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Medio siglo de ‘Mediterráneo’, el álbum emblemático de Serrat
Este disco es considerado uno de los más importantes de la música en español del siglo XX.
Serrat compuso las canciones del disco en un hotel alejado de Calella de Palafrugell. Luego fue a grabarlo en un estudio de Milán. Foto: Getty Images
Joan Manuel Serrat, soñador de pelo largo, tal como se autorretrataba en su canción Señora, entra en un estudio de Milán para grabar un disco que va a llamarse Mediterráneo. El cantautor no ha entrado aún en la treintena. Lleva más de un lustro de éxitos resonantes, de giras, grabaciones con Edigsa y Zafiro y affaires como el eurovisivo. Ya reza como cantautor bilingüe, capaz de firmar discos magistrales en dos lenguas distintas, tal como sucede en los albores de 1970 con Serrat 4 y con el que se conoce como Disco Blanco, donde se cruzan prodigios como Mi niñez o Fiesta.
Cuando Serrat entra en el estudio milanés para grabar Mediterráneo no parece haber conciencia de perennidad, porque el estudio no permitía grandes alardes que pudieran plantear futuras ediciones especiales del disco con tomas alternativas. Había que grabar lo más rápido posible y dejar el estudio libre para el siguiente grupo o solista que lo requiriera.
Serrat trae diez canciones nuevas, terminadas de alumbrar en la Costa Brava, en su retiro de Calella de Palafrugell, entre las idas y venidas del mar Mediterráneo. Toda la filosofía serratiana va a estar concentrada en ese disco en el que va a ser su particular Blonde on blonde y como tal un disco infinito, inagotable, tan melancólico como hedonista, que cruza a Josep Pla con León Felipe. Mediterráneo terminará siendo el santo y seña, el libro de estilo de más de una generación, esa obra perfecta de la cultura española que hay que escuchar como se contemplan Las meninas de Velázquez o se disfruta El amor brujo de Falla. Absténganse negacionistas o revisionistas que dirán que Mediterráneo no es para tanto o que es disco sobrevalorado, esa etiqueta que cualquier pseudomoderno puede ponerle aCasablanca o a Cien años de soledad según con qué pie se levante por la mañana.
Serrat graba en Milán aquello de “Quizá porque mi niñez sigue jugando en tu playa…”. Y en esa evocación destellante del verso inaugural de la canción Mediterráneo, en el imponente arreglo calderoniano –de Juan Carlos Calderón– parece bullir el espíritu de toda una época. El mar como principio y final, impreso en el destino del marinero cantor que parece un poeta viejo y sabio en el modo de mascar las palabras y los acentos. Hasta en el modo de glosar el amor perdido en Lucía, un amor real, tan fugaz como eterno. “No hay nada más bello / que lo que nunca he tenido / nada más amado / que lo que perdí”. El libro amoroso de Serrat, carnal y verdadero, en una de sus páginas más gloriosas.
Serrat aúna épica y lírica, barroquismo y desnudez. 'Mediterráneo' es un disco de contrastes, pero a su vez muy conceptual.
Mediterráneo podría razonarse como rutilante disco pop y no, desde luego, como disco de cantautor al uso, guitarra y voz y pare usted de contar. Gian Piero Reverberi, Antoni Ros Marbá y el citado Juan Carlos Calderón con su impronta jazzística forman el terceto de arreglistas de un disco que vibra y brilla en la instrumentación y está lleno de estampas poéticas que se fijan en la memoria del oyente. Canciones descomunales, bellamente nostálgicas como Aquellas pequeñas cosas, canción prodigiosamente minimalista, o Barquito de papel. Otras canciones funcionan a modo de manifiestos libérrimos como la pletórica Vagabundear. Serrat aúna épica y lírica, barroquismo y desnudez. Vencidos incorpora magistralmente a León Felipe en su nómina de poetas cantados. Pueblo blanco es una canción enorme, narración deslumbrante, fantasmagórica, llena de simbología. Mediterráneo es un disco de contrastes, pero a su vez muy conceptual, que puede pasar de la sensualidad de La mujer que yo quiero a Qué va a ser de ti, una canción ubicada entre la Anduriña de Juan y Junior y el She’s leaving home de los Beatles, y a la que David Broza convertiría en himno hebreo.
El Serrat de los setenta se despliega en Mediterráneo en toda su plenitud. Lo influye ya Latinoamérica, el impacto de todo un continente. Nos deja hasta un homenaje en tiempo de vals a su amigo Alberto Puig Palau, un hombre de muchas vidas en una sola, parte de ese fresco palpitante, sugeridor, que es Mediterráneo, donde la genista, la brea, la luna que araña el mar, el extraño arenal, el vuelo de palomas, el cometa de caña y de papel se quedan grabados dentro de nosotros, perseguidores eternos de esta obra maestra.
Un disco del que no supo verse su grandeza en su tiempo, por mucho que le acompañara el impacto popular desde su aparición a finales de 1971. Manuel Vázquez Montalbán, en su ensayo sobre el cantautor, afirmaba que ni temática ni poéticamente añadía algo nuevo al anterior Serrat. Olvidaba que musicalmente sí lo hacía. En la Cataluña de los puristas ortodoxos y lingüísticos, el Serrat en castellano era permanentemente ninguneado tal como abanderaba en los años setenta Jordi García Soler –que luego se desdijo– en ensayos como el titulado La Nova Cancó. Pero Mediterráneo ha podido con todo, disco de cabecera de roqueros, poperos, indies, flamencos, melódicos y cantautores. Desde su icónica portada y las fotos de Colita, que tanto contribuyera, cámara en mano, a la iconografía serratiana.
El disco incluye otros clásicos suyos, como 'Lucía', Aquellas pequeñas cosas' y 'Pueblo blanco'. Foto:Archivo particular
Cabe imaginar a Serrat en el estudio de Milán. El humo del tabaco, el sorbo de whisky, la complicidad con los músicos, la canción a medio terminar. Cabe pensar en esos músicos italianos que lo acompañaron, nunca acreditados, responsables de la poderosa orquestación. No puede olvidarse el nombre de Plinio Chiesa como ingeniero de sonido. El cantautor catalán venía de anunciar que se retiraba, que tomaba distancia con las apabullantes giras y con la agenda a la que lo sometía su mánager Lasso de la Vega. Y esto incluía un primer distanciamiento con su arreglista favorito Ricard Miralles.
Serrat para el reloj vertiginoso, mira el mar desde un hotelito de Calella y alumbra Mediterráneo, entre rojos atardeceres y noches en vela. De ese retiro terminaron por nacer unas canciones antológicas que siguen perdurando. Cincuenta años más tarde, los diez cortes del disco azul de Serrat, grabado tras su disco blanco, lucen con la vigencia del primer día y con la fuerza de las obras atemporales.