El mundo que nos espera, dicen los sepultureros de la globalización, es uno proteccionista, de poca movilidad y tránsito de bienes y servicios. Pero antes de enterrarla propongo un intento de reanimación.
Arjun Appadurai, un antropólogo que se ha dedicado a estudiar la globalización, lo dijo en Time: darle reversa a la globalización es como querer retrotraer el impacto de la revolución industrial o de la invención de los computadores. Estos fenómenos se han transformado, pero llegaron para quedarse.
Hay dos argumentos que sustentan esta tesis. Uno es del mismo Appadurai: a pesar de que muchos países han endurecido sus controles fronterizos e intentado volverse autosuficientes en materia de recursos médicos, todavía ningún país ha tomado decisiones serias para deshacer alianzas de tipo global. Trump lo viene haciendo desde antes de la pandemia, pero su comportamiento es más excepción que regla y por eso su liderazgo internacional se ha deteriorado: no hay ni un país que vea en su estrategia para combatir al virus un ejemplo a seguir.
Darle reversa a la globalización es como querer retrotraer el impacto de la revolución industrial.
El otro argumento es que el confinamiento ha visibilizado la fortaleza, la ubicuidad y la intensificación de la conectividad que trajo la globalización. Los flujos financieros han sufrido poco el impacto de la recesión, la digitalización se ha extendido rápidamente y los gobiernos quieren expandir la conectividad para reducir desigualdades.
Las farmacéuticas trabajan sobre la base de un modelo globalizado de colaboración; el flujo de ideas y datos es un insumo clave en la construcción de una estrategia global contra la pandemia. Los avances científicos son imposibles sin la globalización y quien le apueste a una estrategia solitaria está condenado a fracasar.
Incluso la cara menos amable de la globalización y la que más pronostican que desaparecerá, la del comercio internacional, tampoco se va a rendir. La presión para generar riqueza y prosperidad no va a desaparecer con el virus. Mientras esa presión exista habrá incentivos para reconstruir mercados, hacer negocios y expandirlos más allá de las fronteras nacionales.
Es posible y deseable que encontremos formas de hacer funcionar el intercambio global siendo menos depredadores del medioambiente y produciendo menos desigualdad. Estaríamos así frente a una globalización con rostro humano, que es mejor que un mundo de puertas cerradas.
SANDRA BORDA G.
Politóloga