que habiten en zonas costeras o no.
Hablar de un remedio es fácil. Los científicos han señalado que es indispensable limitar el vertimiento de gases de efecto invernadero a la atmósfera, para que eventualmente lo que entra sea igual a lo que sale y alcanzar la neutralidad anhelada.
Pero lo difícil es que ello obliga a cambiar la matriz de generación de energía, apoyada en combustibles fósiles. La guerra en Ucrania hace aún más complejo el proceso de transformación requerido, pues más de un país está decidido a buscar fuentes alternativas para remplazar el petróleo y el gas ruso.
En el entretanto, iniciativas como las de proteger –a cambio de un pago– los bosques en la Amazonia que absorben carbono apenas están en etapa embrionaria. Puesto de otra manera, la ciudadanía quiere un futuro verde y sostenible, pero no es el qué, sino el cómo lo que está en veremos.
Así las cosas, es fácil entender por qué el ambiente en Davos estuvo impregnado de inquietudes. Dentro de siete meses, cuando el Foro Económico regrese a su calendario usual en pleno invierno, los temas mencionados y muchos más volverán a examinarse, pero pocos esperan avances significativos.
Mientras aumentan los signos de interrogación, es válido preguntarse si Colombia le está prestando atención a lo que está pasando más allá de sus fronteras. Claramente ahora hay más riesgos, al igual que más oportunidades. En plena carrera por la Presidencia de la República, la duda es si los votantes sabrán escoger a la persona más adecuada para enfrentarse a un escenario global todavía más desafiante que el del pasado reciente.