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Análisis
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Las dolorosas lecciones de la barbarie del Eln en el Catatumbo / Análisis
Lo que pasa en la región demuestra que se necesita un timonazo en el manejo del orden público.
Cientos de desplazados por la violencia en la región del Catatumbo acuden a solicitar ayuda en la alcaldía de Cúcuta Foto: EFE
Tarde –literalmente, después de centenares de muertes que al principio tal vez indignen, pero que al poco tiempo nadie recuerda, salvo las familias de las víctimas– el gobierno del presidente Gustavo Petro se está dando cuenta de la magnitud de uno de los pecados originales de su política de ‘paz total’ y orden público: apostarle a la buena fe de los grupos criminales y, a pesar de todas las señales de alerta, no ajustar el curso a tiempo.
Con la herramienta poco usada de la conmoción interior sobre la mesa para tratar de contener la sangría del Eln en el Catatumbo –más de 80 asesinatos confirmados en su guerra contra las disidencias del frente ‘33’ de las Farc, según el gobernador de Norte de Santander–, lo menos que pueden estar haciendo el Presidente y los responsables de la seguridad en el país es identificar las fallas y aplicar correctivos para tratar de revertir una situación que en gran medida puede atribuirse al Estado: sí a gobiernos anteriores, pero sobre todo al llamado ‘gobierno del cambio’ y su política de ‘paz total’.
Está por verse si finalmente el presidente Petro se decide por la conmoción interior, pero de entrada es claro que, sin esa figura, por lo demás polémica, el Gobierno puede tomar acciones contundentes y tratar, aunque sea tarde, imponer sus condiciones, las del Estado, tanto en la mesa de la paz como en un terreno de operaciones en el que, en general, la iniciativa no la lleva la Fuerza Pública desde hace años.
El cuadro de los muertos, literalmente tirados en las carreteras o en sus casas, porque nadie que no quiera sufrir su suerte puede recogerlos, y el de los 5.000 y más desplazados forzados que han salido del Catatumbo huyéndole a la muerte, tiene que dolernos a todos.
¿Por qué el Eln planea por más de tres meses una avanzada desde Arauca y Venezuela hacia Norte de Santander y la ejecuta a sangre y fuego, si es que en realidad tiene intenciones serias de cumplirle a la ‘paz total’? Lo que se ve es un movimiento estratégico para seguir en la guerra y, sobre todo, para ser el actor predominante en un territorio que lleva más de una década abandonado al narcotráfico. En 2014 había en el Catatumbo poco más de 8.000 hectáreas de coca: hoy son más de 30.000, y la política del actual gobierno de dejar crecer los narcocultivos solo ha disparado el problema y el poder de los grupos criminales, empezando por el Eln, que manejan laboratorios y rutas hacia Venezuela.
No se necesita conmoción interior para empezar, como decía la vieja cartilla de la Escuela de las Américas, a ‘quitarle el agua al pez’ del narcotráfico. Si el Gobierno no hace nada para evitar que la coca siga siendo el negocio más rentable en esa zona de frontera, y si cualquier intento de salirse de esa actividad sigue siendo castigado con sangre por los violentos, sin que el Estado haga nada, la cultura de lo ilegal va a seguir mandando allí, como pasa en otras zonas de Colombia.
¿Se necesita conmoción interior para tratar de que la dictadura de Nicolás Maduro apriete, aunque sea un poco a los ilegales colombianos que viven y trafican a sus anchas de la frontera para allá? ¿Requiere poderes extraordinarios el Ejecutivo para que la Fuerza Pública pase a la ofensiva y para que la inteligencia militar y policial haga la tarea y se anticipe a los movimientos de los violentos? Sin liderazgo en el Ministerio de Defensa y con un generalato timorato de no parecer disonante de la ‘paz total’, lo que pasa en el Catatumbo demuestra que se necesita un timonazo en el manejo del orden público. Y en la mesa de la paz, seguramente nada cambiará si los que hoy matan, desplazan y secuestran sin sonrojarse saben que, sin importar la magnitud de sus crímenes, bastará una leve señal de que quieren volver a dialogar, aunque después vuelvan a las andadas, para que todo siga como si nada.