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Un crimen que sigue sin castigo tras 24 años

Elsa Alvarado y Mario Calderón, investigadores del Cinep, fueron víctimas del conflicto en el país. 

Elsa Alvarado y Mario Calderón hicieron parte del Cinep y fueron fundadores y gestores del proyecto Sumapaz.

Elsa Alvarado y Mario Calderón hicieron parte del Cinep y fueron fundadores y gestores del proyecto Sumapaz. Foto: Archivo El Tiempo

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En la madrugada del 19 de mayo de 1997, cuatro hombres vestidos de negro y con pasamontañas timbraron en un edificio del barrio Chapinero Alto, identificándose como funcionarios de la Fiscalía. El portero abrió de inmediato, lo amordazaron junto a un taxista que llegó a recoger un pasajero y al visitante. Uno de los hombres permaneció en la recepción.
El trío de criminales tumbó la puerta del apartamento del sexto piso y vació sus metralletas sobre quienes estaban en la sala: Carlos Alvarado y Elvira de Alvarado, los padres de Elsa, y sobre su esposo, Mario Calderón. Presurosos se dirigieron hacia la alcoba principal y ahí le dispararon a Elsa.
Salieron de afán, sin abrir la puerta del cuarto del bebé de 18 meses. Tal vez no tenían conocimiento de que existía.
Abordaron con tranquilidad un Renault 9 blanco que los esperaba a la entrada del edificio.
Elsa Alvarado; su esposo, Mario Calderón, y su padre, Carlos Alvarado, murieron de inmediato. Elvira Chacón quedó herida muy gravemente. Alguna que otra vez señala esa cicatriz que lleva en la parte superior del cuerpo como huella de su tragedia.
Ese crimen, como tantos otros, sigue en la impunidad.

Lo que siguió

La tristeza, el repudio y el dolor de parientes, amigas, amigos, colegas, conocidos, de de la comunidad de los jesuitas del Cinep –donde Mario y Elsa trabajaron durante años–, de sus compañeros de la Reserva Natural Sumapaz –a la que desde hacía siete años la pareja dedicaba su energía y saber– y de integrantes de diversos sectores sociales fueron grandes.
Una multitudinaria marcha partió, al día siguiente, desde la calle 26 hasta la capilla de La Soledad, en donde se llevaron a cabo sus honras fúnebres y que fue insuficiente para albergar a todos sus deudos. El padre Francisco de Roux presidió la ceremonia.
La hermana mayor de Elsa, que llevaba el mismo nombre que el de la abuela, Elvira, y su esposo se convirtieron, desde ese día, en padres adoptivos de Iván, hijo de la pareja, y junto con la abuela Elvira lo mimaron, arroparon y protegieron hasta que llegó a su mayoría de edad con un equipaje afectivo robusto.
Mi charla con Iván, concertada desde hace dos años, se pospuso por varias razones hasta hoy.

¿Cómo es él?

Iván Calderón Alvarado es un joven inteligente, inquieto, con bellos ojos que recuerdan a los de su madre y, claro, también a los de su padre. Afectivo y sensible. Una vez reconoce el terreno que pisa transita a sus anchas. Con la sinceridad y desparpajo de añejos conocidos me cuenta retazos de su vida.
Desde hace un par de años decidió atender entrevistas y, de paso, desmentir algunas historias urbanas que han corrido.
De manera fresca y espontánea asegura que en ningún momento su padre dejó de pertenecer a la comunidad de los jesuitas porque se enamoró de su madre. Esa historia romántica se fue urdiendo desde que la pareja se casó y luego de su desaparición se volvió verdad de a puño. Así mismo, alguien aseguró que Elsa Alvarado, comunicadora social de profesión, en esa madrugada había puesto a su hijo en un clóset y el bulo rodó sin que nadie lo desmintiera.
A Iván sus padres adoptivos, sobre todo mamá Elvira –como la nombra–, y la abuelita han respondido a estos interrogantes y a muchos otros de manera directa, sin omitir detalles. Cada vez que tenía alguna duda o alguien le contaba algo, él les transmitía la inquietud y ellas ampliaban el hecho o simplemente lo afirmaban o negaban. Los dos anteriores no sucedieron.
Iván Calderón Alvarado estudió Sociología en la Universidad Javeriana.

Iván Calderón Alvarado estudió Sociología en la Universidad Javeriana. Foto:César Melgarejo. EL TIEMPO

No deja de gratificarse por haber tenido a Elvira Alvarado como su madre sustituta y a su padre, a quienes idolatra y ira por haberlo criado con dulzura y firmeza a la vez, y, claro, no deja de lado a la abuela que redobló las caricias y afecto que suelen brindar estas ‘mamás grandes’ a sus nietos.
Sociólogo de la Universidad Javeriana. Estudió sus primeros años en el San Bartolomé de la Merced, colegio que ama, pero que le quedaba muy lejos, por eso se salió en el grado noveno y entró a estudiar al Emilio Valenzuela.
En el San Bartolo estuvo siempre protegido de manera especial. Preferencia que no se sentía en el aula, pero sí en la sala de profesores y en las sesiones de psicología.
El colegio tiene un sendero interno que conduce a un promontorio al que accedía día de por medio. Era su oasis.
La escalada y luego sentarme en el pasto y mirar a lo lejos me daban tranquilidad, me relajaban. Recuerdo que siempre que preguntaban: ¿dónde está Calderón?, alguien contestaba: en el monte. Se supo que ese era mi refugio.
Era de los niños más dispersos en esos primeros años. Medio año de clases y estaba perdido. Ahora pienso que tenía razón. Las cicatrices de la mente, del espíritu, no se borran fácil. He leído que el cerebro se desarrolla durante los cinco primeros años. Los conceptos de espacio, tiempo y realidad se forman por la relación de cada uno con la mamá, con el papá. Eso –el crimen– pasó cuando yo tenía 18 meses, ya había unos lazos fuertes con Elsa y Mario y aunque mis padres adoptivos me han dado seguridad y mucho afecto, ha habido momentos en los que he tenido que recurrir al psicólogo porque me siento medio perdido.
Afortunadamente es bastante normal en la actualidad contar con esa ayuda profesional. Cuando era niño, era distinto. Llegaban al salón y decían: ‘los de psicólogo’, y siempre me miraban a mí, que era el que no faltaba. Hacía parte de los niños problemáticos y poseer esa condición, con siete años, no era muy agradable.
Estoy tratando de recordar qué pensaba en esa época. Aceptar la realidad, cuando eres un niño, no es fácil. Trato de explorar cómo fue mi proceso de adaptación en esos años y en la adolescencia.
Otras víctimas, con quienes hemos comentado nuestros casos, no han tenido el apoyo que he tenido ni la protección que me brindaron. En varias oportunidades escritores, periodistas, quisieron hablar conmigo y ni mis padres ni mi abuela lo permitieron. Mi mamá Elvira, que es como una leona, no dejaba que nadie se me acercara. Los tres decían: ‘ya llegará la hora’ ”.
Y la hora llegó. Lo escucho con un nudo en la garganta pensando en Elsa, colega y amiga, que siempre estaba riéndose. Se lo comento y me dice: “Sí, mi madre, como yo, era muy burletera. Eso me cuentan”.
El retorno a la comunidad jesuita, al entrar a la Universidad Javeriana, fue grato. Le hacía falta encontrarse con Gabriel Izquierdo, S. J. (q. e. p. d.), quien le dio la primera comunión. “Siempre me abrazaba con fuerza. Sus ojos se le encharcaban, pero pasaba a indagar por cómo me encontraba, qué estaba leyendo, en fin, él y algunos otros colegas de mis padres cada vez que nos vemos me hacen sentir especial y, sobre todo, muy querido.
Desde que cumplí 18 años, mi mamá Elvira me dijo: ‘ya tienes la edad suficiente para hacer lo que quieras con tu legado, con tu pasado’ ”.
Y sí ha compartido su historia en algunas oportunidades. Con sus amigos de la universidad y con los compañeros del colegio Emilio Valenzuela, que tal vez no le creyeron o a quienes les parecía ficción lo que les contaba. Iván sintió que no le dieron importancia.
Con Christian Peñuela Callo, psicólogo de la Comisión Colombiana de Juristas (CCJ), también ha mantenido, desde hace cinco años, diálogos profundos que le han ayudado a hacer catarsis.

La política

“Protesto porque a las personas de mi generación nos incumbe lo que pasa a nuestro alrededor. Este presente sin futuro. Me voy al exterior a especializarme, ¿para qué? No hay trabajo. Nunca he militado en ningún grupo. Sin embargo, siento que tengo una orientación política. Cada vez que hablo en público o en prensa, como ahora, ejecuto una acción política.
En una oportunidad, siendo niño de siete, ocho años, me levanté un sábado y mi mamá leía el periódico. Me señaló un artículo sobre la muerte de Carlos Castaño. Estaba nerviosa. Me contó que, según las investigaciones, él podría ser el que había mandado asesinar a mis padres. No recuerdo cuál fue mi reacción, pero la escena la tengo grabada.
Desde hace dos años cursa una petición ante el Sistema Interamericano de Derechos Humanos para que califiquen la responsabilidad del Estado colombiano en el crimen
Maduro lento, cuando todos mis compañeros tenían 15 años, parecía de 11 y ahora parezco como de 20”. Y ríe con picardía.
Con sus padres han hecho viajes que recuerda con especial devoción. Gozó en los parques de Disney. Viaje que detalla, así como el que hicieron a Grecia, país al que le gustaría volver. Y conocer el proyecto Sumapaz, del que sus padres fueron fundadores y gestores. Cada vez que puede va porque ese lugar lo hace feliz.
Mario y Elsa, junto con otras parejas, compraron fincas en esa región y durante siete años se empeñaron en construir entre los pobladores la cultura del agua. Promovieron, también, el respeto por la naturaleza y por la vida. De ahí el nombre de la Fundación Sumapaz.
Iván solo llegó a este territorio cuando fue mayor de edad porque a sus padres y a la abuela les produce gran tristeza recorrer esa tierra que fue tan querida por Mario y Elsa.
El proyecto de grado de Iván lo hizo sobre esta región, bajo la dirección de uno de sus más queridos profesores, Henry Salgado.

Epílogo

Sergio Ocazionez, abogado de CCJ, quien desde hace tres años está al frente del caso, como representante de parte de la familia Alvarado y de Iván, me informa que desde hace dos años cursa una petición ante el Sistema Interamericano de Derechos Humanos para que califiquen la responsabilidad del Estado colombiano en el crimen, lo que haría que la investigación se acelere.
Para la época, pocas personas tenían celulares. El grupo de asesinos tenía uno desde el que se comunicaron para dar aviso que el trabajo se había ejecutado. La Fiscalía rastreó esa llamada y comenzó una investigación que dio con unos autores materiales. El único detenido fue Juan Carlos González, quien siempre negó su participación, pero fue condenado a 40 años, que se convirtieron en 14.
En mayo del 2017, el triple asesinato fue declarado de lesa humanidad por la Fiscalía. Aún quedan no solo cabos sino coroneles del Ejército sueltos, que al parecer participaron en el triple asesinato, tal y como lo aseguró en confesión el paramilitar ‘don Berna’, quien además señaló a Carlos Castaño como autor intelectual.
El 19 de mayo, como desde hace 24 años, del Cinep, de la CCJ, víctimas y amigos de Elsa, Mario y Carlos se reunieron para recordarlos y exigir justicia. Memoria que hará que la ausencia de Mario, Elsa y Carlos se vuelva presencia gratificante, como siempre lo fue.
MYRIAM BAUTISTA
Para EL TIEMPO

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