En época de balances sobre el 2022, vale la pena darles una nueva mirada a varias de las cifras de seguridad que empiezan a ser reveladas por estos días. Frente a esos necesarios cortes de cuentas, los Gobiernos y las istraciones locales y regionales tienden a magnificar los buenos resultados, a minimizar las áreas problemáticas y a achacar responsabilidades, incluso cuando han pasado largos meses desde los relevos, a sus antecesores. Ese es el juego, y no solo pasa acá, de la política.
Pero la responsabilidad de manejar un país obliga a lecturas más amplias que a veces o no se hacen o, al menos, no parecen haber sido tomadas en cuenta en las declaraciones de algunos altos funcionarios. Esa lectura amplia lleva a mirar las últimas cifras en el contexto de cortes más largos, incluso, que los de una istración de cuatro años, y a analizar su estrecha relación con los resultados en otros frentes de la realidad nacional.
El año pasado se batieron de nuevo récords en incautación de cocaína. Fueron, según el Ministerio de Defensa, 671 toneladas las que cayeron en manos de las autoridades, 1,5 toneladas más que en 2021, que era el año de mostrar en ese campo. Y frente a los homicidios hubo también un respiro: en los 12 meses de 2022 se reportaron 13.896 asesinatos; 264 muertes violentas menos que en 2021, que cerró con 14.160 casos.
Esos resultados, a no dudarlo, son destacables. Más en un país en el que el desbordado crecimiento del hurto (especialmente de los atracos) incide directamente en la poca confianza que muchos ciudadanos tienen en sus autoridades.
Pero los buenos números del momento no pueden sacarse de un contexto que es mucho más complejo y que al final no cuadra con las caras de satisfacción de funcionarios del orden nacional y local a los que hemos visto haciendo sus balances. Así, los históricos guarismos en materia de incautación de cocaína deben leerse en un marco nada tranquilizador: el potencial de producción viene creciendo cada vez más, porque mientras más maduras las matas (en muchas regiones, sin fumigación y sin erradicación forzada, estas tienen ya más de seis años) dan más cosechas y mejores hojas, lo que se traduce en más clorhidrato de cocaína.
En 2021, la producción de cocaína llegó a las 1.400 toneladas y todo indica que el año pasado los narcos lograron mejores resultados. Y sí, perdieron 670 toneladas a manos de las autoridades, pero lograron sacar al mercado unas 800. Es otra cifra sin precedentes que equivale a ingresos por miles de millones de dólares y que sirve para entender por qué ‘elenos’, ‘clanes del Golfo’, ‘Pachencas’, disidencias y otras marcas registradas del crimen siguen tan campantes.
Y las cifras en reducción del homicidio en 2022, miradas a la luz de los últimos 20 años, comprueban una señal preocupante: la pendiente de reducción, que nos trajo de casi 30.000 asesinatos al año a las cifras actuales, va a completar una década de aplanamiento. En asesinatos volvimos a niveles del 2014 (13.343 casos) y estamos en casi 1.500 crímenes por encima del 2016, el año de la firma de la paz con las Farc (12.400 asesinatos).
No es la única razón, pero harto pesa: el narcotráfico, que a nivel macro mantiene vivos a los grandes ejércitos ilegales, y dispara, convertido en microtráfico, la violencia y el crimen en las calles de pueblos y ciudades.
La lección que ya debíamos tener aprendida (México es un buen espejo) es que cualquier ventaja que se dé en la lucha contra el narcotráfico se paga con más muertes y violencia.
JHON TORRES
Editor de Mesa Central de EL TIEMPO
En Twitter: @JhonTorresET