Se ha marchado de este mundo terrenal para nacer a la eternidad, de la mano de Dios Todopoderoso, Hernando Yepes Arcila, considerado uno de los humanistas con mayor criterio en el país y como uno de los hombres más sobresalientes en materia jurídica, además de contar con amplios reconocimientos y ejecutorias. Parece que los grandes se marchan en septiembre. Nació en Génova (del viejo Caldas), el 6 de octubre de 1942, pero descolló en Manizales y luego en Bogotá desde cuando fue elegido magistrado de la Corte Suprema de Justicia en 1990.
Recibió su título de doctor en Derecho y Ciencias Sociales y Políticas de la prestigiosa Universidad de Caldas con su tesis La reforma constitucional de 1968 y el Régimen Político Colombiano, la cual fue por él redactada bajo la lectura e inspiración de los clásicos juristas como Jellinek, Heller, Kelsen, Lasalle, Duverger, Hauriou, Jiménez de Parga, Sampay, Loewenstein, García Pelayo y Sánchez Viamonte, y entre nosotros de J. M. Samper, Copete, Tascón, Palacios Mejía, Restrepo Piedrahita, Sáchica Aponte y Vidal, cuyas ideas siempre recitaba con pasión en las aulas universitarias y en los foros académicos.
Oscar Salazar Chaves, su director de tesis doctoral, señaló: “Hernando Yepes Arcila es uno de esos personajes salidos de la facultad de Derecho de la Universidad de Caldas de quien con mayor justicia puede decirse que le ha dado lustre… inteligencia inquieta y vivaz, la suya ha dado muestras de todo lo que es capaz y desde las aulas universitarias en cargos de dirección ha dejado una estela rutilante que primero lo convirtió en líder de las gentes de su generación y luego lo exaltó al lado de hombres que con mayor trayectoria y más experiencia observaron sorprendidas cómo su juventud descollaba en razón de sus propios méritos, lejos de influencias extrañas o de inconfesables componendas… No ha sido un conformista, sino, por el contrario, un hombre atraído por todas las inquietudes que su vasto campo intelectual le ha señalado…”.
Fue profesor de Ideas Políticas de la Facultad de Derecho de la Universidad de Caldas (1974-1980); de Teoría de la Constitución de la Facultad de Jurisprudencia del Rosario (1994-1998); de Derecho Constitucional General y Colombiano desde 1992, y director del Departamento de Derecho Público de la Facultad de Ciencias Jurídicas de la Universidad Javeriana (desde 2002). Allí fue miembro del Consejo de Regentes y comendador de la Orden Universidad Javeriana. Prologó importantes obras jurídicas de varios autores y participó en la construcción colectiva de libros, artículos y columnas en medios de comunicación como EL TIEMPO, que recogen su pensamiento y doctrina.
El constituyente
Fue miembro de la Asamblea Nacional Constituyente reunida en 1991 en representación del Partido Conservador al lado de Misael Pastrana, Augusto Ramírez, Mariano Ospina, Carlos Rodado y Rodrigo Llorente. Esa Constituyente reunió a dos compañeros egresados de la misma Facultad de Derecho: él y Humberto de la Calle Lombana como la expresión más reciente de la cultura jurídica y política “grecocaldense”. Integró la Comisión Tercera, la Comisión Codificadora y luego la comisión de revisión del texto final de la Constitución de 1991.
Como gran demócrata y promotor de la interdicción de la arbitrariedad, se opuso severamente a que la Constituyente excediera los límites a los cuales estaba sujeta y señaló que “la arrogancia y la soberbia no pueden ser el signo de las deliberaciones de este cuerpo y que su autocomplaciente negación de todo límite al poder que le compete, choca, desde los primerísimos intentos de ejercicio, con la evidencia de que existen restricciones y fronteras que estorbarían a la Asamblea… la omnipotencia no cuadra a las cosas de los hombres, ni puede ser estatuto de su conducta... El Estado constitucional moderno, por el solo hecho de su existencia y siempre que se quiera conservarle su naturaleza de tal, es incompatible con la hipótesis de un poder desprovisto de confines precisos y de contenidos estrictamente delimitados”.
Desde allí abogó por un régimen presidencial auténtico, sin deformación de la Constitución y con el fin de evitar el cesarismo presidencial llamado por muchos como la “Monarquía Republicana”. Criticó el presidencialismo con atribuciones que le son naturalmente ajenas y con instrumentos de intervención en la órbita de los otros órganos que implicaban su tutela y patronazgo sobre la totalidad del poder y señaló que la parte más eficaz del crecimiento desmesurado de su perfil político provenía de la ausencia casi total de controles interorgánicos, inclusive el judicial de constitucionalidad que se había convertido en parte en un mero control formal y no en un control material.
Se esforzó en construir otra vez los estados de excepción como Estados también de derecho y buscó limitar el uso y abuso de las facultades extraordinarias. Abogó por incorporar la acción o recurso de amparo judicial de las libertades que dijo: “esperamos sea confiado en los jueces por la Constitución… con el propósito común de limitar el poder y así lograr completar el acervo de técnicas e instituciones de garantía de las libertades y del Estado de derecho”. Trabajó intensamente por un nuevo régimen electoral, un Estatuto de la Oposición por la carrera istrativa, incluso como instrumento de control, y mediante una cruzada contra la corrupción, se propuso derrotar el clientelismo y formuló su empeño de reconstruir las instituciones con la idea obsesiva de lograr la ampliación de los espacios de la libertad y de liberar aquellas de los vicios que las invalidan.
Fue coordinador de la ponencia sobre la Rama Legislativa del Poder Público y la de los instrumentos legales de regulación, así como participó en los debates sobre la estructura del Estado y la separación funcional.
Con motivo de la discusión acerca de la propuesta que sobre el particular yo presenté a la Asamblea y que fue prohijada por un número importante de proyectos, al lado de las Ramas del Poder Público logramos consensuar y concebir los nuevos conceptos de organizaciones y órganos autónomos, lo cual viabilizó luego nuestra propuesta sobre la autonomía de los órganos de control, de la organización electoral y la del Banco de la República.
Sus ideas están y perduran entonces en el texto de la Constitución. Por ello su obra de construcción colectiva y colaborativa más importante es la Constitución de 1991, de la cual señaló recientemente que “es la Constitución de la diversidad y lo es porque estableció como uno de sus ejes fundamentales la llegada al entramado constitucional del concepto de igualdad. La igualdad es diversidad”.
El estadista
Fue secretario general de la Gobernación de Caldas (1971-1972), gerente de la Industria Licorera de Caldas (1975), ministro consejero de la Embajada de Colombia en Italia (1980-1982), gerente de la hidroeléctrica de Caldas (1983-1986), magistrado de la Sala istrativa del Consejo Superior de la Judicatura corporación de la cual fue su primer presidente (1992-1993), y luego presidente de esa sala (1995-1996), director Jurídico de la Federación Nacional de Cafeteros (1996-1998) y ministro del Trabajo y Seguridad Social (1998-1999).
El magistrado y juez
Fue magistrado de la Corte Suprema de Justicia-Sala Constitucional. Conjuez de las secciones Primera y Quinta y de la Sala de Consulta del Consejo de Estado. Conjuez de la Corte Constitucional y árbitro emérito de las Cámaras de Comercio de Bogotá y Medellín.
Fue, y con sus ideas que perduran, seguirá siendo el bastión intelectual y moral de la República y de la democracia y de la fortaleza y autonomía de la Rama Judicial. En efecto, se distinguió por su firme y aguda defensa del sistema político republicano y con él del Estado de derecho, fundado en un orden constitucional propio del sistema democrático cuya construcción y preservación, señaló, deben mantenerse en todo momento.
Fustigó a los que manchan la toga y dijo que “nosotros fuimos educados en las viejas escuelas de Derecho, que tenían como imagen la figura del juez como sagrada. No porque se la proteja artificialmente contra la vigilancia social, sino porque sus acciones lo son. La toga es limpia, no ite la más mínima sobra de mancha (…) la toga se respeta”. Ninguna sociedad, señaló, puede desplegar su destino histórico sin el soporte de una justicia honorable y de ejemplaridad sin sombras ni eclipses.
Además, fue un ser humano excepcional, un extraordinario contertulio, de exquisita narrativa y prosa, con una brillante capacidad argumentativa propia de sus apasionadas convicciones. Como lo resaltó al día siguiente de su fallecimiento el editorial de El Nuevo Siglo: “fue uno de esos personajes irrepetibles en el devenir nacional. Poseía eso que se llama sindéresis, tan poco común en Colombia y, sobre todo, gozaba del don del buen consejo, también una condición nada corriente” y “sobresalía por su agudeza mental y un humor a toda prueba que reducía los complejos problemas de la historia, el derecho, la cátedra y la política al tamaño de su ingenio repentino… Se destacó, frente a las personas de cualquier condición, por su humildad, pensamientos certeros y don de gentes a toda prueba… A decir verdad, fue, si se quiere, uno de esos personajes de la Ilustración en tiempo presente, familiar, muy amigo de sus amigos, tan sibarita como místico, tan vital como alegremente escéptico, y quien a la larga podía también creer que en una conversación inteligente podía encerrarse la vida. Sus grandes amigos de tertulia, María Isabel Rueda, Álvaro Tirado, Juan Camilo Restrepo, Fernando Arboleda, Juan Gabriel Uribe, Mauricio González y yo lo echaremos de menos.
Finalmente, fue un ser cristiano, católico y un excepcional hijo, hermano, esposo, padre y abuelo. Era un verdadero paterfamilias y toda su familia y amigos nos incluimos como destinatarios de su afecto, de su amor, de su dedicación, aprecio y profundo respeto. Ante todo, practicó el amor y respeto a Dios y a su prójimo, comenzando por su dedicación absoluta y profunda a cada uno de los integrantes de su familia.
No escatimó esfuerzo alguno para prodigarles su oportuna y eficaz atención. Con ellos disfrutó y se gozó la vida, aquí y en cualquier parte de la tierra que la recorrió sin pausa de manera tranquila y serena para conquistar con ellos su cultura, su gastronomía y el buen vino que siempre compartió con ellos y con sus amigos. Le damos gracias a Dios todopoderoso por habernos puesto en el camino a un ser excepcional como Hernando Yepes Arcila, del cual mantendremos incólume su memoria y su legado. Desde la casa del Padre en donde ya se encuentra, en la eternidad, ¡descanse en paz!
Magistrado de la Corte Constitucional*