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‘El debate no es si más Estado o más sector privado, es saber trabajar juntos’

La economista Mariana Mazzucato habló con EL TIEMPO el marco del Foro Económico de Davos.

Mazzucatoa es catedrática en el University College de Londres.

Mazzucatoa es catedrática en el University College de Londres. Foto: Getty Images

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La economista de origen italiano Mariana Mazzucato es profesora del University College of London y fundadora del Instituto para la Innovación y el Propósito Público, adscrito a la misma institución. Reconocida como una voz distinta, sus planteamientos sobre el papel del capitalismo y el rol del sector público han tenido acogida en varios gobiernos progresistas que promueven el estado de bienestar y la redistribución de la riqueza, incluyendo al de Colombia. EL TIEMPO la entrevistó en el marco del Foro Económico de Davos.
¿Cómo ve el movimiento del péndulo político en esta parte del mundo? ¿Ve más o menos progresismo?
No veo que Latinoamérica sea progresista. Acepto que algo hay y por eso me interesa trabajar con varios gobiernos, en particular los de Colombia, Brasil o Chile. También lo hago con Barbados.
¿Por qué?
Porque si una agenda progresista no cuenta con una narrativa o un marco fuertes y tampoco genera crecimiento habrá una reacción en contra. Eso hará muy difícil que un proyecto de este tipo se mantenga en el poder y gane elecciones. Entonces veo mi papel, no solo en América Latina, sino en general, como el de ayudarle a la izquierda, a los progresistas, a pensar claramente en la creación de riqueza y cómo hacerlo de manera correcta. Así la narrativa no sea la tradicional de ‘ayudemos a los pobres’. No se trata tan solo de mejorarles la vida a los trabajadores o las comunidades indígenas, sino también a los negocios.
¿Y cómo se llega allá?
El área en la que trabajo y me apasiona es la que consiste en lograr que el Estado y el sector privado puedan trabajar juntos para crear riqueza. Si eso no sucede, cuando llega un gobierno progresista cuyos énfasis pueden ser el medioambiente, la ayuda a los más vulnerables o la desigualdad, lo que se encuentra es la falta de recursos. Hay que tener coraje, confianza y buena capacidad de gestión, además del sentido de querer completar una misión. Claramente existe el riesgo de quedarse en el populismo o abrirle la puerta a la extrema derecha que se aprovecha de cualquier debilidad o de los errores que se cometen.
Veo mi papel, no solo en A. Latina, sino en general, como el de ayudarle a la izquierda, a los progresistas, a pensar claramente en la creación de riqueza y cómo hacerlo de manera correcta
¿Qué ha visto en esta región?
Puedo hablar de Brasil, de donde llegué hace poco. Me inspiró mucho la gran cantidad de gente joven, especialmente mujeres, buenos economistas, que entraron al servicio civil y trabajan en los diferentes ministerios. Junto a eso hay arreglos institucionales muy llamativos: por ejemplo, el área relacionada con la transición ecológica está en el Ministerio de Finanzas. Eso les permite trabajar mejor con el Ministerio de Medio Ambiente, que hoy está a cargo de Marina da Silva, y con otras carteras de manera más coordinada. Todavía les falta, pero ayudo en eso.
Siendo esta la segunda istración de Lula da Silva, ellos ya tenían cuadros con experiencia en el sector público. Pero eso no pasa en otros países de A. Latina hoy en manos de la izquierda…
Es correcto. En Chile les ha tocado muy difícil, no solo por eso de la falta de conocimiento de cómo opera la istración pública, sino por la desconfianza histórica que ha creado una especie de cisma con la comunidad de negocios. Cuando vine a Colombia a finales de 2022 tuve una impresión distinta. Puedo ser ingenua, pero en ese momento no detecté el mismo tipo de antagonismo, aunque sí escepticismo del sector privado. Y los ministros con los que me relaciono me parecen capaces, como Susana Muhamad o Andrés Camacho, además de Ricardo Bonilla.
¿Cuál es el desafío?
Ustedes tienen un proyecto muy ambicioso de integrar la naturaleza y el turismo como alternativa al sector extractivo, con el fin de hacer una transición ecológica en la cual el respeto a la biodiversidad esté en el centro de todo y abra nuevas oportunidades para innovar. A mí eso me parece excelente y pienso que es lo que el mundo necesita. Sin embargo, esa ambición necesita venir acompañada de la habilidad para entregar resultados. Porque de otra manera es solo bla, bla, bla. Entonces de lo que se trata es de hablar menos y encontrar la manera de transformar ambiciones que son críticas en una forma distinta de trabajar.
¿Qué propone?
Tienen un Departamento Nacional de Planeación a cargo de Jorge Iván González, que es una instancia que no se ha aprovechado lo suficiente. Ahí veo una oportunidad para que las ambiciones generales estén por encima de los silos de cada ministerio. Y Hacienda puede ayudar mucho a través de los diferentes bancos de desarrollo que podrían entregar créditos condicionados a que el sector privado invierta en soluciones. Otro elemento clave son las compras estatales que se llevan una buena parte del presupuesto público y servicios como la alimentación escolar. En fin, el espacio para innovar a la hora de ejecutar la política social y hacer las cosas bien es enorme.
¿Cómo alcanzar esa meta?
Lo importante es que el cambio de visión se transmita a las diferentes capas de quienes están en el servicio público. No sirve que el Presidente se la pase hablando consigo mismo, que haga grandes discursos o monólogos, si los integrantes del Gobierno no saben trabajar juntos. Si eso no sucede, nada funciona. Y en caso de que el liderazgo y la manera en que el Ejecutivo opera no catalice esa transformación, vienen los problemas.
En su visión, el sector privado tiene un papel clave…
Así es. Tanto los empresarios como las entidades estatales necesitan trabajar juntos para conseguir metas relacionadas con lo público. Y eso de juntarse no es un valor en sí mismo, sino un medio de hacer bien el oficio. Oficio que, por cierto, debe incluir otras voces en la mesa a la hora de establecer objetivos de carácter social. En un país en el cual ha habido tanta marginalización, como es Colombia, eso es clave. Debo subrayar que los economistas no sabemos nada de eso y para ello son definitivos los antropólogos. ¿Cómo escuchar y tener empatía? ¿Cómo se trabaja con las comunidades? Entre otras, para que no vuelvan a ser las que pierden.
Se le ha presentado como una defensora del capitalismo de Estado…
En esto las palabras son muy importantes. Los pilares de lo que pienso son: primero, que tenemos tantos problemas por resolver que debemos abandonar la ideología en favor de lo que funcione. El debate no es si más Estado o más sector privado, sino el de saber trabajar juntos. Cuando pudimos llegar a la Luna hubo un liderazgo público y más de 400.000 personas hicieron lo suyo en múltiples campos. ¿Por qué no podemos hacer lo mismo con los desafíos cotidianos? Las alianzas público-privadas necesitan un propósito claro.
¿Qué más se requiere?
Segundo, y un tema fundamental, es que el sector público necesita ser capaz, porque si se tercerizan las capacidades en el sector privado, los funcionarios no van a aprender a trabajar con este. Literalmente no van a entender cómo. Entonces hay que profesionalizarse, como lo hacen las compañías con su gente para crear valor. Lo tercero es que los contratos importan, como, por ejemplo, la propiedad intelectual o los derechos legales. Un asunto jurídico, referente a la calidad de las normas.
Una de las constantes en las democracias de hoy es la insatisfacción de la gente…
Aquí destaco la importancia de la cocreación, que podría ser un pilar adicional a los tres que mencioné. Los determinantes socioeconómicos del bienestar son definitivos en aquellos países muy desiguales o con problemas de violencia. El mensaje es que la gente puede ayudar a encontrar soluciones si se le oye, si sus opiniones son valoradas y si es tratada con respeto. Esto en Colombia es enorme. La resistencia que existe en muchas poblaciones a la minería tiene mucho que ver con esto, porque cualquier proyecto parte de una relación desigual en la que se ven los costos pero no los beneficios.
Está presentando su nuevo libro, cuyo título es El gran engaño. ¿Qué plantea?
Se cumplen 10 años de la publicación de otro libro mío, El Estado emprendedor, donde digo que ese objetivo es imposible si el Estado no cuenta con capacidades para actuar, algo que se ha debilitado en buena parte del mundo. Y uno de los síntomas de ese problema es cuánto de esas capacidades hemos tercerizado en el sector privado. Mi punto es que para trabajar con los empresarios hay que tener cerebro y que el negocio de la consultoría como está estructurado ha atrofiado al sector público.
¿Está mal pedir consejo?
Por supuesto que no. El texto, que escribí en conjunto con un estudiante mío, no ataca a los consultores. De hecho, ese es un oficio que hago, como muchos profesores o médicos. Y si un país tiene una estrategia cancerosa, debería conseguir al equivalente del mejor oncólogo.
¿Cuál es el problema?
Que el modelo de negocio de la industria de la consultoría descansa en la estupidez de los gobiernos y no se enfoca en el desarrollo de capacidades para que puedan hacer ciertas labores por sí solos. Eso para no hablar de los enormes conflictos de interés que implica trabajar en ambos lados de la calle. Cito casos de Australia o Sudáfrica en los cuales la misma firma tenía contratos con el regulador y el regulado. Y lo otro, que suena obvio, pero pasa, es: si va a trabajar con un consultor, asegúrese de que va a agregar valor. No menos grave es esto de contratar un consultor simplemente para que legitime lo que un funcionario o un líder empresarial piensa. Porque esto opera tanto en el sector público como en el privado con los McKinsey, los PwC, los Deloitte y muchos más.
¿Hay soluciones?
El punto de fondo es que el consultor necesita enseñar para que no se le necesite haciendo lo mismo en el futuro. Esa fue la razón por la cual cree mi propio instituto en la universidad en la que trabajo: para crear capacidades en el sector público. Si usted se la pasa en terapia todo el tiempo, quizás su terapista no es tan bueno.
Acaba de terminar el Foro de Davos. ¿Qué impresión tuvo?
Asisto porque en mi trabajo con los gobiernos es fundamental hablar con la comunidad de negocios y saber qué piensan algunos de sus líderes. Lo otro es repasar temas clave como el calentamiento global, en el cual no estamos haciendo lo suficiente ni actuando de manera coordinada. Observo que la geopolítica nos ha hecho dar un paso atrás, por lo cual esto se ve mal. Mi trabajo es el de ser una espina y pullar a los que solo hablan, mientras podrían estructurar las transiciones que requerimos y con sentido de urgencia.
¿Ve las cosas muy mal?
Parafraseando a (Antonio) Gramsci soy optimista con el corazón y pesimista con el cerebro.
Una reflexión final…
La entrevista comenzó con el tema de lo que es una política progresista, pero en último término lo que importa es el espíritu. Suena ingenuo, pero todo debe partir del amor y no del odio. Si esto se resume a un nosotros contra ellos, el Estado contra el mercado, izquierda contra derecha, ricos contra pobres, nada sirve. Hay que liderar a partir del amor por la humanidad. No se puede crear el cambio progresista a partir del odio.
RICARDO ÁVILA
Analista Sénior
Davos

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