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Noticia
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Se cumplen 25 años de la masacre en la cárcel La Modelo de Bogotá
El 27 de abril del 2000 se desató la masacre que duraría 38 horas.
32 muertos y 17 heridos dejó el enfrentamiento que marcó la historia de los centros carcelarios en América Latina.
En las entrañas de la Cárcel y Penitenciaría de Media Seguridad de Bogotá La Modelo, no solo fluía el pulso de los hombres encerrados, sino un espeso río de miedo y silencio, un lodo denso hecho de pactos rotos y corrupción enquistada. Entre 1999 y 2003 se registraron más de 300 muertos y por lo menos 100 desaparecidos, además de múltiples secuestros, extorsiones, violaciones y abusos. Allí, donde las rejas son la fachada de una verdad oculta, ocurrió la mayor masacre en la historia carcelaria de Colombia.
El 27 de abril del año 2000, un jueves en el que la mayoría de los bogotanos apenas despertaba, en La Modelo de Bogotá amanecía el horror. Carlos Andrés Giraldo fue encontrado muerto, desmembrado y oculto en bolsas negras dentro de una de las alcantarillas del penal. Fue una de las víctimas de la macabra práctica de la desaparición y el descuartizamiento en los años más oscuros que se han vivido en el centro carcelario.
Guardia penitenciario al interior de la carcel Modelo de Bogotá. Foto:EL TIEMPO
Su nombre quedó marcado en los registros oficiales como la primera chispa del incendio. Tenía 26 años y estaba sindicado de hurto y homicidio agravado y se rumoraba que era cercano a los paramilitares. Su cuerpo fue hallado por una comisión de la Fiscalía y la Defensoría del Pueblo que buscaba fosas comunes en el penal.
20 minutos después, en el patio cuatro, encontraron otro cadáver. Era Yemas Duque, de 30 años, paramilitar infiltrado para obtener información sobre jefes como Ángel Gaitán Maecha, Miguel Arroyave y alias ‘Popeye’.
Sobre las 2:40 p.m., una batalla campal se tomó los patios. La cárcel estalló. El jefe paramilitar José Alberto Cadavid habría ordenado el cierre total del penal. Desde los patios tres, cuatro y cinco —ala sur de la cárcel— emergieron hombres con brazaletes negros marcados con las siglas AUC (Autodefensas Unidas de Colombia). Iban armados hasta los dientes y sus objetivos eran los del patio cuatro. Las balas zumbaban como enjambres furiosos en un panal destrozado.
Mapa de la Cárcel Foto:EL TIEMPO
La violencia reinó por 38 horas. A las 10 de la noche, los paramilitares exigieron la rendición de 42 hombres. Algunos se negaron y fueron ejecutados con tiros de gracia.
Un sobreviviente del terror
Rubén, no se llamaba así, pero le hubiera gustado por su abuelo, aún recuerda el momento exacto en que supo que su vida cambiaría para siempre. Fue una tarde del 7 de marzo de 1999 cuando escuchó los gritos de su hija de cuatro años, corrió y la halló tirada en la calle.
Un vecino le dijo que había sido Fredy Ramírez, un joven drogadicto de 15 años que la había violado. Rubén lo encontró entre los matorrales del cerro de Guadalupe y le propinó once puñaladas. Luego se entregó.
Lo condenaron a 32 años de cárcel por homicidio agravado. “Yo era un preso común. No era amigo de ningún capo ni de ningún guardián. Solo estaba atrapado entre quienes sí lo eran”, recuerda. Llegó a La Modelo el 26 de marzo del 2000 y su infierno comenzó. Pasó por la “inaugurada” (le robaron la ropa), pagó “vacuna” por un espacio de piso y luego, por una celda diminuta. La comida le daba diarrea, dormía entre heces y lavaba ropa para paramilitares. “Todo lo que había a mi alrededor era miseria y miserable: el abuso de mi hija, mi pobreza, mis compañeros, mi vida”.
El 27 de abril, cuando el caos estalló, él estaba en el baño lavando ropa. “Cayó, cayó... se lo bajaron”, gritaban todos. Nadie sabía quién era el muerto. Las balas llovieron de todos lados. Intentó correr, pero el pasillo ya estaba cerrado. “‘Enfiérrense’, gritaban los jefes del patio. Busquen armas. Lo que sea”. Su compañero ‘Ñeco’ Flórez lo jaló a un rincón. Pasaron horas acurrucados. “Cuando lo llamaron, chocamos nudillos. Me dijo ‘buen pelao’ y se fue. Lo mataron”.
Cárcel La Modelo de Bogotá Foto:EL TIEMPO
Rubén se quedó solo, hecho un ovillo en el piso y abrazado a la foto de su hija vestida de princesa, su único talismán. A las 2 de la mañana del día siguiente, cesaron los disparos. Los paras planearon tomar el ala norte, dominada por la guerrilla. Pero el defensor del pueblo de Bogotá en ese entonces, Iván Villamizar Luciano, logró persuadirlos. La guerra interna se frenó, pero no sin consecuencias.
El resultado fue espantoso: 32 muertos, 17 heridos, el patio cuatro semidestruido, 31 armas, 6 granadas, más de 5.000 cartuchos, 2.000 cuchillos, teléfonos fijos y celulares y 75 hachas.
El 28 de abril, mientras algunos reclusos lloraban a los muertos, otros celebraban con vallenato y licor. Para los paramilitares era una “victoria”. Para el país, el reflejo sangriento de una cárcel en manos del crimen. “Era una masacre cantada”, diría después Rubén, quien recuerda el hacinamiento del 150 por ciento, los pactos rotos, la complicidad de algunos guardianes.
El 29 de abril, el entonces ministro de Defensa, Rómulo González, lideró la operación de retoma. Una caravana de 12 camiones y una camioneta policial ingresó con 1.200 hombres del Comando de Operaciones Especiales. Tardaron 36 horas en retomar el control.
El expediente judicial aún sigue abierto, enterrado bajo los mismos pasillos en donde el olor a sangre y a pólvora nunca se fue del todo.
Rubén lleva dieciséis años en libertad. En sus sueños, la foto de su hija sigue apareciendo. Hoy, cuando escucha vallenato, baja el volumen. No por tristeza, sino por respeto a los que no salieron. Porque en La Modelo, la música no era alegría, era el eco de los que celebraban sobre la muer
Jineth Bedoya y su investigación
En los años finales del siglo XX, cuando las sombras del conflicto se arrastraban por los pasillos del poder y las celdas del olvido, una mujer empuñaba la palabra como única arma frente al horror. Jineth Bedoya Lima, una periodista implacable, fue la única reportera de guerra en ingresar a la prisión para investigar los hechos ocurridos el 27 de abril del 2000.
Jineth Bedoya Foto:César Melgarejo/ El Tiempo
Desde las páginas de El Espectador, Bedoya desnudaba con rigor las violaciones de derechos humanos dentro de esa penitenciaría. El 24 de mayo del año 2000, una llamada desde La Modelo fingió ser una oportunidad para una entrevista con un recluso del patio de paramilitares, alias ‘El Panadero’, el nombre con el que se escondía uno de los peores criminales de esa estructura.
Al día siguiente, 25 de mayo, con la autorización del propio director del penal, Bedoya llegó a la cárcel. Iba acompañada, con la certeza de que la legalidad protegería su oficio. Después de los registros de rutina, fue separada con un arma de fuego apuntando a su sien. Jineth fue secuestrada, torturada y violada masivamente ese día. Fueron más de 16 horas de barbarie.
Durante aquel suplicio, los agresores fueron claros con que era un mensaje para la prensa. Era un ataque contra la libertad, contra la memoria, contra el derecho a contar la verdad. El Estado, informado de las amenazas y de los riesgos, no actuó con la diligencia debida. Ni antes, ni durante, ni después. Jineth y su madre quedaron solas, enfrentadas a la impunidad que todo lo traga.
Pasaron nueve años de cargar el cuerpo roto, la mente cercenada, el dolor convertido en rutina. Y entonces, el 9 de septiembre de 2009, en una entrevista con el diario El País, Jineth Bedoya habló por primera vez de su caso. “Entendí que ya no era hora de callar más”, dijo. Y en esa frase, que parecía apenas un susurro, empezó el grito colectivo de miles de mujeres, la campaña No Es Hora De Callar.
Marcha de la campaña No Es Hora De Callar. Foto:MAURICIO LEON
El 18 de octubre del 2021, la justicia internacional reconoció lo que durante años Colombia se negó a mirar, la Corte Interamericana de Derechos Humanos falló a favor de Bedoya y declaró culpable al Estado colombiano. No solo por la omisión, sino por su responsabilidad activa en permitir y encubrir los hechos. Pero Jineth no se detuvo en el juicio y pidió reparación no solo para ella, sino para todas.
Una de esas medidas se entregó el 24 de mayo de 2024. El ‘Mural por la Memoria: Fragmentos que Florecen’, es una obra de la artista bogotana Nats Garu (Natalia García) que desde ahora reposa en una de las paredes de la cárcel La Modelo y que rinde homenaje a las mujeres víctimas de violencia sexual en Colombia.
El mural se encuentra en el pasillo de a los patios. Foto:César Melgarejo / El Tiempo.
Es una reparación simbólica por las graves violaciones de derechos humanos en el marco del caso de violencia hacia Jineth Bedoya, pero también es un mensaje de memoria, resignificación y resiliencia a un país que lleva recordando 25 años esta masacre que marcó un punto de inflexión en el territorio.