
Guardaparques en riesgo: protegiendo la naturaleza con la vida
Los guardianes de los parques en el país se han visto enfrentados, históricamente, a amenazas y asesinatos. Son ellos quienes primero se encuentran con grupos armados y delincuenciales o actores privados que buscan extraer recursos de las áreas protegidas. Sus condiciones laborales no son las mejores, aun cuando llegan a ser la única presencia gubernamental en diferentes territorios.
El día anterior, de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) se habían ensañado disparándole a unas truchas en la laguna del Otún, ubicada en la sección del parque donde trabajaba Echeverry. Las mataban con sus fusiles entre varios . Las atacaron casi alardeando, en la presencia de sus familiares. Echeverry se acercó a decirles que dejaran a los peces tranquilos. El reclamo no les gustó.
En la noche, en la cabaña El Cisne, los demás guardaparques les dijeron a los paramilitares que Echeverry no estaba. Había salido en la mañana hacia su casa en el Líbano, Tolima, para descansar un par de días. Por si acaso, los paramilitares fueron a buscarlo a otra cabaña, llamada Brisas, allí tampoco lo encontraron.
Cuando Echeverry regresó de sus días libres, su jefe le ordenó que se subiera en un vuelo para La Guajira con lo que tuviera a la mano. Llegó al Santuario de Fauna y Flora Los Flamencos, en el Caribe colombiano. Allí estuvo un año sin salir de la reserva. Un año sin ver a su familia.
Sus compañeros en Los Katíos tuvieron que salir poco a poco. “Ellos no estaban jugando —afirma Echeverry, quien se retiró como guardaparques hace tres años—. Ellos mandaban a matar”. Al final, el parque quedó abandonado durante un tiempo.
Después, el Gobierno trasladó a Echeverry al Parque Nacional Natural Utría, también en el Chocó. Duró solo 15 días. En esa época, sus funciones de conservación no gustaron a los locales y un día encontró una nota debajo de su puerta en la que le daban pocos días para salir del lugar.
“Solamente armados de nuestro valor y la camisa de la conservación es que enfrentamos a las personas que están cometiendo infracciones”, asegura Aguilar. Durante el 2021 se reportaron cuatro amenazas contra estos funcionarios: un panfleto con sentencia de muerte en La Macarena, en el Meta; una advertencia mediante terceros en Tuparro, Vichada; una extorsión y declaración de objetivo militar en Munchique, Cauca, y una amenaza directa en su residencia en La Paya, Putumayo. Todas las intimidaciones nacieron del ejercicio de la autoridad ambiental, según Parques Nacionales Naturales.
“Nos sacaron de los parques, nos amenazaron, nos echaron de muchos lugares que terminaron quedando solos”
Miembro del colectivo de guardaparques de Colombia.
“Cuando los intereses son diferentes a la conservación, y mucho más grandes, requieren medidas más drásticas y es ahí cuando el objetivo del guardaparque no tiene eco y quedamos solos —dice Aguilar—. Si bien las autoridades nos acompañan en el momento de la infracción, cuando pasa la tormenta volvemos y quedamos solos en el lugar”.
Según los guardaparques, existen conflictos en todas las 59 áreas protegidas. “Siempre hay una infracción, siempre hay intereses que se cometen detrás de esas infracciones contra el ambiente”, afirma Echeverry.
Guardaparques en situación de riesgo
Actualmente, estos enfrentan no solo el problema del que habla Echeverry, sino una larga lista más que complica la labor de los guardaparques. De acuerdo con el más reciente informe de Parques Cómo Vamos, un conjunto de diez ONG que generan información para garantizar la persistencia de las áreas protegidas del país, hoy los parques nacionales tienen dos problemas principales: la deforestación y los cultivos de uso ilícito.
A estos se suma la presencia de minería ilegal, cazadores furtivos, incendios forestales, vertimientos de basuras, turismo ilegal y ampliación de la frontera agrícola. Para Parques Nacionales Naturales, otros de los retos están ligados a los proyectos de desarrollo que “generan riesgos importantes según su cercanía con las áreas protegidas”.
“¿Quiénes quedan en medio de esos problemas?”, preguntó un guardaparques en la zona andina, quien pidió omitir su nombre por razones de seguridad. “Nosotros”, respondió con un dejo de indignación. Estos funcionarios son quienes interceden con los actores que buscan extraer recursos de los parques. Pueden ser comunidades campesinas o turistas, pero también grupos armados y delincuenciales. “Nos convertimos en enemigos para ellos —dijo Adriana Pinilla, funcionaria de la institución y miembro de la Asociación de Guardaparques de Colombia—. Para ellos, les estamos frenando sus posibilidades de ingreso”.
La institución lo ha llamado “riesgo público” y reconoce, entre los diferentes retos, las amenazas, el secuestro, extorsiones, hurtos, desplazamientos y minas antipersona. Estos hostigamientos no solo se han quedado en palabras, mensajes o intenciones: varias de las amenazas se han materializado en asesinatos. De acuerdo con Parques Nacionales, entre 1986 y 2021, 17 guardaparques fueron asesinados. En 2020, Colombia fue el país con más asesinatos de líderes ambientales en el mundo, entre ellos guardaparques, según la ONG Global Witness.
El grupo no solo busca la reivindicación de los derechos de los defensores ambientales, sino también la de la naturaleza y el territorio, que se vieron vulnerados por diferentes enfrentamientos entre grupos armados.
Los guardaparques afirman que la mayoría de los asesinatos fueron anunciados con una amenaza, una advertencia o algún inconveniente. Parques Nacionales se abstuvo de responder sobre las causas y la premeditación de estos ataques.
“Ellos no estaban jugando. Ellos mandaban a matar”
Gabriel Echeverry, guardaparques retirado.
Efectos colaterales
El puma lo miró a los ojos fijamente y le gruñó. Echeverry le tomó la primera fotografía. “Me movía cuidadosamente para no alarmarlo”, dijo. Luego se quedó sin palabras al describir lo que sintió en ese instante. No sabe si fue miedo, alegría o simple adrenalina. Alcanzó a tomar otras cinco fotos y su cámara se descargó. El felino no lo atacó. Siguió su camino y el guardaparques el suyo. Cuando lo perdió de vista quiso correr, pero era una montaña tan empinada que solo una hora más tarde llegó a la cabaña donde se hospedaban sus compañeros.
“¡Jueputa! Miren, miren, lo que vi”, decía mientras les mostraba la foto del puma. Los demás le dijeron: “Camine, camine, lo buscamos”. Ninguno había visto un felino de ese talante en el parque. Ni siquiera Echeverry, que llevaba 36 años en áreas protegidas.
En 1978, Echeverry llegó por casualidad al trabajo de guardaparques. Tenía 18 años, había terminado el servicio militar y no encontraba empleo en Líbano, Tolima, el municipio donde nació. Un primo de él había renunciado a su trabajo en el Instituto Nacional de los Recursos Naturales Renovables y del Ambiente (Inderena), que luego se transformó en el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible. La vacante quedó libre en el páramo de Iguaque, en Boyacá, y Gabriel decidió tomarla creyendo que se trataba de sembrar árboles y cuidar algunas zonas forestales. “Para ese entonces poco se sabía sobre los parques nacionales”, me dijo.
No se arrepiente de haber sido guardaparques a pesar de las amenazas y los riesgos que vivió. Ni siquiera el tinnitus, una enfermedad que se caracteriza por un incesante y enloquecedor pito en el oído, lo hace reconsiderar su pasado. Según algunos médicos, el tinnitus pudo haber sido producto de los cambios de altura, afirma. Quizás fue el resultado de bajar constantemente del Parque Natural de Los Nevados, que llega a los 5.300 metros sobre el nivel del mar, al Líbano, que está alrededor de 1.500 metros.
En un día tranquilo no realizaba decomisos ni mediaba conflictos con grupos armados o empresas extractivas. En un día excepcional, debía reportar un incendio, llamar a un equipo de bomberos, intentar calmar la vivacidad de las llamas o trasladar cientos de cabezas de ganado que había confiscado. Tenía que llevar una minuta sobre las eventualidades en el parque, ayudar a mantener las áreas protegidas libres de basura y, en algunos casos, quedarse en una carpa si el recorrido terminaba lejos de su cabaña. Eran jornadas sin hora de entrada ni de salida.
En 2019, una encuesta realizada el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) encontró que los guardaparques en Latinoamérica afirman tener poco apoyo institucional en temas de salud. Los planes de seguro no los compensan en caso de lesiones graves en el trabajo, de acuerdo con el 54,7 % de los encuestados, y no hay respaldo en caso de muerte durante su ejercicio, según el 67,7 %.
Los guardianes arriesgan su vida, pero pocas personas entienden o reconocen su labor. Según la ONG Global Witness, son defensores ambientales que están en la primera línea de lucha, pues se encargan de la conservación y la protección de las reservas naturales.
“Es difícil decir que tenemos los elementos óptimos, necesarios y esenciales para desarrollar nuestra actividad”
Carlos Aguilar, presidente de Sintraparques.
Mucha riqueza y pocos guardianes
“Sin guardaparques no hay parques”, dice uno de los del grupo de funcionarios.
Hoy, las condiciones laborales de los guardaparques en Colombia parecen ser uno de los retos más importantes para estos funcionarios. El problema, sin embargo, viene de atrás. Echeverry tuvo que pagar de su propio dinero el hospedaje y el transporte en varios lugares donde le tocó quedarse por terminar muy tarde los recorridos en las áreas protegidas; vivía a tres horas del parque, pero el transporte nunca le fue reconocido. Y su caso no es único ni mucho menos.
Actualmente, los guardaparques no tienen respaldo para llegar por vía terrestre a las reservas que pueden ser de difícil . A veces ni siquiera se ofrece apoyo para los que son de ingreso por vía marítima, cuenta Adriana Pinilla.
Pero el problema va mucho más allá. En algunos casos, los guardaparques son la única presencia institucional en determinadas zonas del país. En lugares como la Reserva Nacional Natural Nukak o el Parque Nacional Natural de Los Katíos, las autoridades más cercanas pueden estar a más de 50 kilómetros de distancia.
Aunque Parques Nacionales Naturales ofrece equipos dependiendo de la zona del trabajador, los guardaparques reportan que no son los adecuados para las tareas que realizan. Un impermeable deja de ser suficiente para un parque con nieves perpetuas o lluvias torrenciales. Unas botas de caucho no son adecuadas para caminatas de montaña, entre otras falencias, dice Aguilar. “Es difícil decir que tenemos los elementos óptimos, necesarios y esenciales para desarrollar nuestra actividad”, agrega Pinilla.
Diciendo ‘adiós’ a la familia
Por largo tiempo pudo vivir con su familia, su esposa Leticia y su hija, dentro de los parques donde trabajaba. Cuando Johana empezó a crecer, ella tuvo que quedarse en el Líbano mientras estudiaba y se veían poco. Leticia era guía en el mismo lugar y la visitaba los fines de semana.
Para Echeverry, el sacrificio más grande de ser guardaparques fue familiar. “A mi hija la veía cuando era pequeña y, cuando vine, ya era una señorita”, afirma. Un día, ella le reclamó por no pasar tiempo juntos. La mayor parte del tiempo la compartían en los parques, cuando ella estaba de vacaciones y lo visitaba. Pero eso se terminó hace alrededor de diez años cuando, con los cambios de istración, prohibieron la entrada de familias a los lugares de residencia de los funcionarios.
“Los guardaparques requerimos estar de forma continua varias semanas, a veces un mes o mes y medio en los parques —dice Adriana Pinilla—. Eso implica estar separados de los hijos, de la esposa y de los padres por largos periodos. Es un sacrificio muy alto”.
Carlos Aguilar concuerda: “La gran mayoría de las familias de los guardaparques en Colombia son familias disfuncionales, son matrimonios que no se ven. Tenemos muchas familias separadas y divorcios. Eso es debido a que estamos en zonas muy complejas y no tenemos esa unidad familiar”.
En el hogar de Gabriel pareciera que el sacrificio valió la pena para todos. Toda gira en torno a los parques. En su casa, en el Líbano, unos cuadros de ilustraciones de animales y plantas componen el pasillo principal que desemboca en una pintoresca construcción de aspecto colonial. La construyó inspirado en las edificaciones tradicionales de Villa de Leyva, donde trabajó por primera vez como guardaparques.
En la sala de su casa, una serie de cuadros con fotos de los parques que su esposa y él recorrieron juntos enmarcan el lugar. La vajilla tiene inscrita la palabra “Fomparques”. En una pequeña pared, destaca el cuadro con las fotos del puma y el logo de Parques Nacionales Naturales.
Aunque recuerda sus días en las áreas protegidas, Echeverry también es consciente de las razones que lo hicieron retirarse. Renunció el 9 de octubre de 2018. Tenía 60 años en ese momento. Los parques le habían dado los mejores días de su vida, pero también le habían quitado mucha calidad a la misma.
En muchos casos, estos funcionarios se quedan por vocación. Ellos le llaman ‘la mística del guardaparques’. Una mañana de septiembre de 2021, le pregunté a Echeverry si se arrepentía de haber sido guardaparques. “¡Nunca!” respondió. No puede imaginarse una vida diferente. Tiene 63 años y más de la mitad de su vida la pasó en las reservas naturales del país.
“Me dejaron una felicidad muy grande. Una alegría inmensa”, dice. En una caja grande guarda cientos de fotos de aquellos lugares que lo marcaron. Entre las fotografías de animales, plantas y paisajes se guardan los recuerdos de esas zonas donde fue desplazado y amedrantado. Aquellas de las que varios de sus compañeros no alcanzaron a huir.
*Los nombres fueron cambiados por seguridad de los entrevistados.
Esta investigación hace parte del especial periodístico ‘Historias en clave verde. Segunda edición’, realizado en el marco del proyecto de formación y producción ‘CdR/Lab Periodismo en clave verde’ de Consejo de Redacción (CdR), gracias al apoyo de la Deutsche Welle Akademie (DW) y la Agencia de Cooperación Alemana.